“Cuando la leyenda dice una cosa, por más que digan que es mentira, la leyenda es así”, advierte el Chivo y se lanza a contar. Utiliza su propia versión del creer o reventar. Ricardo Pavoni alimenta al mito de una historia mágica. La de Boneco, el perro talismán del Independiente multicampeón de los 70, y la de su dueño Lolo. La leyenda habla de un millonario que donó todo lo material y vivió sus últimos días de vida en la calle. Deambulando por la ciudad se topó con ese inteligente animal callejero que tenía en sus antepasados perrunos algún ovejero alemán en sus filas.
La historia la narraron historiadores, periodistas y protagonistas. Pero también, como todo gran mito, pasó de boca en boca de padres a hijos en las tribunas. Durante varios años, Boneco salió a cada partido junto con el equipo. Su primera vez fue arrastrando al Chivo Pavoni con su correa en un clásico ante Racing de 1974 que terminó con un triunfo 4-1. La ilógica de las creencias místicas lo convirtió en la lógica cábala.
“Nosotros no teníamos idea de quién era. Un día apareció Lolo con Boneco y entraron al vestuario. Les dio unas órdenes y el perro se quedó tranquilo tirado sin molestar. Nosotros nos estábamos cambiando y nos pidió autorización para salir como mascota. En ese tiempo no había ningún impedimento y se podía salir con mascotas. Él salió con su capita con el escudo del club. Nos sacamos la foto y él se quedó sentado ordenadito en el medio. Lógicamente después se hizo una costumbre, le pedíamos nosotros que viniera”, revive ante Infobae Pavoni, quien si bien no recuerda con exactitud cuál fue esa primera vez con Boneco, sí hay un detalle que no olvida: “Como era capitán, iba conmigo y me acuerdo que me llevó arrastrando. Después entendió cómo era y lo llevábamos cortito, lo hacía bárbaro”.
Las versiones sobre la vida callejera de Lolo cuando llegó acompañado por Boneco al estadio de Independiente no difieren demasiado. Todos concuerdan con que era una persona que pedía un mango para subsistir en los semáforos o en las esquinas. Pero sí hay algunos detalles que no están del todo claro sobre su pasado y eso alimenta la leyenda. Según el libro Será Siempre Independiente, de los periodistas José Bellas y Fernando Soriano, Lolo era un brasileño que había sido periodista antes de transformar drásticamente su vida para pasar sus horas en la calle, donde tuvo un encuentro con este perro que era habitual verlo por las calles de un barrio de Palermo más cercano a lo tanguero que todavía no se aventuraba a ser la selfie ideal de turistas e instagramers.
Sin embargo, el Chivo le agrega un condimento clave a la leyenda: “La historia de Lolo es que, aparentemente, era un hombre bastante adinerado con un problema en la pierna. Le recomendaron amputársela y él no quiso, prefirió irse a la calle y donó todo a hospitales, sanatorios o escuelas. Donó todo su capital económico. Y se fue a la calle, donde aparece Boneco. La historia la contaba un amigo de él. Nosotros cuando lo vimos era un tipo normal, pero teníamos poco diálogo. Sí que empezamos a preguntar: ‘El perro sabemos que es de Lolo, pero qué hace, qué no hace’, y ahí mas o menos te contaban. Vos no te ponías a averiguar si era verdad o mentira”.
Claudio Keblaitis, ex dirigente e historiador del Rojo, brinda otras precisiones sobre Boneco y su dueño con una perlita: el animal nació el 6 de abril de 1964 según sus investigaciones. El nombre real de Lolo era Juan Carlos Musladin Alumá y los detalles de la historia comienzan ya con su vida como indigente en la zona de San Isidro y Acasusso. Algunas versiones dicen que el perro llegó a la vida de Lolo cuando ya era grande, pero Keblaitis afirma que lo adoptó de cachorro cuando cruzó a un carrero cerca del río que tenía varios perritos recién nacidos él. Y lo bautizó Boneco, que en portugués significa Muñeco.
El dato más impresionante de la relación entre el perro y el hombre lo narró el propio Lolo en una entrevista con la antigua Revista Goles en 1974: “Hace un tiempo tuve un accidente. Mi pierna izquierda se gangrenó y dos veces estuvieron a punto de cortármela. Yo me negué, y gracias a eso ahora estoy con ella y puedo moverme por mis propios medios. Ocurrió que Boneco diariamente me lamía las heridas y terminó con los gérmenes. Tres años bastaron para la recuperación total y en ese lapso lo eduqué”.
Todavía faltaban algunos meses para que se convirtiera en un amuleto de Independiente cuando el destino los puso a ambos por las inmediaciones de los estudios del viejo Canal 9 por la zona de Palermo. Boneco tenía alma de celebridad por su extrema inteligencia. Los relatos son difusos entre aquellos que dicen que el perro y su dueño llegaron a Independiente por medio de un dirigente y otros que advierten que fue por un programa de televisión. Bellas y Soriano brindaron una teoría posible a la que suscribe Keblaitis: “Cuando Lolo se recuperó, el perro ya era su propio talismán. Se hizo famoso como artista callejero. En la calle Florida, Boneco era una atracción ineludible. Lógicamente, llamó la atención de la televisión. Una tarde invitaron a Lolo y a Boneco a un programa en el que coincidieron con algunos jugadores de Independiente”.
