“Para mi vieja, canillita por oficio y obligación”, es la dedicatoria de Rodrigo Bueno a su madre, Beatriz Olave, en medio de su conocida canción de cuarteto Amor Clasificado. Y es que esta familia tuvo tres vocaciones genuinas que se transmitieron con pasión de generación en generación: la venta de diarios y revistas, la música y el fútbol. Por esta última decantó el destino de Juan Carlos Olave, emblemático arquero de Belgrano de Córdoba que luchó contra viento y marea por cumplir su sueño de ser jugador profesional a la par del estrellato del Potro, primo de sangre, que se apagó con su accidente automovilístico en el 2000.
Olave se crió en el Club Atlético Las Palmas de la ciudad de Córdoba, que hoy lo tiene como entrenador junto al ex futbolista Darío Cavallo compitiendo en el Federal B. Los abuelos de ambos fueron fundadores y pioneros. De hecho el abuelo materno del ex arquero era Federico Griguol, de la misma sangre que el Viejo Carlos Timoteo, referente en la institución, la provincia y el fútbol argentino. El árbol genealógico al que pertenece, dice Olave, es un algarrobo enorme.
Fue su tío abuelo “Tallarín” (así lo llamaban por su fanatismo por Talleres) el que lo llevó a la cancha por primera vez para ver un partido entre Las Palmas y General Paz Juniors cuando tenía 5 años. Ese día marcó su flechazo con el fútbol. El club era literalmente como el patio de su casa porque quedaba a una cuadra de su hogar. Allí conoció a los amigos que frecuenta hasta hoy. Como su abuelo había sido guardameta y le vio pasta con los guantes y valor para revolcarse por el piso, le recomendó a su técnico que lo probara en el arco. A los 8 años adoptó el puesto y no lo soltó más.
— ¿Compartías mucho tiempo con tu primo Rodrigo en la infancia? ¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
— Por el lado de mis viejos, en la familia Olave son muy futboleros además de ser una familia tradicional de vendedores de diarios. Mi viejo es primo hermano de la mamá de Rodrigo. Nuestros abuelos eran hermanos. Rodrigo era del palo de la música, su papá era productor y desde chiquito tenía el sueño de cantar y por eso se fue a Buenos Aires. Cuando éramos chicos nos juntábamos más, después perdimos contacto salvo por la Fiesta de los Canillitas, en la que nos veíamos porque venía con sus amigos y a veces cantaba. La última vez que lo vi fue en el año 98 en Palmira, un lugar al lado de la vieja usina donde ahora tocan bandas de rock. Se llamaba Margarita o Palmira, cambió de nombres. Un amigo me dijo de ir a verlo, Rodrigo tocaba los martes. Se había peleado con su representante y volvió de Buenos Aires. Hacía mucho que no lo veía. Ese día tocó vestido como la Mona Jiménez una selección de diez temas. Cuando terminó, lo saludé y saltó por encima de una barra, era un lugar chiquito. Me dice “¿qué hacés, Gringo?” y me hizo señas para que lo fuera a saludar. Imaginate, la gente lo rodeó. Yo estaba bajando una escalera cuando lo veo que se da vuelta y le pega una piña a uno... Rodrigo tenía una cadena con un medallón de Belgrano y se la habían manoteado. Le metió un piñazo a uno y se armó un tole tole... Iban y venían todos corriendo. Él pasó y me dijo “después te veo”.
— ¿Cómo fue la historia de la camiseta de Belgrano con su cara y la leyenda “no me olviden”?
— Después de que falleció, el plantel jugó con esa histórica camiseta y había algunas de arquero, pero cuando yo volví al club Marcelo Pontiroli ya las había cambiado todas el año anterior. Claro, todos querían esa camiseta. Fue la única vez en la historia que los jugadores de Boca y River les pedían cambiarlas a los de Belgrano. Cuando arranqué a jugar al año siguiente yo era el único que no tenía la imagen de Rodrigo en la camiseta. Un día en calle Florida vi un buzo blanco con vivos negros que tenía el “no me olviden” en celeste. Era el buzo justo para mí. Lo compré y le pinté con témpera la marca de la indumentaria que teníamos y le hice estampar todas las publicidades. Lo usé por primera vez en un clásico que le ganamos a Talleres 1-0 y ahí quedó. En Gimnasia La Plata lo querían mucho a Rodrigo y cuando fui ahí volví a usar ese buzo. Es más, me pedían que lo usara porque era algo novedoso y una identificación para mí. En el Murcia de España mucho no entendían, unas veces lo usé y otras no.
