Carlos Navarro Montoya, íntimo: su duelo con Chilavert, la verdad sobre los “Halcones y Palomas” y el recuerdo del Maradona con el que convivió en Boca

El Mono supo transformarse en un símbolo del arco y edificó una carrera de 25 años. El dolor de no haber podido jugar con la selección argentina, el día que eligió al Xeneize por encima de River y el pase al Barcelona de Cruyff que quedó trunco

Guardar
El Mono siempre cerca de
El Mono siempre cerca de un arco. Acaba de inaugurar un complejo escuela donde transmite sus conocimientos a los más chicos. (Maximiliano Luna)

“Tuve la suerte de jugar en los ’80 y los ’90 que en mi opinión fueron las dos mejores generaciones de jugadores que el fútbol argentino tuvo y que pudo mantener. Ahora hay muy buenos valores, pero antes de llegar a los 20 años ya se van, hecho que impacta en que se rompa la ligazón afectiva del hincha con ellos. Nosotros crecimos mirando a nuestros ídolos a la vuelta de la esquina, cada domingo, y eso es una ventaja única. Aquellos, fueron 20 años gloriosos”.

Los conceptos firmes y seguros del Mono Navarro Montoya, que han sido un sello distintivo en su carrera, al igual que las grandes atajadas que lo llevaron al Olimpo de los más destacados y queridos arqueros del fútbol argentino en general y de Boca en particular. Y ese reconocimiento hacia una época irrepetible, que lo tuvo como protagonista central, algo que añoraba desde pibe…

“Viví una infancia muy particular, típica de ser hijo de futbolistas, que son bastante errantes en su destino, muchas veces sin punto fijo. Mi papá jugó en casi todos los países de Sudamérica. Como mi mamá es colombiana, viajó para tenerme en Medellín, donde estaba su familia. Regresamos a Argentina y al poco tiempo nos fuimos a Perú, donde nació mi hermano Edgar, que también llegaría a jugar en primera, aunque falleció siendo muy joven. Más tarde nos instalamos en Brasil y Uruguay, para recalar definitivamente en Argentina en 1972, año en el que vi por primera vez a Boca. Mi viejo nos llevaba siempre a la cancha y me quedó grabado el debut de García Cambón haciéndole cuatro goles a Fillol en el Superclásico del ’74. Miraba el partido y le prestaba atención a los arqueros, porque desde chiquito que yo quise ese puesto y el que más me cautivó fue Gatti, el espejo donde siempre me miré”.

Ese Loco único, que seguro vio la luna rodar por Callao y la atajó, tenía un estilo tan personal e irrepetible, que seducía por igual a propios y extraños. Y ese pibe que lo observaba con devoción desde las tribunas de la Bombonera, ni imaginaba lo que viviría tiempo después en ese mismo estadio. Pero los sueños de aquel chico tomaron otros rumbos en los inicios

“Pasé la prueba y quedé en Estudiantes, pero se me hacía imposible ir o instalarme en La Plata, porque soy del barrio de Flores. Por cercanía, fui a Vélez y enseguida me ficharon, dándole cabida a mis ganas de meterme en el fútbol, por eso siempre señalo que sin Vélez yo no hubiera existido, porque tuve la fortuna de caer en un club ejemplar. Cuando tenía 16 años, el entrenador de primera era el Toto Lorenzo y me llevó a entrenar con ellos para que aprendiera y me dijo: ‘Usted va a ser el mejor arquero del mundo’. El titular era nada menos que Nery Pumpido, alguien a quien no se lo reconoce como se merece. Un grande del puesto”.

“Ahora a casi todos los
“Ahora a casi todos los guardavallas les piden que sepan con los pies, que sean arqueros – jugadores y creo que el tiempo nos dio la razón a los que militamos en esa línea", reflexiona el ex arquero.

