El grupo tenía colgada una importante mochila por la reciente conquista en Qatar 1995. Justamente esa competición le había ensanchado la espalda a un José Néstor Pekerman que llegó a las juveniles de la AFA siendo muy cuestionado. Contaba con buenos pergaminos por su paso como futbolista en Argentinos Juniors, pero no había sido tan reconocido por haber terminado su carrera en Colombia (Independiente Medellín). Tras colgar los botines formó a las divisiones menores del Bicho de La Paternal antes de ser contratado por Colo Colo de Chile en el 92. Julio Humberto Grondona apostó fuerte por él cuando muchos creían que Jorge Griffa o Carlos Timoteo Griguol eran opciones más potables. Incluso el DT resistió a una política interna, miradas con recelo y críticas que se empezaron a disipar luego del primer campeonato mundial.
De aquel elenco del 95 compuesto por Juan Pablo Sorín, Panchito Guerrero, Tomatito Pena, Mariano Juan y el Caño Ibagaza, entre otros, a este nuevo que traía una base del Sub 17 que había obtenido el tercer puesto en el Mundial de Ecuador. Al entrenador le llegaba el momento de revalidar lo hecho en la cita mundialista anterior y antes de una nueva expedición por suelo asiático mostró su chapa en el Sudamericano que se disputó en Chile entre enero y febrero del 97 y consagró a la Argentina de Walter Samuel, Juan Román Riquelme y Pablo Aimar, tres pilares que ya daban sus primeros pasos en la Primera de sus respectivos clubes y fueron elegidos en el equipo ideal del certamen. Hasta allí el único título sudamericano de la Selección en esta categoría había sido en 1967, cuando Argentina y Paraguay igualaron en la final y la Albiceleste bordó su estrella gracias a un sorteo.
“Si Pekerman agarra la Selección, yo vuelvo”, declaró el mismísimo Diego Armando Maradona (en clara señal de guerra contra Daniel Passarella, técnico de la Mayor), embelesado con José como tantos otros fanáticos desde hacía dos años. Justo antes de que la delegación partiera a Malasia, Pekerman respaldó al Kaiser con su habitual bajo perfil y evitando agrandar la polémica que había golpeado su puerta: “Nosotros somos colaboradores, no es momento de hacer hipótesis sobre qué haría ante una eventual vuelta de Diego”.
Una tercera parte de la nómina que viajaría a suelo asiático en busca de la segunda corona consecutiva había sido formada en Argentinos: Diego Placente, Esteban Cambiasso, Diego Markic, Juan Román Riquelme, Pablo Rodríguez y Nicolás Diez. Pekerman conocía a muchos de ellos desde su época como entrenador de juveniles en su club predilecto, aunque no los había dirigido porque conducía a las categorías mayores cuando estos se iniciaban en las menores. Gerardo Salorio, preparador físico que también había pasado por La Paternal, sabía las mañas de estos proyectos de futbolistas altamente dotados en lo técnico pero con poca voluntad para lo físico. El Profe y Eduardo Urtasún fueron mano derecha e izquierda de Pekerman durante todo el ciclo.
“Para nosotros ir al Predio de la AFA era como ir a Disney, realmente nos sentíamos así. En general en las inferiores había mucha precariedad en ese momento. En la Selección tenías utileros que te alistaban la ropa y te la cambiaban 25 veces si era necesario; canchas perfectas; tu habitación... valorábamos mucho eso y cuidábamos ese lugar”, relata Diego Markic, capitán de aquel plantel y una de las jóvenes promesas en las que más confiaba el cuerpo técnico.
EL FAIR PLAY Y LAS CLAVES FUERA DE LA CANCHA
Pekerman consideraba que los jugadores que eran diferentes dentro de la cancha y tenían méritos para vestir la camiseta de la Selección a la vez debían distinguirse afuera. Hubo reglas que los juveniles debieron cumplir a rajatabla para mantenerse en las convocatorias estables: puntualidad y asistencia, respeto durante los partidos (con rivales, árbitros y público), juego limpio (evitar roces y tarjetas) y educación con todo el entorno (exigía el saludo para cancheros, cocineros, mozos y todos los empleados del predio de Ezeiza).
“Más allá de ser bueno o malo en la cancha, había que seguir ciertas reglas y tener valores. José nos hizo entender que había gente que laburaba para que a nosotros no nos faltara nada. Muchos destacarán lo futbolístico, pero para nosotros ésta fue una gran enseñanza que nos dejó. Hoy podés escuchar a Aimar, Romeo, Cufré, Placente y Samuel y todos pensamos parecido. Ese fue el aprendizaje más grande que nos dio y que hoy valoramos porque lo podemos poner en práctica”, reflexiona Markic después de más de dos décadas.
El líder de este proyecto pretendía moldear jugadores y personas. Además, persiguió la premisa de cambiarle el semblante a las juveniles argentinas que habían quedado apuntadas por el escándalo en el Mundial Sub 20 del 91, cuando en la derrota contra la Portugal de Luis Figo en la primera fase abusó del juego brusco y recibió tres expulsiones en medio de un bochornoso final, motivo por el que la FIFA decidió prohibir su participación en el Sudamericano 92 y el Mundial 93.