— Se nota que le dabas mucha importancia a la vestimenta antes de salir a la cancha, ¿no?
— Como referentes siempre tuve al Mono Navarro Montoya y Ángel Comizzo. Los admiraba porque eran arqueros protagonistas ya desde la vestimenta. Y con su forma de atajar, ni hablar. Encima en un momento uno estaba en Boca y el otro en River, se daba ese juego de la rivalidad. Yo usé siempre el pelo largo salvo en la secundaria, cuando me obligaron a cortármelo. Me acuerdo que se televisaban los partidos de México cuando Comizzo estaba en Morelia y atajó penales con los dedos quebrados en una final. A mí me encantaba el arquero en todo su aspecto. Un día escuché al Mono diciendo que para salir a escena se ponía su mejor ropa. Yo me sentía parecido hasta en eso. Vos disfrutabas de salir a la cancha y tener protagonismo más allá del juego. Ellos no pasaban nunca desapercibidos. Traté de copiarlos en el arco y la vestimenta. En Bolivia me hacía la ropa mi suegra y le pedía que imitara los diseños del Mono. Me habían regalado un short del Mono y jugaba con ese mismo los partidos. Me hice una camiseta verde como él, un buzo con hombreras y el 1 era ese que parecía un pingüino, que yo lo hacía más gordo con pintura para tela. Ya cuando volví a Argentina empecé a tener mi impronta y elegir colores. En Gimnasia usé un buzo con un lobo que me había regalado un hincha. Y después en Belgrano también usé uno de un pirata.
El salto al profesionalismo de Olave fue vertiginoso y con muchos altibajos. A los 19 años debutó en la Primera de Las Palmas, con apenas tres partidos se fue a probar a Estudiantes de La Plata pero rápido volvió a Córdoba porque Belgrano quiso ficharlo en el 95, bajo la dirección técnica de Jorge Guyón. Estuvo cerca de estrenarse contra River la misma semana que llegó por las lesiones de César Labarre y Rubén del Olmo, que se infiltraron para no faltar. Como este último fue operado, terminó siendo suplente ese semestre hasta que la nueva dirigencia lo descartó. Estuvo un año en Instituto, donde no jugó, y luego un semestre parado sin equipo. En el 98 le surgió la chance de ir al Bolívar de Bolivia, donde llegó a jugar cuartos de final de Copa Libertadores con solamente 21 años.
— ¿Pensaste en largar todo en algún momento o siempre supiste que ibas a llegar al fútbol grande?
— Siempre fui muy perseverante, me gustaba entrenar todos los días. Vendía diarios con mi viejo, me levantaba a las 6 de la mañana, me bajaba del auto y le decía que me buscara unas cuadras más adelante. Hacía las entregas corriendo, pero en serio, no al trote. Llegaba ahogado al auto. Estar entrenando solo 6 meses fue horrible. Yo ya convivía con mi señora, que en ese momento era mi novia, y me tiraba la pelota con la mano para que yo atajara en el jardín de mi casa. Y los jueves a la noche en la canchita de los veteranos, atrás de la casa de Timoteo Griguol en Barrio Las Palmas, jugaba con amigos en la cancha iluminada. Era la única práctica de fútbol que tenía. Me gustaba jugar al medio pero ahí atajaba para no perder tanto la forma.
— ¿En Bolivia fuiste suplente del famoso arquero camerunés Thomas N’Kono?
— Llegué al Bolívar como tercer arquero atrás de él y Darío Rojas, que estaba en la selección de Bolivia. Pero el camerunés no arregló su contrato y nunca se presentó a entrenar, entonces quedé como segundo arquero. Y después me gané la titularidad. Era muy joven y fue la primera vez que me iba lejos de casa, me costó mucho la adaptación. Futbolísticamente fue muy bueno para mí, fue dar un salto, medirme. Quizás no tuve la madurez necesaria y cometí algunos errores por mi carácter y personalidad. A los 8 meses me tuve que volver porque el entrenador (Luis Orozco) me separó del plantel. Me sacó después de que quedamos eliminados en los cuartos de la Libertadores con Barcelona de Guayaquil (derrota 4-0 en Ecuador) porque la crítica era contra mí y contra él por haberme puesto. Dijo que me quedara tranquilo, que estaba conforme, y después me borró. Entré al vestuario, no saludé y me lo reprochó. Discutimos adelante de todo el plantel. Me la hicieron pagar por ser un juvenil de 21 años, pero yo tenía personalidad y carácter. Fue un arresto de adolescente. Más adelante me sucedió algo parecido, pero lo manejé de otra manera.