A comienzos de 1984, Pumpido fue transferido a River junto a Norberto Alonso. El técnico de Velez era Alfio Basile, quien no dudó en darle la chance a ese pibe que pedía pista y que ya había llamado la atención en el torneo de juveniles “Proyección 86” que era un suceso en televisión.

“El Coco es un fenómeno, de esos entrenadores que le dan normalidad a las cosas importantes, como el hecho de tener que jugar en Primera. Enseguida me asenté y quedé como titular en un gran plantel donde todavía estaba Carlitos Bianchi, que hizo el gol de la victoria el día de mi debut, que ganamos 1-0 en cancha de Temperley. Al año siguiente hicimos una gran campaña y perdimos la final del Nacional con Argentinos Juniors. Estuve hasta el ’86 que me compró América de Cali y me cedió a Independiente Santa Fe, donde viví un año maravilloso, pero la realidad social de Colombia era muy difícil. Entonces decidí regresar a Argentina, iniciando una disputa con los dueños de mi pase, que en castigo me dejaron sin jugar. Acudí a la FIFA, que me habilitó en forma provisoria, porque no se puede coartar la libertad de trabajo y quedó sentado un precedente”.

En la eliminatoria rumbo a México ’86, Colombia debió disputar un cuadrangular de repechaje y allí fue convocado Navarro Montoya. Actuó en los dos partidos ante Paraguay, donde quedó eliminado y fue un duro antecedente para sus ambiciones futuras de ser el arquero argentino

“Tomé una decisión que hubiera necesitado de más tiempo de maduración. Había un tema afectivo, porque es el país de mi madre, yo había nacido allí y estaba la chance de poder disputar un Mundial. Y eso a la postre me impidió jugar para la selección nacional, pese a todas las gestiones, incluso las de Julio Grondona en FIFA. A partir de aquello se modificó y ahora los futbolistas pueden actuar en dos selecciones, como los casos de Diego Costa (Brasil y España) y Thiago Motta (Brasil e Italia). Me queda el consuelo de haber cambiado una injusticia. Fue la espina de mi carrera”.

Quizá por su confesa admiración hacia Hugo Gatti o por esa sintonía fina del hincha, siempre hubo una corriente de afecto entre los simpatizantes de Boca y el Mono. Se generó una empatía muy especial hasta que los caminos se cruzaron, pero antes hubo una situación que pudo marcar un quiebre

·El Mono" con el buzo
·El Mono" con el buzo de independiente, equipo en donde atajó en 2004 con Pastoriza como entrenador.

“Me reuní con Hugo Santilli que me quería llevar a River, porque estaba por llegar Menotti y necesitaba un arquero de mis características, al punto que después fue el Flaco Comizzo. A los pocos días llegó el llamado de Boca y no lo dudé. Desde el mismo momento que pisé el club, en agosto de 1988, solo recibí muestras de afecto, pese a que no era fácil, porque venía a disputar el puesto con el Loco, en mi opinión el más grande de todos. El destino quiso que en la primera fecha fuese al banco, en el que sería el último partido de Hugo, que ya no venía bien y el Pato Pastoriza tomó la decisión de ponerme al encuentro siguiente, que era nada menos que el Superclásico en el Monumental. Que fue un choque con muchos condimentos extras, porque Menotti estaba en River a un año de haberse ido de Boca y había dos planteles excepcionales. Arranqué con el pie derecho porque ganamos 2-0 con goles de Perazzo y Graciani. Era algo para lo que me venía preparando desde los seis años: ser el arquero de Boca”.

