Los reglamentos generales fueron hechos por los legisladores antes de la aparición del COVID-19. Y las regulaciones de disputas de torneos debieron formalizarse con velocidad para poner en marcha los torneos hace apenas medio año. Es decir, se realizaron con la mejor buena voluntad tomando criterios internacionales y aplicándolos sobre modelos probados.
En nuestro caso se puso en marcha un modelo muy interesante que consiste en los play off para ocho equipos, modernizando las viejas competencias de suma de puntos para la consagración de un campeón.
Bajo este módulo de los veinticuatro equipos quedaron ocho, hasta la derrota de Estudiantes de La Plata y Talleres de Córdoba. Pero hay que distinguir que si bien en el segmento de la clasificación la mayoría de los conjuntos debieron padecer ausencias de sus jugadores afectados por el COVID-19, quedó aceptado como una razonabilidad unánime que se jugaba de cualquier manera para que el campeonato tuviera continuidad.
Al llegar a los play off, aquella igualdad competitiva se ha quebrado, pues quien perdiese partidos en la etapa inicial del torneo de la Liga seguía jugando, sumando puntos y todos bajo igualdad de condiciones para lograr la clasificación.
Tanto es así que los ocho protagonistas de este segmento definitorio han tenido casos de COVID-19 en sus instituciones, debiendo reemplazar a los actores afectados. Debemos entender entonces que en un torneo sin descensos y sin clasificación para copas, jugar con el riesgo del contagio permitía competir.
Llegamos ahora a una etapa diferente, a otro modo de disputa, a una instancia definitiva por cuanto quienes pierdan quedarán eliminados (por ejemplo, Estudiantes de La Plata). Tanto es así que el árbitro designado para dirigir el superclásico, Facundo Tello, ha actuado hace dos semanas en el encuentro entre Lanús y Boca Juniors. Y el reglamento natural se lo hubiese impedido toda vez que un juez no puede dirigir a un mismo equipo hasta después de haber transcurrido dos partidos sucesivos. Cuando preguntamos cuál era la razón por la cual Tello fue designado en contra del cumplimiento del reglamento la respuesta fue: “Es que se trata de otro campeonato”.
En cumplimiento de tal premisa lógica debiéramos concluir: si se trata de otro torneo para designar al árbitro entonces también se trata de otro torneo para juzgar los hechos que rompen con la competitividad en igualdad de condiciones.
No es factible admitir que un plantel que padece el contagio de la mitad de sus integrantes sea obligado a presentarse a jugar por cuanto se vulnera el principio fundamental del fútbol como deporte antes que el fútbol como negocio. El fútbol seguirá siendo el mejor juego del mundo si no resigna el principio deportivo en el que confían sus multitudes.
River debería ser eximido de presentarse a jugar por la simple razón que no está en condiciones de salud y tampoco anímicas para poder hacerlo. Y, dada la dinámica con que el COVID-19 fue mutando decisiones de Estados poderosos, de gobiernos preocupados y de funcionarios responsables, también el reglamento de la definición de un campeonato ameritaría cuanto menos la especial consideración de la contingencia a resolver.
Es River, pero podría ser cualquiera de los demás, pues no se está sosteniendo la razón de una cuestión en litigio, sino la base sustancial de la ética en el deporte.
Donde dice River podría decir cualquiera de las demás instituciones frente a la misma circunstancia. Y específicamente en el caso que nos ocupa, los jugadores que se presentaren a competir seguirán constituyendo un peligro de contagio para sus adversarios, toda vez que es más lo que no se sabe sobre este virus, que aquello que creemos saber.
Difícilmente un club de la envergadura de River pida la suspensión del partido por cuanto el reglamento fue aceptado antes de comenzar el campeonato, pero debiéramos eximirlo -como a cualquiera de los otros equipos en la misma circunstancia-, pues de esa manera daremos un gesto de ética y humanidad.
El público quiere ver Boca y River, no Boca contra lo que queda de River.
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