De las gambetas al descenso, a la hazaña con River y a la paternidad ante Boca: los hitos de Platense, el experto en supervivencia que volvió a Primera

Durante los setenta y los ochenta ganó fama por sus agónicos triunfos para evitar el descenso. La racha invicta frente al Xeneize y el partido histórico frente a River. Las figuras clave que lo mantuvieron en la categoría hasta 1999

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El festejo de Platense al regresar a Primera frente a Estudiantes de Río Cuarto. En varias oportunidades en su anterior paso por la división, el club festejó agónicos triunfos para mantener la categoría
El festejo de Platense al regresar a Primera frente a Estudiantes de Río Cuarto. En varias oportunidades en su anterior paso por la división, el club festejó agónicos triunfos para mantener la categoría

“Todos nos llaman el fantasma del descenso, pero Platense de Primera no se va. Todos los años aparece un Pichi nuevo y al descenso lo tenemos que mandar…” Las plateas y la popular del estadio Ciudad de Vicente López deliraban con ese canto en la década del ’80 y pocas veces la voz de la hinchada tuvo tanta vinculación con lo que ocurría en la realidad. Año tras año, como una película de suspenso, pero donde sabían que siempre habría un final feliz, los simpatizantes del Calamar sufrían durante el torneo para gozar de la postrera salvación y la condena de los ocasionales adversarios. Sean rivales tradicionales o pichis nuevos, como decía la canción que entonaban con el mismo placer de un Dale campeón.

El Metropolitano de 1971 había sido de los más difíciles de su historia por dos hechos dolorosos: el descenso a Primera B y la pérdida definitiva de su estadio, enclavado en la esquina de Manuela Pedraza y Cramer en el barrio porteño de Saavedra. La pérdida de categoría ya estaba consumada cuando el domingo 26 de septiembre, en la victoria 2-0 ante Newell´s con goles de Roberto Cecilio Cabral y Juan José Scarpeccio, la vieja cancha dio su última función, abonando de allí en adelante, un incalculable caudal de melancolía.

Comenzó el duro camino de los sábados. Y le costó a Platense, porque se sentía de Primera. Fueron varias temporadas viendo como otros (All Boys, Banfield, Unión y Quilmes, entre otros) disfrutaban la gloria del ascenso, hasta que le llegó su turno a mediados del ’76 contra Villa Dálmine en campo de Vélez Sarsfield. El primer objetivo estaba logrado, estar nuevamente en la máxima categoría, pero aún faltaba el añorado retorno a tener casa propia, que ya no sería en Saavedra, sino que la ilusión cruzaba la Avenida General Paz, porque el nuevo estadio comenzaba a levantarse en Vicente López.

Y fue aquel Metropolitano de 1977 el que inauguró la senda de las salvadas milagrosas. De vivir en forma permanente haciendo equilibrio en la cornisa. Faltando cuatro fechas, se sentía aliviado porque Ferro y Temperley ya estaban condenados y le llevaba cinco puntos a Gimnasia, quien ocupaba la última plaza para cubrir los tres descendidos. Pero la historia se complicó al perder con Quilmes, quedar libre y caer con Chacarita y Racing. El resultado fue quedar igualado con Lanús y tener que disputar un partido desempate.

La nota de la revista El Gráfico enumera las emocionantes alternativas de Platense vs. Lanús. Esa día, el arquero Miguelucci fue el héroe al detener cuatro penales.
La nota de la revista El Gráfico enumera las emocionantes alternativas de Platense vs. Lanús. Esa día, el arquero Miguelucci fue el héroe al detener cuatro penales.

Siempre un cotejo extra para definir un descenso conlleva una cuota mayor de suspenso. Aquella jornada en cancha de San Lorenzo fue tremenda, al punto que la revista El Gráfico la tituló “La noche más dramática del fútbol argentino” con una bajada concluyente “Se jugaron 120 minutos. Se patearon 22 penales. Lanús descendió. Platense sigue en Primera A”. Al cero a cero de los 90 se le adosó la misma nula efectividad en el alargue que desembocó en esa definición. El héroe fue Osmar Miguelucci, su arquero, que atajó nada menos que cuatro penales, con una oscura historia detrás. La noche anterior, el DT Juan Manuel Guerra, recibió un llamado en su casa que fue atendido por su esposa: “Señora, dígale a su marido que si mañana juega Miguelucci, le quemamos la casa porque ese se vendió contra Chacarita”. El entrenador y el plantel le dieron la confianza que sus manos retribuyeron con la salvación.

Una situación extrema, pero que no dio respiro, porque al año siguiente, otra vez la soga estuvo colgada al cuello hasta el instante final. Estaba casi condenado a dos fechas de la culminación del Metro, tres puntos por debajo de Banfield a quien recibía en cancha de Atlanta. Solo servía ganar. Y así lo hizo, por 2-1, con vestigios de hazaña porque su arquero contuvo un penal a 10 minutos del final que de haber sido gol, significaba la condena. En la última jornada se sacó la soga al superar a Chacarita en San Martín 1-0, aprovechando que el Taladro quedó libre.

¿Un poco de paz en 1979 con respecto al descenso? Nada que ver. Un torneo en dos zonas y los dos últimos de cada una iban a disputar el certeramente denominado “Cuadrangular de la muerte” donde solo uno se salvaría. De los cuatro, Platense fue el de peor rendimiento en la fase de grupos. Carlos Picerni llegó ese año al club y así evoca esos momentos: “Éramos varios muchachos nuevos, tardamos en conocernos y nunca hubo realmente un equipo, hecho que se reflejó en los números de la campaña. Nos habíamos acostumbrado a perder. Cuando llegó el Polaco Cap como entrenador, tuvo la inteligencia de detectar a un grupo de 18 jugadores y decirnos que con nosotros iba a encarar el cuadrangular, cuando ya era un hecho que lo íbamos a disputar”.

La primera fecha de ese torneo reducido se marcó a fuego en el alma Calamar, porque aquel 22 de julio de 1979 volvió sentir el calor de estar en casa con la inauguración del estadio Ciudad de Vicente López. Quizás el hecho de habitar otra vez en campo propio y sus dotes naturales para el escapismo, fueron la combinación perfecta para eludir, una vez más la pérdida de categoría, con un equipo trabajador y Miguel Ángel Juárez como figura destacada, tal como remarca Picerni: “Era nuestro as de espadas, porque éramos un equipo de correr mucho, pero a la hora de hacer goles dependíamos del Mono Petti o de él. El Negro era un goleador extraordinario, que le pegaba con las dos piernas y que podía definir él solo un partido. Complemento ideal para un cuadro que se fue haciendo compacto del medio hacia atrás”.

El segundo gol de Platense a Chacarita en 1979 lo hizo Petti y desató la locura de la hinchada calamar.
El segundo gol de Platense a Chacarita en 1979 lo hizo Petti y desató la locura de la hinchada calamar.

El certificado de salvación se firmó en la cancha de Chacarita contra el cuadro local, con una inolvidable victoria por 2-1. Así lo revive Picerni: “Durante la semana el comentario era… uyy, lo que va a ser la cancha de Chacarita, va a ser un clima de locos. Pero nada de eso sucedió, quizás porque ya estaban descendidos. Fue una tarde tranquila dentro y fuera de la cancha. Íbamos ganando 2-0 sin sobresaltos y el Polaco Cap decidió sacarme porque me acalambré faltando 10 minutos. Me fui para el vestuario y me puse a temblar de los nervios, pese a que no tenía motivos porque ya estaba todo listo. Estaba desesperado y deseaba que terminara cuanto antes. Creo que fue porque tomé noción de lo cerca que estábamos de lograr algo que un mes antes parecía imposible. Estaba recién casado, mi esposa no podía quedar embarazada y me habían encontrado un tumor maligno en un nódulo en la zona de la tiroides. Ir a Platense me cambió la vida, al punto que en medio del cuadrangular, un día ella vino a la concentración para decirme que íbamos a tener un hijo. Algo extraordinario”.

Después de tantas tormentas, en 1980 llegó la calma de la mano de una campaña inolvidable, que por momentos lo tuvo en el segundo puesto y concluyó en la tercera ubicación a un punto de Argentinos que fue el subcampeón. Lo mismo sucedió en el ’81, donde prácticamente no tuvo que mirar hacia abajo, en la temporada que quedó en la historia por el primer descenso de un grande: San Lorenzo de Almagro. El certamen de 1982 fue el último antes de la implantación de los promedios y faltando tres fechas había siete equipos en la lucha por no ocupar los dos lugares que desembocaban en el fútbol de los sábados. Platense entre ellos. Pero comenzó a sacar puntos tras un muy flojo comienzo y respiró definitivamente en la anteúltima doblegando a Huracán 4-2 en Vicente López con dos tantos de su figura de aquellos años: el Chavo Eduardo Anzarda.

En 1983 apareció en el lenguaje del fútbol argentino una palabra que iba a dar escalofríos a muchos y con la que el cuadro de Vicente López iba a lidiar en varias temporadas: Promedios. En aquel torneo no sufrió demasiado y mantuvo la categoría con cierta tranquilidad, historia bien distinta en la temporada siguiente cuando sus hinchas tenían que ir a la cancha con la calculadora y estar atentos a las centésimas propias y de sus competidores directos por la permanencia, que fueron Temperley, Atlanta y, sorpresivamente, Rosario Central. La campaña fue floja y el bendito promedio apremiaba, hasta que sumó muchos puntos en las fechas finales, donde mucho tuvieron que ver los dos extremos del equipo. El veterano arquero Carlos Biasutto y el joven puntero izquierdo Carlos Alejandro Alfaro Moreno.

El campeonato 1985/86 marcó el inicio del fútbol por temporadas y otra vez se vivió la misma historia por Vicente López y Saavedra. Sufrimientos, sumas, restas y angustia, hasta que tres partidos de trámite similar en las jornadas finales le dieron una nueva salvación. Contra tres equipos grandes estaba en desventaja de dos goles y logró las respectivas igualdades para darle un mayor matiz de hazaña al seguir sintiéndose de primera: San Lorenzo 3-3, Independiente 2-2 y River Plate 4-4.

Festejos de los hinchas de Platense en la popular de la cancha de Chacarita la tarde de la salvación
Festejos de los hinchas de Platense en la popular de la cancha de Chacarita la tarde de la salvación

Una de sus máximas hazañas la iba a escribir en tinta calamar la temporada siguiente. Tras una arranque auspicioso, llegó un pronunciado declive que lo llevó a los últimos lugares de la tabla de posiciones, donde Deportivo Italiano prontamente descendió y quedó un mano a mano con Temperley. Una última fecha para el infarto, con los celestes un punto arriba y recibiendo a Rosario Central que podía ser campeón, al tiempo que Platense visitaba a River, en el que sería el último partido oficial del Bambino Veira en su exitoso ciclo con los Millonarios. Marcelo Espina era un joven que hacía sus primeras experiencias en la máxima categoría y así lo evoca:

“Una semana antes debuté contra Deportivo Español ingresando en el segundo tiempo y llegamos a ese partido con River a todo o nada. Llevábamos más de diez días concentrados en la localidad de Moreno y cuando llegó la hora de la charla técnica, el Chamaco Rodríguez, que era el entrenador, dio la formación conmigo de titular y Miguel Ángel Gambier, que era el goleador, al banco de suplentes. Yo no jugaba en el mismo puesto de él, sino que fui de 10 y el centrodelantero fue Nannini. El tema es que el Pampa estaba sentado atrás de todo en el salón de la charla, se levantó y como loco lo fue a encarar al Chamaco (risas). Después la historia fue increíble”.

Más que historia, se inscribió con letras de leyenda, ya que a los 15 del segundo tiempo, Temperley ganaba 1-0 y Platense perdía 2-0. Todo parecía perdido y en ese momento el técnico decidió el ingreso de Gambier, que marcó los tres goles para dar vuelta el resultado de manera sorprendente y como en el Sur el score final fue 1-1 (Central dio la vuelta olímpica), el descenso se definió en un cotejo desempate. “Fue realmente una hazaña. Perdidos por pedidos, nos fuimos con todo al ataque y creamos como 20 situaciones de gol. River tenía algunos chicos pero también jugadores con experiencia, como Gallego, Alzamendi, el Tano Gutiérrez y Gorosito. No tuve demasiado tiempo para ponerme nervioso en la semana porque me enteré que era titular en la charla. En el desempate lo ganamos con claridad y nos quedamos en Primera”.

Y una vez más, Platense sobrevivía, escapaba con el último aliento del fantasma. Un flaco promedio lo persiguió en la temporada siguiente, pero el plantel estaba fortalecido y potenciado por la llegada de un nuevo entrenador, como recuerda Espina: “A José Ramos Delgado le gustaba ir al ataque y de esa manera nos mentalizó. Hicimos una gran campaña, donde compartí el sector ofensivo con De Vicente, Alfaro Moreno y Boldrini. Nos salvamos a una fecha del final venciendo a River en el Monumental y tuvimos el premio de ser campeones de la liguilla de perdedores ganándole la final a Boca. La de 1987/88 fue una temporada inolvidable”.

Para el torneo siguiente, nuevamente un sprint final de importante cosecha de puntos lo puso a resguardo, despidiendo a Deportivo Armenio y San Martín de Tucumán, los Pichis nuevos de la canción. A partir de allí, los corazones Calamares disfrutaron de tiempos más tranquilos, aplacados y lejanos de la opresión de la palabra promedio. Incluso se dio el gusto de ser la sombra marrón de Boca, que estuvo 10 partidos oficiales sin poder vencerlo entre 1987 y 1990.

El resto es más conocido. El descenso imposible de gambetear en 1999, cuando ya no quedaban conejos que sacar de la infinita galera y este regreso, con estruendo de alivio ante Estudiantes de Río Cuarto que lo devuelve a la Primera División. Ese lugar que Platense siente como propio. Sus hinchas esperan que el nuevo paso por la categoría sea más aliviado que lo vivido años anteriores. Sin embargo, gozan del orgullo de sentirse imbatibles a la hora de la supervivencia, Algo reservado para pocos.

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