Pocos compañeros de Diego Maradona jugaron mejor que él en tantos partidos como Miguel Ángel Brindisi en la campaña del Boca ’81.
“Siempre me hacen la misma pregunta. ¿Qué sentiste al ser el socio de Maradona? ¡Es lo más fácil del mundo!”. Las risas transforman gratamente el rostro de Miguel al recordar, una vez más, la tarde del domingo 22 de febrero de 1981. Aquella del debut de Diego en Boca y también del suyo. Un capítulo más de esas historias de duplas que se instalan eternamente en la mente de los futboleros y se traspasan de generación en generación.
Unos años antes había sido una de las estrellas esplendorosas del Huracán campeón, equipo inmortal de nuestro fútbol, inscribiendo su nombre en un ataque insaciable junto a René Houseman, Roque Avallay, Carlos Babington y Omar Larrosa. El entrenador era César Menotti, que asumió en la selección tras el Mundial. Brindisi fue titular en su presentación (1-1 vs España) y nadie podía imaginar que esa sería su última función en el elenco nacional.
Partió a España en 1976 para actuar en Las Palmas y regresó al país a mediados de 1979, otra vez con los sueños viajando en Globo: “Mi vuelta era para terminar la carrera en Huracán y luego ser el director deportivo de las inferiores, porque quería dedicarme a la formación. En el club no estaban bien las cosas y apenas estuve un año y medio. A principios de 1981 estuve a punto de pasar a Racing, porque Pastoriza, que era el técnico, nos vino a buscar junto con Babington. Estaba todo listo, pero cuando llegó el cheque, no nos dio mucha confianza la persona que lo acercó y dijimos que no, agradeciéndole al Pato. En ese momento apareció Marzolini y se hizo lo de Boca. Y desde un primer instante comprendí lo que era el mundo Boca, algo que no estaba ni en el mejor de mis sueños. Y la locura que fue el día del debut… Difícil explicarlo con palabras, porque uno puede fantasear con un debut, pero jamás con algo así”.
El arribo de Maradona se dio a menos de 48 horas de la presentación oficial. Hubo un amistoso el viernes 20 por la noche y al día siguiente era el momento de concentrar para la gran función ante Talleres, en el clásico predio que Boca poseía en la localidad de San Justo. “Las habitaciones de La Candela eran de a cuatro y ese año la compartí con Diego, Roberto Passucci y el Tano Pernía, que era un personaje divino. La noche anterior al partido con Talleres, nos quedamos un rato largo charlando después de la cena, esperando que llegara el Toro Quintieri, que era el que le hacía masajes a Diego hasta que se quedaba dormido. Se habían hecho como la 1 de la madrugada y estábamos despiertos, menos el loco Pernía, que a las 10, ya se había dormido. Fue increíble, porque no dijo una palabra ni nos pidió que nos calláramos ni nada, se la bancaba re bien. Eso sí: a las 8 de la mañana te prendía la radio con el máximo volumen para escuchar ‘Carburando’ y el relato de las carreras de autos. Andá a seguir durmiendo después de eso (risas)”.
Había llegado el momento esperado. La calurosa tarde del 22 de febrero esperaba para escribir su mágica historia: “Me llamó la atención que el micro avanzaba a paso de hombre por la inmensa cantidad de gente que había desde muchas cuadras antes. La llegada al estadio fue única, porque nunca había vivido una sensación así. Era un arribo triunfal y todavía no habíamos empezado. Me llamó la atención verlo allí a Gatti. Estaba sentado en un banco, solo, ajeno a la euforia que se vivía. Los muchachos me dijeron que era siempre así. Se transformaba en el momento de vestirse y salir a escena. Como un actor. Un fenómeno. Ahí en el vestuario vino Silvio y me dijo que firmara la planilla como capitán. Lo sentí como un reconocimiento enorme, de un hombre de perfil bajo al que siempre le voy a estar agradecido. En ese momento le dije que no me lo merecía, que había otros muchachos con historia en Boca que debería llevar la cinta. Me escuchó y como respuesta me dijo: ‘Miguel, firmá acá. El capitán sos vos’. Allí tomé conciencia de los que se dice de la Bombonera, porque yo siempre había estado en el otro vestuario. Encabezaba la fila y a medida que iba subiendo rumbo al campo de juego me daba cuenta que se quedaban cortos con las cosas que decían: Esa cancha late y tiembla. Iba viendo de a poco las cabezas de la gente y era una marea que se nos venía encima. Un recuerdo maravilloso”.
La pared fundacional entre los socios fue el eslabón inicial de una cadena de satisfacciones bañadas de azul y oro: “El entendimiento con Diego fue natural, desde la primera pelota, pero con un hecho para destacar: no habíamos tenido ningún entrenamiento juntos, apenas un fútbol – tenis muy informal en La Candela el sábado. Todo fue simple ese día, porque a los pocos minutos ya estábamos 1-0 con el penal que él convirtió y a la media hora ganábamos 3-0 con los goles que tuve la suerte de hacer”.
Dos pinceladas de su talento infinito. A los 33 Maradona le puso una pelota excepcional desde la mitad de la cancha que Miguel acarició de sobrepique a la altura del área grande. Y cuatro minutos más tarde, una joya que quedó perpetuada en el relato de Víctor Hugo: “Un taquito para la posición de Córdoba, otra vez a Maradona, la corre solo el número 10, encara la marca de Galván. ¡Qué peligro! Vino para Brindisi, se mete en el área, está el tercero, ta, ta, ta, ta, goooooooooooool. Gol de Boca, Brindisi, gracias maestro, notable golazo del capitán de Boca. En la medialuna recibió el toque de Maradona, dejó a los zagueros por el camino y cuando le salió Baley, daba la impresión que le tapó todo el arco. Quebró el cuerpo hacia la izquierda, lo tiró totalmente pero dejó la derecha junto a la pelota, y en un hueco de 5 centímetros colocó el balón abajo y a la izquierda de Baley, para decretar el tercer gol. Boca 3 – Talleres 0, para gritarlo toda la tarde”.
Una definición excelsa, poniendo la pelota en el único agujero posible. Una potestad de los elegidos. Las imágenes de la televisación de ATC muestran a un Brindisi de brazos abiertos, festejando con naturalidad, con Diego colgado a sus espaldas, pletórico. De alegría y de fútbol, como toda la Bombonera.
Miguel entrecierra los ojos y viaja una vez más hacia la tarde de febrero del ’81 que ya es leyenda: “Otra cosa que me quedó grabada del partido es que a pesar del griterío extraordinario que había, pude detectar el chistido de mi vieja. Ella estaba ubicada justo detrás del arco donde hice los dos goles, en la tribuna que está debajo de la popular visitante. Increíble pero cierto. Y muy emocionante. Lo mismo que la fecha, porque un 22 de febrero había fallecido mi padrino, una persona muy importante en mi vida. Él tenía platea en Boca y una vez por mes, cuando yo era chico, me venía a buscar a Villa Luzuriaga para llevarme a la Bombonera. Y ese día, muchas veces miré a la platea donde tantas veces había estado con él a mis 6 o 7 años”.
Ídolo absoluto del pueblo quemero, la salida del club de sus amores no había sido bien digerida por algún grupo de hinchas, que lo tomaba como una especie de traición. “Fue muy doloroso para mí, porque prácticamente me habían echado de Huracán y en la tercera fecha tuvimos que ir a jugar a Patricios, que es mi casa. Pero el clima que habían armado los dirigentes estaba pesado y llegué con más custodia que Robledo Puch (risas). En los vestuarios se aparecieron los dos muchachos que manejaban la hinchada, a los que conocía de toda la vida. Me dieron un abrazo y enseguida me aclararon: “Miguel: te damos un abrazo acá, pero en cuanto salgas te vamos a reputear”. Fue un partido muy duro. Ganábamos 1-0 con gol de Escudero y faltando un minuto se fue Perotti por la derecha, tiró un centro que cayó en el área chica, Cheves quiso cerrar, le quedó corto y me la dejó en el pie, adelante del arco y solo tuve que empujarla. Recuerdo que no lo grité y eso me trajo problemas en la semana, porque vinieron los muchachos de la barra de Boca y me dejaron las cosas en claro: ‘Acá se gritan los goles’. Tenían razón”.