— ¿Te costó reinsertarte en el fútbol argentino tras el paso en Bolivia?
— Volví de vacaciones y me enteré que el técnico no me quería más. Tenía arreglado ir a Argentinos Juniors con Chiche Sosa, pero no conseguí pasaje de avión y en el lapso que rescindí en Bolivia contrataron a otro arquero. Justo en la época del Mundial de Francia quedé sin club, estaban todos los equipos armados. Volví a jugar en Las Palmas para no estar parado y no era lo mismo. Ya había probado el pastito, la cancha llena, el fútbol profesional. Fue mucho contraste pasar de jugar la Libertadores en el Monumental de Guayaquil a volver a la liga cordobesa. Fue un golpe que me costó. Pero renové la expectativa y me propuse salir campeón con Las Palmas por primera vez en la historia del club. Lo logramos en el 2000 y tras eso volví a Belgrano, que tenía de técnico a Mostaza Merlo. La dirigencia me negaba la prueba ahí porque me relacionaba con el presidente de la directiva anterior, que me había llevado. Estuve a punto de ir a Racing de Córdoba, que había ascendido al Nacional B, pero el Nano Areán (era el DT), me recomendó ir a Belgrano por la diferencia de categoría.
— ¿Qué tal la convivencia con Mostaza en Belgrano? Todo un personaje, ¿no?
— “Si vos me convencés a mí, vas a atajar en Belgrano”, me dijo. Me probó tres días y me mandó a llamar para decirme que iba a ser jugador del club, tal como lo soñaba. Le tuve un agradecimiento y respeto total. Los jugadores más grandes lo cargaban a Mostaza por su cabecita rubia igual a la del Polaco Daulte, su ayudante. “¡Ahí están las barbies!”, les gritaban, ja. Yo no, siempre respetuoso. Me acuerdo que un lunes a la mañana en pleno invierno Mostaza entró al Gigante de Alberdi con 5 valijas, no entendíamos nada. Entró bien vestido al vestuario, porque él siempre estaba impecable, pero ¡la calentura que tenía! El club estaba muy mal económicamente y no había pagado el departamento en el que se hospedaba. Le habían dejado las maletas en la puerta. “No sé qué hago acá”, le decía al utilero. Un personaje tremendo, un tipo querible, sincero, leal. Siempre le estaré agradecido. Y sacó resultados en Belgrano, se fue porque era insostenible la situación. Renunció porque nunca pudo armar el equipo, tuvo que jugar partidos con el equipo de la local, por eso debutaron Gastón Turús, Franco Peppino, Germán Montoya, Gonzalo Vicente y varios más. Los refuerzos no podían jugar porque estaba inhibido el club.
— De Belgrano metiste una transferencia a Gimnasia La Plata y después a España...
— Hicimos una gran campaña en Belgrano con un equipo lleno de juveniles. Venía de salvarse en dos promociones con Quilmes y arrancamos 15 puntos atrás en los promedios. La única salvación era que Chicago y Banfield, los recién ascendidos, no sumaran. Al club lo manejaba un fideicomiso y estaba al borde del cierre. Con el 50% del pase mío pagaron dos meses de sueldos porque si no el juez bajaba la persiana. En 2002 pude ir a Colón de Santa Fe y al Independiente del Tolo Gallego, que salió campeón. Pero me llamó Ramacciotti para ir a Gimnasia, que jugaba Libertadores por primera vez en su historia, y era un equipo como Belgrano: sufrido, necesitado, con gente apasionada, de pueblo, con ese amor y objetivo por el club. Rama me había dado la oportunidad en Belgrano y tenía que corresponderlo. Me atraía mucho cómo era la gente de Gimnasia. Pude haber sido campeón con Independiente pero no me arrepiento, fui al lugar al que tenía que ir. En 2004 Gimnasia necesitaba vender y era mi momento porque no había ganado buen dinero. Me costó mucho ir a España. Fue un error no haberme preparado mentalmente para este desafío. Me encontré con la falta de pasión en un campo de fútbol. Ellos lo viven de otra manera. Y además antes yo viajaba de La Plata a Córdoba todas las semanas, acá eran 6 meses de no ver a nadie. Me volvía los 5 días para pasar las Fiestas porque necesitaba hacer un corte. No disfruté futbolísticamente, perdí el puesto y no pude aportar lo que esperaban de mí. Es algo que me quedó picando, porque sentís la obligación de rendir cuando te eligen.
