En la división de tareas arriba del barco mi responsabilidad es ejecutar la táctica. Además de estar atento al movimiento de los rivales, Ceci se ocupa de llevar el tiempo con su cronómetro y de mirar las diferentes banderas con que la lancha de la comisión de regatas anuncia el tipo de recorrido y cuánto falta para largar. Mi ignorancia en el código de banderas es absoluta. No tengo memoria, ni ganas de aprenderlo. Confío en Ceci.
—Faltan dos minutos —dice.
A esta altura está claro que la mayoría de la flota tomó una decisión similar a la nuestra, largar con el borde que apunta a la derecha, sin derecho de paso. Nosotros somos los segundos empezando del lado izquierdo de la línea. El primero es el austríaco y el tercero, el inglés. Intentamos que el barco no avance y que conserve su posición en relación con los que tenemos cerca. Es difícil. Las olas, el viento y la corriente nos desacomodan. Si queremos retomar la posición, tenemos que tensar las velas y hacer que el catamarán navegue, pero eso nos acerca peligrosamente a la línea de largada, que no podemos cruzar antes de tiempo. Como caballos de carrera con las riendas cortas, nuestros Nacra están inquietos, contenidos. Disputan el espacio centímetro a centímetro.
—Un minuto —anuncia Ceci.
Una pequeña alerta aparece a la derecha. El francés y el australiano están posicionados para largar con el borde opuesto. Tienen derecho de paso y debemos asegurarnos de que crucen claros. De lo contrario podemos recibir una infracción.
—Treinta segundos.
La parte crítica de la largada es decidir cuándo acelerar. Los catamaranes ganan velocidad muy rápido. Si muevo el timón y cambio el rumbo, levanta uno de sus cascos y salimos disparados. Tengo que hacerlo en el momento exacto y en una coordinación muy fina con Ceci, que lleva las velas. Ni un segundo antes, ni un segundo después. La idea es dejar pasar al francés y esquivar con lo justo al australiano. El inglés, que está a sotavento, hará lo mismo. Es nuestra preocupación inmediata. En los próximos diez segundos se sabrá quién ejecutó mejor la largada. El que lo haga saldrá primero hacia la derecha, donde todos queremos ir.
—Veinte segundos.
Me preparo para apretar el gatillo y acelerar mientras observo qué hace el inglés y cómo vienen los dos barcos que debemos esquivar.
—Diez segundos.
¡Peligro! El inglés arrancó antes y buscará ir por delante del australiano. Es una mala decisión y va a ser penalizado, pero ese es su problema. El nuestro es otro: el australiano tendrá que esquivarlo y nos puede chocar.
—Nueve, ocho...
Se cumple el peor de los escenarios. El australiano modificó su rumbo de manera drástica y ahora avanzamos a toda velocidad hacia el desastre de un choque frontal. Ceci deja de cantar los segundos, lo único importante es evitar la colisión. El timonel australiano tiene cara de pánico. Nosotros también. Si chocamos navegando en direcciones opuestas, quedaremos enganchados y romperemos el barco. Será el adiós a la regata y a las medallas.
El australiano nos pasa muy cerca. Nos esquivamos y arrancamos. No era la largada que previmos, pero estamos en carrera. Entonces, suena el silbato.
Giro la cabeza y no lo puedo creer. El juez nos apunta con una bandera, nos está penalizando. No es justo. La falta fue de los ingleses, nosotros hicimos todo lo posible para salvar el problema que ellos crearon. Pero no pierdo tiempo en especulaciones. Tenemos que dar un giro completo para rehabilitarnos. La maniobra es compleja y nunca la entrenamos. Había muchas cosas que hacer durante la preparación y esta no era una prioridad. Nos sale lenta y accidentada. Casi se nos da vuelta el catamarán.
Cuando al fin terminamos y volvemos a navegar, levanto la cabeza y compruebo que estamos últimos y lejos de la flota. Allá adelante se escapa, una vez más, la medalla de oro. No me altero. La regata es corta, pero dará oportunidades de recuperar. Lo importante es no inquietarnos. Mantener la tranquilidad y la confianza. Ahora ese es el nuevo plan, el único posible. Vamos a pelear desde el fondo por nuestra resurrección.
