“Nunca pensé que Diego tendría un final así, como dicen, solo y deprimido. Él vivió a toda orquesta y en sus mejores momentos podía estar tres o cuatro días sin dormir y después hacerlo una semana de corrido. Fue un exceso de un montón de cosas que, a la larga e inexorablemente, te van deteriorando. Hay algo claro: vivió como quería vivir”. La voz de Carlos Fren siempre es firme y contundente, aunque esta vez se cuela algún destello de dolor y desencanto por la partida de alguien con quien compartió mucho más que las horas de césped y vestuario como cualquier compañero. Con Diego Armando Maradona fueron amigos en los tiempos fundacionales de la leyenda y luego dupla técnica, a mediados de los 90, cuando el péndulo maradoniano oscilaba entre el retiro y el regreso a las canchas.
“Yo era de los pocos que podía plantarme y decirle las cosas como eran. Estando en Racing, una noche contra San Lorenzo, lo vi mal, no estaba en condiciones de dirigir. Y no apareció por los siguientes tres partidos. Cuando volvió, estaba contento y me agradeció que me haya quedado dirigiendo al equipo, porque había podido quedarse tranquilo en su casa, disfrutando de Claudia y las nenas. Hay que reconocer que era una persona difícil, pero si vos querés a alguien y no te da bola, pese a los intentos que hacés, te tenés que ir, te tenés que abrir. ¿Para qué me iba a quedar a su lado? Si en vez de tomarse un whisky se toma tres botellas, nadie dice nada, nadie lo cuida… No es así la cosa”, cuenta Fren que vivió momentos buenos y otros dramáticos con Diego.
El fin de la relación profesional entre ellos se dio tras la experiencia de Racing, en mayo de 1995. Las cosas no habían funcionado meses antes en Mandiyú y tampoco en la Academia en la faz deportiva y era muy complejo lo que ocurría fuera de la cancha, por lo que Fren dio un paso al costado: “Yo ya venía con ganas de largarme a dirigir solo, por eso me abrí, pese a que no tenía laburo. Y está claro que me perjudicó el haber estado con Maradona al lado, porque se me hizo muy difícil conseguir trabajo. A mí me volteó Guillermo Coppola. Me dio asco verlo el otro día llevando la primera manija del féretro en el entierro, porque yo estoy seguro de que él nunca lo quiso a Diego. Nunca. Sinceramente no sé cómo Claudia permitió algo así. Siempre estuvo a su lado por la plata, porque no le podés decir que sí a cada cosa. Además, había desaparecido por un montón de tiempo y de golpe estaba ahí…”
En sus palabras aparece un dolor guardado y con un destinatario claro, a quien adjudica buena parte del fin de su vínculo con el astro: “Guillermo Coppola fue el culpable. Cuando agarramos Mandiyú, él no era el representante de Diego. Apareció en medio de la pretemporada que hacíamos con Racing en enero de 1995 en Santa Teresita. Un día golpearon la puerta de la habitación y al observar por la mirilla vi que era él, entonces le dije a Diego que era Guillermo y me respondió que lo hiciera pasar. Enseguida me dio un abrazo y no se me despegaba, mientras yo trataba de sacármelo de encima porque casi no lo había visto en mi vida. Nos invitó a la casa de una familia de dos personas mayores que lo querían conocer y que iban a preparar un chivito. Esa noche fuimos y Coppola cuenta en todos lados que Diego se sintió mal y como había mal aroma en el baño, prendió fuego unos papeles. Pero la verdad es otra. Diego efectivamente fue al baño y, como pasaban varios minutos y no volvía, nos agarró la preocupación. A la media hora, Guillermo me dijo: ‘¿Por qué no te fijás a ver qué tiene?’, a lo que contesté: ‘¿Por qué no te fijás vos que sabés bien qué pasa?’. Le respondí eso, porque cuando bajamos de la camioneta vi un pase de manos medio raro… Cuando se abrió la puerta del baño, Diego estaba tirado en el piso como desmayado. Se recuperó y, al momento de irnos, me quedaron grabadas sus palabras: ‘Narigón, nunca tomes esa pastilla que me dieron, porque te mata’”.
Su conocimiento profundo del personaje (Maradona) y de la persona (Diego) lo hacen palabra autorizada. Muchos caminos recorridos juntos, con este gusto amargo por la partida con mezcla de rabia y angustia: “Me indigna ver y escuchar a muchos que dicen haberlo conocido, si apenas lo vieron un puñado de veces o le hicieron un reportaje. Me hacen reír cuando dicen, por ejemplo, que empezó a consumir cocaína en España. Lamentablemente había sido antes, en el momento de jugar en Boca en 1981. Ahí ya entró en ese mundo de porquería que tanto le perturbó la vida”.
