Carlos Babington cuenta su dolor más grande: “No puedo llevar a mi nieto a la cancha de Huracán por temor a pasarla mal”

El Inglés ostenta un récord que tienen muy pocos ex jugadores en el mundo: haber presidido el club del cual es hincha, y donde brilló como futbolista y entrenador. Anécdotas pocos conocidas de un protagonista de varias décadas del fútbol

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Babington pasó de ser ídolo
Babington pasó de ser ídolo de su club a ser cuestionado por su presidencia. Su historia futbolística trasciende al Huracán de sus amores.

Una tarde en el barrio de Caballito y la mesa de un bar para la charla. En la esquina, los chicos corren su alegría de volver a las clases a despecho de este calor estival que no afloja. Como las convicciones de Carlos Babington, hombre con más de 50 años de fútbol. Talentoso futbolista, de reconocida trayectoria como entrenador y con un polémico paso como presidente de Huracán. Dispuesto a la conversación futbolera, se refirió a todos los temas, con la pasión y frontalidad de siempre.

“Cuando sos jugador, después técnico y luego presidente de un club, el desgaste es muy grande. No tengo dudas de que yo sería mucho más reconocido si me hubiese quedado con la imagen del futbolista, pero mi vida transcurrió por ese lado y no me arrepiento de nada. Huracán es una institución que respira fútbol. Yo definiría a mi presidencia como buena por todo lo que hicimos en distintos niveles. Agarramos con el equipo en la B y la sede que se caía a pedazos. Todo eso no vale nada si no se te dan los resultados deportivos. Nunca fui político, pero me metí convencido de que lo podía arreglar y no se dio. Cuando me cruzo con la gente del fútbol, siento un reconocimiento, pero me molesta que quizá pase por Parque Patricios y alguno me grita ladrón. La impotencia es por la injusticia de algo que está distorsionado. Ahora lo que más me duele es no poder llevar a mi nieto a la cancha por temor a pasarla mal”.

La famosa delantera de Huracán
La famosa delantera de Huracán de 1973: Houseman, Brindisi, Avallay, Carlos Babington y Larrosa.

Debutó en Primera División en 1969 con la única camiseta que vistió en nuestro país, la misma por la que alentaba desde las tribunas. Desde el comienzo se distinguió por su calidad y fue partícipe necesario del Huracán del ’73, un globo lleno de fútbol, que se inflaba con toque y goles: “Estamos llegando a los 50 años de aquel equipo y es un tremendo orgullo para nosotros cómo se lo recuerda. En un contexto donde Boca y River siempre estuvieron un par de escalones arriba de todos, que ese cuadro esté ubicado entre los mejores de todos los tiempos, es una satisfacción enorme. Pero hicimos mérito para eso, porque atacábamos en cualquier cancha a partir de lo que nos inculcaba Menotti, que se encontró con un plantel de grandes jugadores. Fue uno de los equipos que más se acercó al gusto del hincha argentino”.

Perteneció a una raza distinguida. La de los números 10 de los ’70, que sembraron de buen juego cada cancha argentina. Una referencia ineludible donde también están Bochini, Alonso, Zanabria, Potente, Poy y más adelante, Maradona. En 1974, Argentina volvía a disputar una Copa del Mundo tras la ausencia en México, pero las expectativas chocaron con la realidad de la improvisación.

“Lo del Mundial ’74 fue una desprolijidad absoluta. Yo había disputado las eliminatorias del ’73 con Sívori como entrenador, pero él se fue al lograr la clasificación y cuando asumió el Polaco Cap, nunca me convocó, es algo que me llamó la atención porque estaba en el mejor momento de mi carrera, al punto que el recordado Antonio Carrizo abría su programa “La vida y el canto”, que era muy escuchado, llorando un minuto todos los días porque no estaba en la Selección (risas). Un día le dije que se lo agradecía, pero era demasiado. Llegué a último momento a Alemania por la lesión de Roque Avallay. Arribé un viernes, cuando faltaban ocho días para el debut contra Polonia y ese mismo día me confirmaron que iba a ser titular. Eso marcó el desastre que se vivió ahí. No se pueden cometer tantos errores juntos en un solo torneo y más si se trata de un Mundial. Y así nos fue, pese a que teníamos grandes futbolistas, al punto que el Flaco Menotti siempre me dijo que en el ’74 había mejores jugadores que en el ’78, pero ahí hubo un equipo de verdad. Con lo de la Copa del Mundo de Alemania puedo hacer un libro con las desprolijidades que se hicieron (risas). Eran tres técnicos y cada uno te decía una cosa distinta, según su gusto. Una locura. En lo personal tuve una buena actuación, dentro de un equipo que no rindió. Arrancamos con el pie izquierdo, porque subestimamos a los polacos, quienes nos ganaron y a los que se los incentivó, poniendo 1.000 dólares por cabeza para que le ganaran en la fecha final del grupo a Italia, al tiempo que nosotros goleamos a Haití 4-1. Pasamos a la segunda rueda, pero no sirvió de nada”.

