— Papi, ¿él es Maradona?
La pregunta de un niño a su padre en los alrededores del estadio de Argentinos Juniors no es ilógica, podría calificarse como generacional. Al pequeño le avisaron que alguien importante acaba de “irse” y le llama la atención que la figura de ese personaje esté pintada en varios sectores del perímetro que rodea a la mole de cemento delimitada por las calles Boyacá, Juan Agustín García, Gavilán y San Blas, por la que circulan.
Son casi las 17 horas y en La Paternal reina el luto porque el mayor símbolo de su historia acaba de decir adiós. Diego Armando Maradona pasó a otra vida pero ahí será inmortal. La cancha del Bicho lleva su nombre y varios murales le rinden homenaje, pero quienes hayan estado la tarde de su fallecimiento en las cercanías del césped en el que ofreció sus primeras pinceladas con la pelota darán cuenta de que el mito reinará, sobre todo, en la memoria y de boca en boca.
En cada esquina hay grupos de amigos de tres, cuatro, cinco o más, que están hablando de él. Los más veteranos, delatados por sus canas, hacen referencia a sus inicios en Argentinos. Los treintañeros y cuarentones evocan sus proezas en los Mundiales del 86 y 90, sobre todo. Pero también hay pibes de menos de 20 que saben de la magnitud del hombre que pasó a ser mito y no quisieron faltar a la ceremonia.
Todavía no oscurece y hay silencio sepulcral. Sobre la Avenida Boyacá, que está cortada por un patrullero y varios efectivos policiales, se instaló la mayoría de los fanáticos. Hay un móvil de TV apostado sobre la calle que exhibe una imponente imagen del rostro de Maradona con un altar improvisado que va del paredón al cordón. Flores, camisetas, velas, banderas argentinas y más. Cualquier ofrenda es bienvenida. Llegan, tocan su imagen y se alejan lentamente, como si fuera un santo en su vitrina. Algunos no ocultan su congoja y rompen en llanto. Otros secan sus lágrimas con disimulo, se restriegan los ojos y moquean detrás del barbijo (como quien escribe estas líneas).
Llegan un par de muchachos corpulentos identificados con indumentaria de Argentinos Juniors que evidentemente son del barrio y comentan para ser escuchados entre la muchedumbre: “No queremos ningún bostero acá, eh”. No obstante es inevitable distinguir camisetas de Boca, como también de Gimnasia La Plata, Huracán, Racing y Deportivo Español. Abundan las del Bicho, claro, y se replican los barbijos personalizados. El podio de casacas es completado por las de la selección argentina y las famosas réplicas del Napoli.
Al clásico “Diego, Diego” le sigue un tema local: “Maradona no se vende, Maradona no se va, Maradona es del barrio, del barrio La Paternal”.
Diego Segura, un artista plástico del barrio que trabajó pintando varios murales en el estadio y en la plaza de Pappo (Juan B. Justo y Boyacá), estaba pintando un cuadro de Maradona en Argentinos cuando se enteró de la noticia. Se acercó hasta la cancha para continuar con sus labores y compartió algunos de los dibujos y trabajos de Diego que hizo. “El domingo teníamos una jornada artística solidaria con la gente del club y ahora no sé qué va a pasar. Seguramente algo especial se va a hacer en el barrio”, le dice a Infobae Diego, que lleva ese nombre en honor al astro de Villa Fiorito (nació en el 81, cuando el Diez fue campeón con Boca). Pide que lo recuerden con alegría, “como fue él”, porque vivió demasiado. Y se anima a compartir dos recuerdos que le quedaron grabados a fuego: “En el Mundial 86 durante uno de sus goles se nos cayó una olla de fideos al piso por festejarlo. Y me acuerdo que un día, cuando era repartidor de pizzas, le llevé una grande de muzzarella a la casa de unos amigos acá cerca”.
Eugenio, un admirador de 92 años, es acercado hasta el altar de Maradona. Su esposa lo lleva en una silla de ruedas. Su hija lo acompaña al lado. Fue muy cercano a la familia de Jorge Cysterpiller, quien fue el primer representante de Diego. Por eso en sus retinas permanece la imagen del pequeño Pelusa con 13 ó 14 años, antes de firmar contrato con Argentinos Juniors. “Me sentí muy feliz de haberlo conocido. Sus maravillosas jugadas y goles. Sobre todo el que le hizo a los ingleses, con el relato de Víctor Hugo Morales”, rememora.
A lo lejos se empieza a oír más alboroto. Un bombo aporta percusión junto a unos importantes petardos que animan y motivan a los cánticos por el Diez. Se replican los latones de cerveza, algunos muchachos con piluso cortan botellas de plástico y toman vino en cartón para calmar la sed en la calurosa tarde porteña. Autos y colectivos que rodean al gentío se percatan de que es la despedida espontánea para Maradona y hacen sonar sus bocinas. Incluso hay banderitas argentinas que se agitan por las ventanas, como si se tratara de un festejo en plena Copa del Mundo de México 86.
Las decenas de fieles se convirtieron en centenares y aunque la mayoría tiene su tapabocas puesto ya no hay distanciamiento social que se respete. Al griterío se le añade una bengala y un joven con la camiseta alternativa que la selección usó en el 86 (con el número 10 gastado en su espalda) levanta una Copa del Mundo, en el afán de recrear y tener presente su mayor logro.
Pasó a ser mito y leyenda. No hay consuelo. Diego se fue y descansará en paz de una buena vez. El barrio de La Paternal, que lo cobijó desde pequeño y lo catapultó al éxito profesional también tendrá su paz luego de haberle rendido un homenaje a la altura de de su figura. Los ojos vidriosos perdurarán por varias horas, días, quizás semanas. Y probablemente las lágrimas le brotarán nuevamente a algún valiente fanático cuando presione el botón de play al video de algún compilado de jugadas de Maradona en YouTube. La tecnología ayudará a alimentar su legado y tenerlo presente.
Hay algo que es seguro: las nuevas generaciones sabrán muy bien quién fue Diego Armando Maradona.
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