Los años 70 daban sus primeros pasos y los Cebollitas empezaban a ser conocidos por su magia, con un pibe que la rompía. Por esos días, un joven Carlos Fren daba sus pasos iniciales como futbolista de Argentinos Juniors: “Lo conocí en la época en que hacía jueguito en los entretiempos, bien de pibito, cuando yo ya jugaba en Argentinos Juniors. Años más tarde se sumó al plantel profesional y comenzamos a compartir muchas cosas, durante dos años y medio hasta que me fui a Independiente. Nos asombró, desde un primer momento, con las cosas que hacía con la pelota, se veía que era un fuera de serie. Los rivales, por más que le tiraban patadas, no lo podían parar”.
El trato cotidiano excedía las concentraciones, partidos y entrenamientos. Y de esas jornadas, Carlos Fren guarda muy lindos recuerdos: “Era un pibe maravilloso, nada que ver con lo que se convirtió más adelante: humilde, sencillo, hacía caso a los consejos de los más grandes. Después la vida te va cambiando, cuando aparece la fama, el hecho de no poder salir a ningún lado, con 200 personas encima cada día. Hay que pasarlo, debe ser muy difícil. Pensá que lo de él explotó más rápido que cualquier otro del planeta y a las pocas semanas ya no podía estar tranquilo”.
Cuentan que en sus últimas semanas, Maradona extrañaba mucho a sus padres, con quienes había tenido un vínculo indestructible que superó cualquier trama del destino: “Era muy apegado a ellos y a las hermanas mayores. Tanto Tota como Chitoro (Don Diego) eran puntales de su vida y lo convertían en un ser muy familiero, por lo menos en esos tiempos iniciales, cuando fuimos compañeros. Conocí su casa de la calle Lascano, cerca de la cancha de Argentinos, el mismo día que se mudó allí y que yo firmé para Independiente. Pasé por ahí y estaba reunido con su gente y con varios muchachos del plantel, tomamos algo, celebramos y me fui a mi casa. También recuerdo que tenía una relación buenísima con Claudia, recién comenzaban a salir y ahí había amor verdadero. Un típico romance de barrio”.
Carlos Fren atesorará para todos los tiempos un halago distintivo: fue de los pocos privilegiados en ser compañero de Maradona la tarde del histórico debut de Pelusa en Primera el 20 de octubre de 1976: “Muchos se sorprendieron de algunas cosas que hizo dentro de la cancha, pero a mí no, si bien en esos 45 minutos no alcanzó una gran magnitud, nosotros ya sabíamos todo. Y a los dos o tres partidos, ya fue titular indiscutido y no salió nunca más”.
Sus caminos se separaron cuando la década del 70 desprendía las hojas postreras de su almanaque. Se enfrentaron en algunas ocasiones (“claramente no era fácil marcarlo”) y Diego partió a Europa. Fueron más de diez años sin verse hasta el reencuentro en la víspera del Mundial 94: “Ahí lo vi muy bien, entrenando con ganas. A partir de ese momento surgió la idea de trabajar juntos y se dio muy prontamente, ya que en octubre de ese año asumimos en Deportivo Mandiyú. Más tarde estuvimos en Racing pero en 1998 me abrí y no hablamos más. La imagen que vi de él, en estos últimos años, sinceramente, me dio tristeza, porque estaba muy desmejorado”.
El miércoles 25 de noviembre de 2020 amenazaba con ser un día más en la vida de Carlos Fren, como para la mayoría de los mortales, hasta que se produjo lo indeseable: “Me llamó mi hijo y me dijo: ‘Papi, mirá que parece que no hay buenas noticias de Diego… parece que falleció'. En ese momento encendí el televisor y al ratito lo confirmaron. Me dio mucha pena y tristeza. La gente me pregunta por qué no fui al velatorio. Primero, había que pedir un permiso o algo así y yo hace mil años que no veo a nadie, hice mi vida por otro lado. Y fundamentalmente, porque me quiero sacar la imagen, la última suya en una cancha de fútbol, el día de su cumpleaños y no hubiese querido tener el recuerdo de verlo en un cajón. Decidí quedarme con el recuerdo de reírnos, de los viajes, de los entrenamientos y de un Diego que gritaba, caminaba bien y estaba lleno de vida”.
Todos los amantes del fútbol fuimos construyendo nuestro Maradona, según la edad y los gustos. El Cebollita, el pibe de Argentinos, el de la vuelta olímpica pintada de azul y oro con trazos de Quinquela, el esplendoroso del Nápoli o el inigualable de México 86. Pero al igual que Carlos Fren, tendremos un denominador común: quedarnos por siempre con el Diego lleno de vida.
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