Hincados, al centro, Babington que
Hincados, al centro, Babington que fue convocado de apuro al Mundial 74: "Con lo de la Copa del Mundo de Alemania puedo hacer un libro con las desprolijidades que se hicieron"

De aquel equipo esplendoroso de Huracán, con notable voracidad ofensiva, era lógico que se pasara de generación en generación y quedara para todos los tiempos, la conformación de la delantera: Houseman – Brindisi – Avallay – Babington – Larrosa. Carlos guarda un entrañable recuerdo de René: “Con el Loco se dio una conjunción natural desde el primer momento. Yo bajaba la cabeza y él estaba exactamente en el lugar donde iba la pelota. Son esas afinidades que se producen en el fútbol de forma natural, lo mismo que con Brindisi. Houseman era un intuitivo increíble y una de las muestras de cómo nos entendíamos fue el gol que le hizo a Italia en el Mundial ’74 tras una habilitación que le di. En mi opinión fue mejor que Maradona, pero siempre esto es polémico, porque es casi imposible comparar a un tipo que jugó dos años en forma excelente contra otro que lo hizo dieciséis. Era un futbolista sin defectos, pero éstos estaban afuera de la cancha y eran muy grandes. Te podía aparecer por izquierda, por derecha, cabeceaba, hacía goles y era tremendamente guapo. Incluso tenía la sagacidad de hacerse los penales él mismo, enganchándose una pierna con la otra. Con el paso de los años, su problema con el alcohol se agravó y era otro pibe, estaba malo. Una vez me planté, porque llegó en malas condiciones el mismo día de un partido contra Boca y los dirigentes lo querían poner igual. Como capitán les dije que si entraba yo me iba a mi casa. Finalmente no jugó y debutó el Turco García”.

En los tiempos fundacionales de la década del ’70, era imposible no asociar a Huracán con su hincha más famoso, que a la vez era un personaje que se había recortado por sobre las páginas del deporte: Ringo Bonavena: “Oscar era un divino. Venía a entrenarse con nosotros y salíamos de noche también, donde a veces se armaba lío, porque era un pendenciero por naturaleza. Pero nunca pasaba nada. Jamás me voy a olvidar que a fines del ’75, meses antes de que lo asesinaran, fui a su casa ubicada enfrente del zoológico. Él decía que tenía unos metros abajo la jaula de los leones y les aullaba provocándolos (risas). Estando allí me impactó una plaqueta ubicada sobre una mesa que decía “Querido Oscar: por donde te peguen un tiro te matan, sos todo corazón”. Le restó importancia y solo mencionó que había sido un regalo de una amiga. Cuando en mayo del ’76, estando en Alemania, me enteré de su muerte, enseguida vino a mi mente esa frase. Me dio una pena inmensa”.

En Alemania 1974, la selección argentina fue un barco a la deriva, con desorganización afuera y bajos rendimientos adentro. Uno de los pocos que estuvo en buen nivel fue el propio Babington, que meses después del torneo, emigró hacia allí: “Haber ido a jugar a Alemania fue un error imperdonable. El hecho de no tener representante me hizo tomar esa decisión sin saber que iba a un club que estaba en la segunda división. Me había quedado con ganas de jugar en Europa, cuando viajé en 1972 a Inglaterra, pero no encontré los papeles de mis antepasados en el Foreing Office y debí regresar. Estaba en el Stoke City y me quedó la satisfacción de poder patearle a una leyenda como Gordon Banks, el histórico arquero de la selección. Siempre el sueño es ir a Europa, quizá me tentó el dinero, pero debo reconocer que me equivoqué. El presidente se portó mal conmigo y me impidió jugar el Mundial ’78. En Mayo del ’77 vino el Flaco Menotti, se hospedó en mi casa durante una semana y me dejó en claro el panorama: “‘Para la Copa del Mundo voy a armar el equipo con los que juegan en el país y el único de afuera va a ser Kempes. Convencé al presidente de que te deje ir a préstamo a Huracán, yo arreglo con los dirigentes del Globo y te meto entre los 22′. El presidente se negó y me frustró la posibilidad de ser campeón del mundo…”

