El fútbol va teniendo cambios y evoluciones en forma permanente en sus distintos planos. Ya sea con la indumentaria, los campos de juego, la discutida implementación del VAR o las variantes tácticas. Pero algo ha permanecido inalterable a través de los tiempos y ha ido casi de la mano con el sueño de debutar en primera para los futbolistas: poder tener el primer auto.
Cada época con sus modelos emblemáticos, han ido marcando el paso de esta costumbre, que llena de emoción a aquellos protagonistas que evocan momentos inolvidables de sus vidas. Un hecho que significa un paso al frente y la certeza de los cambios, más allá de la palanca del vehículo.
En octubre de 1967, a escasos días de cumplir 17 años, hizo su aparición en Huracán un mediocampista que ingresó, sin discusiones, en la galería de los mejores de todos los tiempos en nuestro fútbol: Miguel Ángel Brindisi, que así evoca a su primer auto: “Me resulta muy movilizador este recuerdo, porque me llevó a mi adolescencia, época en la que mi viejo tenía un Chevrolet 41 con el volante a la derecha. Cuando tenía entre 15 y 16 años, comencé a alternar con el plantel de la primera de Huracán y mi papá compró otro Chevrolet, pero un poco más moderno, modelo 49, ya con el volante en el lado izquierdo. Ese fue el primer auto con el que fui a las prácticas que se hacían en el estadio, pero cuando me llamaron a la Selección y los entrenamientos eran un predio de la calle Republiquetas (actualmente Crisólogo Larralde), en 1969, no concurría con mi coche, sino que me daba el gusto que me llevara mi ídolo, que era el gran Toscano Alberto Rendo, con un Chevrolet 400, que para la época era una maravilla”.
“A fines de aquel 1969, fuimos a la histórica concesionaria de Alberto J. Armando en al barrio de Pompeya, donde me compré un Ford Falcon con cambios en el volante, con la ayuda de mi viejo, porque a mí todavía no me alcanzaba. Era un avance, pero para un muchacho de 19 años, ese modelo no era muy moderno que digamos (risas), pero yo estaba feliz. Poco tiempo después, al regresar de una gira, me encontré con la enorme sorpresa que mis padres le habían hecho unas modificaciones, entre las que estaba la palanca al piso. Una época maravillosa”.
Sobre mediado de la década del ’70, en la punta derecha del ataque de Vélez Sarsfield comenzó a hacerse familiar la figura de un puntero veloz, encarador, hábil con la pelota y con gran capacidad para la definición: José Antonio Castro. Su carrera tuvo el punto más alto 10 años más tarde con la camiseta de Argentinos Juniors, donde ganó dos torneos locales, la Copa Libertadores y quedó a un paso de la Intercontinental ante la Juventus de Platini. Fierrero de alma, así recuerda su vínculo inicial con los autos.
“En el año ’73 yo estaba en las inferiores de Vélez, a punto de recibirme de Perito Mercantil y me había anotado en la facultad de derecho para comenzar al año siguiente. Mi viejo, como la mayoría de los de su generación, era muy estricto, pero no quería que yo laburara, porque decía que tenía que priorizar el hecho de jugar al futbol más el inicio de una carrera universitaria. Entonces un día lo encaré, ya en 1974 y le dije que necesitaba un auto. Era medio huraño el viejo (risas), pero me compró un Fiat 600 modelo ’73 y se dio una situación particular, la única vez que me beneficié en este país (risas). Al año siguiente se produjo el Rodrigazo, lo que produjo que todo fuera una locura, al punto que los autos usados con poco rodaje eran más caros que los 0 kilómetro, porque de éstos casi no había entrega o te tardaban de 9 a 10 meses. Entonces vendí el que tenía y me compré uno igual pero modelo ’75. Pero la cosa no terminó ahí, porque me lo entregaron pero sin las gomas, porque venían desde Uruguay, una cosa de locos de verdad esa época (risas). Cuando lo tuve listo, lo subí a la vereda de mi casa, donde vivíamos con la familia a 15 cuadras del José Amalfitani. De a poco lo fui retocando: le pinté el capot de azul, la palanca de cambios era como un palo de bowling, tapicé el tablero, caño de escape de lujo, etc. Era un fierro. Mi viejo llegó un día y no se dio cuenta que era mi coche por todos los cambios que le había hecho e incluso discutió con mi vieja por eso, por no haberlo reconocido (risas). Insólito”.