Varios diamantes en bruto que pintaban para cracks quedaron en el camino por sus constantes ausencias o llegadas tarde. Podía asomar un pichón de Maradona, pero si no se ajustaba a las reglas, en Ezeiza no tenía lugar. El grupo se fue uniendo, fortaleciendo y estabilizando desde el año anterior a la Copa del Mundo a través de los entrenamientos semanales y algunas giras de prueba por el interior. Pekerman quería tachar la doble: ganar el trofeo de campeón y también el del Fair Play. Importaba ganar e importaba el cómo. Una anécdota en el Sudamericano de Chile refleja los valores que reinaban en ese plantel antes del Mundial: Argentina le ganaba al dueño de casa (así se aseguraba el primer puesto en la fase de grupos final) y en el entretiempo el equipo fue despedido por una lluvia de piedras y monedas. No hubo reacción y, en el complemento, su enorme fútbol desplegado fue premiado con aplausos al término del match.
LAS CLAVES FUTBOLÍSTICAS
A Pekerman los enganches se le caían de los bolsillos y, por caso, quedaron excluidos de la lista mundialista César La Paglia y Sixto Peralta, que habían presenciado la Copa Sub 17 en el 95.
Los arqueros fueron Leonardo Franco (Independiente) y Cristian Muñoz (Sarmiento de Junín y Boca); los defensores Leandro Cufré (Gimnasia La Plata), Walter Samuel (Newell’s), Juan José Serrizuela (Lanús), Fabián Cubero (Vélez), Diego Placente (Argentinos Juniors); los mediocampistas Esteban Cambiasso (Argentinos Juniors y Real Madrid B), Diego Markic (Argentinos Juniors), Juan Román Riquelme (Boca), Pablo Rodríguez (Argentinos Juniors), Nicolás Diez (Racing) Lionel Scaloni (Estudiantes de La Plata), Pablo Aimar (River) y Sebastián Romero (Gimnasia La Plata); y los delanteros Diego Quintana (Newell’s), Bernardo Romeo (Estudiantes de La Plata) y Martín Perezlindo (Unión de Santa Fe). Todos eran categorías 77 y 78, solamente Aimar era 79 y el más chico era Cambiasso, del 80.
Franco, recordado por sus bailecitos en los goles de Argentina (una movida marketinera para captar la atención de las cámaras), cubrió los tres palos. Walter Samuel empujaba desde el fondo e invitaba a los mediocampistas a adelantarse en el terreno porque no tenía problemas en defender mano a mano. Por la derecha Serrizuela o Scaloni pasaban como aviones; por izquierda Placente salía jugando con lujos como si fuera un 10. El termómetro en el mediocampo era Markic, por decantación el más ligado a la marca en una zona del campo transitada por Riquelme, Cambiasso y Aimar.
“Tenía fenómenos al lado y a mí se me hacía fácil. Cuando recuperaba, buscaba a Román o al Cai (Aimar). José nos daba tranquilidad y encontró complementos en un equipo que tenía juego en los pies de Román y desequilibrio con el Cai, que gambeteaba en el aire si se nos cerraba mucho un rival. Si no funcionaba una cosa, funcionaba la otra. Y el resto acompañaba también”, recuerda Markic. El delantero era Romeo, de inteligencia suprema y olfato goleador.
LA CONCENTRACIÓN SIN REDES SOCIALES Y EL MUNDIAL
“Era un grupo muy lindo. Estábamos todo el día juntos y medio al pedo, porque en Malasia no teníamos nada para hacer. No había celulares ni computadoras. Para hablar con nuestras familias teníamos que comprar una tarjeta y caminar dos cuadras. Era otra realidad. Estábamos desconectados de lo que pasaba en Argentina y con nuestras familias”, relata Markic, con la cabeza en aquellas reuniones multitudinarias en la que todos encontraban un rinconcito dentro de una misma habitación.
Despertador, desayuno, entrenamiento, almuerzo y descanso. Ese era el itinerario diario. Algunos chicos eran del interior, otros de Capital Federal y varios de la Provincia de Buenos Aires. Todos tenían realidades, formaciones y círculos íntimos diferentes, pero en Malasia se abroquelaron las emociones y ánimos de un plantel que jamás registró un problema fuera de la cancha por la disciplina que inspiraban Pekerman y compañía.
Los seleccionados no tenían la misma exposición que los de ahora pero sí gozaban de cierta notoriedad pública que podía llegar a ser peligrosa. No obstante, jamás despegaron los pies de la tierra y esa fue otra de las claves para saborear el éxito: “La Selección te da reconocimiento. Había entrenamientos en los clubes en los que la gente iba a ver a los chicos del Sub 20. Fue una etapa muy fuerte para nosotros, un cambio muy grande. Yo pasé de pedir por favor entrar a un boliche con mis amigos a que me llamen del mismo lugar para invitarme. Necesitás estar centrado; si no estás maduro, volás”, dice el ex volante que sería vendido de Argentinos al Bari de Italia tras la conquista en Malasia. Todavía guarda en su memoria auditiva los aplausos de varios hinchas de Los Andes que lo reconocieron en un partido por la B Nacional con el Bicho luego de haber ganado el Sudamericano.
