Hablar de drogas y adicciones siempre es difícil, y más en un deportista. Pero el piloto y actual director deportivo de la categoría Turismo Nacional (TN), Emiliano Giacoponi, pudo enfrentar esa situación y salir adelante para poder ayudar a los demás. Estuvo a punto de perderlo todo y hasta analizó quitarse la vida. Aunque el llamado de su amigo, Claudio “Turco” García fue una luz en un camino en el que ya transitó los obstáculos más complicados. El santafesino se abrió con Infobae para contar su historia.
Giacoponi tiene 37 años y nació en la localidad de Caramelo, cerca de Villa Amelia, Santa Fe, una provincia donde se respira automovilismo, llena de categorías zonales y con autódromos nacionales como Rafaela, San Jorge y Rosario. De chico se crió en Santiago del Estero, sin embargo volvió a su tierra porque quiso estudiar en un colegio técnico y recibirse de mecánico.
“Siempre me gustó el automovilismo y por eso quise saber de mecánica. Estudié en el colegio San José. Con un profesor que me dio una mano armamos el karting y después me dijo ‘ahora falta el piloto’. Lo probamos en el patio del colegio un día que hubo clases. Resulta que todos los compañeros se asomaron a la ventana y los profesores nos querían matar”, recuerda.
Esa anécdota fue el puntapié inicial y con 13 años, gracias al apoyo de su familia, compró un karting que él mismo preparó en el garage de su casa. Empezó a correr, ganar carreras y después llegó a competir en la Fórmula Renault (FR). Por medio de una peña conoció a José Luis Ricciardi, que por el año 2000 corrió en TC y lo invitó para sea su acompañante. Lo hizo hasta 2004 y mientras tanto siguió en la FR, pero por falta de resultados se bajó.
Volvió a competir en 2006 en los zonales santafesinos y fue campeón en 2007. En 2008 por medio de una apuesta llegó al TN. Gustavo Cano, que es dueño de equipo, le planteó que si ganaba una carrera de invitados en el TC 4000 Santafesino, donde participó -entre otros- Guillermo Ortelli, le daba un auto para la Clase 3 de TN. Venció y debutó en la categoría en San Jorge, donde fue décimo con un Ford Focus.
En 2009 empezó en la Clase 2 del TN y ganó un domingo que fue el Día de la Madre. Fue el mejor regalo para su mamá y se afirmó en la especialidad. Fue animador y siguió ganando carreras. Logró vivir del automovilismo varios años, hasta que en 2016 comenzó la pesadilla…
“En mi vida me afectó el ser siempre sobreprotegido y al no conocer muchas cosas me llevó a tener problemas. Pasé de ser un pibe de campo tomando una birra en una pulpería a abrazarme con el Papa (N. de la R: en 2015 una comitiva del TN viajó al Vaticano). Nos abrazamos y me dijo que ‘no cambiara nunca, pero que respetara las edades’, como que no me adelantara. Y también que ‘hiciera lío’, en el buen sentido, porque vio que era divertido”, contó sobre el encuentro con Francisco. Aunque confiesa que “me acuerdo que hacía reír mucho a los demás, pero ese era el cotillón que a mí me animaba. Era el personaje que yo usaba como mecanismo para afrontar los problemas que tenía”.
“Luego anduve mal en lo emocional por una ex pareja. De chico había probado qué era la droga. Pero capaz que tomaba cocaína dos veces al año. Nadie me ofreció. Yo sabía quién tenía y le rompí mucho las bolas a un tipo grande y empecé a los 15 años y me enfermé a los 32. La droga es tranquila, te espera... El problema es que te anestesia y te calma el sistema nervioso. Pensé en quitarme la vida porque no quería vivir en mi cuerpo. Y ya cuando sos adicto uno no tiene miedo a morir, le tiene miedo a la vida”, asegura.
“La droga es progresiva, crónica y mortal: progresiva porque te va a atrapando de a poco; crónica porque cuando te enfermás es para siempre y mortal porque te mata si no la sabés controlar. Se llega a un momento en que la negación es tan grande que no entendés nada… Desayunaba con cocaína. El peor temor de un adicto es sentirse incapaz. En febrero de 2017 me sentí incapaz. Hasta me llamaron los ingenieros, dueños de equipo y Hugo Paoletti (ex presidente del TN), para correr”, relata.
El panorama se agudizó y describe que “vivía solo y yo estaba en un sillón, depresivo… Pasé tanto tiempo sentado ahí drogándome que quedó marcado. Cada día entendía menos y mi familia me llamaba siempre. Ahí empezaron a indagar con mucho amor y paciencia. Un adicto en actividad es un calvario, para su familia y para él mismo. Pero con mucho amor me fueron encauzando y una vez me llevaron a una Iglesia y el cura me dio una bendición y me dijo ‘vos te vas a recuperar’. Le dije ‘¿De qué?’ Recién había vuelto del baño donde me había drogado. Dentro de una Iglesia… La cocaína es seductora como el diablo”
Aunque deja una aclaración: “Todo el mundo se piensa que el adicto se droga para divertirse y el adicto se droga para tapar emociones”.
Hasta que llegó un mensaje del Turco García. “Lo conocía de la noche, de algún boliche. Me puso ‘te paso a buscar. Mirá cómo estoy yo ahora. Pasaron como diez años de lo mío. ¿Vos te querés seguir drogando? ¿Querés que se te cague de risa todo el mundo? ¿Viste cómo está Diego (por Maradona)? Si vos hacés esto, esto, y esto, vas a salir’, me puso”.
