Lucas Pusineri tuvo que adaptarse, moldearse, como todos en esta pandemia. La casa se mueve impulsada por una energía distinta, una organización diferente, una esquema de complejidades diverso al que mantuvo siempre. “Aguantame un ratito más que estoy con el Zoom de la escuela de los nenes”, se excusa ante Infobae. Ciro y Roque, de seis y cuatro años, tienen clases virtuales al mismo tiempo que su padre sigue perfeccionándose a la espera de una propuesta que logre seducirlo para pegarse a la línea de cal.
Lucas nació en Recoleta, pero su vida se forjó entre Florida, Olivos y Munro en el seno de una familia que llegó al país con el sueño de un futuro mejor. Su padre decidió abandonar Asunción con 20 años y se radicó en esos primeros cordones del conurbano para laburar en la fábrica de jabón federal y luego al frente de un comercio, al mismo tiempo que su madre repartía su vida entre un empleo en una empresa de fragancias suizas y más tarde en las oficinas de un frigorífico. Pusi forjó su personalidad en el tradicional Colegio Lasalle, que sería clave tanto para su futuro deportivo como en el personal.
“Me junto una vez por semana con mis amigos de toda la vida que son los del Lasalle. Tenemos una relación que nos juntamos desde los 18 años una vez por semana. Y a partir de ahí hay una interacción con las visiones de la vida de todos. Uno va aplicando esas cosas a su forma de vida, de ser y a los planteles donde se desarrolla. Uno maneja gente y tiene que estar preparado”, define sobre cómo ese vínculo con la gente ajena del fútbol le permitió acercar –por ejemplo– la neurociencia a sus planteles aunque él ni siquiera hace terapia tradicional. “Es un modo de vida. Yo no hago terapia, pero sí soy una persona que puede entender a las personas desde otro lugar. Las situaciones de la vida me llevaron a ser una persona que toma decisiones y en la toma de decisiones está muy nucleado el tema del convencimiento. Uno tiene que estar decidido”, aclara.
Lucas es una especie de bicho raro en el mundo del fútbol al fin y al cabo. Ese que besa la estampita de su abuela cuando a su equipo le va bien y el que lleva prácticas alternativas para mejorar la concentración de sus planteles. Es el mismo que se retiró del fútbol a los 17 años antes de terminar en Almagro por un hecho fortuito o el que se volvió de Rusia porque extrañaba a la familia.
“A la distancia, fue una experiencia muy constructiva...”, toma aliento para habla de su breve paso por el Saturn de Rusia en el 2003. “En el día a día fue una experiencia muy difícil de poder sobrellevar. No tenía mi desarrollo personal con mi señora, mis hijos, mi familia. Estuve solo en un lugar con otro alfabeto, otras culturas, diferencia horaria. Estás físicamente en lugares distintos con tus orígenes, pero mentalmente estás muy cerca. No teníamos la posibilidad de estar cerca con una videollamada. Estaba mal, extrañaba mucho a mi país, a mi gente, a mis amigos”, reconoce. La imagen que grafica su trunca estadía fuera del país es contundente: “Cuando entraba a mi casa, antes que prender la luz, iba a prender la computadora para tener ese acercamiento con mis seres queridos”.
“Me fui del hogar familiar a ese desarraigo directamente. Y fue muy notorio. No me pude adaptar bien, se me hizo difícil. Estaba en un país donde la comunicación no fluctuaba, para poder hablar tenías que aprender un alfabeto totalmente distinto, el cirílico... No pude lograrlo. Hoy lo veo como algo muy positivo haber vivido esa experiencia en Rusia”, reconoce y recuerda esos viajes en el mítico metro moscovita: “Es realmente fantástico, son obras de arte. Mucho mármol, bronce. Mucho de la ex Unión Soviética. Son una maravilla”.
Esa fue la única vez que estuvo fuera del país, independientemente de sus experiencias posteriores como entrenador en Colombia en Cúcuta y Deportivo Cali. Hasta ese momento, era en esencia el muchacho que había decidido abandonar el fútbol a los 17 años tras una lesión y que una casualidad lo devolvió de vuelta a su camino: “Llegué a una saturación en mi vida de adolescente con el fútbol y la exigencia escolar. Tomé la decisión de que esto no era para mí. Fui futbolista por destino, no por vocación. No fui el futbolista normal que hizo las inferiores y llegó de a poquito. En casa se priorizaba el estudio y tuve que terminarlos. Después de terminar la secundaria nada me hacía feliz. No encontraba un trabajo que me hiciera feliz, estudié despachante de aduana 1 año pero no tenía un rumbo. Fui a una práctica de fútbol a Ferrocarril Urquiza en la pretemporada del 97 y jugué un partido contra Almagro. Volví a las canchas después de 4 años de abandono. Jugué ese parido, se ve que me fue muy bien y le llamé la atención del Beto Pascutti. Ellos me invitaron para que fuera parte de ese plantel. Yo no sabía qué era el fútbol de Ascenso, para mí el fútbol era de Primera División, no conocía mucho”, revive sobre ese cambio brusco a los 21 años.
