“Tratemos todos de recorrer el mismo camino con generosidad, fundamentalmente con generosidad, y para hablar de generosidad y explayarme un poco más, ahí tenemos la bandera de nuestra patria, la he visto varias veces, al entrar y al salir... Qué mayor generosidad que la de quien fuera el creador de nuestra bandera, Manuel Belgrano: dio todo por la patria, era rico y terminó pobre, dejó su sueldo en manos del ejército, dejó su sueldo para hacer escuelas que después de muchísimos años, algunas no se hicieron todavía, murió pobre. Ese es el ejemplo a seguir, el de la generosidad, el de poner el bien común por encima del individuo y creo que ese es el ejemplo que debemos seguir” (A.S. 6/8/2011)
Así se presentó Alejandro Sabella, el 6 de agosto de 2011, como entrenador de la Selección. Era aire nuevo, nadie nunca había citado a un prócer como símbolo, como ejemplo de aquello que había que perseguir. “El bien común por encima del individuo”, dijo, y aquella consigna quedó marcada. ¿El resultado? Argentina en la final de un Mundial, después de 24 años.
Su trayectoria hablaba de un tipo de ley, con ética y con moral, con conocimiento y con sentido de lo colectivo. Fue un 10 talentoso, hábil, cuidadoso de la pelota. Le tocaron, sin embargo, los tiempos de Alonso, Bochini y Maradona. Supo entender que indefectiblemente quedaría siempre relegado pese a lo eximio de su juego. “Uno siempre quiere jugar pero también hay que tener grandeza y aceptar cuando un jugador es mejor que uno”, dijo sobre su difícil tiempo de jugador en una entrevista que brindó a la revista El Gráfico en 2012.
El tiempo luego lo tuvo luego en rol secundario, acaso, al lado de Daniel Passarella y Américo Gallego. Dicen quienes lo vieron que era el cerebro de los equipos que se decían del Kaiser y del Tolo. Hasta que un día se largó solo. Fue a Estudiantes y conquistó a la mayoría con su gesta en Brasil para ganar la Copa Libertadores del 2009 y, aún perdedor, hizo que todos hablaran de él cuando en la final del Mundial de Clubes de ese año hizo asustar al Barcelona supercampeón de Josep Guardiola.
Aquello magnífico que logró se transformó en su pasaje a la errática Selección que venía de los tiempos de Maradona primero y Batista después. Su proyecto rozó la gloria, de no ser por aquel gol de Mario Götze en el suplementario. Dejó, sin embargo, un legado. El fútbol es un juego, lo demás es la vida. En ambos, para el éxito, un factor común: el sentido colectivo como argumento para el éxito.
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