Argentina debutó con un 3-0 cómodo ante Hungría (goles de Scaloni, Romeo y Riquelme) y luego doblegó 2-1 a Canadá (Romeo y Riquelme) antes de definir el liderazgo de la zona con Australia. Un empate le permitiría terminar primero en el Grupo E, evitar el traslado de la ciudad de Kangar y fundamentalmente quedar junto a los rivales más débiles del cuadro en la fase final. Sin embargo el oceánico Kostas Salapasidis tuvo su día de gloria y con un póker de tantos (4) le dio la victoria agónica a los suyos. Romeo, Placente y Riquelme -con un penal al minuto 88 que significó el 3-3 parcial- habían anotado para el cuadro de Pekerman.
Así las cosas, la Albiceleste se movió a Johor Bahru para chocar con el líder del Grupo F, Inglaterra: fue 2-1 a favor con tantos de dos de sus mejores figuras, Riquelme -de penal- y Aimar. Brasil, líder del Grupo B, daba miedo: venía de golear 10-0 a Bélgica en octavos en la ciudad de Kuching, donde había disputado sus cuatro compromisos y repetiría allí en el clásico sudamericano. Contra Argentina, pereció: Scaloni y Perezlindo otorgaron un 2-0 inolvidable y el pase a semifinales. En la penúltima instancia apareció un adversario accesible en los papeles que terminó siendo mucho más dificultoso. Bernie Romeo marcó el 1-0 definitivo ante Irlanda.
Uruguay, por peso específico, historia y antecedentes recientes, preocupaba por demás a Pekerman. Los charrúas le habían ganado a Argentina en la primera ronda del Sudamericano y estuvieron cerca de repetir en la fase final (Walter Samuel rescató el 1-1 sobre la hora). En los amistosos previos la Celeste dirigida por Víctor Púa también había mantenido su invicto contra su par rioplatense. Pekerman dio una charla para tranquilizar a sus dirigidos y sorprendió con una frase el día previo a la final en Kuala Lumpur: “¿Qué pasa si mañana no juegan ni Riquelme ni Aimar?”. Al final, José dejó en el banco a Pablito y quitó del once titular al capitán Markic para apostar al roce físico de Cubero en la mitad de cancha. El experimento surtió efecto pese al mal arranque por el tanto de Pablo García de tiro libre y Argentina se coronó con tantos de Cambiaso y Quintanita.
EL GESTO DE RIQUELME EN LA FINAL Y SU QUIEBRE COMO FUTBOLISTA
Markic conocía a Riquelme de las inferiores de Argentinos Juniors. Aunque era una categoría más chico, Román solía quedarse algunas horas con los más grande comiendo algo y jugando al truco junto a su amigo Emanuel Sucha Ruiz. De pocas palabras, el futuro ídolo de Boca compartía la misma línea de colectivo que el rubio mediocampista de Argentinos. El vínculo se fortaleció aún más en la Selección y tuvo su broche de oro luego del final del partido ante Uruguay en Malasia.
Llamativamente Pekerman había sacado del equipo titular a Markic para el duelo decisivo. Por una cuestión táctica, el DT dejaba afuera al número 6 que había sido inicial durante todo el ciclo. Por ende, la capitanía quedó suelta y la cinta se enrolló en el brazo izquierdo de Riquelme. “No me tocó jugar y Román era el subcapitán. En el momento en el que lo llaman para ir a levantar la Copa, él dijo ‘no, yo no voy, que vaya Diego que es el capitán’. En ese momento un chico de 18 años, después de un partido de tal magnitud y con las pulsaciones a mil, lo que menos se puede acordar es de eso. Ahí le propuse que fuéramos los dos juntos. Se dio naturalmente. Me gusta destacar este gesto, uno con los años le va dando más valor a este tipo de cosas”, se sonroja Markic, que compartiría más momentos con el emblemático 10 xeneize.
Al año siguiente serían convocados para el famoso Torneo Esperanzas de Toulon en Francia, donde volvieron a concentrarse juntos. Era una nueva posibilidad para mostrarse ante ojeadores y la TV, por eso todos fueron mentalizados. Riquelme ya había debutado en Boca con Bilardo, pero no tenía mucha continuidad en la época del Bambino Veira como entrenador: “Me dijo que esa tenía que ser nuestra posibilidad de mostrarnos. ‘La tengo que romper’, me insistió. Y lo hizo. Fue el mejor jugador del campeonato por lejos. Obviamente, cuando jugás bien con la Selección y salís campeón todos te miran con otros ojos. Román volvió y los técnicos, la gente y los dirigentes empezaron a verlo diferente”.
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