La historia de Diego Markic con el fútbol se inició en una plaza situada en el barrio de Núñez (Cuba y Ramallo) a la que acudía con su hermano mayor. Eran tiempos en los que no existían las rejas en estos espacios verdes donde rodaban y volaban decenas de pelotas por día y los niños podían manejarse solos. No venía de una familia futbolera: más bien sus condiciones para el deporte la fueron contagiando. De ese parque porteño lo captaron y depositaron en La Lucila, donde dio sus primeros pasos antes de militar en Villa Real de Liniers, sitio en el que terminó el baby fútbol pese a los intentos de Ramón Maddoni por ubicarlo en Club Parque. En paralelo, jugaba en cancha grande en Platense, donde usaba la número 9 y tiraba paredes con David Trezeguet, que llevaba la 10.
— ¿Fue difícil el traspaso de Platense a Argentinos Juniors?
— Durísimo. En Platense no me querían dar el pase y en ese momento Argentinos era como la Selección. Ahí todas las categorías salían campeonas y había facilidad para llegar a Primera. Me tuve que plantar y mi viejo le dijo al presidente que si hacía falta iba a quedarme dos años sin jugar al fútbol, pero que ahí no jugaba más. Llegaron a un acuerdo entre los clubes y Platense se quedó con un porcentaje de mi pase. Después hubo un cambio de dirigencia y Argentinos le dio a Platense a un arquero (Juan Manuel Haddad) para disolver el contrato. Pasó el tiempo y volvieron a Platense dirigentes de aquella época que no habían roto el contrato y le hicieron juicio a Argentinos. Hace poco tuve que declarar por ese juicio del que se tuvo que hacer cargo la actual dirigencia de Argentinos.
— ¿Cómo fue la adaptación a un semillero de tantos cracks como Argentinos?
— Era un club increíble, no tanto por la infraestructura porque entrenábamos en Boyacá y la cancha estaba abandonada, no teníamos ropa ni pelotas, practicaban tres categorías a la misma hora porque no había tiempo ni espacio. Cuando llovía, íbamos a Malvinas, que no tenía cancha de pasto. Mi viejo tenía pinturería y llevaba materiales para la pensión, eran otros tiempos. Hoy los chicos tienen desayuno, pensión... Por eso en una charla por Zoom que di hace poco les dije que valoraran todo eso. En lo futbolístico, Argentinos tenía 3 ó 4 cracks en cada división, y otros que eran muy buenos. A mí Ramón (Maddoni) me tiró de 8 y por izquierda jugaba Luis Paredes, el tío de Leandro (jugador del PSG y la Selección), que era un crack. Después me pasaron de 5. En la 78 estaba Román (Riquelme) de 5, que después se fue acomodando de enganche. Mariano Herrón, el Lobo Ledesma, el Pipa Gancedo y tantos otros jugadorazos que no llegaron a Primera por diferentes cuestiones. Cuando voy al Senior veo jugadores increíbles que no sé cómo no llegaron más lejos. Eso sí, pasan los años y seguimos jugando igual: sin arcos. Llevamos la pelota hasta el arco rival y la traemos de vuelta al nuestro. Entendemos así el fútbol desde chicos y nos divertimos.
— Ir a la Selección con tantos compañeros de Argentinos Juniors te habrá hecho más fácil todo...
