Llegar a Primera, convertirse en jugador profesional, es el anhelo de miles y miles de pibes que recorren clubes para probar suerte. Algunos consiguen ese primer objetivo y otros terminan merendados por sus sueños en medio del camino. Pero una vez que están ahí, los que “llegaron”, deben sobrellevar un segundo objetivo: sortear desafíos cambiantes, que muchas veces terminan por acortar los tiempos de ese paraíso idílico, interrumpido por lesiones o desilusiones que hacen que algunos jugadores tengan que poner punto final a su carrera antes de tiempo. Joaquín “Vasco” Irigoytía, arquero formado en las divisiones inferiores de River, con 40 partidos en la Primera del club de Núñez, también campeón del mundo con el juvenil Sub 20 en Qatar ’95 de la mano de José Pekerman, se despidió del fútbol a los 32 años en óptimas condiciones físicas, pero desgastado mentalmente por el “circo del fútbol”, como dice él.
Esta nota se empezó a producir como cualquier otra en pandemia. Hubo una primera charla por zoom y cuando se intentó retomar la comunicación, de un momento a otro Irigoytía dejó de responder su celular. Demoró en escribir las razones: “Estoy internado en una clínica de Gualeguaychú, contraje coronavirus”, fue lo primero que puso después de dos semanas. “El panorama es complicado por el cuadro de mis enfermedades crónicas como la diabetes, las coronarias y encima ahora la neumonía bilateral que me generó el virus. Pero los médicos de la Clínica Pronto son de primer nivel y yo sé que me van a sacar de esta”. Durante el primer encuentro, en medio de una charla distendida, el “Vasco” puso sobre la mesa sus sentires sobre el fútbol, su profesión de abogado y su época de jugador, sin guardarse nada. Aunque faltaba darle un cierre a la nota y había que esperar que el campeón juvenil con Argentina se recuperara. ¿Qué dijo en aquel primer encuentro?
“Cuando me fui del fútbol profesional había una trilogía: dirigente, representante y en algunos casos técnicos condicionados. Es decir: técnicos representados por representantes que a su vez tenían jugadores en connivencia con determinados dirigentes que en determinados casos coincidían con presidentes. Lo vi en vivo y en directo y realmente no me gustó y me pregunté si quería seguir formando parte de ese negocio o si quería irme con lo lindo que me había tocado vivir en el fútbol. Sinceramente podría haber jugado ocho años más, físicamente estaba muy bien. -- dijo Irigoytia a Infobae.
Irigoytía perfilaba como promesa del fútbol argentino en los ’90, muchos lo llegaron a comparar con Amadeo Carrizo y con el Pato Fillol. Hoy, padre de tres hijas (dos de ellas mellizas), es abogado especializado en medioambiente y tiene un negocio inmobiliario con sus padres. En su oficina lucen algunos recuerdos de su época de jugador, pero no son más que eso: recuerdos. Vive en Pueblo Belgrano, un lugar ubicado a 2 km de Gualeguaychú, Entre Ríos. A esta localidad entrerriana de no más de 4 mil habitantes, cada verano llegan muchos turistas que buscan lugar para alojarse en vísperas de carnaval o tan solo para escaparse del humo y el hollín de la ciudad y conseguir refugiarse en un ámbito más natural. El ex arquero de River no se arrepiente de haberse mudado a esa ciudad para arrancar su otra vida ni de su decisión de haber estudiado Derecho. “Cuando empecé a estudiar fue fundamental mi esposa. Ella me convenció de que podía estudiar, porque yo creía que servía solo para jugar al fútbol y nada más”, confiesa.
-¿Por qué Derecho?
-Se me ocurrió la abogacía porque mi padre es abogado. Cuando me retiré de la actividad deportiva había ganado bien, pero no era millonario. No tenía veinte departamentos. En el fútbol argentino, al menos en el momento en que yo jugué, se podían arreglar buenos contratos, pero si no estabas en River, Boca o algún que otro grande no se ganaba fortuna. Por eso creí que la mejor manera de administrar lo que había ganado era conocer un poco de todo y el Derecho te permite tener un conocimiento general. Te da herramientas. Cuando sos jugador de fútbol profesional y más si estás en alto nivel, se agudiza mucho el tema de la burbuja. Por lo general el jugador de fútbol no entiende nada de cómo funciona la vida. A mí me pasaba de decir: cómo será ir al banco a hacer tal trámite”.
-¿Cómo viviste los momentos finales de tu carrera?
-Cuando dejé el fútbol por primera vez estaba sin ganas. Había estado en Almagro, cuando estuvo en Primera, pero me la pasé lesionado y no pude jugar casi ningún partido. Eso fue un detonante y dejé. Estuve bastante tiempo parado, hasta que me llamaron de Aldosivi. Le había dicho a mi esposa que no atendiera el teléfono si me llamaban de algún club. Pero ella atendió igual y me dijo: está bueno y por ahí te sirve para sacarte las ganas y despedirte bien del fútbol. Acepté y la verdad que en un principio me causó buena impresión todo, pero después empezaron los problemas. Había firmado contrato por un año para poder retomar mi carrera universitaria. Pero cuando terminé el año, había andado tan bien que me quisieron renovar y ahí vinieron las complicaciones. Tuve que cambiar mis planes y el último torneo terminé sin jugar, entrenando con un preparador físico y un kinesiólogo. O sea, ese año lo perdí y tuve que retomar mi carrera al año siguiente. Ni siquiera me pude despedir bien del fútbol.