“Lo tomé como lo que fue mi carrera: un trabajo, con responsabilidad. Me fui dando cuenta de que esto era algo importante para mi vida. Me fui bancando los insultos, las alegrías, pero siendo equilibrado. Uno es mesurado con que las derrotas no son para meterse en un pozo y las victorias no son para la algarabía. Me fui encontrando con un mundo de exigencias que fui sorteando y dije: ‘Esto es lo mío’”.
Aquella “rebeldía de la adolescencia” que terminó en la “reinserción al fútbol” es una parte del proceso que vivió en este deporte: “La gente solo ve el resultado deportivo que es la finalización de un proceso, pero nadie es parte del proceso, sólo el núcleo de uno. Muchas veces ese proceso fue un sinsabor, como en la época de rebeldía en la que no encontraba un lugar. Soy creyente del destino y muchas veces en la toma de decisiones me dejo llevar porque es parte del proceso de la vida. No soy de acelerar, siempre fui por un camino más largo, no fui por el atajo”.
Lo visible lo tuvo con su inicio en Almagro en ese 1997, el posterior arribo a San Lorenzo en 1999 y una etapa histórica en Independiente que marcó a fuego su vínculo con Avellaneda, que además fue el club que lo rescató de esa traumática experiencia para él en tierras rusas. “A nivel profesional, ese fue un momento de bendición”, revive sobre el mítico cabezazo ante Boca que le dio medio título al Rojo, precisamente el último a nivel local. “Si pones play a esos 90 minutos, hoy lo perdemos. Difícilmente pueda explicar con palabras ese momento. Las posibilidades espirituales me ayudaron a estar en ese momento. Como estuve en Almagro en ese momento importante de mi vida, estuve en ese punto del penal”, dice.
Pusineri revive el ayer, pero también desde su óptica de entrenador del presente: “No conozco otra cosa que tener buenos grupos. Son los que te encaminan y defienden ante las dificultades de la vida. Un grupo bueno de amistades es la que te soporta y te saca de las cosas malas. Un grupo bueno de jugadores es el que te defiende en las batallas cuando las cosas no salen. Tengo que nombrarte al grupo de San Lorenzo que hoy son grandes amigos, como también el lindo grupo de Independiente con muy buenos jugadores. Uno se da cuenta que perteneció a un gran equipo cuando ese equipo se disuelve y los futbolistas van a otros lugares, pero siguen siendo protagonistas. Uno tiene que convivir y hablo de inteligencia emocional para relacionarse entre los futbolistas con las cosas buenas, las malas, los egos. Nosotros nos llevábamos muy bien”.
“Gaby Milito fue superlativo. El ejemplo de lucha que dio y de jugador, de prestancia. Imaginate que se fue al Real Madrid, no pasó la revisación y después integró el Barcelona de Pep Guardiola marcando una etapa en el fútbol. ¡Y uno lo tuvo de compañero! Tenía un sentido de pertenencia con Independiente y eso lo marcó con lo que quiere siempre Independiente, que es el sentido de pertenencia. Fue un jugador nacido en Independiente, querido, con condiciones y que la gente lo adoptó. Fue el abanderado de ese grupo”, define a quien fue el capitán del campeón al mando del Tolo Gallego.
Pusi le puso punto final a la vida adentro del fútbol en el 2011 con la camiseta de Platense, el club de sus amores, y otra vez dio muestras de ese personaje singular que es dentro de un ambiente que repite mucho de sus vicios. “Dejé la profesión y estuve cuatro años dándoles de comer a los caballos que tengo y preparándome para otras cosas. Apenas dejé, me pude equilibrar y la pasé muy bien. Cerré una etapa de mi vida. Estuve cuatro años absolutamente afuera de todo, terminando mi casa, me fui de esa presión, de esa adrenalina. Me desarrollé como papá, que era un costado que no había desarrollado. Uno tiene que estar convencido para saber qué es lo que va a venir después y yo sabía que quería ser entrenador, estuve preparándome para ser DT”, aclara. Y advierte sobre este impasse sin trabajo: “Trato de aprovechar el momento. Acompañar a mis hijos al colegio, llevarlos a alguna actividad, y después sigo mirando fútbol para mejorar una versión mía. Tengo charlas con gente que me puede nutrir”.
— ¿Qué tiene que tener un líder en el fútbol?