— Estaban Placente, Pablo Rodríguez, Nico Diez (de la 77) y Román (78)... A José (Pekerman) no lo había tenido porque estaba con las categorías grandes y después fue manager. Pero tuve al Profe Salorio, que cuando nos agarró en Argentinos nos mandaba a correr por Malvinas y nosotros nos tomábamos el tren para correr menos. Era una categoría muy vaga que salía campeona siempre porque tenía muy buenos jugadores. Le sacamos canas verdes. Nos re puteaba y nosotros a él. Nos reencontramos en la Selección. El Profe te gruñía pero en el fondo te ayudaba mucho más de lo futbolístico y deportivo. Estaba siempre, armaba buenos grupos. José se rodeó muy bien. Con (Eduardo) Urtasún, Hugo Tocalli, el equipo de médicos. Siempre digo que para nosotros ir al predio de AFA era ir a Disney, nos sentíamos así. En todas las inferiores había mucha precariedad y en el predio los utileros te dejaban la ropa lista y te la cambiaban 25 veces si era necesario. Canchas perfectas, tu habitación... Valorábamos y cuidábamos mucho ese lugar. José tuvo un gran impacto porque te hacía seguir ciertas reglas y valores, como saludar desde el cocinero hasta a los mozos; nos hizo entender que era gente que laburaba para que no nos faltara nada. Hoy ves a Aimar, Berni Romeo, Lea Cufré, Placente y Walter Samuel y todos piensan parecido. Esa fue la enseñanza más grande que nos dio y que podemos valorar y poner en práctica hoy. En mi casa tuve la mejor educación, pero ese apoyo externo en una línea parecida me ayudó mucho como persona.
— ¿En qué equipo estuviste cerca de jugar antes de ser vendido al fútbol italiano?
— Se habló de River y Boca pero nunca nada concreto. Lo único serio fue de San Lorenzo cuando volví del Mundial de Malasia 97. Un viernes a la noche en cancha de Ferro nos pegaron un paseo bárbaro, nos ganaron 3 ó 4 a 1 (NdeR: fue 5-1). Pipo Gorosito, en la mitad del partido, me dijo “¿te vas a venir o no?”. Yo me reía porque nos estaban bailando. Después no se dio. En mi cabeza tenía jugar fuera de Argentina, estaba cómodo en Argentinos y quería ir a Italia, España o Inglaterra, los tres países más fuertes de Europa. Aunque en ese momento tampoco era tan fácil porque no estaba globalizado todo. Tuve una muy buena oferta del Olympiacos de Grecia pero mi representante, Marcos Franchi, me recomendó que esperara por otra si creía en mis condiciones. Encima estuve parado 3 ó 4 meses por una inflamación en el tendón de una rodilla. Jorge Bombicino me salvó: en dos semanas me curó. A los seis meses me volvieron a buscar los griegos y dudé mucho. Lo de la Selección estaba un poco más lejano y sentía que en Argentinos me estaba aburguesando. Un domingo a la mañana en cancha de Español jugamos contra Racing y yo sabía que venían dirigentes del Bari. Un partido horrible, yo fui un desastre y me fui a casa pensando que no me iban a comprar ni en pedo. Pero me llamó Marcos para ir a la oficina a cerrar todo. Me venían siguiendo desde el Mundial y el Torneo Esperanzas de Toulón.
Markic fue la compra más cara del Bari italiano en ese entonces. Armó la valija con un par de mudas de ropa, un rudimentario -para los tiempos de hoy- teléfono celular, una laptop con conexión a internet por cable y una pila de sueños, aunque también madurando una idea que concretaría: retirarse joven. De entrenarse con el Bambino Antonio Cassano, estrella del fútbol italiano, a su vuelta al fútbol argentino para vestir las camisetas de Colón de Santa Fe y Quilmes antes de colgar los botines de forma intempestiva.
— ¿Con qué panorama te encontraste en tu primera temporada con el Bari en 1999?
— En Argentina la pretemporada duraba una semana o diez días en los médanos de Mar del Plata. En Italia estuvimos 45 días. Al principio pensé que me moría. Nos fuimos al Norte en medio de una montaña y paramos en un hotel lindo pero viejo. Entrenábamos tres turnos, yo no estaba acostumbrado. A las 7 el desayuno y después un grupo hacía táctico y otro gimnasio. A las 9 terminábamos, comíamos una fruta y una hora después a correr 5, 6 ó 7 kilómetros por la montaña, pasadas de 1.000 ó 1.500 metros. Y eso que allá estaban aggiornados con los entrenamientos. A la tarde, trabajos con pelota, nos bañábamos, comíamos y a las 21 en la habitación no tenía nada que hacer, nadie con quién hablar. Me compré un celular y el primer mes me vinieron 5.000 dólares en la cuenta. Hablaba una hora por teléfono todos los días antes de ir a dormir. Había tele pero no series y yo concentraba con un danés pero todavía no hablaba inglés y el italiano era chino básico para mí. Así estuve 45 días hasta que jugamos la primera fecha en Firenze. Ahí empecé a entender el italiano, el hecho de convivir me hizo agudizar el oído y prestar atención para entender.