La década del ’80 fue una de las más complejas en la historia del club Xeneize, con graves problemas institucionales y flacos resultados en lo deportivo. Lejano y casi amarillento había quedado ya aquel título de 1981 con la estrella fulgurante de Diego: “Siento que llegué en el momento justo porque allí comenzamos a construir los cimientos donde se asentó el Boca exitoso que vino después, lo pusimos donde debe estar. Creo que la Supercopa ’89 está entre los logros más importantes de la historia, aunque alguno me lo discuta, porque era una utopía poder dar una vuelta olímpica y lo logramos. Por esas cosas es que siempre voy a rescatar a Don Antonio Alegre y decir que fue el presidente más importante en la historia de Boca, porque sin él, nada de lo que se vive hoy sería posible. Lo sacó de las ruinas. En el ’90 nos quedamos con la Recopa y un año más tarde ganamos el torneo local con Oscar Tabárez como entrenador, un verdadero maestro. Hombre de pocas palabras, pero justas. Ese logro también ayudó a que llegáramos curtidos al Apertura 92, donde se cortaron los 11 años sin títulos locales, porque habíamos sido campeones la temporada anterior, aunque perdimos la final con Newell´s. Debimos levantar la Copa Libertadores en el ’91, con un equipo excepcional, de los mejores que integré”.

En los primeros meses de 1993, con el título aún flamante, el mundo Boca no lo pudo disfrutar porque salió a la luz una interna del plantel, que había bautizado a los grupos antagónicos con nombres que llegan hasta nuestro días: Halcones y Palomas: “Tuvo tanta trascendencia por un tema muy simple: una pequeña baja en el rendimiento hizo que se magnificara eso, como ocurre ahora. ¿Qué es lo que había? Dos o tres grupos que tenían más afinidad fuera de la cancha, pero dentro, éramos uno. Lógicamente había opiniones diferentes, pero como sucede en cualquier lugar de trabajo”.

Navarro Montoya en su centro
Navarro Montoya en su centro de entrenamiento. “La idea es que sea tanto a nivel infantil, juvenil, como profesional, tanto para fútbol masculino como femenino".

En los años siguientes, Boca tuvo muy buenos equipos y una oscilante línea de juego, ya que en poco tiempo estuvieron como entrenadores Menotti (1993/94) y Bilardo (1996): “César siempre me había generado empatía por su discurso, que lo ratifiqué al conocerlo. En mi opinión, la historia del fútbol tiene dos Flacos que son un punto de inflexión: Cruyff y Menotti. Marcaron un antes y un después, siendo parte de una evolución, cuyo colofón fue el Barcelona de Guardiola. Con Bilardo, si bien teníamos gustos distintos, pudimos convivir. A mí no me gustaba cómo se manejaba en las relaciones interpersonales y por ello tuvimos varios choques. En un momento tomó la decisión que me fuera de Boca y a las pocas horas, a las 4 de la madrugada, me llamó para decirme que fuera a una reunión porque quería reincorporarme. Bien de él (risas). Soy un convencido de que a Menotti, a Bilardo y al fútbol le hicieron mal los Menottistas y los Bilardistas, porque les endilgaban cosas que no eran, generando un antagonismo que nos atrasó”.

En el medio de ambos entrenadores, Boca atravesó por el estruendo sin par del regreso de Maradona al ámbito local, con aquella postal indeleble del mechón amarillo en la porción final de 1995: “La conmoción que generaba tener a Diego creo que no nos permitió llegar a ser un equipo, al no poder abstraernos de lo que él significaba. Nos faltó parar, serenarnos y ver lo que estábamos haciendo mal, porque era una gran chance de poder salir campeones con grandes individualidades. A Diego lo voy a recordad por siempre con una sonrisa, porque lo conocí en el lugar donde era feliz y libre, que era dentro de una cancha. Lógicamente debía convivir con su adicción que lo condicionaba y le hacía cometer errores, pero contra la que luchó por mucho tiempo. Tenerlo de compañero fue excepcional”.

Eran tiempos de un fútbol argentino con presencia de figuras importantes y no estaban exentas las polémicas, como la que sostuvo con su colega José Luis Chilavert: “Fue más de su lado que del mío, incluso teníamos una muy buen relación, de cruzarnos con los autos y bajarnos a charlar. Lo cierto es que éramos muy diferentes y todo cambió cuando a mi me dieron el premio Olimpia al mejor futbolista de 1994. A partir de ahí, él eligió en forma equivocada, esa manera de conducirse conmigo. Tengo un gran respeto por su figura dentro de la cancha”.

