Entradas agotadas, corridas, gases lacrimógenos, desmayos, pánico, 50° de temperatura y sobre el ring... Nicolino Locche

Hace 45 años, el boxeador mendocino volvía al Luna Park en medio de un clima agobiante. La gente que pugnaba por entrar sin boletos desató la respuesta policial. Pese a todo, con un poco de retraso, la multitud disfrutó a un intocable a media máquina

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Fue hace 45 años. Fue
Fue hace 45 años. Fue la noche más calurosa del siglo y 20.000 personas colmaron el estadio. Cada presentación de Locche en el Luna Park era promesa de estadio lleno .

A la diez de la noche la calle hervía. El aire afiebrado pesaba sobre las humanidades como si un sol oculto y agresivo nos empapara la piel. Al entrar al Luna Park por cualquiera de sus puertas se sentían los efectos de una hoguera; todo era brutal, inhumano. En menos de cinco minutos sentado en cualquier butaca e inmóvil – y mucho más apretujados en las tribunas -, el intenso calor provocaba un baño de sudor. No corría el aire en el estadio: el oxígeno era una masa asfixiante y pesada que alteraba las palpitaciones, el comportamiento y hasta el carácter de los espectadores. Sólo Nicolino Locche podía producir este fenómeno; solo él y su inigualable magia podían convocar en tales condiciones a un Luna Park con 20.000 personas que desafiaron los 50 grados de la temperatura interior en una noche de atípico clima en Buenos Aires con 43° a la intemperie que se sostuvieron desde antes de las 20 horas hasta avanzada la madrugada del domingo.

Lo recuerdo con imborrable fidelidad. Fue el sábado 17 de enero de 1976. Y el empresario Tito Lectoure se animó a programar esa pelea en un estadio sin refrigeración porque el protagonista era Locche y porque el tradicional espectáculo del Holiday on Ice habría de debutar dos semanas después para quedarse –como todos los años- hasta mediados de marzo.

Nicolino se había reconciliado con su inolvidable maestro Don Paco Bermúdez después de la derrota ante Kid Pambelé (1973) y llevaba más de un año sin pelear en el Luna, el escenario donde había ofrecido sus cautivantes exhibiciones. Su última presentación había sido en octubre del 75′ contra el norteamericano Jimmy Hear, un rubio, alto y flaco a quien le había ganado por puntos. Al oficializarse su regreso a los rings, la gente comenzó a reservar entradas desde mediados de diciembre. Fue así que los habitúes del Luna, los infaltables de todos los sábados, advertían enfáticamente al realizar sus reservas telefónicas a los boleteros del estadio, que vendrían especialmente desde Punta del Este, Pinamar, Mar del Plata y otros lugares donde se hallaban de vacaciones. “Por favor”, exhortaban: “que no me falten las entradas…mire que llegaré sobre la hora”, clamaban.

A los 20.348 espectadores que dejaron en boleterias 3.539.020 pesos a razón de 290 pesos por cada dólar no les importaba quién era el rival. Se llamaba Emiliano Villa, era colombiano – hoy reside en Santa Marta- tenía 23 años y 23 peleas. Se lo consideraba una gran promesa del boxeo en Barranquilla -su tierra- y hubiese sido una gran realidad sino hubiese chocado, unos meses después de pelear aquí, contra Mano de Piedra Duran quien lo derrotó en 7 vueltas.

La idolatría que Nicolino ejercía sobre el público producía un fenómeno jamás visto: la gente no iba a ver la pelea; iba a ver a Locche; el combate entonces se convertía en una obligada excusa para hacer el show. Pero, ¿con 50° de calor? Sí, con 50° de calor; pero ¿dejar la playa y viajar especialmente a Buenos Aires para ello? Sí señor; pero, ¿pagar además sobreprecio por cada entrada para asegurar la butaca? Obvio y además, ¿tener que ir con un saco encima de la camisa pues es casi obligatorio para entrar al ring side? Sí, las peleas de los sábados no se televisaban y así eran las reglas para estar cerca del ring… ¿Y que ofrecía Locche para semejante sacrificio…? Un show único basado en una artística defensa sin huida, singularizado en un prodigioso golpe de vista que eludía los puños del adversario moviendo sincronizadamente la cabeza, el torso y la cintura. Se trataba de un espectáculo estético y sensual. Lo llamaban El Intocable: los hombres lo admiraban y las mujeres lo amaban; boxeo de autor…

Locche podía colocar sus manos,
Locche podía colocar sus manos, pero el arte más disfrutado por el público eran sus esquives que dejaban en ridículos a los adversarios. No podían pegarle, por eso lo bautizaron El intocable.

Aquella noche del pavor las entradas se agotaron. Mucha gente que se había quedado afuera intentó vanamente ingresar por alguna de las cuatro esquinas de acceso a las tribunas populares; también por las del ring side y hasta por las de la Super Pullman de la calle Bouchard. Las puertas quedaron cerradas con custodia policial. Fue entonces cuando unas cien personas se desplazaron hacia el ingreso de la tribuna especial, la de la Avenida Madero. Fue por allí que muchos consiguieron entrar compulsivamente atropellando a los porteros y saltando los pasadizos. Pero rápidamente llegaron policías en motocicletas transitando sobre la vereda y carros de asalto que se estacionaron en la puerta desde donde y para dispersar a quienes pugnaban por entrar, comenzaron a arrojar gases lacrimógenos bajo aquellas sombras calcinantes.

Cuando se produjo el desbande en la tribuna especial y en el ring side, el camarín de Locche – ubicado exactamente debajo del sector afectado – pareció temblar. En menos de dos minutos por un hueco de la pared divisoria con el pasillo de salida hacia el estadio, comenzaron a filtrarse las primeras emanaciones del gas lacrimógeno. Locche, su hijo Lolo, su equipo técnico y yo, fuimos víctimas de la situación. A Locche lo afectó gravemente: no veía, respiraba con dificultad, se le irritó la garganta y comenzó a manifestar arcadas, como si estuviese a punto de vomitar.

El susto, así había titulado
El susto, así había titulado El Gráfico la imagen donde se veía cómo muchos espectadores habían corrido por los gases y atropellarse, en medio de una agobiante noche de calor en Buenos Aires

En medio de aquel alboroto se vio a un hombre correr desesperado dentro de una bata blanca con botitas de boxeador, los puños vendados, el rostro envaselinado, el ralo cabello mojado y una toalla blanca alrededor de su grueso cuello. En su desesperada corrida alcanzó a cruzarse con gente que quería entrar junto a otra gente que quería salir; en ambos casos afectados por los gases lacrimógenos. Era Locche que angustiado había ido hasta el lugar donde se hallaba su familia. Tuvimos que ir a buscarlo, calmarlo, persuadirlo y regresarlo al camarín, totalmente invadido por particulares en medio de llantos y desesperación. Esto mismo le ocurrió a su rival Emiliano Villa, diez metros más allá...

Una vez sentado sobre la mesa de masajes, vino el titular de la Seccional 22°, quien para tranquilizar a Nicolino, a su equipo y a Lectoure ensayó una explicación coherente. Y dijo:

—Los gases despedidos en la calle se filtraron por las puertas hacia el interior del estadio. Cuando el calor es tan elevado el gas está presionado y no puede elevarse normalmente, por eso busca dilatarse por abajo. En este caso, las rendijas inferiores de las puertas de la avenida Madero fueron el cauce más accesible para que el gas se expandiera. Y se expandió hacia el interior del Luna Park. . .

Según lo que vi y recuerdo fue allí donde nació el desconcierto: el público que estaba sentado en el sector “C” del ringside produjo un desbande al encontrarse súbitamente sin poder respirar. Ya entonces no hubo sólo nervios y calor insoportable, había también incertidumbre, temor, corridas, butacas tiradas, antorchas en las tribunas para disipar el gas y miles de ojos llorosos buscando el alivio de un pañuelo mojado.

—¿Qué pensás hacer Nicolino, ¿ vas a pelear igual?.- le pregunté antes de saber que su rival que también había sido víctima de los gases no estaba dispuesto a suspender el combate, quería regresar a Colombia tal lo previsto.

—Y sí, yo por mi peleo... Esperá que se me vaya la irritación en la vista, ¿tenés gotitas?, preguntó “y deje de tener arcadas…”. Y finalmente manifestó: “También hay que ver que dice Don Paco” (Bermúdez, su manager).

De a poco el Luna Park iba retomando la calma. Mientras tanto en la oficina de Lectoure había comenzado un cónclave del cual participaron los médicos de la Comisión de Boxeo de la Ciudad de Buenos Aires, Leonel Primavesi y Defilippis Novoa; el secretario de la Federación Argentina de Boxeo, Icaro Frusca, el comisario Ventimiglia de la 22° y altos jefes de la Policía, quienes se hallaban como espectadores y participaron de la reunión.

Pese a que los gases
Pese a que los gases lacrimógenos sumados a los casi 50 grados que hacía dentro del estadio, la pelea se demoró pero se pudo realizar. El público se mantuvo estoico, recurriendo a pañuelos húmedos... Hasta las gaseosas se habían agotado

—Señores, ¿tengo garantías para que la pelea se realice sin ningún disturbio más?, preguntó Lectoure.

—Absolutas.- respondió un Comisario Mayor, el del cargo más alto en ese mitin.

—Y díganme queridos doctores: ¿hay algún daño que les impida pelear a los boxeadores?.-

—No, solo dejar pasar el mayor tiempo posible, que reposen todo lo que puedan en silencio, lubricarles la vista, tomarles de nuevo la presión arterial y si todo está normal podrán subir al ring…, respondieron los médicos oficiales del match.

Terminada esta reunión, Tito fue hasta el camarín de Locche y le dijo: “Escuchame Nicolino, tenemos que hacer la pelea, hay 20.000 personas deshidratadas esperando desde hace tres horas, no la podemos suspender, nos matan a todos, ya viste como se bancaron el calor, los gases, las corridas, las antorchas de papel y para colmo , ¿podés creer que los cocacoleros se quedaron sin mercadería?.-

—Claro que voy a pelear Tito – respondió Locche- yo a esa gente no la dejo en banda ni en pedo.

Se tiró en la camilla. Le apoyaron dos bolsas de hielo: una en la nuca y la otra en la frente. A los 20 minutos se puso de pie para hacer un poco de sombra. Don Paco le ajustó los guantes y su ayudante Alberto Andrada le untó las cejas y los pómulos con vaselina sólida. Yo me puse detrás de él y de sus asistentes para acompañarlos hasta el ring. Al abrirse la puerta del camarín comenzamos a escuchar más nítidamente un coro que llenaba aquel infierno sin aire, cantando: " ¡ Ni-co-li-no, Ni-co-li-no….!.

Tan pronto el público lo vio transitar hacia el ring con su pasito chaplinesco leve y veloz, las voces se hicieron estruendo y al subir al ring el Luna Park lo abrazó con la incondicionalidad del amor perpetuo.

Solo con levantar los brazos, reverenciar unos segundos a cada uno de los lados, agradecer con el asentimiento de su cabeza y volver a la esquina para ensayar algunos movimientos antes de las presentaciones, habían amortizado la “tortura” de la traumática espera…Y cuando el locutor Jorge Morales alargaba el Nicoooliiiino Looccheee aquellas tribunas habían olvidado el calor, los gases, el pánico y las corridas pues Nicolino habría de comenzar su incomparable show de magia enguantada.

Por cierto que le ganó la pelea a Villa por puntos. Y obviamente que la temperatura y el contexto no permitieron un combate en plenitud a lo largo de los 10 asaltos. Todo debió ser más lento y científicamente administrado pues permanecer sentado ya era un agobio… Y al descender del ring tras el fallo, el público volvió a aclamarlo, volvió a abrazarlo…

A los ídolos no se los analiza, se los disfruta; no se los evalúa, se los ama.

Solo esto explica que más de 20.000 personas hubiesen preferido deshidratarse que dejar de ver a ese ángel irrepetible que transformó el boxeo en arte.

Archivo: Maximiliano Roldan

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