-¿No era compatible hacer las dos cosas juntas: estudiar y jugar al fútbol?
-Cuando estudiaba en la universidad con algunos técnicos de Primera tuve problemas. Les molesta que estudies. Me pasó en Almagro, y en Lanús nunca me lo dijeron, pero creo que molestó. Ven como que no estás comprometido con el proyecto del fútbol y tenes la cabeza en otro lado. A mí me hacía muy bien estudiar, porque salía de un mundo y me iba a otro por un rato. Pero la mentalidad de los técnicos de ese momento era un poco limitada. Es muy triste ver que en lugar de estimular a un jugador para que se supere como persona y desde lo intelectual, lo condicionen. Eso también fue algo que me empujó a salirme del fútbol.
-En algunas entrevistas has dicho que el fútbol tiene cosas preciosas ¿Cuáles son?
-Las cosas preciosas son todas aquellas que tienen que ver cuando sos joven. De pibe soñas con entrar a una cancha y que toda la gente vaya a ver el partido que vas a jugar. Me acuerdo que una vez estábamos en Bolivia con el Sub 20, previo a jugar el primer partido del sudamericano y el Gallego Mendez me dijo: “Vas a sentir placer de tener una atajada, de salvar a tu país y lo vas a disfrutar. Te van a aplaudir y todos van a estar orgulloso de vos”. Eso me puso la piel de gallina. Esas palabras me hicieron pensar y disfruté un montón de jugar en esa Selección. Todos los sueños que tuve de pibe, todo lo que quise sentir, lo viví ahí.
-¿Te acordás cómo llegaste a River?
-A River llegué recomendado por el más grande de todos: Don Amadeo Carrizo. Me acuerdo que llegué a la prueba con mi papá y había como 10 mil chicos. En ese momento me quise ir. El entrenador era Martín Pando, entrenador que adoro, y lo acompañaban Cesar Laraignée y Delém. Martín me probó porque Amadeo le dijo: míralo que este es mi pollo. El gran Amadeo se sentó en el banco a mirarme. Para mí conocerlo fue lo más grande que me pasó. Su humildad siempre fue inmensa.
-¿Y por qué te fuiste en su momento?
-Me fui de River para sumar minutos en el fútbol español, y luego regresar mejor para pelearle el arco a dos excelentes arqueros como eran (Germán) Burgos y (Roberto) Bonano. Los directivos de ese momento no me perdonaron mi deseo de sumar esos minutos y agregar experiencia a mi juego, y cuando volví de mi préstamo, el que vale recordar tenía una opción verdaderamente impagable, me dijeron que ya no iban a contar más conmigo, y me vendieron el 50% del pase a mí y el otro 50% se lo vendieron a Colón de Santa Fe, un día antes de cerrar el libro de pases, claramente para perjudicarme.
Volver a nacer
La internación de Irigoytía interrumpió los planes de un segundo encuentro y se cortó toda comunicación por unos días. Más que seguir indagando por trayectoria deportiva o actualidad de vida, las preguntas se volcaron hacia su estado de salud. “Estoy mejor por suerte, esto es de a poco”, eran los partes que iba pasando el “Vasco” cuando podía. Alternó momentos de gravedad, hasta que un día alargó la respuesta a “¿Cómo estás?”. “He vuelto a nacer. Soy un afortunado que está superando esta enfermedad”. Después de un mes de internación recibió el alta. Se fue de la clínica y reconoció: “Fue el día más feliz de mi vida. Llegué a mi casa y lloré mucho”.
“Es una enfermedad verdaderamente tremenda, en la que te encontrás totalmente solo y en la que el temor principal pasa porque te entuben y mueras sin poder despedirte de tus seres queridos. Para mí fue fundamental comunicarme con mis familiares y mis amigos, quienes no permitieron dejarme quebrar mental y anímicamente. Gracias a ellos mi mente se mantuvo fuerte y positiva. Como me explicaron los médicos de la clínica, donde me atendieron maravillosamente bien, la ciencia llega hasta cierto punto y luego la diferencia la hace la disciplina y las ganas de vivir del paciente”, confiesa.
Rodeado de sus afectos y con la tranquilidad de haber atravesado lo peor, recordó que había quedado pendiente la pregunta que apuntaba a si solía mirar partidos de fútbol. En medio de la planificación de su rehabilitación, recordó la deuda, tomó su teléfono y escribió un largo mensaje que describía que no era de mirar muchos partidos, pero que en la clínica hubo dos que no se perdió. “Vi la despedida del Kun Agüero del Manchester City. Realmente emociona el reconocimiento de la meca del fútbol a un argentino, con todo lo que ello implica. Y hace también vi el partido en el que River presentó de arquero a Enzo Pérez, pero por lo anómalo de la situación y las particularidades que rodearon lo acontecido, destacando la falta total de sentido común de no permitirle al club incorporar otro arquero. Si bien no tuvo mucho trabajo, es muy destacable lo de Enzo Pérez, fundamentalmente por su valentía de pararse debajo de ese arco, con todo lo que River se jugaba”.
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