— ¿Alguno de los argentinos que ya estaba jugando allá te dio una mano al comienzo?
— Éramos 13 en total. Los otros nombres eran Almeyda, Verón, Sensini, Chamot, el Cholo Simeone... La primera vez viajé con Hernán Crespo, que me dijo algo que me sirvió mucho: “Los primeros 6 meses son bravísimos, vas a pasar momentos muy malos y vas a pensar ‘¿qué hago acá?’, pero después pasa”. Tuvo razón. Yo soy bastante desarraigado, pero fue bravo. Venía de jugar con un grupo de amigos en Argentinos Juniors. Y encima el cambio fue grande porque el técnico jugaba con línea de 3 y marcaba a hombre en toda la cancha. Desde el club me dieron tiempo y me dijeron que me lo tomara con calma porque iba a terminar jugando. Y así fue.
— ¿Qué jugador fue el que más te costó marcar en la Serie A?
— Un día jugamos en el Giuseppe Meazza contra Inter y marqué a Seedorf, que iba, venía, enganchaba para acá, para allá. Me volvió loco. En el entretiempo le dije al técnico “disculpame, pero no puedo” y me pasó de 5. Me tocó marcar a Zidane en la Juventus, que cuando lo presionabas de espaldas jugaba a un toque; cuando no, giraba y te encaraba. ¡Tenía ojos en la espalda! Le tiraban la pelota a un metro, sacaba el piecito y la controlaba. Alessandro Del Piero un día controló mal una pelota sobre un costado y fui apurado a presionarlo... pasé de largo con un caño que me dieron ganas de darle la mano. Fue al lado del banco y no escuché, pero seguramente habrán hecho todos “uhhh”. Otro, Francesco Totti, que un día me fabricó un penal en el torneo que la Roma sale campeón con Batistuta y Samuel.
— ¿Qué se puede contar del Bambino Antonio Cassano?
— Debutó con 16 años a los cuatro meses de mi llegada. Un crack, de los mejores que vi, lástima la cabeza. Estaba loco ya desde entonces. El primer partido que jugó fue contra el Inter, ganamos 2-1 y el segundo gol fue de él sobre la hora. Le tiraron un pelotazo largo, la controló de taco contra Laurent Blanc y definió. Era increíble verlo entrenar, tenía una fuerza en el tronco inferior que me hacía acordar mucho a Maradona. Al tipo le pegaban, le pegaban y no lo podían tirar. Parecía que se caía pero siempre seguía. Venía de una zona humilde y no le importaba nada porque sabía que era la joya que el club tenía para vender. Así lo mimaban. Me acuerdo que el presidente le compró un auto a la familia y lo usaba él sin registro. Un día choco y tuvo un quilombo... Él sabía su posición de poder, entonces se permitía ciertas cosas. Ojo, era un loco bien, medio inconsciente por tener 16 años. Jodía todo el tiempo y le podía contestar cualquier cosa al presidente. Un jugador increíble, lo pudimos disfrutar un año nomás porque se fue rápido.
— ¿En qué momento y por qué decidiste volver a Argentina?
— El Bari era un club chico que siempre estuvo entre la A y la B. El presidente le empezó a dar menos dedicación y el club se vino abajo, se generó mal clima entre la gente y él. Amagaba a venderlo pero nunca aparecía la plata. Yo había hecho un contrato de cuatro años y cuando terminó llegó Marco Tardelli como entrenador, con el que aprendí un montón por la posición. Pidió que me quedara sí o sí y lo hice, pero me tendría que haber ido. Estaba muy cómodo en la ciudad y me faltó el hambre para salir de la zona de confort. Renové pensando en retirarme a los 28, esa idea ya la tenía en la cabeza. Con Matías (Almeyda) siempre jodíamos con retirarnos jóvenes. Ya no tenía tantas ganas de jugar al fútbol y se lo comenté al presidente, que me dijo que me quedara un año a préstamo en Argentina y después volviera.
