Marcelo Gallardo hoy es uno de los máximos ídolos de River Plate, honor que muy pocas personas pueden ostentar. Brilló con la banda cruzada en el pecho dentro del campo de juego y ahora armó una verdadera revolución con el buzo de director técnico.
Su debut oficial fue el 26 de marzo de 1993, en la victoria por 1 a 0 frente a Olimpia de Paraguay por Copa Libertadores. Con 17 años fue de la partida y formó dupla en ofensiva con Walter Silvani. Luego, el 18 de abril de ese mismo año, Gallardo hizo su estreno oficial en torneos de AFA, al participar en la victoria por 2 a 0 ante Newell ‘s con un doblete de Rubén Da Silva.
Sin embargo, esta historia de amor pudo romperse el mismo día que comenzó, cuando una tarde de noviembre de 1988 decidió acudir a una prueba para convertirse en nuevo jugador del conjunto millonario. Con 12 años se presentó junto a dos amigos y su padre Máximo.
Marcelo, que en sus tres etapas como jugador de la entidad de Núñez levantó 8 trofeos (cuatro Torneo Apertura, dos Torneo Clausura, una Copa Libertadores y una Supercopa Sudamericana), ya había deslumbrado a algunos ojeadores con su talento y su pisada con la camiseta del club de baby fútbol Nahuel (diez años después, el Muñeco elegiría ese nombre para llamar a su primer hijo, quien actualmente se desempeña en Defensa y Justicia), ubicado en Merlo.
Más de dos centenares de chicos se hicieron presentes para formar parte de la pre-novena de River. “Fue una prueba extensa, había más de 200 chicos esa tarde. Él jugaba de ocho, venía del baby fútbol de un club llamado Nahuel, en Merlo”, inició su diálogo con Infobae Gabriel Rodríguez, histórico descubridor de cracks de la cantera millonaria, como Javier Saviola, Andrés D’Alessandro, Erik Lamela, Roberto Pereyra, Germán Pezzella, Manuel Lanzini, Matías Kranevitter, Gonzalo Montiel y Exequiel Palacios.
El sol bajaba y la tarde se consumía. Todos los jóvenes aspirantes tenían su oportunidad, salvo uno, quien sentado en el paredón que da a la calle Lugones aguardaba inquieto. Pasaron las horas, sus dos amigos habían participado y ya se habían cambiado. Incluso su padre se acercó en dos oportunidades para volver a casa, con resignación. Pero Gallardo sintió una corazonada, algo en su interior le marcaba que debía esperar. Y menos mal que lo hizo...
“Era diferente. Lo puse para los titulares porque vi cosas en él, tenía un talento distinto. Pero, como siempre pasa, los titulares no le daban juego”, manifestó Rodríguez. Este hecho hizo que se pudiera ver en todo su esplendor el carácter y actitud de Gallardo, pese a tener sólo 12 años. El joven encaró al experimentado entrenador y le solicitó que lo pasara a los suplentes, para así poder desplegar todo su talento y potencial. “Él se paró y me pidió que lo cambie. Me mostró una gran personalidad. Lo hice esperar afuera como una hora porque había muchos chicos y yo tenía la obligación de darles a todos minutos para que jueguen y se muestren. Casi se va, pero cuando lo miré, lo llamé y le dije ‘entrá’. Jugó 15 minutos y lo hice fichar”, añadió.
Años más tarde, en una entrevista con El Gráfico, el propio Gallardo hizo hincapié en esta acción y cómo fue clave en su carrera: “No soy de mirar para atrás, pero a veces pienso y no sé qué habría pasado si no tenía esa reacción que, sin dudas me marcó. Si me iba con mi viejo antes de ser probado, no sé si volvía a probarme en otro equipo”. “Me dejó la impresión de que estaba delante de un chico grande, con una personalidad poco común para un niño de 12 años”, rememoró Rodríguez.
Antes del inicio de esa práctica, Rodríguez le solicitó al mítico Adolfo Pedernera (integrante de La Máquina) que acudiera a la prueba para ver a los jóvenes. Aunque nunca se hizo presente, el ídolo siguió todo a la distancia y quedó obnubilado por el joven que venía del club Nahuel. “La prueba duró como tres horas, y él, desde un primer piso, observó el entrenamiento. Cuando terminó le quise comentar a quién elegí. Él en un papelito tenía los tres nombres, entre ellos el de Marcelo. Don Adolfo vio la práctica a 100 metros de la cancha, desde una confitería que tenía billares en el primer piso del club, un genio”.
Desde ese día comenzó una carrera ascendente. Al mes hizo su debut oficial, en un torneo en San Rafael, Mendoza. “Lo puse de 9. Salió campeón con la categoría 1976 y además fue el goleador”, comentó Rodríguez. Una de las perlitas del certamen fue su primer tanto, que fue de taco ante Sportivo Pedal.
Tres años más tarde, con sólo 15 años, el maestro Alejandro Sabella lo puso en la cancha para sumar sus primeros minutos con la Reserva. El 14 de diciembre de 1991, a falta de poco menos de un cuarto de hora, ingresó ante Platense.
“Todo el mundo sabe lo que Marcelo significa para mí, es como un hijo. Vivimos muchas cosas juntos, con él y su familia, con su mamá y con su papá, con el cual estamos juntos en los entrenamientos. Máximo era el técnico de Marcelo en Merlo y me trajo un montón de chicos a River. Además, Marcelo jugaba al baby fútbol en Estrella Maldonado de Palermo, donde yo era el técnico, así que pasábamos mucho tiempo juntos entre prácticas y partidos de sábado en baby y domingos en River. Estuve en su casamiento, en su barrio, en su Fundación, donde realizó un gran trabajo con los chicos con grandes carencias de Merlo, un gesto extraordinario”, concluyó Rodríguez, deshaciéndose en elogios para con uno de sus principales discípulos.
Aunque los caminos se separaron por un tiempo, el 6 de junio de 2014 Marcelo Gallardo volvió al club donde todo comenzó, pero ahora para cumplir el rol de entrenador. Con el buzo de DT el Muñeco ideó un ambicioso proyecto que llenó de trofeos las vitrinas de la institución: conquistó tres Copas Argentina, dos Supercopas Argentinas (en la primera se impuso a su clásico rival en Mendoza), dos Copas Libertadores (en ambas eliminó al Xeneize), una Copa Sudamericana (también dejó en el camino a los de La Ribera), tres Recopas Sudamericanas y una Suruga Bank.
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