El ex futbolista lo acompañó el 5 de febrero de 2018 a una comunidad terapéutica donde él se recuperó, en Río Cuarto, Córdoba. En medio de lágrimas, Giacoponi cuenta cómo fue ese primer contacto: “Cuando llego me atendió el psiquiatra, Juan Pablo Vedia. Hago la entrevista y no le dije nada de la droga. Hasta que me dijo ‘la entrevista se terminó’. Y le dije ‘pará, soy drogadicto’. Fue la primera vez que lo reconocí. El 6 de febrero me interné y lo primero que le pregunté fue por qué las puertas del predio estaban abiertas. Y me respondió ‘para que puedas salir en cualquier momento’. Tuve que dejar todo. Fue un acto de valentía y pude porque pasaron tres años y tres meses que no consumo nada”.
“Al principio tomaba ocho pastillas por día: para calmar el pánico, depresión, hasta principio de suicidio. Arrancaba a las siete de la mañana, desayunábamos como reyes y estábamos una hora para que nos bajara la comida y hacíamos gimnasia todos los días. Nos bañábamos y teníamos una hora de lectura. Al principio no podía leer, pero la lectura es para desoxidar la cabeza. Nos hicieron sacar lo peor de cada uno. Lo mío era la compulsión, obsesión y el egocentrismo: el patrón del adicto”, explica.
“Supuestamente me quedaba por 30 días y al mes ya estaba como encargado de limpieza y vino Vedia a decirme que me tenía que ir. Yo no quería irme y me dijo que ‘si vos te quedás, esta noche comemos un asado’. A los 60 días me dijo “ahora sí te vas’. Pero quise quedarme. Ahí me di cuenta de que me estaba recuperando”, admite.
Se vuelve a emocionar cuando cuenta que “me acordaba que mi papá tuvo que trabajar para que yo hiciera el tratamiento. Mi familia era de campo y se pensaban que porque era drogadicto andaba con ametralladoras… Pero lo más importante fue darme cuenta del amor de ellos. No pusieron reparos. Mis dos cuñados no dijeron nada y nunca me impidieron ver a mis sobrinos”.
Fue al tercer mes en el que el sintió que “el cuerpo se empezó a limpiar de la droga. Y un día Vedia vino y me dijo me dijo ‘andá, llevate mi camioneta y calibrame el aire de las gomas’. Fui y cuando volví le dije ‘no estoy listo para salir’. Entonces respondió ‘acá arranca de verdad el tratamiento, porque te diste cuenta que estás vulnerable’. Fue pasando el tiempo, me recuperé y un día me llamó y me dijo ‘estás libre para volar’”.
Por otro lado, destaca las visitas en la comunidad de Marcos Di Palma y, con el alta para poder salir del lugar, lo primero que hizo fue ir a una pista. El 21 de octubre de 2018 el TN corrió en Río Cuarto y lo fueron a buscar Paoletti y Antonio Abiusi, recordado ex piloto, y en ese momento a cargo de la parte técnica de la categoría.
“Aprendí a conocerme a los 34 años y me di cuenta como cualquier persona que pude dejar de drogarme. Pero para eso hay que tener compromiso, confianza y honestidad. Ese fin de semana en el autódromo de Río Cuarto también entendí lo que había perdido: me había alejando de lo que tanto amaba por tres años”, expresa.
“Cuando empezás a ver los colores, escuchar los sonidos, eso es vida. La droga me adormecía. Hoy no me quiero morir, tengo ganas de vivir y de soñar todos los días”, sostiene.
En 2019 recibió el llamado de Leonel Larrauri (sobrino del ex Fórmula 1 Oscar Rubén Larrauri), quien es piloto y dueño de equipo de la Clase 3 de TN. Le ofreció ser el director deportivo. Es el que organiza cómo correr las carreras y por la radio está en pleno contacto con los corredores (como el DT en el fútbol). Este jueves la categoría realiza su quinta fecha en el Autódromo Roberto Mouras de La Plata. Por las últimas restricciones sanitarias, tuvieron que cambiar el calendario y correr entre semana.
Con Emiliano a la cabeza deportiva, esa escudería fue bicampeona en 2019 y 2020 con José Manuel Urcera. “Ellos me hicieron sentir útil, saber que se puede y lo más importante es que yo no les pedí nada. Ellos me hicieron sentir parte de todo. Mantener mis manos y mente ocupada. Me dieron un trabajo y puedo vivir de eso. Es difícil encontrar gente que te contenga y que te entienda porque al adicto se lo prejuzga”, asevera.
Aclara que “me gusta hablar del tema porque en la recuperación hay un programa de servicio que es pasarle el mensaje al pibe que está de atrás. O cuando veo un tipo tirado en el piso borracho sufro porque me siento identificado en mi época antes de internarme. Si hay una persona que lee esta nota y se siente identificada, misión cumplida. Yo igual sigo con el tratamiento porque es algo crónico. Pero hoy puedo elegir y todos los días me rompo el culo para estar bien”.
Su sacrificio para salir adelante y las vueltas de la vida le permitieron encontrarse con un viejo amor: Evelina. “Cuando era chico y estaba en Santiago del Estero jugábamos a ser novios. Nos volvimos ver en 2012 en una carrera en Termas de Río Hondo, comenzamos a salir, pero después tuve mi bardo. Ya recuperado, para festejar mis dos años limpios (sin consumir), el 7 de febrero de 2020 fui a festejar a la comunidad, en Río Cuarto. Me fui y la pasé a visitar por Santiago. Nos volvimos a juntar, nos agarró la pandemia y acá estamos. Nuestra relación es una causalidad”.
Sobre cómo sigue hoy su tratamiento concluye que “debo cumplir tres objetivos: honestidad, compromiso y confianza. Salgo a correr diez kilómetros y me cuido en las comidas. Mi pareja me acompaña mucho y el trabajo es clave porque amo el automovilismo. Igual la vida de un adicto en recuperación es un contrato que se firma a diario y todos los días hay cosas para aprender”.
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