“Pido disculpas a la familia pero esto fue un accidente. Nunca lo quise matar. Que Dios me castigue con lo peor si esto no fue así” dice Mauro el Muro Martino, el jefe de la barra brava de All Boys, en el banquillo de los acusados por el crimen de Martín el Chino Ojeda, su rival en la interna por el poder de la tribuna, sucedido el 2 de abril de 2018. Estaba haciendo uso de las últimas palabras en la jornada final del juicio. Un rato después el Tribunal Oral 20 usando el divino poder de la Justicia decidió no creerle: en un fallo por mayoría lo condenó a 15 años de prisión por el homicidio aunque dejó fuera del mismo a los otros tres implicados, Sergio Checho Soria, el líder del temible grupo Los Gardelitos de San Martín y sus compadres Darío Pérez (quien fue uno de los protagonistas del último motín en la cárcel de Devoto el año pasado cuando estalló la pandemia del Coronavirus) y Leonardo Snoopy Suñé.
Soria igual no se fue invicto: se llevó tres años en suspenso por amenazas coactivas contra una testigo (“guarda con lo que vas a declarar” fue lo que le dijo) pero teniendo en cuenta que la querella había pedido prisión perpetua y el fiscal Carlos Gamallo 18 años, seguro que pagará feliz los honorarios a sus abogados, Fernando Burlando y Fabián Améndola.
El crimen de Ojeda fue un caso explosivo en el mundo de los barras porque mezclaba no sólo la violencia en el fútbol sino el submundo del narcotráfico y las relaciones carnales con personas infieles de la Policía. La historia había empezado en 2016, cuando el líder histórico, Gastón Marone, íntimo de Pablo Bebote Alvarez, dejó la jefatura cuando vio que la pelea era desigual porque el Muro Martino venía apoyado por una banda pesadísima de San Martín que lideraba Checho Soria. En ese momento, el Chino Ojeda que era el segundo de Marone, estaba preso, por lo cual no pudo heredar el cargo. Así y durante un buen año, el nuevo grupo aterrorizó las calles del barrio e hizo de la confitería de All Boys su bunker para expandirse desde ahí a otros negocios ilegales mucho más fructíferos que los que deja un club del Ascenso. Los socios de la institución no podían creer cómo esa banda había tomado per se las instalaciones ante la mirada pasiva de la Policía, que cada vez que había una denuncia llegaba tarde a descubrir las cosas que guardaba la barra.
Pero el Chino salió de prisión a fines de 2017 y en dos meses caminó el barrio y volvió a juntar a los suyos en el club Iguazú, a seis cuadras del estadio. Martino y los otros tres implicados, viendo lo que ocurría, fueron a liquidar la cuestión y lo que empezó como una pelea terminó en un homicidio, cuando el Muro fue hasta un auto a buscar un arma y le disparó a Ojeda a centímetros de distancia. Después todos se profugaron y fueron cayendo de a poco. El último fue Checho Soria, recién en abril de 2019, cuando la Policía capturó a Leandro Reyes, jefe de la banda “Los Reyes del Norte”, sindicados como los dealers de los barrios privados más exclusivos de esa zona del Conurbano y junto a él estaba Soria.
La relación de este último con el mundo de las drogas viene de antaño, según un informe policial adjuntado a la causa por el crimen de Ojeda. Ahí se determina que el clan los Soria nació en Tucumán de la mano de Chicho, el padre de todos, cuyo apodo era Gardel, porque cantaba tangos a la gorra en el centro mientras sus hijos, por entonces pequeños, robaban a los espectadores (de ahí viene el nombre de Los Gardelitos). Enfrentados con el clan de los hermanos Alé que manejaban los negocios en la provincia norteña, debieron salir de Tucumán y se radicaron en el conflictivo 2001 en el Conurbano, más precisamente en Villa Korea, en el partido de San Martín. Y ahí entendieron que además del robo en modalidad punguista y mechera, había un negocio floreciente para explotar: el narcomenudeo. En dos años y reclutando soldaditos de todos los barrios aledaños compusieron un ejército que los puso como la banda más fuerte del noroeste del GBA. Enfrentaron todo tipo de guerras por el control del territorio y muchas bajas: de hecho cuatro de los miembros de la familia cayeron bajo las balas enemigas. Pero para ganar la guerra se aliaron a otras bandas y a distintas barras, como La Doce, donde Claudio Soria aportaba mano de obra. Y finalmente se quedaron con todo el territorio.
Ante las muertes y el retiro de los más grandes del clan, el que heredó el liderazgo fue Checho, quién según la Policía montó un imperio cuyo centro era el Conurbano pero tenía ramificaciones en la Costa, Entre Ríos, Tucumán y Capital Federal, donde tomaron el club All Boys como base de operaciones. Cuando Ojeda salió de la cárcel y quiso reconquistar la tribuna del Albo para “los pibes del barrio”, su final estaba cantado. Ayer la Justicia determinó que por su crimen, Martino pasará 15 años en prisión. Al resto le ordenó la inmediata libertad. Tras la lectura del fallo, los familiares de Ojeda gritaron “cuánto les pagaron, sinvergüenzas”, mientras que otras voces en el Zoom, ya que la audiencia fue virtual, vivaban a Soria al grito de “Vamos Checho”. El mismo Checho, también haciendo uso de sus últimas palabras, dijo momentos antes del veredicto: “Esto no es Boca o River donde se hace mucha plata, este es un club de barrio al que se va a alentar”. Por Floresta no piensan lo mismo sobre su paso por el paravalancha y sólo esperan que no intente retornar a un lugar donde la vida y la muerte parecen estar jugándose un partido a cada momento.
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