“Mirá la herida que tengo acá”.
Histriónico en su rol de analista y entertainer, Oscar Ruggeri se estira la frente ante el foco de la cámara, señala una marca ancha, abre el baúl de memorias que lo transforma en imán en los mediodías televisivos. Se apresta a contar la anécdota del golpe más duro de su carrera como futbolista; un verdadero choque de titanes, con otro caudillo imponente, con el que siempre era preferible no chocar: Cacho Saccardi. “Nos rompimos la cabeza los dos”, acepta, con la herida como medalla. Las imágenes, ya sea en movimiento o el flash de una foto de época, no hacen más que confirmar que no exagera ni un ápice.
No resultó azarosa la evocación. Le surgió, precisamente, en una emisión del programa ESPN F90 en la que daba lecciones de cabezazo ofensivo. Destacaba lo que significaba la excursión a campo contrario con “pegadores” como Maradona y Burruchaga en la Selección. “Yo levantaba las rodillas cuando iba”, puntualizó, advirtiendo su método de defensa ante la fiereza de los rivales. Y la mente lo transportó, sin querer, al 2 de agosto de 1981.
El Boca de Diego Armando Maradona, con Ruggeri como bastión en la defensa, y el Ferro de Carlos Timoteo Griguol, con Cacho Saccardi como bandera, se enfrentaban en la Bombonera en un certamen que los tenía batallando cabeza a cabeza por la corona. Y ellos dos, literalmente, ofrendaron sus cabezas.
En su participación televisiva, Ruggeri se paró, hizo el gesto técnico, con onomatopeya: “¡Pa! El gol que iba a hacer en ese Ferro-Boca, el gol que iba a hacer... Pero se cruzó Saccardi y le abrí todo, es el día de la venda”, rememoró. Las imágenes del partido, con repetición y enfoque al detalle, permiten ver el choque que provoca el dolor del nuevo espectador. Carlos Córdoba mandó el centro a la salida de un córner, el zaguero saltó con impulso, arqueó el cuello para impactar la pelota de lleno, para impulsarla con la fuerza de un misil... Pero en su lugar se encontró con la cabeza de Saccardi. Enseguida, los protagonistas quedaron tendidos en el césped, los atendieron los cuerpos médicos, de sus testas brotaban manantiales de sangre que hicieron más épica la escena. Cacho, el ídolo verdolaga, continuó en cancha con una venda generosa con la que bien podría haber imitado a la “Momia blanca” de Titanes en el Ring. De ahí la asociación de Ruggeri, el rótulo del “día de la venda”. Sí, los dos siguieron en el campo de juego, aunque por la violencia del choque y sus consecuencias tendrían que haberse desmayado.
“Entró justo, Saccardi cabeceaba muy bien, eh...”, apuntó Ruggeri en su relato. La ficha del partido revela que después de tremenda colisión, el de Corral de Bustos recién dejó el campo a cinco minutos del final, reemplazado por Jorge Alejandro Quiróz. Saccardi, en tanto, jugó hasta los 70′, cuando estaba al borde de desvanecerse. Palito Brandoni ocupó su lugar.
En una batalla desgastante, pareja, Boca sacó ventaja con el gol del Mono Perotti a diez minutos del epílogo, tras un pase magistral de Maradona que destrabó el pleito. La conquista, con una definición cruzada, y la avalancha posterior en la popular local, quedaron en el mural de los recuerdos felices de los hinchas de Boca y entre las dagas ingratas de los del Verdolaga, aunque en 1982 se tomó revancha y ganó, de manera invicta, su primer título en Primera División. Y le hizo justicia a ese plantel que marcó una época.
Pero aquel choque de colosos tiene un abanico de miradas, de sensaciones. De los protagonistas primarios, como Ruggeri, y de los secundarios y testigos de aquel derrumbre de edificios, de aquella prueba de lealtad con sus equipos y con el juego, que a pesar de las secuelas evidentes por el golpe, no les permitió dejarse llevar por la camilla, aunque nadie los hubiera apuntado con el dedo.
“Me acuerdo que yo tenía siete años. Como el partido era en Boca y podía ser complicado, no me llevaron mis abuelos y lo estaba viendo en casa. Cuando pasó lo del choque, me puse recontra a llorar y mis abuelos me sacaron el canal, no me dejaron seguir viéndolo”, le cuenta a Infobae Alejandro Saccardi, hijo del mítico Cacho, quien murió en 2002, a los 52 años. Un hombre que tranquilamente pudo haber jugado ese cotejo como compañero de Ruggeri, dado que en dos oportunidades el Xeneize intentó contratarlo; la última a su regreso del Hércules de Alicante, en 1979. Pero la fidelidad con el club que lo había formado y lo había respaldado incluso cuando iba a quedar en libertad de acción pudo más que la tentación del contrato y la exposición que le ofrecían en La Ribera. “Tenemos casa, comida y vacaciones. No necesitamos más nada”, le dijo a Graciela, su esposa y compañera de toda la vida, al justificar la decisión de vida.
Volviendo a la jugada en cuestión, el susto de uno de los herederos del mediocampista no había sido en vano. Lo certificó el médico del plantel, Quique Rottemberg, en el libro “Cacho Saccardi, el último guerrero romántico”. “Tuvimos que suturarlo en el vestuario: cinco o seis puntos le dimos. Había perdido tanta sangre... Pero tenía una entrega.. Era un profesional 100%”, subrayó.
Para el cuerpo técnico, las heridas del luego entrenador de Oeste, Estudiantes de Caseros y Gimnasia de Jujuy no representaban un problema. Por el contrario, alimentaban a la bestia. “¡Era mejor que lo golpearan y terminara todo vendado! ¡Jugaba mejor! Lo transformaba en el muchacho de la película. Se tiraba de cabeza. Queríamos que le dieran una patada de arranque, porque se enojaba”, confesó Carlos Aimar, en ese momento ayudante de campo de Griguol.
Graciela, a esa altura, ya estaba resignada: “Salió con la cabeza como una momia. Yo me preocupaba, pero él iba siempre para adelante, tenía esa fortaleza”. Tamaña demostración de espíritu colectivo, de sacrificio por los colores, fue recompensado. La contraprestación fue mucho más allá del resultado para ambos: las tribunas se rindieron ante tamaño acto de arrojo de los titanes, sin importar quién representaba a quién.
“El fútbol me dio grandes satisfacciones. Una de ellas fue el aplauso de la hinchada de Boca cuando perdimos el partido por el Metro 81 y me retiré con la cabeza partida”, supo confesar Saccardi. La demostración de que un golpe puede dejar su huella, más allá de la cicatriz que Ruggeri mostró ante las cámaras de TV.
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