— Los grupos tienen que tener cierto liderazgo y ascendencia, y esos son los referentes. Pero no creo en el grupo de futbolistas que uno solo puede salvar al resto. Creo en tres o cuatro que puedan manejar y ser el ejemplo. Una cosa es ser el ejemplo por una cuestión de historia deportiva o porque tengan 30 años, pero el tema es dar el ejemplo. El verdadero referente da el ejemplo. Es muy importante tener dentro del plantel a futbolistas que sean ejemplos con actos y no de la boca para afuera.
— ¿Es jodido el futbolista?
— No es jodido... Vengo de lugares, por ejemplo en Colombia, que siento que se pueden entregar un poquito más. El argentino es temeroso, desconfiado, le pasaron muchas cosas en inferiores, dirigentes que no le han cumplido, hinchas que lo insultaron en la calle, se lo criticó demasiado. Muchos futbolistas en Argentina creo que tienen miedo a entregarse, pero siento que son nobles.
— ¿Y vos desde qué lado lideras a un equipo?
— Creo que soy parte del plantel, del círculo, pero todos tenemos que tener en claro que uno no es amigo del otro. En el profesionalismo las líneas se tienen que marcar. Las historias de los entrenadores las escriben los futbolistas. Me tengo que sentir parte del futbolista y el futbolista ser parte del entrenador, sacando que uno tiene que tomar decisiones y transmitirlas. A veces son simpáticas y otras antipáticas. Un entrenador de fútbol está delante de 27 jugadores que son 27 mundos distintos y uno tiene que pensar que son 27 orígenes diferentes, educaciones distintas. Hay que ir por una línea donde puedas llegar el entendimiento del otro marcando un camino en las conductas grupales. Soy parte de grupo, con roles diferentes, pero parte del grupo. No es lo mismo la conducción de un grupo de futbolistas hoy que uno de hace 30 años atrás. Vos le das herramientas al futbolista. Antes había un liderazgo más autoritario, vertical, donde se dictaba una orden y había que cumplirla. Hoy hay un liderazgo más horizontal, donde el entrenador puede llegar a prestar atención a la psicología, la nutrición, la técnica, la táctica, la oratoria y tiene que tener una preparación distinta para lograr este convencimiento.
El Pusineri DT entiende que la esfera que abarca es mucho más amplia que la de un simple partido y asegura que eso de “se juega como se vive” quedó atrás para convertirse en: “Se juega como se entrena, si te entrenás mal, vas a jugar mal. Hoy jugás en tu casa, con el Instagram, el Facebook, el Twitter. Tenés que ser inteligente: ser y parecer. El futbolista tiene que saber desenvolverse hoy con las redes sociales. Es importante ese manejo. Digo esto porque sos vos el que te defendés en la cancha y en tu carrera deportiva. Tener buena cabeza te ayuda a tener buen rendimiento”.
— ¿Qué porcentaje es mental en el fútbol o en el deporte?
— Creo que son andariveles... Una cosa es querer y otra no poder. Al 99% de las personas que por lo menos le gustaría haber sido futbolista, te van a decir sí, me hubiese gustado y después está el no poder. Los que pudieron, hay andariveles distintos: uno la parte psíquica, otra la física, la competitiva y otra la técnica. Si vos estos cuatro andariveles los tenés bien desarrollados vas a querer y vas a poder ser jugador de fútbol. Los que cumplieron con esas cuatro o cinco cosas son los que llegaron a ser deportistas, los que practican deportes de alto rendimiento. Por ejemplo: vos podés jugar muy bien, pero ser pésimo competidor. Y después está el talento individual, el aura de cada uno de los deportistas, que te puede dar un salto de calidad.
— ¿Cómo evaluás tu gestión en Independiente después de todo lo que pasó?
— Fue muy bueno. Nadie quería agarrar el equipo en ese momento y tuve la posibilidad. Basado en datos reales, se fueron en plena competencia 17 jugadores y yo tuve que construir en base a esa tormenta. No había una credibilidad entre futbolistas y dirigencia y tuve que ser el nexo para construir en base a la tormenta. Hoy Independiente tiene a los Velasco, a los Lucas González, Braian Martínez, Alan Soñora. Se pusieron a jugar e Independiente, te guste o no, hoy tiene un valor. Nosotros no pudimos salir campeones, pero en una semana no logramos los resultados deportivos y eso condiciona el trabajo que se había hecho. El lema es: construimos un equipo que hoy tiene valor en base a la tormenta en la que 17 jugadores dejaron la institución.
— ¿Cómo se vive siendo piloto de tormentas?
— La gran mayoría de los clubes hoy por hoy, sacando a uno o dos, tienen complicaciones. No solo acá, en cualquier parte del mundo. Cuando un entrenador arriba a una institución es generalmente porque tiene que acomodar algunas cosas, sacando raras excepciones. Hay que estar preparado para trasladar una idea y tener receptividad con el grupo de futbolistas.
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