— Colón, Quilmes y el retiro. ¿Cómo fue tu vuelta al país y el fútbol de acá?
— Me mudé a Santa Fe y el plantel ya había arrancado la pretemporada, fue medio agarrado de los pelos. Mi familia en Buenos Aires, íbamos y veníamos, una locura. Colón tenía un equipazo y dirigía el Coco Basile, con el que aprendí mucho de manejo de grupo. Me identifiqué con el Coco porque él allá extrañaba mucho a los nietos también. Volver al fútbol argentino y el grupo que tenía al Bichi Fuertes, el Chino Garcé, Iván Moreno y Fabianesi me motivó, pero no estaba bien con la cabeza para el fútbol. Me llamó Gustavo Alfaro para jugar la Libertadores con Quilmes y me volví entusiasmado a Buenos Aires. Otro muy buen equipo y grupo, con Alayes, el Chavo Desábato, Aldo Osorio y después Matías Almeyda. Al principio todo bien, pero me empezó a pesar viajar de Zona Norte a Quilmes todos los días. Las concentraciones y los partidos no me eran tan divertidos. Me quedaba un año de contrato más en Bari, pero llamé al presidente y le dije que no jugaba más. La cabeza no daba más. Puede que sea un bicho raro, pero no disfrutaba y preferí ser honesto conmigo y los que tenía al lado.
Tras finalizar los estudios secundarios, Markic se había anotado en periodismo deportivo, carrera que no pudo llevar adelante por sus compromisos con Argentinos Juniors y las juveniles de la Selección. Ya retirado, se inició como analista de fútbol en medios importantes de radio y TV. Ese ámbito lo llevó a realizar el curso de técnico, algo que no tenía decidido hasta ahí. Proyectó ser ayudante de campo de Almeyda y finalmente se lanzó al lado de Rodolfo Arruabarrena, de quien tenía buenas referencias por un amigo en común (Juan Román Riquelme) y con el que hizo migas por ser justamente vecino del Pelado. La primera aventura fue en Tigre y luego dirigirían Nacional de Montevideo y Boca antes de sus excursiones por Medio Oriente (Al-Wasl, Al-Ahli, Sharjah de Emiratos Árabes Unidos, Al-Rayyan de Qatar y Pyramids FC en la actualidad).
Un par de anécdotas con el recordado Morro García en el Bolso, la lealtad de Daniel Osvaldo durante su estadía en el Xeneize, los detalles del Superclásico del gas pimienta por Copa Libertadores y el choque cultural con los países asiáticos y africano.
— Pasaste de ser periodista a entrenador, sin escalas...
— Al Vasco lo llamaron para dirigir en Tigre y no tenía nada armado. Empecé con él el primer semestre y se dio el descenso de River. Ahí Almeyda agarró de entrenador y me habló, pero para mí era muy difícil abandonar el barco en Tigre, que se jugaba el descenso. Entre los tres decidimos que me quedaba con el Vasco y Matías encontró otra solución. Hicimos una tremenda campaña con Tigre, donde yo era más joven que varios jugadores, y nos salvamos. De ahí nos fuimos a Nacional, un club muy grande en una ciudad que se vive el fútbol como una locura, igual a Rosario. Montevideo es hermosa para vivir. Había nombres pesados como Álvaro Recoba, el Loco Abreu, el Cacique Medina, Alejandro Lembo, Iván Alonso y tuvimos que hacer una depuración. No fue fácil porque muchos tenían historia y nosotros recién empezábamos. Nosotros tratamos de decir las cosas de frente, pero el jugador nunca se va a quedar conforme con lo que le decís y de alguna forma después te la pone. No estamos preparados para que nos digan que no nos necesitan, ni en el fútbol ni en cualquier trabajo. Convivir con esos jugadores fue hacer un máster para lo que sería Boca más tarde.
— Tuvieron al Morro García en el plantel de Nacional, ¿cómo se manejaba en el grupo?