La sensibilidad con la que Santiago Lange describe en su libro el inicio de una de las hazañas más grandes que vivió el deporte argentino en los Juegos Olímpicos refleja al detalle el sacrificio constante que representó la gesta en el país vecino. Como lo hizo durante toda su vida, el regatista tuvo que superar las adversidades que se le presentaron para lograr su cometido.
El mal comienzo en la regata final no fue el único obstáculo que se cruzó en su camino. Antes de la felicidad del podio, la foto con la bandera nacional y el brillo del oro, el equipo argentino tuvo que adaptarse a situaciones desconocidas, como la convivencia mixta entre Carranza y Lange.
Hubo una época en que no navegábamos bien y yo muchas veces descargué mi enojo en ella. Eso no ayudó al equipo. Ceci es una trabajadora incansable. Cuando arrancamos, estaba en una excelente disposición para absorber información, pero la dinámica de nuestra relación muchas veces atentó contra ese aprendizaje. En algún momento se frustró y se preguntó si estaba preparada para este nivel de exigencia. Mi forma de ser contribuyó a su bajón anímico. Estoy siempre buscando el límite, viendo hasta dónde podemos rendir. Necesito el desafío. Si no veo ese deseo de darlo todo y más, me inquieto. Cuando estoy en modo entrenamiento, puedo volverme demasiado intenso para quien tiene otra forma de encarar el deporte y la vida.
La cruda confesión de Santiago en su obra refleja el cortocircuito que se dio en los inicios de la preparación Sin embargo, en diálogo con Infobae aclara que “toda la historia con Ceci fue maravillosa”. “Formamos un equipo nuevo y nos tuvimos que adaptar a las formas y los estilos de cada uno. Todo fue diferente, pero cuando logramos la confianza pasamos a trabajar igual que siempre. Creo que las complicaciones estuvieron relacionados a formar un equipo nuevo en el que cada uno tenía sus formas y sus métodos. Ella se sumó a un grupo y se adaptó muy bien. Por eso hoy seguimos intentando mejorar en la comunicación y en todo lo que hacemos porque con el paso del tiempo también todos vamos cambiando”, explica.
Ellos internamente se hacen llamar la KGB. Si bien sus estrategias son guardadas con el mismo recelo que empleaba la agencia de la ex Unión Soviética, el apodo surgió a partir de una anécdota cargada de humor y sarcasmo. ”Una vez necesitábamos largavistas para que los entrenadores pudieran ver unos detalles de los rivales y no teníamos plata. Entonces conseguimos esos que venden la playa. Eran unos que tenían un escudo ruso. Y desde aquel entonces nos quedó la KGB. Además, siempre que queríamos averiguar por qué un rival andaba más rápido que nosotros, salía el nombre en tono de broma hasta que se instaló”, revela Santi.
La lectura de las nubes, el color del agua, la intensidad de los vientos o el movimiento de las corrientes forman parte de los diversos estudios que realizan antes de salir a competir. Y esas informaciones también forman parte de los archivos secretos del equipo argentino. “Es parte de lo apasionante de nuestro deporte. La naturaleza forma parte del juego. Es estar en contacto permanente con todos los factores para entender el contexto y plantear la estrategia en la regata. Para los que no navegan es una locura, pero para nosotros es algo cotidiano. Es una de las cosas que más me gustan de lo que hago”, reconoce Lange.
Sé que las decisiones que tomé afectaron mis relaciones. Hubo épocas en que pasaba nueve meses por año viajando por el mundo, compitiendo. Entiendo lo difícil que resulta mantener una pareja con este ritmo. Hace tiempo que estoy solo. No es algo que haya buscado. En algún momento me cuestioné mi vocación. ¿Cuál era el sentido de poner tanto empeño en algo que en apariencia no es relevante? Me comparaba con mi tío Wolfgang, médico, que salvaba vidas y cuidaba la salud de sus pacientes. ¿Qué hago yo, en cambio? Invertí décadas en tratar de ser el más rápido dando la vuelta arriba de un barco entre un par de boyas. ¿Y eso qué significa? ¿Qué le aporto a la sociedad con mi esfuerzo de todos los días?