“En 1976 vino José Francisco Sanfilippo como técnico a Vélez. Ahí tenía como compañero a un loco lindo, Pastor Barreiro, que no sé porque se odiaba con el DT. Una vez fui a la concentración con mi Fiat y a la mañana siguiente vi que este muchacho me había tajeado las cuatro ruedas pensando que el coche era de Sanfilippo. Un delirio total (risas). En esos tiempos el preferido de los futbolistas era el Torino y un escalón abajo el Peugeot 504, hasta que a fines de los ’70 aparecieron por la importación los autos japoneses y los BMW. Pertenecí al grupo de precursores de tener esos modelos entre los jugadores. Yo siempre fui Fierrero y en los ’80 tuve un Sierra XR4, por lo que me vinculé con Mario Gayraud y Tito Bessone, dos campeones del TC 2000”.
Las nuevas generaciones reconocerán a Juan Simón como un excelente analista de fútbol en televisión. Tuvo una gran trayectoria que incluyó la consagración en el Mundial juvenil de 1979 junto a Diego Maradona, un recordado paso por el fútbol francés, el sub campeonato en Italia ’90 y la ansiada y postergada vuelta olímpica con Boca Juniors en el ámbito local en 1992. Su historia con los coches se inició de éste modo:
“Qué lindo poder recordar mi primer auto… Fue un Fiat 1100 cuando yo recién comenzaba en el fútbol profesional. Me lo había comprado mi papá para que pudiera moverme, pero lo usé muy poco, porque después con la primera plata que gané, él me compró un Falcon de color rojo, que lo usaba mientras hacía el servicio militar, donde me tocaban cosas administrativas y me desplazaba con ese. Tenía la palanca en el volante, llegaba solo hasta tercera y marcha atrás, nada más (risas). Fue un momento hermoso, porque lo hizo sin que yo supiese y lo estacionó en el garaje en el lugar del Fiat, dándome una sorpresa inolvidable. Al año siguiente, 1980, tuve el coche que queríamos todos en esa época, que era el Fiat 128 IAVA Europa anaranjado”.
“En Newell´s éramos un grupo de jóvenes de la misma edad, donde teníamos como referente a Cucurucho Santamaría, mayor que nosotros y un crack dentro y fuera de la cancha. Él tenía un Datsun impactante, una verdadera nave de color gris, con un tablero lleno de luces impresionantes. Eran tiempos donde cobrábamos de vez en cuando, siempre un par de meses atrasados, Santiago le presentaba el auto al que lo necesitara: “Ahí tenés la llave, llevátelo y me lo traes mañana”, esas eran sus palabras, de una inmensa generosidad. El que por algún motivo no tenía la posibilidad, por ejemplo, de salir a pasear con su novia, contaba con el auto de Cucurucho. Al principio tuve algunos roces con él, pero lo terminé adorando y guardo el mejor de los recuerdos”.
El fútbol cordobés había tenido su cenit con el gran Talleres de la década del ’70 y la explosiva aparición de Racing, alcanzando el sub campeonato en el Nacional 1980. Instituto no se quedó atrás y se asomó a los primeros planos con las conquistas de un implacable goleador surgido de su cantera: Oscar Dertycia. Un número 9 con todas las letras, rompió redes también en la selección nacional, Argentinos Juniors y el fútbol europeo. De manera muy especial, llegó a tener su primer auto.
“Durante un par de años después de debutar en primera y cuando ya había estado en la Selección, todavía seguía yendo a los entrenamientos en bicicleta. Vivía a unas 12 cuadras de la cancha de Instituto y tras las prácticas me iba a la casa de mi novia, que es mi actual esposa a visitarla. Después, me volvía como a las 12 de la noche por una avenida donde me cruzaba con los directivos que salían del club. Algo medio difícil de entender en estos tiempos, pero a mediados de los ’80 no había tanto tráfico ni los peligros que tenemos hoy en día. Cuando tenía 19 años, gracias a que Instituto hizo una publicidad con Marimón, una agencia de autos de Fiat en Córdoba, pude sacar mi primer auto que fue un 128 Super Europa con aire acondicionado. Fuimos varios del plantel los que lo hicimos y bien variados. Yo tenía el de color verde, el Negro Enrique Nieto blanco, el Beto Beltrán gris plomo, Osvaldo Márquez rojo, Osvaldo Gáspari y Rodolfo Rodríguez celeste y Miguel Rodríguez marrón. El playón de la cancha, a la hora del entrenamiento parecía la concesionaria (risas). Para mí fue un avance en todo sentido, porque muchas veces estos desgraciados de mis compañeros me desinflaban las ruedas de la bicicleta y me tenía que volver a pata (risas)”.
“Mario Tortosa fue un presidente que tuvo el club que contaba con una gomería y nos daba a cambio de los premios las llantas y entonces aproveché y le puse unas deportivas con agujeritos, que eran hermosas. Enrique Sánchez, delantero de Independiente, que había venido a Instituto, se las llevó y nunca me las pagó, todavía estoy esperando. Con el paso de los años, el Super Europa terminó en manos de Ramón Benito Álvarez, nuestro histórico arquero de aquellos años. Cuando me compró Argentinos a mediados del ’88 y me fui a Buenos Aires, al principio no tenía auto y Nery Pumpido me prestaba al suyo, que era igual al mío, pero de color marrón. Enseguida me compré un Peugeot 505 full con alerón, que para mí era como un BMW o un Mercedes (risas)”.
Si hubo alguien que quedó en el recuerdo de sus dirigidos por sus dotes de docente y también como un segundo padre fue Carlos Timoteo Griguol, un técnico de avanzada, adelantado a su tiempo en varios aspectos. Pocos lo conocen mejor que Carlos Aimar, quien lo tuvo como entrenador en Rosario Central y luego fue su ayudante en el exitoso ciclo de Ferro Carril Oeste en la década del ’80.
“Tengo una gratitud eterna hacia él, porque permitió que me ficharan en Central cuando solo tenía 19 años. Me vio en una prueba y dijo: “Este flaco tiene algo, que se quede”, me instalé en la pensión y así comenzó mi carrera. Me hizo debutar en primera en 1971 y al tiempo, cuando pude juntar unos pesos compré mi primer coche, que fue un Opel K 180, una reliquia (risas). Timoteo era un fenómeno. Cada dos o tres meses hacía una reunión con todo el plantel e iba interrogando uno por uno: “¿Vos que hiciste con el dinero?”, porque no quería que sus jugadores tuvieran primero el auto, antes que la casa, porque la mayoría alquilaban, solos o con sus padres. Insistía en que había que asegurar el techo, porque además, sostenía que el coche predisponía para la joda”.
“Creo que tenía razón, pero también es cierto que los tiempos han cambiado y en la actualidad el auto te ayuda a acortar distancias, que por ejemplo en Capital, casi siempre son largas. Carlos tenía salidas muy divertidas y hay una que comenzó cuando estábamos en Central y luego repitió mucho en Ferro. Un compañero apareció un día con un auto nuevo y Timoteo sabía que todavía no tenía casa, entonces lo agarró en el vestuario y le dijo: “Ahora andá y comprate un inodoro y un bidet, los metés en el baúl y te armás en baño ahí” (risas). Un fuera de serie que se preocupaba en todos los aspectos, mucho más allá de lo táctico o futbolístico. Para él estaba el ser humano antes que nada, enfocándose mucho en el cuidado personal. Cada tres o cuatro meses armaba reuniones con psicólogos y médicos para que los muchachos tuvieran conciencia de cómo y cuándo cuidarse. Fue uno de los mejores entrenadores que tuve y con una visión tremenda. Anticipó cosas que fueron ocurriendo con el paso de los años”.
El talento de Miguel Brindisi, los desbordes de Pepe Castro, la calidad de Juan Simón, los goles de Oscar Dertycia y la dinámica de Carlos Aimar fueron las características que los destacaron y diferenciaron en sus tiempos de futbolistas. Pero al igual que la mayoría de sus colegas, tuvieron como denominador común un vínculo fuerte, ahora convertido en recuerdo emocionante e indestructible, de subir a su flamante coche y poner primera al poco tiempo de debutar en Primera.
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