“Después de aquel partido con Huracán, Diego venía al límite en lo físico con un pequeño desgarro y entonces Marzolini lo encaró: ‘Yo te voy a parar un mes, porque si no te vas a romper todo’. Y lo paró. Elogiable, porque había que plantarse con los dirigentes y con el astro que quería estar todos los partidos. Esa decisión fue fundamental para la gran segunda rueda que hizo, poniéndose el equipo al hombro y maravillando al mundo del fútbol. Con autoridad, Silvio también le dio la capitanía y Diego se sintió aún más importante”.
Fue un año vivido en forma intensa por el hincha de Boca, que festejó hasta la disfonía un título local que se le negaba desde hacía un lustro. Y el título venía con el bonus track de lograrlo con Maradona. Y un ladero excepcional como Brindisi. De esa convivencia, también quedan recuerdos imborrables.
“Las concentraciones fueron bravas, porque a Silvio le gustaba que se extendieran desde el viernes a la tarde hasta el lunes al mediodía, donde lo coronábamos con un gran asado. El más piola siempre era el Chino Benítez, que comía al lado del parrillero (risas). Luego venía a la mesa que compartíamos con Passucci y Diego. Solo hubo una excepción en la duración y fue cuando vino Queen al país, porque Diego quería ir a verlo, porque tocaban un domingo a la noche en cancha de Vélez. Entre varios fuimos a hablarle a Silvio, que se mantenía firme en su postura de que nadie podía salir, con un argumento válido: ‘Si le digo que sí, pierdo autoridad. Después va a venir otro que tiene un cumpleaños, que es la fiesta del hermano, etc’. Tanto le hablamos (porque era Maradona), que lo pudimos convencer. Diego tenía una felicidad inmensa. Fue, vio el recital y regresó a La Candela”.
En las evocaciones futboleras de Brindisi hay un lugar para lo que fue aquel equipo, que a lo largo de seis meses y 34 fechas, desarrolló una campaña firme, con algunos pequeños altibajos: “Terminamos medio apretados porque Ferro hizo un campañón, pero el nuestro era un equipo que merecía ser campeón con más holgura, un par de fechas antes. Lo que pasó es que fue muy desgastante la cantidad de amistosos. Diego tenía que jugarlos por contrato y Boca cobraba 150.000 dólares por cada uno. Los dirigentes habían pensado todo bien, el tema es que el dólar se disparó de una manera inusitada y se complicó, porque jugamos a cancha llena todos los partidos y hubo recaudaciones fabulosas. Ocurrieron cosas increíbles. Ya en la época del Nacional, a principios de octubre, empatamos un domingo con San Lorenzo en cancha de Ferro 0-0 y se atrasó un vuelo para que pudiésemos llegar. Fuimos a Dakar, apretados en una nave donde no nos podíamos mover y luego hicimos un viaje infinito, tres horas más hasta Costa de Marfil. Allá jugamos martes y jueves, volvimos vía París, arribamos el sábado a la noche, nos concentramos en el hotel Internacional de Ezeiza y al día siguiente goleamos 7-1 a San Lorenzo de Mar del Plata. Me quedó un recuerdo hermoso, porque fuimos equipo con todas las letras. Ganábamos por tener al mejor, por la gran sociedad de Benítez y Krasouski en la contención, por los momentos de buen juego y también por el componente Boca. Eso de ‘vamos, vamos, vamos y vamos’ es imparable. Ganar a lo Boca era incomparable”.
“Quedé identificado por siempre con Boca y es un orgullo. Hay dos verdades más grandes que una Catedral: el que se puso esa camiseta un día lo quiere dirigir; y tenés que ser ganador para usarla. Si no, hay que dar un paso al costado. Y la gente, única y maravillosa, que te banca a morir.”
Este romance también comenzó en febrero de 1981 y no terminará jamás. Brindisi y Boca. Ese Miguel que adhirió su apellido al de Diego para moldear una dupla inolvidable. Maradona necesitaba alguien así para brillar aún más. Un SOCIO con mayúsculas.
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