Cuando Javier Pacheco, alias el Rengo, cayó la semana pasada en una mansión de Parque Leloir, la Policía además de haber atrapado a un jefe narco de la zona noroeste del Conurbano tenía entre manos a un hombre con relaciones. Los pocos vecinos que se acercaron durante el procedimiento y se animaron a contar cosas, decían que la casa del Rengo era frecuentada por gente de aspecto patovica o barrabravas. El propio ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, recogió el guante y afirmó este lunes que era una línea de investigación. Pues bien, el dato no era errado: el Rengo, que estuvo prófugo durante una década, no sólo tenía un palco en la Bombonera desde donde veía a Boca mientras eludía a la Justicia, sino que la casa donde moraba y cuyo valor de mercado es de 650.000 dólares tiene los servicios a nombre de una persona llamada Roberto Ercole Pinazzi. Que a muchos puede no decirle nada, pero en el mundo barra ese apellido es de temer: se trata nada más ni nada menos que del padre A. P., “el Pollo”, el eslabón perdido entre el narcotráfico, la violencia barrabrava, los secuestros extorsivos, los trabajos non sanctos para sindicatos, una asociación ilícta y tres bandas temibles que asolaron Buenos Aires: la de la Garza Sosa, Los Gardelitos de San Martín y la famosa La Chocolatada, que sembró el terror en Villa Lugano. Sí, todo un cóctel explosivo reunido en una sola persona.
El Pollo saltó a la notoriedad en noviembre de 2012 cuando integraba otra barra, la de San Lorenzo. Había salido hacía poco de una excursión entre rejas y se integró a La Banda del Mástil, la facción de jóvenes barrabravas del Ciclón que quería disputarle el poder a la histórica Butteler, tal como quedó registrado en la versión taquigráfica de una reunión de Comisión de Legislación Penal y Deportes del Congreso de la Nación de abril de 2019, cuando se intentaba ponerle un coto, infructuosamente, a los barras. Aquella pelea entre los dos grupos de San Lorenzo terminó con un tiroteo feroz en el cruce de las calles Viel y Cobo que dejó un herido de bala y una investigación trunca en la fiscalía de Nueva Pompeya, que nunca pudo dar con el tirador, aunque todos apuntaban a un barra apodado Pollito.
Tras esa derrota, Pinazzi buscó otros refugios. No le faltaban credenciales para sumarse a cualquier paravalancha. Hombre fuerte de Isidro Casanova, había hecho sus primeros pasos en el delito asociándose a La Chocolatada, un grupo bautizado así por su juventud que comandaban Mariano Kissy Gil y Maximiliano Oetinger y que creció al amparo de la Garza Sosa y el Gordo Valor y apadrinados por el legendario delincuente Roberto Beto Alegre, muerto en un enfrentamiento con la Policía en 2003 y quien les enseñó el arte de robar bancos a punto tal que en los archivos policiales se cuenta el asalto de 30 sucursales por parte de miembros de La Chocolatada. Con Kissy Gil y Mey Oetinger el Pollo armó un trío de temer que incluyó todo tipo de acciones, entre ellas una causa por secuestro extorsivo contra Oetinger y donde el Pollo, Rafael Di Zeo, Mauro Martín y el resto de la cúpula de La Doce irán a juicio en septiembre acusados por encubrimiento. Además, el Pollo se metió en otro submundo gracias a una alianza táctica con la banda Los Gardelitos, de San Martín, comandada por la familia Soria, dedicada al narcotráfico y también integrante de La Doce. Allí conoció a Javier Pacheco, otrora hombre de Los Soria, de Miguel Mameluco Villalba y de Jorge Lemos, todos jefes de actividades al menudeo y de la noche en el corredor San Martín-San Miguel-Moreno y se estableció una amistad por fuera de todos los negocios.
La chapa conseguida en la calle le permitió a Pinazzi también entrar en distintos negocios con municipalidades y sindicatos. De hecho aparece en los registros públicos como empleado del sindicato de petroleros sin que sus conocidos le conozcan pasión alguna por los combustibles fósiles. Pero como tantas otras veces, los músculos barrabravas son anotados formalmente en sindicatos para llevar adelante tareas no formales. También supo tener empresas del rubro de la noche, un salón llamado El Palacio de la Diversión y una causa judicial por violencia de género contra su ex pareja que terminó en una persecución policial y tiroteo por las calles de Morón hasta que fue detenido. Manejaba un Chevrolet Camaro blanco, un auto de altísima gama valuado en más de 10 millones de pesos.
Con derecho de admisión para ingresar a los estadios desde 2017, Pinazzi era la contraseña para ingresar a la casa de Parque Leloir donde se escondía a todo lujo el Rengo Pacheco, como informó Infobae en este lunes. Pero según los vecinos, esa contraseña servía además para tertulias barrabravas que se desarrollaban los martes por la noche, mesa de póker de por medio, mucho dinero en juego, alcohol y otras menudencias. La caída del Rengo no sólo muestra cómo una persona con dinero proveniente del narcotráfico puede eludir a la Justicia diez años viviendo a todo lujo y hasta yendo a la Bombonera, sino también deja al descubierto una vez más la naturaleza delictiva de los barras, lejos del amor por la camiseta y cerca, muy cerca, del mundo del delito.
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