Antes o después de ser la cábala del Rojo, Boneco estaba predestinado a ganarse el cariño del público. El reconocido coleccionista Maximiliano Roldán recuerda que el perro llegó a participar de varias películas de producción nacional, entre las que se destacan “Los Gauchos Judíos” de 1975 que tuvo actuaciones de Pepe Soriano y Víctor Laplace. Pero se agregan más films que tuvieron al perro en un rol estelar: “Adiós Alejandra” (1973) con Amelia Bence y “No hay que aflojarle a la vida” (1975) con Palito Ortega. Sin embargo, el nombre “Bonecu” llegó a los hogares del país en la comedia “Gorosito y señora” que protagonizaron Santiago Bal y Susana Brunetti.
Lo cierto es que el simpático perro era muy hábil y se ganó el corazón de aquellos que lo veían corriendo junto al equipo en el césped y de los propios futbolistas. “Hacía cosas increíbles. A veces cuando teníamos cenas con las familias en la sede, a las que iba mucha gente, le dabas un pañuelo o un palito y le decías ‘Andá a dárselo al Zurdo López’, él lo buscaba mesa por mesa y lo encontraba. Era muy inteligente”, lo recuerda Pavoni.
Mientras la selección argentina todavía no había encontrado la estabilidad que conseguiría de la mano de César Luis Menotti, aquel Independiente era un equipo que representaba al país en distintas partes del mundo acompañado por su buen nivel de juego, sus éxitos y, también, por Boneco. El can salía a la cancha con su capa del Rojo, que poco a poco fue coleccionando insignias de municipios o empresas. Habitualmente, aparecía en los terrenos de juego con algún banderín de Independiente o incluso con la bandera Argentina. Cada visita del equipo fuera de los límites del país, contaba con la presencia del perro. Algunas revistas de la época recuerdan incluso que el animal “mezcla de collie con pastor alemán es el único del mundo que posee pasaporte internacional: N° 655, según declaró su propietario”.
Pavoni confirma esto: “Ya nosotros pedíamos que viniera. Y te digo más: mucha gente no me cree, pero él viajó a Perú en el vuelo de pasajeros, no viajó en la bodega. Aparentemente tenía una especie de autorización. Viajó con nosotros en el asiento. Era parte de nosotros”. Independiente fue campeón de la Libertadores de manera consecutiva entre 1972 y 1975, además coleccionó la Interamericana (1973, 1974 y 1976) y la Intercontinental del 73, más allá de otros títulos a nivel local. Ese fue el Rojo que marcó una época. Que aglutinaba propios y extraños para verlo jugar. Boneco se ganó sus propios fanáticos.
“Era toda una estrella. Independiente hacía muchas giras por Centroamérica fundamentalmente y lo llevaban. Fue miembro del Automóvil Club, de varias entidades de bomberos, la Policía bonaerense puso su parche. Hasta tuvo una licencia especial para que lo llevaran del gobierno de Venezuela de ese entonces. Independiente había jugado una Interamericana y le hicieron unas credenciales para que pudiese estar en su carácter de mascota”, agrega Keblaitis.
Boneco ya era una pieza más de Independiente. Entraba con el equipo y se quedaba al costado del campo de juego durante todo el partido. Hasta que un día Lolo y el perro desaparecieron del vestuario del Rojo. El plantel intentó averiguar qué había ocurrido y al tiempo conocieron la parte final de esta leyenda: “Era una parte nuestra, cuando entraba al vestuario lo acariciábamos. Era uno más. Nos enteramos de casualidad que murió por intermedio de un amigo de ellos que a veces venía al vestuario...”, dice Pavoni. “Nos enteramos que había fallecido él y el perro también. Nos causó un golpe duro. Supimos que lo acompañó a Lolo hasta el último momento”, agrega sobre un hecho que se cree que ocurrió durante los primeros años de la década del 80. Pepé Santoro, en el libro de Soriano y Bellas, incluso da más datos que son conmovedores: “El perro se quedó sobre la tumba de su dueño hasta que a él también se lo llevó la muerte. Eso fue muy impresionante para nosotros”.
Aquel hincha de Independiente que alguna vez pisó la cancha del Diablo Rojo durante esos años no olvidó a Boneco. La historia pasó de padres a hijos; de abuelos a nietos. El perro inteligente, cábala, que fue un integrante más del Independiente más exitoso de la historia, se replicó con sus versiones. Cada relato tuvo sus tonos, sus propios desvíos. Entre el dueño millonario que terminó viviendo en la calle y el perro que apareció misteriosamente para salvarle la herida durante una noche. O de aquel brasileño que deambulaba por las costas de San Isidro y el cachorrito que educó como una celebridad. Cada uno elige su propia aventura. Al fin y al cabo, la leyenda se formó y, como refuerza el capitán Pavoni, será leyenda por siempre. Boneco todavía espera su último reconocimiento: la creación de una estatua que le iban a colocar en el fallido museo que se ideó años atrás por el club de Avellaneda y que todavía espera que algún dirigente desempolve los mitos para convertirlos en obras históricas del arte futbolero.
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