— Él debutó muy chico, lo vendieron a Turquía, fue a préstamo a Brasil y estuvo parado 6 meses por doping. Cuando hicimos el recambio, nos lo ofrecieron. Como jugador nos interesaba mucho, pero ahí mismo en Nacional nos decían “ojo con este”. El Vasco lo citó a hablar en la casa y le contó los miedos que había en el club con él. El Morro, un personaje hermoso, un pibe divino, le respondió: “Mirá, Vasco, cuando me fui de acá yo tenía tres teléfonnos; ahora no tengo ni uno. No me llama nadie”. El 24 de agosto se festeja la Noche de la Nostalgia en Uruguay y decidimos darle un permitido al plantel. Pospusimos para la tarde el entrenamiento del día siguiente y les pedimos encarecidamente que se cuidaran, que no se agarraran a piñas, que no manejaran borrachos ni nada raro. Al otro día apareció una foto del Morro durmiendo en el hombro del Mama Arismendi arriba de un colectivo. “¿Qué pasa? Ustedes dijeron que no manejáramos”, nos dijo. Un pibe muy leal. Cuando pasa lo que pasó, uno piensa si pudo haber dado alguna señal, pero la realidad es que muchos chicos son iguales y después no se suicidan. Es un tema muy sensible este. Yo estuve muy cerca de Matías (Almeyda) cuando se retiró. Reemplazar la adrenalina del fútbol no te la da ningún trabajo. La presión del fútbol es insoportable pero después la extrañás. Está bueno dejarse ayudar, antes veíamos a los psicólogos de otra manera. Hoy eso cambió y los jugadores tienen otra contención. Estaría bueno seguir haciendo hincapié en estos temas.
— ¿Te sacaste la espina de no haber jugado en Boca al dirigir con el Vasco?
— Yo de chico era de Boca y me hubiera gustado jugar ahí. Iba todos los domingos a la Bombonera, viajaba a Rosario, a Córdoba. Pero a los 18 ó 19 años hubiera preferido jugar en River por una cuestión de estilo. En ese momento me iba a desarrollar mucho mejor en River. Dar la vuelta en la cancha de Boca con mis hijos pagó todo. En ese momento pensé en que ya me podía morir tranquilo.
— Antes de salir campeón tuvieron que trabajar bastante...
— Boca nos llegó jóvenes porque teníamos tres años dirigiendo nada más. Fue bravo porque llegamos después de Bianchi, que para todos nosotros es Dios, y con el equipo sin salir campeón hacía 4 años. El primer objetivo fue apuntalar al grupo. Teníamos buenos líderes con diferentes características. El Cata Díaz era capitán y no hablaba tanto pero, cuando lo hacía, se lo escuchaba. Fernando Gago, Dani Osvaldo y más tarde Carlitos (Tevez), que fue un salto más. También estaban Pichi Erbes y Pocho Insúa para aportar alegría. En Boca cuando ganás sos el mejor y te saludan todos; cuando perdés sos el peor y no te saluda más nadie. No hay término medio.
— A algunos no les fue tan sencillo convivir con tantos líderes dentro de un mismo grupo. ¿Cómo lo manejaron ustedes?
— Se puede ser líder en muchos casos. No creo que 30 sigan a uno. Se es líder con el ejemplo, con la alegría en malos momentos, al ser escuchado cuando se habla... Todas esas características no las tiene una persona sola. Siempre cuento y rescato una actitud que habla de liderazgo. Con Fernando Gago charlábamos mucho e hice muy buena relación. Después de perder un partido me dice “Diego, decile al Vasco que si quiere nos cague a pedos, pero que arranque por mí, así los chicos no van a decir nada cuando vean que empieza conmigo”. Eso habla de una actitud de líder positivo. Yo le decía que tenía que disfrutar más del fútbol, que se riera, que lo aprovechara. Era tan bueno y parecía siempre enojado. Ya desde ese momento le empezó a picar el bichito de técnico y creo que tendrá una carrera bárbara porque sé la constancia que tiene. Lo mostró con las lesiones que sufrió. A Fernando lo ves de afuera y parece distante, pero cuando lo conocés te das cuenta que nada que ver. Cuando se rompió la primera vez el tendón de Aquiles yo lo llevé a la clínica. Nos volvimos a las 2 ó 3 de la mañana después de jugar con River, imaginate cómo estaba. Nos quedamos tomando una botella de vino y charlando. Estaba recontra mal, pero la fuerza que tuvo para reponerse a esa y tres lesiones más fue total. Tiene una cabeza increíble. Creo que la gente tomó más empatía con él por sus lesiones. Él maduró y se abrió un poco más. Es un pibe bárbaro y creo que será un gran DT.
— ¿A Dani Osvaldo tenían que tenerlo cortito?
— No. Cada entrenador tiene sus manejos. Nosotros hacemos mucho hincapié en la relación con el jugador. A Dani lo tenés que entender. Es un personaje dentro del fútbol. Él capaz iba a un recital después de perder un partido y acá te quieren matar, pero en Europa te dejan hacer tu vida. Y él venía con la cabeza de allá. Obvio que consensuás algunas cosas, lo aconsejás, le decís “esto sí, esto no”. Nunca había jugado en Argentina y tuvo un impacto mediático tremendo que pagó caro. Se encontró con un mundo difícil. Con nosotros tuvo actitudes que no sé si algún otro tuvo: en uno de nuestros últimos partidos, cuando estábamos en la cuerda floja, jugó con un dedo fracturado. Nos bancó siempre. Hasta se peleó con gente por defendernos porque sabía muchas cosas que pasaban. Con sus excentricidades, es un pibe leal, eso es lo más importante. Saber que no te la van a poner de atrás, algo que en el fútbol se da mucho.
— ¿No se enojó por ser suplente en la ida de los octavos de la Libertadores 2015 contra River?
— Lo hablamos y no dijo ni mu, se la bancó. Entendíamos que tenía que jugar Jony Calleri porque iba a desgastar más a Maidana y Funes Mori, que iban mucho al roce y te mataban. Dani había jugado hacía 3 días contra River por el torneo local y no íbamos a poder sacarle jugo. Pensamos que en el segundo tiempo, con más espacios y un equipo más cansado, él podía aprovechar. Además en 5 días jugábamos la vuelta. Se dio así y algunos no lo entendieron. Calleri tuvo un mano a mano con Barovero que salió al lado del palo que, si entraba, todos hubieran dicho “qué bien por dejar a Osvaldo en el banco”. Como siempre, los análisis van de la mano del resultado. A nosotros nos corresponde hacer otra cosa. Dani fue el mejor profesional que conocí en mi vida.
— ¿Hubo diferencias entre su Boca y el River de Gallardo? ¿Cómo fue vivir en primera persona el Superclásico del gas pimienta?
— Los clásicos fueron todos muy parejos y se definieron en los últimos 15 minutos. El que ganamos en la Bombonera con goles de Pavón y Pablo Pérez, el del penal de Lea Marín en cancha de River. La serie estaba abierta y no haber podido jugar el segundo tiempo sabiendo que se habían dado así los partidos nos dejó una espina clavada. Fue un golpe muy fuerte por cómo se dio. Fue raro todo, algo que no había pasado en la vida. Los que estuvimos adentro sabemos lo que sufrimos. Sobreponerse a lo del gas pimienta fue bravísimo. Nos fuimos de la cancha pensando que se iba a jugar sin público en cancha de Racing al día siguiente o en dos o tres días y nos quedamos concentrados. Al otro día entrenando nos enteramos que River había viajado para pedir los puntos y entendimos que estaba echada la suerte. No volaba una mosca en el entrenamiento, imaginate la bronca. Enseguida perdimos 3-0 de local con Aldosivi en la Bombonera y después 2-0 con Vélez en Liniers. Le ganamos 4-0 a Newell’s antes del receso y ese partido fue clave. Angelici nos dio tranquilidad e hicimos una pretemporada espectacular en Estados Unidos. El grupo necesitaba descomprimir y fue increíble cómo se unió allá. Después de comer no se levantaba nadie, el Profe Gustavo Roberti siempre armaba algo para entretener y los jugadores se quedaban 40 minutos o una hora más en la mesa.
— ¿Qué sensación te dejó el paso por Boca?
— Boca es lo más lindo, lo que más disfrutás y lo que más sufrís. Tiene un alto grado de exposición para lo bueno y lo malo. Es desgastante. Lo del gas pimienta quedará en la historia del fútbol pero nosotros lo sufrimos, fuimos víctimas de eso. Es lo que nos tocó y lamentablemente quedamos marcados por un hecho en el que no teníamos nada que ver. Obvio, los jugadores de River también. Todos los que estuvimos en el campo de juego fuimos víctimas. Ganar después el campeonato fue un mimo al alma. Es difícil encontrar motivación desde lo futbolístico después de Boca, sobre todo en Argentina.
— Desde 2016 que se fueron a Emiratos Árabes no volvieron más a Argentina. ¿Ya se adaptaron completamente a aquella cultura?
— Uno llega acá con muchos preconceptos por la cultura musulmana. Es diferente, pero es cuestión de acostumbrarse. No es lo mismo Asia que África, donde estamos ahora. Dubai es muy turística y tiene 80% de extranjeros viviendo. En Arabia son más cerrados y se están empezando a abrir. Acá se da vuelta todo porque se entrena a las 5 ó 6 de la tarde por el calor y, en ramadán, recién a las 10 de la noche. Como tenemos 5 horas de diferencia con Argentina ya se me hizo rutina cenar a las 2 de la mañana, hablar con gente de allá y después dormir a la mañana. Me gusta la noche, me relajo y disfruto el silencio. No es fácil acostumbrarse, te choca al principio, pero después de tantos años abrís la cabeza y te das cuenta que no somos el ombligo del mundo, que existen otras realidades, ni mejores ni peores. Con el Vasco tenemos otras inquietudes más allá de lo futbolístico y que en lo económico es una gran posibilidad. Me preguntan seguido si extraño el fútbol de alta competencia y digo que a los que somos técnicos y tenemos la vocación de mejorar a un jugador, dejarle algo es el máximo logro. Dirigiendo al Real Madrid o a Al-Wasl como nos tocó.
— ¿Entonces no extrañan la adrenalina del fútbol sudamericano, por ejemplo?
— Uno se va poniendo más grande y se da cuenta que la calidad de vida es importante. Yo aprendí a ver distinto al fútbol. En Dubai perdimos una final y cuando terminó el partido no dejé de salir a comer con mis hijos, algo que hubiera sido inaudito para mí en otro momento. Mi humor no era el mismo, pero salí igual con ellos, que estaban de vacaciones. Aprendí a disfrutar de la vida y el trabajo con la responsabilidad justa. La prioridad es el fútbol y somos dedicados, pero no voy a dejar de asistir a mi familia. No creo en los que dicen estar 24 horas pensando en fútbol. Yo muchos partidos los miro para analizar jugadores o un entrenador, pero otros los observo como espectador. No podría analizar a todos por igual con coherencia, en un momento se te bajan las persianas.
— ¿No lo ves al Vasco volviendo a Sudamérica entonces?
— No lo veo. Tuvimos muchas propuestas de allá. Competir en lo económico es imposible porque en Medio Oriente se les cae el petróleo de los bolsillos. Y no lo veo por esto, porque aprendimos a vivir el fútbol de otra manera y Sudamérica está lejos. No cierro las puertas porque nunca se sabe. Se extraña la adrenalina y en algún momento quizás arrancás de vuelta, pero hoy no lo veo. Quizás lo veo más en Europa o Estados Unidos, en donde estaríamos más cerca de esto. El Vasco se hizo un gran nombre acá y tuvimos alguna posibilidad de selección, algo que a mí me llama mucho la atención. Trabajé en el Mundial 2014 con Pekerman en Colombia y fue una experiencia top. Hoy estoy muy cómodo pero en algún momento me gustaría ser técnico, es algo que me moviliza también.
SEGUIR LEYENDO: