Cada vez que lo citaba, Franco Agostinelli dejaba todo y salía. A diario esperaba esos mensajes oscilando entre la ansiedad porque se repitieran y el miedo a que desaparecieran. El 22 de septiembre del 2020, al mediodía, su teléfono sonó y él salió dichoso desde Ensenada hasta el country Campos de Roca, en Brandsen, donde lo esperaba Maradona, una vez más, para que le cortara el pelo. Ese día, el ídolo tenía una razón especial para verse bien: la visita de su hijo menor, Dieguito Fernando.
Franco llegó y lo encontró en el jardín de su casa, sentado frente a un fuego. El astro lo invitó a que lo acompañara un rato antes de empezar. Charlaron sobre trivialidades: el calor, sus bebidas favoritas, lo amplio que era ese parque. A unos metros se veía un tobogán inflable que había alquilado para Dieguito. Dieguito y su nieto Benjamín, le confió, eran su debilidad.
-Siempre me decía que lo habían agarrado “cansado”. No decía “viejo”, decía “cansado”, porque le hubiera gustado estar más activo para jugar con ellos.
Franco ya había terminado su trabajo y estaba de salida cuando el niño entró corriendo a abrazar a su padre. El peluquero se detuvo, vio el rostro de Maradona resplandecer, lo vio agacharse y abrazar a su hijo, lo vio besarlo, acariciarlo, y continuó su camino, agradecido. Ese instante de la vida de su ídolo ahora formaba parte de su propia vida. Se sintió afortunado por haber llegado hasta ahí. Pudiendo elegir entre los profesionales más prestigiosos, Maradona lo había preferido a él: un peluquero de barrio de 27 años y cinco de oficio.
Apenas un año atrás, no lo hubiera imaginado
El Flaco manos de tijera
En el 2018 Franco llevaba dos años atendiendo su peluquería en la calle Marqués de Avilés, de Ensenada, a 9 kilómetros de La Plata. Hincha fanático de Gimnasia -al punto de cerrar su local para ver los partidos- lo ilusionaba algún día poder cortarles el pelo a los jugadores. A mediados de año le hizo la propuesta al delantero Matías Gómez y el jugador aceptó. El corte le gustó y lo recomendó. Al poco tiempo, el peluquero empezó a ir en la previa de cada partido a Estancia Chica, el predio del club, en Abasto. Llevaba sus tijeras y máquinas en la valija de “Servicios VIP” -como le llama al corte a domicilio- y se ponía a disposición de los jugadores. Así llegó a cortarle a casi todo el plantel. Están los que se cortan ocasionalmente y otros como Nicolás Contín, Matías García, Erik Ramírez y Matías Gómez, que lo eligen siempre.
Cuando Franco empezó a ir a Estancia Chica, la posibilidad de que Maradona dirigiera Gimnasia no estaba ni en su fantasía más delirante. Sin embargo, en septiembre de 2019 esa idea ya no sonaba tan disparatada y un buen día se concretó. Ese domingo, el peluquero estuvo entre los 20 mil hinchas que lo recibieron en el estadio del Bosque y lloró por ese milagro.
Pronto quiso cumplir el sueño de conocerlo y una mañana, en un entrenamiento, el jugador Matías Gómez le hizo el favor de llevarlo ante su ídolo. Franco recuerda la respuesta de Maradona cuando el delantero le preguntó si podía sacarles una foto: “¿Y si te digo que no? Ya está acá el flaco”. También recuerda que el astro estaba sobre un escalón y cuando se le acercó -con su metro ochenta- y se puso a su lado, Maradona, desde su 1.65, lo miró y volvió a bromear: “¡Flaco, mirá dónde me dejás, bajate!”.
El pelo de D10s
Para enero del año 2020 ya todos en el club conocían a Franco como “el flaco” porque así se ve: flaco pero fornido y también morocho, con una franja de pelo celeste en el lado izquierdo y unos ojos oscuros que aguza al buscar precisión. La noche del jueves 23 se encontraba en Estancia Chica preparando a los jugadores en la previa del partido contra Vélez, cuando el delantero Nicolás Contín se acercó y le dijo: “Mañana le cortás a Diego” y él, claro, no le creyó.
-¿Diego, se iba a cortar conmigo? Un peluquero de barrio. Nada que ver. Me imaginaba que se cortaba con alguien de renombre o en una peluquería más copada.
Contín le explicó que le había preguntado a su entrenador si quería cortarse y que la respuesta fue sí, pero Franco siguió sin creerle hasta que Maradona pasó, lo señaló con el dedo y le dijo: “Mañana me toca a mí”. Esa noche casi no durmió. Hasta el mediodía siguiente se esforzó por dominar los nervios. No temía fallar en su oficio porque el corte era sencillo y no le temblaba el pulso. A Franco le daba miedo todo aquello que pudiera arruinar su primera impresión.
-Era una figura con la que no se podía ser confianzudo o preguntar cosas fuera de lugar. Había que medir las palabras.
Al día siguiente regresó a Estancia Chica, donde Maradona esperaba junto a los asistentes en su habitación. Antes de entrar, Franco recibió un consejo de Nicolás Contín.
-Me dijo: “Mirá, a Diego no le gusta que lo cargoseen con eso de ‘sos el más capo, gracias por todo lo que nos diste’. Tratalo como a uno más”.
Franco agradeció y entró en la habitación con una serenidad precaria que tambaleó apenas Maradona se paró para saludarlo con un beso y decirle: “¿Qué hacés flaco? ¿todo bien?”. Esa simpleza, recuerda, lo sorprendió. De ahí en adelante, cada vez que necesitó recuperar la calma se repitió a sí mismo: “No es Maradona, es uno más, no es Maradona, es uno más”, como un mantra. Ya prestos, su ídolo le pidió que mantuviera el corte. Era un estilo clásico: rapado en los lados, más largo en la cúspide, la línea marcada y peinado a la derecha.
Aunque al peluquero nunca le costó entablar conversación, en ese momento no sabía qué decir. Para su fortuna, estaban los asistentes a quienes el técnico les contaba anécdotas y él aprovechaba para deslizar pequeñas intervenciones del estilo: “Noooo”, “Uhhhh” y “Jajaja”. Hasta que comenzó a sonar la canción “Luna tucumana” y Maradona se puso a cantar. Entonces Franco, que había reconocido la voz de Mercedes Sosa, hizo como si no supiera y le preguntó si era ella quien cantaba. Su ídolo le respondió que sí y que ese tema le gustaba mucho porque le recordaba a sus padres.
Desde ese momento la charla fluyó. Incluso, el peluquero aventuró algunos chistes que tuvieron buena acogida, como cuando terminó el corte y le acercó el espejo para mostrarle. “Te dejé bien fachero”, bromeó y Maradona, que se miraba sonriente, le respondió: “Igual yo, de antes, algo traía”.
Previo a irse, Franco le pidió si le firmaba la pierna para tatuarse el autógrafo. No quiso dinero. Una semana después, regresó a Estancia Chica para atender a los jugadores y le hicieron llegar un mensaje: “Dice Diego que si no valorás tu trabajo, no trabajás más con él”. Desde entonces empezó a aceptar el pago que le hacía llegar a través de sus asistentes. Lo que valía el corte en su peluquería, se lo pagaba multiplicado por diez.
En aquel primer encuentro también lo había afeitado y, como a Maradona le gustaba estar prolijo, lo volvieron a llamar una semana después. La secuencia fue similar aunque más distendida: el saludo, la preparación en el cuarto de Estancia Chica, la charla y el corte.
El origen del corte que Maradona lució hasta el día de su muerte se remonta a finales del 2019, cuando se lo vio al delantero de su equipo Eric La Perla Ramírez y le pidió a su peluquero de entonces que lo copiara. Lo que más le gustaba era que la línea quedara bien marcada. Para Franco era necesario acentuarla quitando un poco más de cabello y se lo sugirió. A Maradona la idea le gustó. Ese fue su primer toque.
Antes de conocer la cabeza de su ídolo, el peluquero suponía que las ondas podían complicar su trabajo, pero le sorprendió descubrir que ya no tenía rulos. Durante toda su vida, el cabello de Maradona cambió al compás de sus transformaciones: la mata de la infancia por la que lo apodaron Pelusa; la melena irreverente con que se consagró campeón con la Argentina y el Napoli; el corte erizado de la expulsión del Mundial ’94; la franja rubia del retorno a Boca en el 95; el naranja alarmante de cuando casi muere, en el 2000, y el renacer de la melena y su brillo, en 2005, cuando condujo “La Noche del Diez”. Esa melena, de largo variable, persistió durante su carrera como técnico hasta que, en 2012, se extinguió. Desde entonces, mantuvo el cabello siempre corto y cuando llegó a Gimnasia, ya peinaba canas en ambos flancos.
Al peluquero le llamaba particularmente la atención el lado izquierdo porque las canas se concentraban en una zona que, al raparla, se veía como una mancha blanca de la piel. Con cada encuentro iba ganando confianza y, a menudo, al mostrarle el corte terminado, le decía “te saqué 10 años” y Maradona se reía. Pero el 25 de febrero Franco notó que no era un día para bromas.
-Estaba descompuesto. Me contó que tenía un problema en la panza y que cada tanto se descomponía. Yo le conté que a veces comía cosas picantes y también me caían mal y él me dijo: “Sí, el picante te mata, tenés que cuidarte”.
En su interior, Franco agradecía el privilegio de estar hablando de un malestar estomacal con Maradona como si conversara con un tío. Por fuera, disimulaba su fascinación acompañando en la charla a su ídolo por los carriles que quisiera tomar.
-Prefería que él planteara los temas porque no sabía cómo podía reaccionar. Por más que me interesara, no me daba para preguntarle cómo iba a formar el equipo en el siguiente partido o cosas así. Prefería que él se sintiera libre de contar lo que quisiera. Y si él quería, hablábamos y si quería que me quedara callado, me quedaba callado.
Ese día, además, a Maradona le dolía el recuerdo de su padre.
-Hablamos mucho y me contó que extrañaba al papá. Me dijo que cuando falleció sintió que le arrancaron un pedazo de su vida y eso, a veces, le pesaba.
Reencuentro en pandemia
El corte del 14 de marzo fue el último antes de que comenzara la cuarentena por la pandemia de COVID-19. En esa ocasión, Maradona le preguntó a Franco por su peluquería. Él le contó que estaba en Ensenada, a una cuadra de la plaza San Martín, en su barrio de toda la vida. La había abierto en el 2016, un año después de recibirse de estilista, con la ayuda de su familia.
Maradona quiso saber dónde quedaba Ensenada y Franco le explicó que estaba ahí nomás, a 20 minutos en auto. Puede que el astro no lo recordara, pero ya conocía esa ciudad. Una nota del diario El Día informa que el 30 de diciembre del 2002 fue hasta la Dirección de Tránsito local para renovar su licencia de conducir. Todavía hoy, entre los ensenadenses, hay quienes ponen en duda que el hombre que le hizo un gol con la mano a los ingleses se haya molestado en ir personalmente a buscar su carnet. Pero hay otro dato, en la nota, del que nadie duda: Maradona tenía amigos en la ciudad. Y en aquel tiempo, más de un vecino se lo cruzó, en más de una noche, por las calles de Ensenada.
En los meses de aislamiento, Franco no supo de su ídolo más que lo que decían las noticias. Para septiembre ya iba asimilando la idea de que no volvería a verlo. Por eso, el llamado que recibió la mañana del sábado 5 lo sorprendió. Esta vez la cita era en Campos de Roca, el country al que Maradona se había mudado a fines de julio. Franco saltó de la cama entusiasmado por volver a ver al Diez, ahora, en su propia casa.
Maradona lo recibió de pie, como antes, cuando cada vez que lo veía lo abrazaba y le agarraba la cara y le daba palmaditas o alguna caricia. Pero los tiempos habían cambiado y Franco trató de mantenerse a distancia. Esa mañana aprovechó que el cabello había crecido para sugerirle un nuevo cambio: correr la línea que tanto le gustaba hacia la izquierda. A Maradona la idea le gustó. Ése fue su último toque.
La segunda vez que lo citaron en el country, Franco se empezó a preguntar si su ídolo, en cierto modo, lo apreciaba. Al fin y al cabo, había requerido sus servicios en seis oportunidades, le abría las puertas de su hogar, siempre le preguntaba qué quería tomar -y para su asombro, en una ocasión, se paró él mismo a buscarlo-; le permitía llamarlo Diez -como lo hacía su gente de confianza- y ya no le decía “flaco” sino “Franco”. Sabiendo lo expulsivo que podía ser cuando alguien le desagradaba, el peluquero concluyó que, como mínimo, le caía bien y sus clientes maradonianos se lo ratificaban. Por eso, cuando el domingo 13 de septiembre Maradona lo echó de su casa, no entendió nada.
Esa tarde, cuando el técnico lo vio acercarse a la puerta de la habitación, le dijo que no lo quería ver, que se fuera. Valija en mano, en silencio, el peluquero comenzó a volver sobre sus pasos hasta que escuchó que el asistente recalcaba: “Diego, es Franco” y entonces el técnico se dio cuenta de su confusión y se disculpó. “Perdoname, pensé que eras otra persona y no tengo ganas de que me rompan los huevos. Esperame que ahora nos cortamos”, recuerda que le dijo. Y él esperó aliviado.
El último contacto
Durante los encuentros en la casa de Maradona, Franco percibía que iban creciendo los momentos de silencio.
-Nunca tuvo una vida tranquila y últimamente creo que buscaba eso: tranquilidad. Parecía un señor que quería estar de vacaciones por un rato y estar en una cancha de fútbol.
Faltaba menos de un mes para que cumpliera 60 años y Franco quería darle una sorpresa: mandó a estampar una capa de peluquería con la imagen de su ídolo levantando la Copa del Mundo. Esperaba tenerla lista antes del 30 de octubre, el día del cumpleaños.
La mañana del 13 de octubre, sintió de nuevo el éxtasis que le infundían los mensajes que llegaban desde Campos de Roca y recorrió en su Volkswagen Bora los 32 kilómetros que separan Ensenada de Brandsen. A diferencia de otras veces, cuando terminó de cortarle el pelo, Maradona le pidió que lo esperara. Se levantó despacio y fue caminando hasta su habitación. El peluquero miró a Jhonny, el sobrino del astro, buscando saber. “Te quiere pagar él”, le adelantó. Su ídolo regresó, le agarró la mano, le entregó el dinero y le dijo: “Muchas gracias por tu trabajo. Gracias por tomarte el tiempo de venir hasta acá a cortarme el pelo”.
Esa fue la última vez que lo vio.
El 24 de octubre, Verónica Ojeda, la ex pareja del astro, llevó a su peluquero para que lo atendiera antes del cumpleaños. Luego, la operación en la cabeza, la abstinencia, el recogimiento, la muerte.
Por todo el mundo brotaron homenajes. Franco le hizo el suyo particular: el 28 de noviembre, cinco jugadores de Gimnasia usaron la capa con la imagen del ídolo y su Copa durante el corte de pelo previo al partido con Vélez. El mismo rival al que habían enfrentado el día en que se convirtió en el peluquero favorito de Maradona.
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