Messi, el argentino que queremos ser

El capitán de la Selección fue clave en la victoria por 4 a 1 ante Bolivia

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Lionel Messi tuvo una destacada actuación ante Bolivia (REUTERS/Rodolfo Buhrer)
Lionel Messi tuvo una destacada actuación ante Bolivia (REUTERS/Rodolfo Buhrer)

A Messi sus compañeros le mandaban estrofas del Himno por WhatsApp. Era una chicana con buena onda en la época de Maradona entrenador. Alguna vez lo blanqueó la Bruja Verón, una especie de hermano mayor en los tiempos que compartían concentración en el Mundial 2010. Era la forma de minimizar la crítica tonta que medía el patriotismo por un oíd mortales más o menos. Una vez, Leo entró a la sala de masajes y directamente se lo empezaron a cantar. Él se reía con su grupo. Le dolía el afuera, que se dijera que no sentía la camiseta argentina. “Me molestaba llegar a mi país y que me pegaran sin haber hecho nada”, llegó a confesar. Tan duro fue que si la Selección hubiera sido un club, Messi habría pedido ser transferido. Igual siempre volvió. No cantar el Himno fue un acto silencioso de rebeldía. Lo hacía a propósito. Recién cuando pasaron los años en un partido, de la nada, se plegó al resto. Igual que en la previa que se hizo viral contra Bolivia. Alguno se podrá emocionar por esa imagen. O la usará para vender humo a favor o en contra. La argentinidad de Messi en realidad no se mide por una estrofa sino por los 148 partidos en la Selección. Por ser ya el que más veces jugó. Por haber elegido esta camiseta cuando España lo quería seducir todos los fines de semana. Por viajar 12 mil kilómetros para un amistoso. Por tener tantas ganas de ganar con Argentina. Pocas veces Messi lloró tanto como en la eliminación de un Mundial.

Maradona es el argentino que somos y Messi, el que quisiéramos ser. La frase no tiene dueño conocido pero desborda de concepto. Diego representa nuestro gen. Va más allá de su arte irrepetible en la cancha. En su personalidad era contestatario, apasionado, exagerado, orgulloso, desprolijo, de a ratos soberbio. Leo es callado, respetuoso, cero conflicto, poco canchero, nada provocador. A Maradona, el futbolero lo quería siempre primero en su equipo. A Messi, todos lo quieren en su familia. Es el yerno ideal. La diferencia puede ser de carácter y hasta por cómo crecieron. Diego salió de Villa Fiorito y, como él mismo dijo, siendo un adolescente le pegaron una patada en el culo y lo mandaron a la cima del mundo. Leo se moldeó en Europa, donde fue en busca de un tratamiento para crecer y tuvo otra contención. Pero los dos son muy argentinos. Messi -aunque vivió 13 años en Argentina y 21 en Barcelona- sigue hablando en rosarino. Mientras hay jugadores que por dos partidos en Italia vuelven y tiene un acento mentiroso, él se sigue comiendo la “s” sin pudor. Si no le importara nada, ahora podría estar de vacaciones en un lugar con playa, sin tanto peligro por la pandemia. Él está encerrado en Ezeiza porque en su sexto intento quiere ser campeón de América. Sueña con ganar con esta camiseta como Diego. Su último acto fue como debía: si tu rival no tiene altura, tenés que ir y hacerle 4 goles. Un doblete fue de Messi, y en el minuto 90 y pico pateó con furia para buscar el tercero.

El capitán siempre quiere jugar. Es una buena señal que hay que saber leer. Messi se entrena jugando. Antes del Mundial 2018, parecía una buena noticia que no tuviera una seguidilla pesada de partidos en Barcelona. Resulta que para Leo fue al revés. Su cuerpo y su cabeza le piden la pelota. Una vez, cuando Sabella era el entrenador de la Selección, habló con Guardiola sobre Messi. Pep, el DT más respetado por el mejor jugador del mundo, dio un par de tips para sacar la mejor versión del crack. Hay que hablarle poco, arroparlo con compañeros que lo ayuden a brillar, escuchar bien las pocas palabras que deja salir de su boca. Y no sacarlo nunca. Ni siquiera para una ovación. Scaloni ahora parece haberlo aprendido. Hasta le dio los 90 minutos en un partido en el cual era razonable rotar. El error había sido en la previa con Paraguay. El entrenador ya había anunciado puertas adentro otro equipo. Aunque unas horas antes vio que no era la mejor decisión para el humor del crack y sospechó que podía ser carne de crítica si le iba mal sin su 10. Así corrigió su mal manejo inicial. No importa que Messi esté cansado. Es mejor que tenga las medias bajas y no el fastidio alto. Él es un buen observador. Sabe la importancia del estado de ánimo. Argentina ganó autoestima con Bolivia. Y ve que salvo Brasil -aún con altibajos- no hay cucos.

Lionel Messi, la bandera Argentina en la Copa América (REUTERS/Rodolfo Buhrer)
Lionel Messi, la bandera Argentina en la Copa América (REUTERS/Rodolfo Buhrer)

Messi aprovechó el 4-1. Igual que el Huevo Acuña, un jugador que asegura los 6 puntos y hasta algo más como esta vez. De a poco le empieza a comer la espalda a Tagliafico. El Papu Gómez también volvió a aprovechar su chance con un gol y buena conexión. O Guido Rodríguez, firme aún cuando la competencia era un fijo como Paredes. No le ocurrió lo mismo a Agüero, más allá de su exquisita asistencia a Messi. El Kun es el último gran crack argentino pero le falta ritmo. Guardiola en los últimos tiempos del City le dio más elogios públicos que minutos. En cambio, entró Lautaro Martínez y la primera pelota le quedó para el festejo. Al 9 del Inter también le sirve el gol para recuperar autoestima de cara a los mata mata. Ahí llega Ecuador. Alfaro cree que Brasil terminará campeón del mundo pero sabe el peso que tendría para su chapa eliminar a la Selección. Vendrá entonces una prueba más exigente para Argentina, que no puede tomar como medida jugar con Bolivia. En el inicio de la Copa hubo mucho cambio de nombres y una idea de juego que aún no se descubre con facilidad. El propio Scaloni parece saber que aún está en observación y en evaluación. Lo defiende que tiene bien al mejor jugador de la fase inicial de la Copa. La ventaja es que Messi es argentino.

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