El domingo 17 de noviembre de 1996 fue el punto final. Atrás habían quedado 8 años de una asistencia casi perfecta del Mono en el arco de Boca a lo largo de 400 partidos oficiales, con el récord de 180 en forma consecutiva. Era el tiempo de iniciar la experiencia europea: “Creo que la ida era necesaria y tenía la cuenta pendiente de jugar en Europa, desde que en 1993 me había venido a buscar el Barcelona de Cruyff, pero me habían declarado intransferible. La posibilidad se dio en un equipo muy humilde como Extremadura y lo tomé como un desafío a los 31 años. A pesar de haber peleado el descenso en el tiempo que estuve en España, me quedó la gratificación del reconocimiento de la gente, al ser elegido entre los mejores extranjeros y de mis pares, donde Casillas o Valdés me han mencionado como un referente”.

La despedida del Mono, luego
La despedida del Mono, luego de una carrera ligada en sus mejores años a Boca Juniors.

El regreso tuvo una primera escala en Chile, en Deportes Concepción, para luego estar de vuelta en las canchas argentinas a partir de 2002, con muy bien rendimiento en Chacarita Juniors, donde se reencontró con un viejo y admirado conocido como José Omar Pastoriza: “Me inserté enseguida y disfruté mucho el paso por Chaca. A comienzos de 2004 el Pato asumió en Independiente y me llevó para allá, con el desafío de la Copa Libertadores por delante. Lamentablemente falleció a los pocos meses y un año después me fui a Gimnasia, donde peleamos un torneo con Boca hasta la fecha final. Pasé por Athletico Paranaense, Nueva Chicago y Olimpo, donde me rompí los ligamentos cruzados, paradójicamente en la Bombonera. Me quería retirar jugando y no en un quirófano, por eso hice la recuperación a conciencia con el Negro Mendoza y me despedí en Tacurembó de Uruguay en 2009, exactamente 25 años después del debut”.

Así como él tuvo como espejo al Loco Gatti, varios lo han mencionado como una referencia del puesto. Por eso es interesante saber si en la actualidad observa a alguien con sus características, que en su momento no eran las usuales en la posición: “Ahora a casi todos los guardavallas les piden que sepan con los pies, que sean arqueros – jugadores y creo que el tiempo nos dio la razón a los que militamos en esa línea. El cambio reglamentario nos benefició y nos hizo ser mejores, al punto que en la actualidad se puede pagar hasta 70 millones de Euros por un arquero. En este momento el más completo es Neuer”.

Al colgar los guantes, tuvo un breve paso como entrenador en Chacarita en 2013, año en el que comenzó su tarea como director adjunto y general en las divisiones inferiores de Boca. Ahora es el momento de darle forma al viejo sueño del centro de entrenamiento propio, donde nos recibió con gran cordialidad: “La idea es que sea tanto a nivel infantil, juvenil, como profesional, tanto para fútbol masculino como femenino. Creo mucho en la capacitación y formación, por eso quiero que sea centro de encuentro para entrenadores, psicólogos y preparadores físicos. Además, creo que nos ayuda la ubicación (en la zona de Francisco Beiró y General Paz) para el acceso. Quiero hacer algo bien profesional, apuntado a mejorar a los futbolistas”.

Allí lo dejamos al Mono, ayudando a los obreros en los últimos retoques de su flamante centro deportivo. Los protagonistas a veces cambian en el derrotero de la profesión, pero en Carlos Navarro Montoya, la amabilidad fue un don distintivo desde los inicios. Como esas convicciones que no cambian y que lo pintan en una frase: “Siempre entendí esto como un juego y nunca perdí esa esencia. Después era el tipo más profesional, el que más entrenaba, el que más me cuidaba, pero sin esa vocación y esa pasión, no podría haber jugado 25 años”.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar