Desde el sábado al mediodía, después del sacudón deportivo que nos dieron los All Blacks, entendí el otro sismo que habían develado los hombres de negro con su gran gesto.
No me considero maradoniano, pero estos días me sirvieron para terminar de comprender el significado y potencia de su figura, que lo trasciende a él mismo. Pero no es mi intención en estas líneas hablar del fenómeno Maradona. Hay muchos que podrán hacerlo con mayor nivel de análisis y precisión.
Quiero tratar de entender o, al menos dejar algunas preguntas, de por qué en la primera competencia oficial del seleccionado argentino de rugby a sólo pocas horas de su muerte, no hubo un real reconocimiento a la altura de lo que Diego Maradona despierta en todo el mundo.
¿Habrá cierto desprecio hacia su figura de quienes dirigen el rugby de nuestro país? Si así fuere, ¿cuál será el motivo de ese desprecio? ¿En serio ninguno de todos los referentes pensó que merecía algo más que una imperceptible cinta negra en el brazo de los jugadores? ¿Será que por este tipo de cosas, entre otras mucho más graves como el asesinato de Fernando Báez Sosa, es que gran parte de la sociedad nos desprecia?
Son muchas las preguntas y casi no tengo respuestas. Pero sí puedo aventurar algunas líneas de análisis. El recorrido del rugby profesional en la Argentina fue muy positivo para el deporte en los últimos años. Los resultados están a la vista, aunque mucho de ese trabajo se desmoronó por la pandemia, que mostró la sábana corta del rugby argentino. Ahora bien, los resultados deportivos y la visibilidad que eso genera hacen que cada vez más gente se acerque a nuestros clubes. Siempre hablamos de tener como objetivo ampliar las bases del deporte para tener mayor cantidad de jugadores, como tienen las grandes potencias mundiales de rugby. Además, nos llenamos la boca diciendo que nuestro primer objetivo es formar buenas personas, por sobre lo deportivo.
Entonces, ¿cómo entender esta contradicción? Mientras nuestros objetivos son sumar mayor cantidad de gente y formar buenas personas, en la práctica lo que ve de nosotros la sociedad es que generamos manadas de pibes sin control que se pelean en los boliches cada vez que pueden y, como institución rugby, ninguneamos al mayor ídolo popular del deporte argentino. Pareciera que la brecha entre lo que decimos y lo que hacemos se torna cada vez más brutal ¿Será que sólo queremos que el deporte crezca en ciertos sectores de la sociedad?
El rugby nació en las clases acomodadas, desde ahí partimos hace más de 120 años. También el fútbol tiene ese origen. Si bien hoy es un deporte que amplió sus bases y se juega en cada rincón del país y en todas las clases sociales, es evidente que estos episodios muestran el carácter elitista que todavía resiste en la dirigencia de nuestro deporte ¿Molestará lo que Diego representaba o representa? ¿O molestará que fuera adicto a las drogas y con una historia familiar difícil? Creo que lo que realmente molesta es que expone nuestras mayores contradicciones como seres humanos y como argentinos. Y cómo nos creemos superiores al resto, no podemos rendirle homenaje a un “Dios sucio”, como lo llamó Eduardo Galeano. Eso lo dejamos para el malvado fútbol.
¿De verdad creemos que somos mejores? ¿En qué nos basamos para pensar eso? No perdemos oportunidad para criticar al fútbol por cuestiones ajenas a lo deportivo y nos quejamos cuando nos critican o estigmatizan por cuestiones ajenas al juego. La doble vara, siempre.
¿Cómo le explicamos a los pibes que juegan al rugby en nuestros clubes, que su deporte no hizo nada para homenajear a Maradona cuando el mundo lo estaba mirando? La UAR no es sólo la institución, es el rugby argentino. También son esos pibes de González Catán, San Miguel, Gualeguay o Formosa, que aman el rugby y que también, mal que les pese a algunos, aman a Diego Maradona.
Son muchas las resistencias a ampliar las bases del deporte. Hoy escucho azorado cómo muchos se horrorizan porque el sindicato de Camioneros quiere armar un club para poder jugar al rugby. Hay 300 pibes que se están formando en ese club a los que aún no se les permite, sin motivo aparente, participar en los torneos oficiales de la URBA. Las resistencias suelen mostrar la peor cara de la discriminación. Esos pibes que hace años entrenan en ese club, ¿tienen menos derechos que otros pibes que deciden ir a un club tradicional?
Algo tan simple como el “no gesto” de Los Pumas, hace mucho daño al deporte que amamos. Lo sigue alejando de la gente, del ciudadano común. Como también lo alejan episodios mucho más graves como el asesinato de Fernando. Me pregunto si será suficiente el trabajo que iniciamos este año, junto a entrenadores, dirigentes y jugadores, para encontrar las raíces del problema y poder empezar desde ahí, un camino de cambio que evite otro atroz episodio. Lamentablemente también existen las resistencias a ver que es un problema del rugby. Por suerte, somos muchos los que sí lo vemos así y que trabajamos para ser parte de la solución.
El autor de la nota es sociólogo (UNSAM), dirigente y entrenador del Club de Gimnasia y Esgrima de Ituzaingó y miembro de la Comisión de Formación Integral y Mejora del comportamiento (FIMCO - URBA).
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