Llevaba la camisa de blanca seda desabrochada hasta el esternón. Y la medalla de oro con la imagen de la virgen de Guadalupe, relucía en su pecho henchido de gloria. Hacía mucho tiempo que Carlos Monzón no iba por la ciudad de Santa Fe. Y mucho más aún que no pisaba las instalaciones de Unión, el club adversario donde su maestro y tutor Amílcar Brusa lo cinceló campeón a pesar de la oscuridad y el hambre.
Aquel 7 de enero de 1977 el célebre campeón mundial quien ya había defendido 13 veces su corona de peso mediano, volvería a su punto de origen ya que su amigo, sparring y compadre Daniel González, subiría al ring para pelear contra el uruguayo Carlos Casal. Ese sábado ningún compromiso podía superar la necesidad de estar allí junto al compañero de todos los sueños. O sea que quedarían aplazados otros planes fueran éstos los de Susana Giménez, su pareja de entonces; o acaso los de su nuevo manager José Cacho Steinberg, quien tenía su yacht preparado para zarpar desde el puerto del Tigre con la ilusión de navegar todo el fin de semana junto a otros populares amigos de la farándula.
En el micro estadio de Unión el noventa y cinco por ciento de los espectadores eran hombres. Y en el sector próximo al ring, donde cada silla valía el triple, se ubicaron conocidos empresarios, comerciantes, profesionales y deportistas de la comunidad. Todos querían ver la pelea pero también estar cerca de Monzón, quien había ido acompañado por su hijo Abel. De pronto se produjo un silencio espontáneo, es ese momento en el cual los hombres congelan su expresión admirativa ante una bella mujer.
Esa criatura veinteañera medía 1.78, su cabello era castaño, tenía ojos color almendra, un cuello largo y fino al igual que los brazos y sus manos se prolongaban armoniosamente hasta el abismo de sus cuidadas uñas. Esa noche llevaba un pantalón claro y una musculosa negra con estrellitas metalizadas cosidas a mano. El hombre a quien acompañaba era un conocido empresario, organizador de eventos llamado Osvaldo Busaniche quien muchos años después –desde 1989 hasta 1992- también fue presidente del club Colón de Santa Fe.
Fue así como Leyla Merit – nombre con el cual identificaremos a la dama, aun cuando pudiera ser ficticio – conoció a Monzón sin saber que 15 años más tarde habrían de compartir el secreto de un amor sereno y dulce; el amor final…
Leyla además de haber competido en concursos de belleza y desfilar para distintas casas de moda de Santa Fe era jugadora de basquetbol en un club de la ciudad que no eran ni Unión ni Colón. Y tras conocer a Monzón después de la enfática presentación que le había hecho Busaniche, lo único que se le ocurrió a Leyla fue pedirle a Monzón indumentaria para su equipo ya sea para entrenar como para competir.
— Mirá ahora no podemos hablar de eso, ¿viste?, le respondió Carlos en medio de la gente que había a su alrededor tras conocerse el fallo de los jueces que le dieron ganada la pelea a Gonzalito, su “hermano”.
— Pero yo tengo una fundación que ayuda a todas esas cosas, agregó respetuosamente.
— Pero entonces tengo que ir a Buenos Aires…, dedujo Leyla con certeza.
— Y sí, mirá, tomá mi tarjeta y venime a ver que yo ahí te voy a poder ayudar, ¿viste?, concluyó Monzón.
Leyla se fue a Buenos Aires con una amiga y juntas llegaron hasta la dirección que decía la tarjeta “Fundación Monzón”. Una hora, dos horas, casi tres horas de espera y nada:
— Perdón señorita –le dijo Leyla a la recepcionista– el señor Monzon va a venir o no va a venir, ¿por que no me lo averigua?, mire que venimos desde Santa Fe y ésta tarjeta me la dio el mismo en persona…
La empleada, acaso acostumbrada a este tipo de situaciones, le respondió displicentemente:
— Y…, a veces viene, a veces no viene, ¿vio cómo es él…?
— Y decime (ya del usted al vos) ¿adónde mierda podría encontrarlo?
Después de un par de llamadas en tono sigiloso, la empleada les dijo con alivio: “Vayan a Geramo Automotores, ahí justo enfrente del estadio de River –era la agencia de Steinberg– , que seguramente lo van a encontrar…”
Era cierto pues Monzón quien había firmado el contrato para realizar la segunda pelea contra Valdez –la última de su carrera-, salió de una oficina, escuchó el pedido de Leyla (o como se llame realmente) quien llevaba la voz cantante y toda la respuesta de Monzón fue entregarles una tarjetita con el nombre de Juan José Netri quien se hallaba al frente de la fundación.
En tales circunstancias las chicas adoptaron posiciones diferentes. Fue así que Leyla comenzó a increpar al campeón mientras que su amiga –tal vez más acostumbrada a tratar con jugadores de Colón y de Unión– intentó calmarla. El momento más crítico fue cuando Leyla le gritó delante de personas muy interesadas en comprar los Mercedes Benz que allí se ofrecían:
— ¡Negro de mierda, me las vas a pagar!
En cambio su amiga, distante pero nerviosa mientras la separaba alcanzó a decirle: “Pará loca, pará, mirá con quien te estás metiendo…”, tras lo cual Monzón se dio media vuelta y se retiró sin responder ningún agravio. Leyla me dijo hace unos meses que creyó ver a esa “amiga” confesarle a Moria Casán en un programa de televisión que ella también había sido amante de Monzón…
Durante los 15 años posteriores la Leyla de nuestra historia se casó, constituyó su familia, educó a sus tres hijos, enviudó y nunca dejó de trabajar en las más diversas ocupaciones: desde recepcionista, secretaria, fotógrafa infantil hasta mannequin, embajadora de belleza, organizadora de eventos… Y mientras desfilaba por toda Santa Fe con compañeras como Fabiana Araujo o Liliana Casanova, la idea de ser periodista la obsesionaba. Tanto fue así que en 1992 logró realizar notas para la tira radial “Según el cristal…” y rápidamente llegó a Cablevideo. Allí el programa se llamaba “A todo verano” y Leyla propuso a la producción hacerle una nota a Monzón en el penal de Las Flores, donde se hallaba cumpliendo la condena de 11 años de prisión por el homicidio de su ex esposa Alicia Muñiz.
El dueño del canal era Angel Malvicino, un ex presidente de Unión de gran prestigio e influencia en la ciudad, tanto que el estadio lleva su nombre. Fue él quien facilitó las gestiones con Edgardo Butarelli, jefe de la policía provincial y éste con Alberto Nuñez, director de la cárcel. Tras esas gestiones es que Leyla logró ingresar al penal en los últimos días de diciembre de 1992 sin realizar requisa alguna y así poder ver a Monzón en el despacho de Nuñez –con éste presente– pues no quería estar a solas con Carlos.
Monzón llegó molesto, contrariado y le aclaró a Leyla que las notas había que arreglarlas con su apoderado Netri –otra vez Netri- tras realizarle con las manos el inequívoco gesto de la paga. No obstante Leyla logró gratuitamente un saludo de buenos augurios para el 1993 año que habría de comenzar en unos pocos días más.
— Bueno, les deseo a todos los santafecinos que tengan muchas felicidades en 1973 y que sea mejor que el 72…, dijo Monzón, sin que el fallido fuera advertido al momento de estar grabándolo pues el año por llegar sería el 93′. Eso era todo cuando podía conceder Carlos en la cárcel gratuitamente. Leyla a quien miró Monzón de arriba abajo al ingresar a la oficina del jefe cual apelación al recuerdo visual, (a vos te conozco, ¿de dónde?..., habría pensado), se daba por satisfecha. Luego le regaló las fotos del ‘77, las del primer encuentro en el festival de boxeo de Unión, cuando se la presentaron. Al retirarse Carlos le dio la tarjeta de su representante y ella le anotó su teléfono en un papelito, diciéndole: “Fue un placer reencontrarme con usted…”.
El fallido de Carlos sobre los años mencionados en la grabación podría tener diversas interpretaciones pero una sola conclusión: el ’73 había sido su año consagratorio en Europa al vencer a Griffith en Montecarlo y a Bouttier en Paris con Alain Delon como su nuevo conductor. Aún no había ingresado en el mundo del cine, se sentía un privilegiado sujeto de las simplezas, no conocía a Susana Giménez, sostenía una relación afectiva con los amigos de siempre, tomaba Gancia a las 11, jugaba al truco, su hogar eran su esposa Pelusa y los chicos, no se drogaba, vivía soñando y tenía firmadas para 1974 las peleas contra Mantequilla Nápoles en Paris y frente al australiano Tony Mundine en el Luna Park.
Esta enigmática dama Leyla (o como se llamare) quien ha preferido ocultar hasta aquí su rostro tiene documentado de manera minuciosa y fehaciente cada uno de los hitos de esta fantástica historia. Para ello ha recopilado fotos, grabaciones y otras constancias con las cuales propondrá editar su propio libro. Y esa prometedora obra la escribirá Sergio Ferrer, una distinguida pluma de El Litoral de Santa Fe quien ya ha ofrecido “Monzón nunca estuvo solo” y “Maidana, el boxeador de la década”. Se trata de un calificado periodista e historiador que además de reconstruir fielmente la alucinante historia de la relación entre Leyla y Monzón, sabrá aportarle los matices deportivos de época para que la propuesta resulte indiscutida. Podrán leerse (o acaso verse en una miniserie futura) momentos inimaginables de este tierno y atípico romance.
Luego de la nota en el despacho del alcalde de la cárcel de Las Flores, Leyla se fue a Mar del Plata de vacaciones. Grande sería su sorpresa cuando al regresar halló dos mensajes grabados en el número 41-230 de su domicilio particular. Se los había dejado Monzón –a quien no le reconoció la voz– pidiéndole que fuera a verlo, “aunque sea para tomar un café”. Y ella aceptó la invitación y fue a verlo a la cárcel de Las Flores llevándole una bandeja de masas finas.
El encuentro se llevó a cabo en enero de 1993 en uno de los comedores del penal. Un espacio de 4x10 con el particular e invencible olor a guiso de los ámbitos carcelarios. Ellos se sentaron en una mesa larga. En ese lugar además había un televisor, una cocinita apenas escondida y una puerta que daba al patio alambrado en el cual Monzón se movía pegándole a la bolsa o haciendo gimnasia. Fue la primera de muchas charlas durante las cuales y al conjuro de mates cocidos ambos rebobinaron sus vidas.
Leyla comenzó a ser necesaria en la vida de Monzón. No solo compartía cenas en el penal, días de esparcimiento en el camping de UPCN –donde él oficiaba de instructor de boxeo- o alguna otra gestión personal. Ella también respondía las cartas, intermediaba con la prensa, los ayudó a José Lemos –entrañable colaborador de Carlos- y a su hijo Abel a la organización del tributo en conmemoración por los 23 años de la obtención del título en ese 1993. Es más, logró que Carlos no fumara ni tomara delante de ella y además se ofreció a hablar de un “tabú”, de algo que mortificaba fuertemente a Carlos: Maximiliano, el hijo de Alicia Muñiz sin contacto con su padre desde el 14 de febrero de 1988, día del crimen en Mar del Plata, cuando el niño solo tenía 7 años.
Los encuentros íntimos entre Leyla y Monzón jamás fueron en la cárcel. Tenían un departamento en la calle 9 de Julio al 1900 pegadito a SADAIC y para que Carlos saliese, siempre aparecía algún certificado médico firmado por el doctor Nicolas Rondón –40 años de atención médica y fiel amistad con Brusa y con Carlos– o una diligencia en Tribunales solicitada por algún abogado amigo que gestionaba su hermano Reynaldo o se fabricaban la cita en alguno de los días en los cuales daba clases de boxeo en el camping de la UPCN. Para ello contaban con el guiño del custodio Mario Giménez quien lo trasladaba esposado y al llegar a la puerta del bulín se las quitaba, se quedaba en la vereda sin retirarse del frente del edificio y a la hora del reencuentro lo volvía a esposar para regresar a la prisión.
Leyla le puso fin a la relación el 4 de noviembre de 1994 tras casi dos años de escuchar, proveer y amar sin saber que la tragedia acabaría con la vida de Monzón dos meses después. Y les contó esta historia a sus tres hijos hace 38 días en los festejos de la despedida familiar del 2020. Más aún, les dijo que había tomado el compromiso con Carlos de apoyar a Maximiliano, el huérfano en soledad, el más vulnerable de los Monzón, a quien había encontrado por Facebook tras ocho años de búsqueda.
Leyla viajó a Buenos Aires para estar frente a Maximiliano y se metió en el tormento de su dolorosa vida; debía cumplir con la promesa que le había hecho a su padre.
El último 8 de Enero, al cumplirse 26 años de la muerte de Monzón, se lo vio a Maximiliano apoyar una flor humedecida por viejos llantos en la tumba de su padre.
Leyla estaba a su lado…
Agradecimiento: Natalia Jaime
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