Como futbolista jamás pisó una cancha del Ascenso, sin embargo a la hora de colgar los botines, se convirtió en una especialista en subir de categoría, lográndolo cinco veces: “Me fue bien en ese aspecto. Tres como entrenador (Huracán dos veces y Banfield), una como ayudante de Basile en Racing (1985) y la restante como presidente del Globo. No creo que haya una fórmula y eso queda a las claras con los dos equipos con los que hice volver a Huracán a Primera, que fueron distintos. El de 1990 jugaba muy bien al fútbol (Mohamed, Quiroz, Herrero) y el de 2000 tenía una muralla en el fondo (Graieb, Morquio, Moner y Fabián Carrizo de volante central). Lo de Banfield también fue una gran satisfacción en un torneo que debimos ganar por varios puntos de ventaja y lo terminamos haciendo en los penales de un desempate ante Colón, donde Puentedura atajó tres, más uno en el partido”.

Esa destacada tarea en Banfield lo llevó a Racing, donde quedó en la puerta de ser campeón y poder quebrar el maleficio de tantos años de sequía. Un año más tarde, otro equipo grande se cruzó en su vida: “Lo de River… (piensa varios segundos antes de continuar) lo considero como un paso en falso. Soy una persona muy temperamental que a veces no medita las cosas, pero siempre digo lo mismo: no me arrepiento, me equivoco. Asumí allí en enero de 1995, tras el gran ciclo de Passarella, que se había ido en agosto del ’94 a la Selección, quedando Gallego en su lugar, que salió campeón invicto y en diciembre de ese año se fue también para ser su ayudante. Teníamos por delante torneo local y Copa Libertadores, pero Daniel se llevaba siete jugadores para amistosos y Juegos Panamericanos, por lo que el trabajo se hacía complicado, ya que además Uruguay convocaba a Francecscoli y Cedrés. Lo hablé con Passarella, con quien siempre tuve buena relación, pero me dejó en claro que la Selección era prioridad. En la Libertadores ganamos el grupo con varios puntos de ventaja e invictos y pasamos a cuartos de final eliminando a Universidad Católica. El problema fue que, como consecuencia, empezamos a flaquear en el torneo Clausura, con el agregado de que yo no soy de la entraña de River y que en la anteúltima fecha perdimos de local con Boca 4-2 en el Monumental. Con algo que hasta el día de hoy no puedo creer: Tchami, el camerunés que no le hacía goles a nadie, me metió dos (risas)”.

Carlos Babington y Miguel Brindisi,
Carlos Babington y Miguel Brindisi, dos de las figuras del Hurcán del 73.

“Hasta ahí no había nada grave, pero se activaron dos detonantes: el primero, que ayudó a que yo me fuera, fue el tema de los dos refuerzos para los cuartos de la Copa. Quería a Roberto Trotta de Vélez y Hugo Morales, de Lanús, pero los dirigentes me dejaron en claro que ellos eran los que decidían. Mucho no me gustó y a los pocos días, tras perder con Boca, vino el presidente Davicce: “Carlos, mire que el jueves tenemos reunión de Comisión Directiva y el tema está complicado”. Y ahí reaccioné: “Alfredo, donde no me quieren, yo me voy. Sea River o quien fuese”. Y renuncié. Reconozco que fue una locura y el error más grande de mi carrera. Una de las incorporaciones que los directivos querían era Ramón Díaz, que ya tenía 35 años. Él volvió de Japón para jugar y terminó siendo el técnico en mi lugar. Tuve un gran plantel con pibes espectaculares y buenas historias, como por ejemplo con Almeyda. En la pretemporada en Tandil me vino a hablar porque estaba preocupado por no poder jugar casi nunca, ya que el titular indiscutido era Astrada, y se quería volver a Azul, su ciudad. Le dije que siguiera dándole para adelante que iba a tener su oportunidad. Villarreal era el ocho y un día me planteó que quería jugar solo de cinco, entonces puse allí a Matías, que la rompió, lo vendieron a Europa e hizo una enorme carrera”.

Pasaron los años y en los dos torneos de la temporada 2000/01, tanto en el Apertura como en el Clausura, el Huracán que dirigía Babington enfrentó al River de Gallego en la anteúltima fecha, restándole puntos decisivos que lo privaron en ambas ocasiones de ser campeón, consagrándose Boca y San Lorenzo, respectivamente. Una actitud del inglés, registrada por las cámaras de televisión, quedó en la historia

“Gallego se peleó con Passarella al poco tiempo de estar juntos en la Selección, quiso volver a River y sacarme el puesto, algo que Daniel me asintió en una charla posterior. Nunca tuve buena relación con él, por eso en el Clausura 2001, cuando siendo técnico de Huracán le ganamos sobre la hora 3-2 al River que él dirigía, frustrándole el campeonato, se me salió la cadena y le fui a gritar el último gol. Estuve mal, pero no me equivoqué con respecto a Gallego”.