— Es una pregunta incómoda pero te la tengo que hacer: ¿cómo afrontaste el día después del 7-0 en el clásico con Estudiantes?
— Fue un golpe durísimo. Sentíamos vergüenza, es la realidad. Por cómo habíamos hecho sufrir a esa gente en el Día de la Madre. Tuvimos siempre una bronca interna por sufrir eso. Son cosas que suelen pasar en el fútbol y después viene el pisoteo, te denigran, parece que no servís más para nada. Todo el tiempo te quieren hacer sentir eso. Y llega la represalia porque se toman decisiones, se mueve toda la estructura del club y hay cabezas que ruedan, por supuesto las nuestras, las de los jugadores más grandes. No quedaba otra: era quedarse en el piso o levantarse. Ese partido marcó mi carrera para bien y para mal. Para mal porque fue una espina que no pude sacarme con Gimnasia nunca más. Prácticamente tuve que irme del club. Estuve 8 meses más porque prometí que no me iba sin jugar otro partido. Venía teniendo buenos rendimientos hasta eso. Y al primero que apuntaron fue al arquero. Fue un desafío para mí en un año muy difícil en lo personal porque se habían enfermado mi papá y mi suegra y descubrimos el problemita que tiene mi hija (NdeR: padece el síndrome de Angelman). Emocionalmente fue muy turbulento como para sufrir algo así. Me entrené, me puse a disposición y me fui de Gimnasia jugando. Lo positivo que le veo es que me dio esa resiliencia para decir “che, a mí no me van a pisar y dejar acá”.
— Se nota que sos muy creyente, ¿a quién le rezabas de rodillas mirando al cielo antes de cada partido que jugabas?
— A Dios. Para los que creemos, todo el mundo depende de él. Yo no le pedía ganar porque seguro había 22 haciendo lo mismo. Pero sí le pedía que tuviéramos un buen rendimiento, quería salir a la cancha pensando en responder. Jugaba cada partido como el último y en los momentos difíciles me apoyaba en él para que no me dejara caer. De algún lado tenía que venir esa fortaleza, no es solamente la de uno mismo. Siempre hay alguien que te sostiene o manda a alguien para sostenerte. Seguramente hay mucho de tu parte y también está la esposa, un amigo, los hijos, la familia. La fortaleza de ellos es la tuya. Seguramente el de arriba también nos manda esa fuerza para saber que la vida no es un camino fácil, está lleno de pierdas y el éxito no está en ganar y ser el mejor, sino en cuántas veces nos reponemos de los momentos difíciles que nos tocan pasar.
Antes de sufrir la goleada en el clásico platense en 2006, Olave estuvo muy cerca de firmar en el Boca de Carlos Bianchi y más tarde tuvo un olvidado paso por River, al que condenaría al descenso en la histórica Promoción de 2011 con Belgrano de Córdoba. Pese a ganar bien por la conversión de euros a pesos, el cordobés no soportó demasiado en Murcia y se instaló nuevamente en el fútbol argentino, donde militó hasta los 41 años hasta su retiro profesional en 2017 con el Pirata y la despedida en su amado Las Palmas.
— Estuviste en River pero no llegaste a atajar. ¿Pudiste haber jugado en otro club grande?
— Yo era suplente en Murcia y me quiso comprar Boca. Se estaba por ir el Pato Abbondanzieri y necesitaban arquero. Tuve tres charlas con el representante Daniel Comba (NdeR: falleció hace poco de coronavirus) pero no hubo acuerdo económico entre los clubes, me negaron la posibilidad y no se dio. Había surgido algo de Racing y San Lorenzo también en su momento. Cuando apareció lo de River me planté de manera terminante y fui a préstamo. Ese año le había hecho los estudios a mi hija, se enfermó mi papá y también surgió el problema de mi suegra. Eran problemas familiares que no iba a poder manejar a la distancia. En River creí lo que me dijeron, que venía a jugar, pero después no fue así. Estaba Germán Lux, que había perdido a su hermano, y el suplente era Juan Pablo Carrizo, que había jugado un solo partido amistoso. Volvió Germán, Carrizo hizo buenos partidos y estuve los 4 meses colgado de nuevo.
