Vigencia. Una palabra que contiene muchas otras, como constancia, profesionalismo, cuidados, inteligencia, trabajo y talento. Llegar a Primera es un tesoro que la vida del futbolista reserva para unos pocos. Poder mantenerse varios años, sólo para elegidos, pero cuando la trayectoria se extiende hasta el cuarto de siglo, estamos ante un caso especial y admirable. Allí se inscribe Cristian Lucchetti, con una carrera particular y un detalle inhabitual en el mundo de la número 5, como lo es el hecho de ser diabético.
“Los primeros años fueron complicados, pero es algo lógico. Mi hermano es diabético desde chico y mi mamá fue durante muchos años presidenta de una mutual sobre diabetes con banco de insulina para las personas que no tenían acceso. Desde que nací estuve muy involucrado con la enfermedad, sabiendo de los riesgos que se pueden correr, porque es una afección que se debe controlar muy bien, con determinados cuidados. Jamás, desde el momento en que me la descubrieron, se me pasó por la cabeza dejar de jugar al fútbol ni mucho menos, ya que para mí nunca fue un impedimento ni una excusa, al contrario. Lo tomé como un desafío más, de decirme que yo iba a poder llevarla adelante, con los cuidados lógicos, por supuesto. Me hago el control entre cinco o seis veces por día y también debo colocarme insulina. Cuando tengo que disputar un partido, hago las mediciones antes, en el entretiempo y al concluir. No ha sido fácil, porque se requiere de perseverancia por los controles constantes, porque la diabetes tiene muchas variantes en el estado de ánimo, las comidas, en el ejercicio, etcétera. Siempre tuve claro que no es una enfermedad que te impida tener una vida normal. Gracias a Dios hice y sigo haciendo lo que me gusta, más allá de esto que en ningún momento fue una mochila o una carga para mí”.
“En un comienzo fue complicado, porque no sabía cómo podía responder mi organismo, ya que al ponerme insulina, no tenés noción de los efectos que puede tener en el cuerpo. Por suerte, logré habituarme enseguida a la nueva situación, quizás ayudado porque siempre fui de alimentarme bien sin tener dependencia de las cosas dulces y eso colabora mucho. Con conciencia y dedicación, se puede convivir con la diabetes en la alta competencia”.
Una muestra más de constancia y perseverancia, quizá la base de este hombre que sigue con la misma pasión que aquel pibe que llegó a primera con apenas 18 años. El torneo Apertura 1996 no iba bien para Banfield y con 12 fechas disputadas marchaba en el último lugar de las posiciones y con un promedio amenazante. Tras igualar en cero con Deportivo Español, el técnico decidió sacar al arquero titular y jugársela por el pibe.
“Del debut en Primera me acuerdo todo. Fue el 17 de noviembre de 1996, recibiendo al Boca del Bilardo, que era conocido como el Dream Team. Nosotros veníamos de 8 partidos sin ganar y la verdad que fue un poco sorpresivo e inesperado que fuese titular, pero Oscar López me habló en la semana, preguntándome si me animaba a jugar contra Boca, a lo que obviamente respondí que sí, un poco con inconsciencia y el natural aire de juventud y frescura. Ahora, observándolo con el paso de los años, me doy cuenta de que era muy chico. La noche anterior prácticamente no dormí por los nervios y la ansiedad. A la hora de jugar salió todo perfecto, fue el partido soñado, porque anduvimos 10 puntos, le ganamos a Boca, atajé bien y cumplí el sueño tan ansiado y esperado nada más y nada menos que contra uno de los grandes de nuestro fútbol”.
Los insondables resquicios del destino quisieron que esa misma tarde, en el arco de enfrente, otro arquero que también llegaría a los 25 años de trayectoria, jugara su último partido en la valla de Boca, cerrando un ciclo histórico: Carlos Fernando Navarro Montoya
Fueron apenas cinco partidos y luego otra vez a esperar la oportunidad. Que no se dio en Primera en ese momento, porque no corrían vientos favorables para la porción verde y blanca del Sur, ya que esa temporada marcó el descenso de Banfield, que debió volver a arremangarse y retomar la pelea de los sábados para intentar el regreso que se iba a producir unos años más adelante. Tiempos en los que Lucchetti atravesó distintas sensaciones en la institución.
“Primero me tocó descender en la misma temporada que debuté en Primera (1996/97). Eran tiempos difíciles para el club en lo económico y en lo deportivo, pero por suerte logró reponerse para vivir los mejores años de su historia. Tras varias temporadas en el Nacional B, donde siempre teníamos buenos equipos, logramos el inolvidable ascenso 2000/01, con uno de los más lindos grupos de los que me tocó compartir a lo largo de mi carrera. En lo personal fue muy importante, porque tras superar un par de lesiones, fui titular desde la primera fecha hasta el día de la vuelta olímpica contra Quilmes en su cancha ganando por 4-2”.
Otra vez a respirar el aire de Primera, volver a pertenecer y con la base del buen equipo que había logrado el ascenso. El Laucha ya estaba asentado como el dueño de su arco, pero quería ir en buscar de conquistar los ajenos marcando goles. Y la oportunidad llegó, nuevamente con Boca como adversario.
“El primer gol fue en la Bombonera en un partido especial, porque ellos llegaban de disputar la final de la Copa Intercontinental contra el Bayern Múnich y nosotros estábamos pelando para zafar del descenso con Luis Garisto como entrenador. Habíamos tenido una buena actuación y manteníamos el cero a cero hasta que faltando muy poquito para el final nos cobraron ese penal a favor por una piña que le dio el Chicho Serna al Flaco Bilos en el área. En la charla previa, yo era el encargado de patearlo, pero en cuanto Claudio Martín lo sancionó, el Loco Cervera agarró la pelota como para ejecutarlo él, cuando yo ya había arrancado desde mi área hacia la otra. Al estar frente a frente me dijo: ‘Lo pateo yo’, a lo que le respondí que lo iba a hacer yo. Me miró: ‘Mira que yo lo voy a meter. ¿Vos lo vas a hacer?’ (risas). ‘Obvio que sí, olvidate’, le contesté. Todo mientras me seguía mirando con esa cara de loco tremenda que tiene (risas). En lugar de darme confianza, me metió una presión bárbara. El remate salió un poco al medio, al tiempo que Oscar Córdoba se tiró hacia su derecha y fue gol sin problemas, de cara a la hinchada de Boca. Ganamos 1-0 y fue un día de esos que se anotan en las hojas del libro de las cosas lindas de la carrera de uno”.
Fue una temporada emocionante para Banfield, aquella de 2001/02, porque debió luchar mucho para evadir los cuatro lugares finales de la tabla de los promedios que condenaban al descenso o a la promoción. En la última fecha, revirtió el 0-1 con Independiente como local, para ganar 2-1 con goles del inolvidable Garrafa Sánchez y de Josemir Lujambio para salvarse de todo. Luego para Cristian llegó el momento de partir hacia la experiencia del fútbol mexicano, bajo los tres palos del Santos Laguna y más tarde la vuelta al país para un temporada en Racing antes de estar otra vez en el cobijo del club que lo vio nacer.
“No tengo dudas de que a partir de allí fue el despegue de lo que vino después en la institución, el primer ladrillo de todo lo que el club pudo construir. Banfield ya estaba listo para dar el salto, que se concretó con la clasificación a los torneos internacionales por primera vez: Copa Sudamericana (2004) y Libertadores (2005). Un proceso seguro, donde los pasos se daban con certeza y se coronó con la frutilla del postre que fue darle la primera estrella de su historia en la máxima categoría en el Apertura 2009. Se consolidó y ahora está en el lugar que se merece, entre los equipos más destacados del país”.
El nombre reconocido en el ambiente y el merecido elogio de cada domingo hicieron que dos equipos grandes, en diferentes momentos, pusieran sus ojos en él. Primero Racing en la temporada 2004/05 y más adelante Boca Juniors (2010/11).
“Tuve dos pasos con excelentes compañeros y entrenadores. Como experiencia fue muy buena y era cumplir el sueño de cualquier futbolista el poder estar en equipos grandes, pero en el balance no me fue como hubiese querido, pero son momentos de cada uno en el fútbol. Lo mejor es el recuerdo de con quienes compartí los planteles. En Racing, con el Cholo Simeone y con el Pato Fillol, nada menos, como director técnico. Luego atravesé algo similar en Boca, con Martín Palermo, Sebastián Battaglia o Juan Román Riquelme, verdaderos símbolos de la historia del club, llenos de historia y de títulos. Pero fundamentalmente, el recuerdo de las personas que trabajan en cada una de las instituciones, que es lo que queda, más allá de los que pasa en los 90 minutos, que termina siendo anecdótico”.
Ese balance no del todo satisfactorio que menciona Lucchetti quedará anotado, quizás, en la imaginaria columna del debe de estos 25 años. Es probable que tampoco haya ayudado el contexto, sobre todo en Boca, donde en esta temporada no estuvo cerca de la pelea por el título local ni disputó la Copa Libertadores. Y nuevamente Banfield en el horizonte, el llamado de esos colores para intentar recobrar la memoria de los tiempos dulces. Nadie podía pensar que la campaña, sobre todo en el Clausura 2012 sería tan floja que lo condenaría a un nuevo e inesperado descenso. Fue la hora del adiós definitivo, con un Taladro errante que la había perforado el corazón a todos. Y llegó la posibilidad de llevar las atajadas al Norte, donde Atlético Tucumán la abrió las puertas primero y lo elevó a la categoría de ídolo después, tras un ascenso, una participación en Copa Sudamericana y tres en Libertadores.
En marzo de 2020 todo se congeló por el COVID-19. Momento complejo para la mayoría de los futbolistas pero mucho más para alguien que ya contaba con 41 años: “La pandemia no me afectó en nada, porque en mi casa no dejé de entrenar ni un día. Lo que sí se extrañaban eran las prácticas en grupo y el día a día con los compañeros en el club, pero sinceramente lo que esto hizo fue darme más ganas de seguir jugando, como una motivación más. Fue un parate largo, que quizás al principio costó un poco, pero como el regreso se dio de forma gradual, nos permitió ponernos a punto físicamente. En mi caso particular, y que es el de la mayoría de los muchachos, lejos de afectarnos, nos dio más ganas de seguir jugando al fútbol”.
Vivió con alegría el retorno, demostrando que la vigencia es un término que se le ajusta a la perfección. Sigue atajando con los reflejos intactos y dando la misma sensación de seguridad de siempre. Esa tranquilidad de los hinchas del Decano que saben que cuentan con él para frustrar los anhelos rivales de grito de gol. Pero resulta inevitable mirar más allá por estos 25 años de un cuento que algún día escribirá su página final.
“En esta etapa lo que hago es ponerme objetivos cortos. Ahora lo que pienso es llegar a junio de la mejor manera, haciendo un buen torneo, ayudando y colaborando desde donde me toca, pero no me pongo a pensar si voy a jugar dos o tres años más. Los resultados son los que me han ayudado a seguir en actividad, porque Atlético Tucumán está ordenado, vivimos muy lindos momentos y esos son motivos fundamentales, sobre todo cuando tenés cierta edad. Si estás en una institución con problemas o que las cosas no marchan bien, se da un cansancio más mental que físico y son elementos decisivos para que se te pueda acortar la carrera. Por suerte mis últimos años han sido muy buenos, en una provincia como Tucumán donde el fútbol se vive de una manera pasional. Me veo en un futuro vinculado al fútbol de alguna u otra manera, porque esto es lo que amo y lo que hice toda la vida. Seguramente cuando deje de jugar, no sé en qué función, pero si se da la posibilidad, allí estaré, ligado a mi gran pasión”.
La pasión nos alimenta. Sea en el rubro que fuere. Es como un fuego interno que nos hace sentir vivos, que nos invita a seguir adelante. Una llama que debemos potenciar día a día. Mucho más si uno lo hace dejando todo a lo largo de 25 años, como la historia viva de este apasionado del arco y del fútbol, ejemplo más allá de las líneas de cal, llamado Cristian Lucchetti y querido por todos.
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