Tras haber deslumbrado con su calidad y luego tener un buen paso como entrenador en varios ciclos, el 3 de julio de 2006, Carlos Babington fue electo presidente de Huracán, cumpliendo un hecho reservado para pocos: ser jugador, DT y máxima autoridad de una institución. Se sumó a la lista de nombres ilustres tales como Santiago Bernabéeu, Franz Beckenbauer y Daniel Passarella. El equipo estaba en el Nacional B, donde arrancó mal, pero iba a terminar la temporada de la mejor manera, regresando a Primera en una promoción con Godoy Cruz. Dos años más tarde, protagonizaría una gran campaña con Ángel Cappa como técnico, frustrándose el título en la última fecha ante Vélez, en un recordado y polémico partido.

“Ese título no era para nosotros, parecía escrito. Era el campeón del pueblo y se nos escapó faltando siete minutos… Igual reconozco que ese día jugamos muy mal, aunque el rival no lo haya hecho mejor. Estoy seguro que, salvo la gente de Vélez, el resto quería que fuera campeón Huracán. En la previa, nunca supuse que podía pasar nada raro ahí. Yo jugué 16 años en forma profesional al fútbol y solo conocí un jugador que iba para atrás y fue en Colombia, pero ese partido fue extraño. El árbitro Brazenas no dirigió nunca más, pero yo le echo mucho más la culpa al asistente Casas, que levantó la bandera cobrando una posición adelantada que nunca fue, anulando un gol legitimo con el que nos poníamos 1-0. A veces las cosas no son para uno y éste es el ejemplo. Yo asumí como presidente y al año ascendimos, en el siguiente nos estabilizamos en Primera y luego casi fuimos campeones, pero al perder ese partido, me caí de un precipicio y nunca más pude recomponer nada en el club, al punto que me hicieron como un golpe de estado interno y me invadieron la presidencia. Me acusaban de quedarme con la guita del pase de Pastore, cuando fue un jugador que estuvo a préstamo y nunca fue del club. Me hicieron un juicio por eso y salí absuelto. A nivel futbolístico tratamos de armar buenos equipos, pero las cosas no se dieron y dos años después nos fuimos al descenso”.

Con Angel Cappa como técnico
Con Angel Cappa como técnico y Babington de presidente, Huracán estuvo a siete minutos de ser campeón en 2008.

“En la época en la que fui presidente, concurría muy poco a las canchas por los nervios, prefería salir a caminar. El día del partido decisivo con Velez, hice lo mismo, en ese caso por la colectora de General Paz, calculando el momento en que podía terminar para volver al estadio, solo con el reloj, sin escuchar radio ni nada. Estaba a unos pocos pasos cuando veo a Carlos Fren, un amigo, en la parada de un colectivo. Me acerqué y le dije: “No te des vuelta, Babington habla. ¿Cómo va?”. A lo que me respondió: “Andá a festejar, que pueden jugar diez horas más que ninguno va a hacer un gol. Ya son campeones”. Respiré aliviado porque el empate nos daba el título. Enfilé hacia la cancha y cuando estaba a 20 metros del portón, salió un muchacho con la camiseta de Velez gritando el gol. Quería que me tragara la tierra”.

En su largo recorrido como entrenador tuvo a dos futbolistas que ahora se destacan como entrenadores: Marcelo Gallardo y Javier Sanguinetti: “Con el Muñeco estoy gratamente sorprendido. Siempre fue una gran persona y conmigo se portó muy bien. Cuando llegué a River, era un chico sumiso y que no atravesaba un buen momento. Jamás podía suponer que iba a convertirse en este maravilloso entrenador que es, lo cual me alegra mucho. El caso de Javier es distinto, porque desde chico mostró alma de líder, pese a ser muy pibe. Banfileño de alma, se merece todo lo bueno que le pasa”.

En el retrovisor de una vida que ha respirado fútbol cada día, se van decantando las buenas y malas. En la mesa del bar, donde ya el atardecer da un poco de respiro, han pasado un par de personas que lo reconocieron y saludaron. Carlos agradeció a cada uno. Y sobre el final, antes de la despedida, dejó una frase: “Sin soberbia, pienso que en la historia de Huracán no hay nadie con mi trayectoria y no puedo ir a la cancha. Pero lo que nadie va a cambiar es que Huracán y yo somos algo que no se va a poder romper nunca y eso me lo llevo a la tumba, porque antes que nada fui hincha. Creo que merezco otro reconocimiento, pero las cosas se dieron así”.

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