— ¿Le hablaste a Passarella para que te diera una oportunidad? Qué paradoja que años después enfrentaras a River en la Promoción con Belgrano con él siendo presidente, ¿no?
— Sí, hablé con él. Me destacaba siempre porque no jugaba pero llegaba una hora antes para ponerme a entrenar. Fui el único jugador al que no utilizó y me dijo: “Estoy en deuda con vos, te tendría que haber dado una oportunidad”. River tenía a Lux con posibilidades de ir al Mundial de Alemania y a Carrizo como la joyita que había aparecido. Era lógico que no atajara un arquero de 30 años que estaba a préstamo, el club priorizaba a sus jugadores y la chance del negocio. Cuando terminó el semestre le pedí a Passarella que me dejara negociar con otros clubes y dijo que me quería porque seguro lo vendían a Lux. Le respondí que si tuviera 25 años me quedaba, pero ya tenía 30 y llevaba casi dos sin jugar. Si no, me quedaba a esperar. Si nos quedábamos Carrizo y yo, iba a jugar Carrizo, porque era del club y tenía un potencial tremendo. Ahí me entendió. Me llevó a la pretemporada y surgió la vuelta a Gimnasia. Me fui de River porque sabía que no iba a atajar nunca. Lo de la Promoción son circunstancias que se dan, pero no fue una revancha contra River para mí. Son momentos que los jugadores tenemos que pasar. En Murcia no me tocó jugar y después del clásico en La Plata tampoco. Fueron tres años con muy poquitos partidos. A otro jugador a lo mejor lo volteaba, pero yo jugué diez años más en Primera sosteniendo el nivel. Me sobrepuse a situaciones muy adversas.
— Muchos se quedarán con la Promoción que le ganaron a River, pero antes Belgrano perdió dos con Racing y Central, más otro año de ascenso frustrado...
— Yo rescindí en Murcia el mejor contrato que había hecho, pero Belgrano fue el desafío perfecto para volver a pertenecer. Volví cobrando la tercera parte que en España. La dirigencia no me quería contratar porque pensaba que ganaba mucho y ni me habían preguntado cuánto cobraba. Justo Germán Montoya se fue a Vélez y pedí que me dieran el mismo contrato que le iban a dar a él. Quería jugar en Belgrano y devolverlo a Primera División. Nos costó tres promociones y quedarnos un año afuera para volver a la A. Pero mi sensación de tratar de ascenderlo era impagable. Si me preguntás, no cambio haber jugado en Belgrano por ir al Barcelona, Real Madrid o cualquier grande de Europa. Es que el objetivo que teníamos, excedía lo personal, abarcaba una institución, media ciudad, un pueblo sufrido. Nos tocaron Racing y Central y estuvimos a la altura en las promociones, pero se nos negó. Y el año previo a ganarle a River quedamos a un punto de jugar la Promoción. Iban a ser 4 años consecutivos siendo protagonistas. Conseguimos el ascenso en el momento de mayor madurez del equipo. Fue un proceso de construcción y devolución de la mística de Belgrano. Después del ascenso la base de los planteles fue casi la misma. No fue solo la Promoción, no fue solo un momento.
— ¿Parecía una misión imposible ganarle la Promoción a River?
— Lo logramos porque lo creíamos. Teníamos esa convicción de que iba a ser así. Nadie esperaba que tocara River, que había hecho una muy buena campaña pero venía empatando los últimos partidos y no pudo ganar. Le empezó a jugar el nerviosismo en una etapa definitoria y nosotros, lejos de preocuparnos, lo primero que pensamos fue que les iba a costar más a ellos que a nosotros jugar ese tipo de partido. River estaba acostumbrado a jugar por finales de copas y salir campeón, esta era una final más complicada para ellos en lo emocional. Nosotros teníamos la carga de que era la tercera Promoción y había costado mucho el pasaje. Nos poníamos una autopresión. Pero la carga grande estaba del lado de River y se lo hicimos sentir, sobre todo en el primer partido en Córdoba. Ellos se dieron cuenta que estaban en una situación no habitual. Se les notó mucho el nerviosismo acá.