Aquella definición que narra en Viento, la travesía de mi vida, obliga a una pregunta que el protagonista le responde sin dudarlo ¿Valió la pena todo ese sacrificio? “Sí, absolutamente”. Tras unos segundos de silencio luego de su sentencia, el regatista argumenta con la claridad que lo caracteriza: “No por haber ganado, sino que estoy contento con la vida que llevé. Tuve muchos privilegios, hice siempre lo que quise y tengo amigos por todos lados. Tengo cuatro hijos maravillosos y un nieto hermoso. Siento que tuve una vida con muchísimas emociones (buenas y malas) y eso es muy rico”.
Otra de las satisfacciones que tuvo a lo largo de su trayectoria se gestó en la Ceremonia de Apertura del evento realizado en Brasil, donde pudo compartir el desfile junto a sus hijos Yago y Klaus. “No sé si se puede comparar con las otras medallas. Creo que son situaciones diferentes. Cuando uno gana un torneo, es algo que lo consiguió compitiendo, y lo otro es un premio que te da la vida. Fue algo sentimentalmente muy fuerte. Desde ese lugar sí lo puedo comparar con una medalla, porque la Ceremonia de Apertura de un Juego Olímpico significa muchísimo. Es mucho más que el deporte, porque se refleja la paz entre los pueblos. Vivir ese evento con tus personas más queridas es algo increíble que lo convirtió en un día muy especial”.
Las estrofas del himno nacional. Las lágrimas de emoción por haber conseguido el objetivo. El brillo del oro. Los abrazos de los familiares y amigos… Desde lo más alto del podio Santiago Lange y Cecilia Carranza escribieron uno de los hitos más grandes de la historia de los Juegos Olímpicos. Con sus 55 años, él se convirtió en el medallista más longevo y su nombre permanecerá grabado junto a las leyendas internacionales de todos los tiempos. “La mayoría de las veces estamos en el medio del mar y no escuchamos a nadie, pero en Brasil fue alucinante. Fue una experiencia única porque no estábamos acostumbrados a las tribunas. Fue un orgullo, porque estuvimos viviendo 9 meses en el club, y si bien entiendo la pica que hay entre los argentinos y los brasileños en el fútbol, con nosotros se estableció algo hermoso. Ellos nos apoyaron porque nos habíamos ganado el cariño y el respeto durante todo ese tiempo de convivencia. Fue algo especial, porque sentí que dos países se unieron en un objetivo común. Incluso cuando fuimos a festejar la medalla había más brasileños que argentinos y nos quedamos hasta la madrugada celebrando. También compartimos la cena con el equipo brasileño cuando terminaron los Juegos, fue un reconocimiento muy lindo de un país que nos apoyó mucho”, recuerda.
En la actualidad atraviesa una realidad completamente distinta. La postergación de la cita en Japón provocó un cambio profundo en su planificación y los efectos de la pandemia le representan una gran preocupación. Para él “hay dos visiones”. “Como ser humano, creo que el coronavirus está haciendo algo horrible y la gente la está pasando muy mal. Uno trata de ayudar y de entender la situación que atraviesa cada uno. Y como deportista es complicado también, porque no es fácil planificar lo que será Tokio. Hay que aprender a aceptar lo que nos toca vivir y saber adaptarnos para poder cumplir con nuestro objetivo”.
En este sentido, Lange confía en poder participar en el evento que fue reprogramado para julio (del 23 de julio al 8 de agosto), ya que participó de varias reuniones con el Comité Olímpico Internacional. “Ellos van a hacer todo lo posible junto con el Comité Organizador para que se hagan. Se asesoran permanentemente con los médicos y analizan cómo hacerlos, pero hoy nadie puede asegurar lo que va a pasar en el mundo en agosto. Está muy lejos todavía. Lo mismo ocurre con cualquier profesión. Por eso, yo trato de no pensar en eso, sino en entrenar para tratar de llegar preparados para cuando nos toque competir”.
Apasionado por la disciplina que lo llevó a la gloria, Santiago Lange no le teme al futuro. Más allá de lo que pase en la capital asiática, él se ilusiona con extender su carrera gracias al mismo entusiasmo de siempre. “Me gustaría seguir. Al equipo le dije que ya estamos en los cuatro años del ciclo de París, y por eso hay que ir preparándose”, asegura entre risas antes de concluir con un análisis más profundo: “Hay que ver cómo estoy desde lo físico y si logramos ser competitivos. Todavía hay tiempo, por eso por ahora sólo nos tenemos que enfocar en Tokio”. Sin dudas, la leyenda quiere seguir haciendo historia.
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