— ¿Ganarle la Promoción a River fue el mejor logro de tu carrera profesional?
— Fue mejor todo lo que vino después que el ascenso mismo. Era lo que soñábamos y habíamos proyectado con Gastón (Turús), Teté (González), Guille (Farré), Pica (Picante Pereyra)... Fue una emoción muy grande llevar a Belgrano a jugar internacionalmente, a lugares impensados. Ir a entrenar en Curitiba (NdR: derrota en penales en octavos de final de la Sudamericana 2016), reconocer el campo, salir a la cancha fue algo mágico que el club no había vivido. Los utileros estaban hace 30 años y venían del Regional y la liga cordobesa. Siempre había un jugador que se quejaba de los vestuarios chicos y llenos de agua cuando estábamos en la B Nacional, por eso yo en la arenga les decía “muchachos, esto es lo que hay que afrontar, si no queremos cambiarnos más en estos vestuarios, hay que ascender; para estar en la élite antes hay que hacer algo”. Terminamos dos veces segundos, nos ilusionamos con un campeonato y, si hubiera estado la modalidad de clasificar a las copas como hoy, hubiéramos estado en alguna todos los años porque antes se clasificaban los primeros cuatro nomás. Les ganamos a todos los grandes, River y Boca tardaron varios años en ganarnos después del ascenso. Y jugamos de igual a igual con todos: la gente de Belgrano se sentía orgullosa de eso. La gran deuda fue no sostenerlo un poco más en el tiempo. Fue un proceso de 6 años en el que Belgrano creció en lo deportivo e institucional. Hizo una tribuna, agrandó su cancha, tiene un predio y económicamente está plantado porque lo deportivo llevó a eso. Nos sentimos parte de esa construcción.
— ¿Soñás con dirigir a Belgrano algún día?
— Aprendí que en la carrera de futbolista se disfrutan más los sueños grupales que los individuales. Lo individual te llena de alegría y lo compartís con tu familia, pero cuando tenés objetivos grupales, se magnifica todo. Ves la felicidad de muchísima gente. Sí, tengo el sueño de dirigir a Belgrano alguna vez. Hoy quiero ascender con Las Palmas y proyectamos dirigir a Belgrano pero el tiempo dirá. Tenés que ir por objetivos realizables. Si pienso en dirigir al Real Madrid, no está tan fácil. Voy por un sueño alcanzable y, cuando lo consigo, voy más allá. Es una cuestión de sentido común porque si no siempre vas a ser un frustrado. Hay que ver desde qué lugar partís. Hoy somos técnicos de Las Palmas con Darío (también está Teté González) y soñamos con ascender al Federal A. Algún día capaz se abre la puerta de Belgrano y quién te dice, si andás bien, podés aspirar a algo más. El sueño es dirigir a Belgrano, sin dudas, para darle momentos como los que vivimos hace unos años atrás. Con Darío lo único que no podemos hacer es jugar de doble 5 porque somos muy picapiedras los dos, ja.
— ¿Qué simbolizan en tu vida Belgrano y Las Palmas?
— Son todo. Cosas de las que no me puedo despegar. Belgrano es el amor que conocí con el tiempo, me empujó a crecer y me dio la posibilidad de mostrarme en todos lados. Tengo el orgullo de haber sido parte de esa construcción para que sea cada vez más grande. Las Palmas es mi cuna, mi casa, el lugar donde nací. Y queremos repetir esa historia que hicimos con Belgrano acá, con la construcción del predio y demás. La vida son sueños, si no se pasa sin un sentido. Nuestro sentido es estar atrás de los amores dentro del fútbol. En Las Palmas nos unimos un grupo de amigos que con rastrillos, palas y carretillas pasamos 5 horas sacando piedritas de una cancha para que el día de mañana le quede algo al club. Después, choripán y a casa. Antes el predio era un descampado, un yuyal; hoy tiene forma de cinco canchas, una sembrada con césped. Todo esto te saca del individualismo y egoísmo. Luchamos con los gastos fijos tratando de sobrellevar la pandemia y así seguimos. Si no lo soñás, no lo conseguís.
SEGUIR LEYENDO: