“¡Colusso! ¿Acá está Colusso?”. Los oficiales de la Embajada argentina en Argelia irrumpen en la casa de sanitarios donde, en un altillo del primer piso apenas acondicionado con un colchón y un sillón vetusto, residía Cristian Colusso, “secuestrado” en el país a partir de un malentendido del que también había sido víctima. Las comillas en la palabra secuestrado no son azarosas: podía moverse dentro de la ciudad, pero le habían retenido el pasaporte. Y no le daban un centavo para cubrir sus necesidades básicas.
Para el fantasista aquellas palabras sonaron a redención. Bajó y se encontró con sus salvadores, con los que mantuvo un diálogo que es furor en los asados con amigos, incluso para los que ya conocen su inquietante experiencia de dos meses en el Norte de África.
-Colusso, ¿qué hacés acá? Sabés cuántos argentinos hay en Argelia?
-No
-Siete. Seis en la Embajada y vos.
La escena sucedió en 2004. Cristian Colusso tenía ya 27 años y entonces buscaba el “resurgir” de su carrera, una carrera que había comenzado a un ritmo frenético. “Se me dio muy fácil, tuve unas condiciones naturales, que las fui perfeccionado, y a lo mejor no es tan bueno que se te dé todo tan fácil”, subraya en diálogo con Infobae, bien plantado en su actual rol de formador.
Chiri irrumpió en la élite a mediados de los 90 con apenas 17 años y con la gambeta como escarapela. Y su brillo, que coincidió con el ocaso de Diego Maradona, lo empujó hacia la comparación inmediata. Colusso fue uno de los “nuevos Maradona” que brotaron hasta que Messi se sentó en el trono. El delantero o enlace advirtió desde chico que su habilidad lo podía llevar lejos, aunque la primera señal contundente se dio cuando terminó la escuela primaria.
“En séptimo grado mi mamá quería que fuera a un secundario con doble turno. Y el profe de educación física de la escuela le dijo que no era bueno que entrara en ese colegio, porque iba a jugar al fútbol. Después, en la medida en la que iba sobresaliendo año tras año, mucha mas gente me decía que iba a llegar”, relata. Y vaya si llegó: descolló en Rosario Central campeón de la Conmebol 1995, llegó a las selecciones juveniles, recibió la bendición del propio Maradona y fue vendido al Sevilla. Luego, distintas circunstancias lo fueron bajando del póster. Pero lejos de guardar resentimiento, todo lo que vivió lo absorbió como un aprendizaje, que busca transmitir como entrenador de la Octava División de Rosario Central.
“Siempre me gustó dirigir. Tuve una incursión en 2013, en una liga de campo y me di cuenta de que me faltaba capacitarme. Y me propuse formarme, prepararme, pero siempre me gustó poder transmitirles a los chicos las experiencias que viví”, explica su vocación, que hizo escala en San Telmo de Funes antes de devolverlo al club en el que alcanzó la gloria. “Los chicos de hoy son mucho más profesionales, tiene la idea fija de llegar; mucho más que nosotros, que los de mi generación. Nosotros jugábamos más. Hoy, a los 14, 15 años, ya tienen la idea fija de que se dedican al fútbol”, añade.
-¿Y cómo era Colusso a los 14, 15 años?
-En mi categoría era uno de los mejores, a mí me importaba más el juego que si me ponían o no, o si me subían de categoría. Por ahí no era tan profesional como los chicos de ahora, pero quería jugar siempre. Lo disfruté muchísimo y por eso no puedo estar sin el fútbol.
-En tu época se dio que un grupo grande de juveniles dio el salto casi en masa a la Primera de Central. El Kily González, Lussenhoff, Vitamina Sánchez, vos...
-Era una época en el que había jugadores grandes de experiencia, acompañados por muchos chicos. Al no expandirse tanto como ahora la búsqueda de juveniles de todos los clubes, los mejores de la zona venían para Central. En ese entonces había mucha calidad de juveniles, y jugadores como el Negro Palma, Polillita Da Silva...
-¿Cómo te enteraste de tu debut en Primera en 1994 a los 17 años?
-Habíamos salido campeones de Sexta División de AFA, fuimos a festejar con los chicos... Y al otro día a la mañana me llama a mi casa J.J. López, que era el ayudante de Pedro Marchetta, el técnico. “Hola, te llama J.J. López‚ tenés que presentarte a las 5 de la tarde a entrenar con la Primera”, me dijo. Yo no creí que fuera él, pensé que era una joda. “Dejame de joder”, le respondí. Y corté.
-¿Y qué pasó?
-Me volvió a llamar. “Es la última vez que llamo, a las 5 tenés que estar para entrenar”, me dijo. Y fui a entrenar, jaja. Fue un domingo y el martes debuté contra Ferro. Me acuerdo que lo que más me llamaba la atención era el campo de juego; estaba impecable. El fútbol no era como el de ahora, en el que todas las canchas de Inferiores están como las de Primera. El sábado siguiente, en el Gigante, ya jugué de titular. No podía creer el campo de juego y la gente. Yo la tomaba como algo a favor, nunca sentí al público como un peso. Era gambeteador, habilidoso.
-¿Por qué hoy cada vez hay menos gambeteadores de tu estilo?
-Por la falta de respeto al jugador habilidoso y el miedo del resultado. Si tenés un técnico que respeta y valora esa virtud, y el mismo técnico propone una forma de jugar que pueda aprovechar eso... Tenemos algunos jugadores, cuando veo alguno, como el Chelito Delgado o Lautaro Acosta, me vuelvo loco. Hay que tener la valentía de gambetear y de respaldar al que gambetea. Yo fui muy protegido por mi padre. Era muy morfón, tenía confianza extrema, pero mi papá desde chico nunca permitió que me cohibieran con eso. Me decía que tenía tiempo para aprender.
-Enseguida llamaste la atención
-Mi mejor partido creo que fue con San Lorenzo, hice dos goles. También hice tres con Talleres, aunque nunca me interesó hacer goles; me gustaba ser más asistidor. Y en la Bombonera contra Boca también me tocó hacer un muy buen partido.
-Y empezaron a llegar las comparaciones con Maradona. ¿Qué te generaba cuando las escuchabas?
-La comparación salió de Buenos Aires, se dio porque era zurdo, petisón y habilidoso. Era una falta de respeto compararme con lo más grande que hay. Me llegaba, pero siempre fui extremadamente humilde con mi forma de jugar. Nunca me permití decir que soy parecido a Maradona. Me encantaba que me compararan, pero yo me mantenía tranquilo, sabía que era otro tipo de jugador. Con el tiempo quedó claro que no era Maradona, ja.
-¿Alguna vez llegaste a hablar con Diego sobre el tema?
-No, pero Maradona me fue a saludar en la Bombonera, después de aquel empate con Boca (2-2, en el Apertura 95). Estaba en el colectivo y me dijo un compañero: 'Che, quiere saludarte Maradona". Y pensé que me estaban cargando, en esa época los jugadores dábamos una mano y creí que me estaban pidiendo que diera una mano para cargar los cajones de fruta. Entonces me insistieron: “Dale, bajá, Diego, está acá”. Él tiene un aura increíble. “Nene, seguí así, un fenómeno”, me dijo. Y me dio un beso y un abrazo; no pegué un ojo por dos días. Después me contó mi representante que le había pedido mi camiseta en el entretiempo.
-Tu nivel te llevó a las selecciones juveniles y te citaron al Mundial Sub 20 de 1995, el primero que ganó Argentina en la era Pekerman, pero al final no viajaste.
-Cuando debuto en Primera empiezo a ser importante para Marchetta. Al Mundial iba a ir (Marcelo) Gallardo y el titular era Ariel Ibagaza. Cuando se enteró de eso, me dijo: “Si vas a ser suplente de Gallardo e Ibagaza, quedate acá”. Al final Gallardo no fue (viajó Walter Coyette). Yo estaba muy bien considerado por José. Al mismo tiempo, fue mi mejor campeonato en Central. Me acuerdo que empatamos 1-1 en cancha de Newell’s, estábamos Biagini, que era rival, y yo entre los citados cuando me enteré. “Hagan lo que tengo que hacer, yo estoy a disposición”, dije. Y se resolvió entre el club y la AFA que no fuera.
-Marchetta es un técnico de perfil particular. Todos sus dirigidos tienen anécdotas con él.
-Pedro es una persona especial, es como un padre, la persona que confió en que un pibito habilidoso podía jugar. A lo mejor otro técnico más defensivo no me daba esa chance. Era muy divertido. Salíamos a los partidos pensando que éramos los mejores del mundo después de sus charlas técnicas y eso, ahora que soy DT, lo valoro. Tenía una idea de juego. Vos me decías: “Querés ir a ver a los Midachi o escuchar una charla técnica de Pedro”, y me quedaba con la charla técnica. Él te señalaba un rival y te tiraba: “Hacele un caño y dedicámelo a mí”. Me acuerdo de que en La Bombonera le hago un caño hermoso a (Néstor) Fabbri y se escucha en la filmación que alguien desde el banco grita “cañooo”. Y estoy seguro de que era J.J., su ayudante. Ése era el espíritu.
-Con ese plantel de Central ganaron la Copa Conmebol de 1995, remontando un 0-4 en la final contra Atlético Mineiro e imponiéndose en los penales. ¿Qué recordás?
-Estamos por cumplir los 25 años de ese título. La idea es festejarlo, reírnos, cargarnos de risa. Tenemos un grupo de WhatsApp, con Polillita (Da Silva), Chacho (Coudet), (Mario) Pobersnik, el Bochón Biazzotti; todos. La mayoría éramos de Inferiores. Nos vemos y es como si el tiempo no hubiese pasado, el cariño está intacto, pero la imagen muestra que el tiempo sí pasó, ja. Quedamos en la historia por eso, por dar vuelta una final estando 0-4 abajo. Siempre digo lo mismo, fue una demostración un gran grupo y un gran plantel; un grupo de amigos, de mucha técnica y jerarquía. Pensá que Tito Bonano y Pato Abbondanzieri eran los arqueros. Uno fue a River y el otro a Boca. Los integrantes de esa generación estamos muy contentos con el Kily González en el banco de Primera de Central. De ese grupo, seis o siete ya somos técnicos y que nos represente es un orgullo. Esperemos que la pelota entre seguido en el arco para que pueda desarrollar su proyecto.
-Después de Central te compra el Sevilla, en el pico de tu rendimiento y con una exposición muy grande. ¿Cuánto incidió para que no te pudieras asentar en Europa?
-No he sido cuidado. Había una desesperación muy grande por venderme. Se decía que casi me compraba el pase Maradona, Menem... Y yo tenía 18 años; me voy del país con 19. Yo lo pensaba como algo a largo plazo. Y el primer día que llegué a Sevilla, agarré un diario y decía “llega la bomba Colusso, el sucesor de Maradona”... Ahí me asusté. Y se habían hecho un montón de cosas mal con el pase (hubo una investigación por estafa), me vi perjudicado y por eso estuve seis meses sin jugar. Me fui a México, volví, y después estuve otro año sin jugar. Todo eso me afectó en mi carrera. Me pasó que se terminaron riendo de mí, como que fui un fraude. Y yo en su momento, cuando no me dejaban jugar, dije: “Mándenme al Sevilla B, y ahí me dicen si soy bueno o no”. Y el técnico, que siempre pasó los informes, me decía “Cristian, tú estás para jugar”. Pero lo único que se quería era mi salida.
-¿Creés que si no hubiese pasado eso tu carrera podría haber estado a la altura de las expectativas que se habían generado alrededor tuyo?
-Yo creo que pude demostrarles... Yo lo perdoné al fútbol. Lo que hicieron no lo hicieron en contra mío. Y no tengo envidia. Como jugador siempre fui seguro de lo que era. Lo que pude haber dado o no, no lo voy a saber. Sí sé que tuve condiciones. Pero mi sueño era jugar en Primera y salir campeón y lo logré en los dos primeros años de carrera. Se dio así y me sirve de aprendizaje. A lo mejor lo mío no solamente era el fútbol, sino que aprendiera de estas cosas.
-Como aprendiste de tu paso por el USM Blida de Argelia.
-Después empezás a entrar en un derrotero en el que no pegás una. Estaba en Almirante Brown, perdemos el clásico con Deportivo Morón y nunca me había pasado que se metiera la barra en el vestuario. En ese momento, después de lo que me pasó con el Sevilla, no creía más en los representantes, me manejaba solo. Me había llamado un empresario para ir a Finlandia y, cuando pasó lo de la barra de Almirante, lo contacté para aceptar. Ahí me dijo me dijo que el cupo se había cubierto. “Pero salió algo para ir a Argelia, es buen dinero”, me ofreció. Y agarré Cuando llegué no lo podía creer.
-¿Qué no podías creer?
-Me encontré con un fútbol totalmente amateur, entrenábamos tres veces por semana. Y me terminaron sacando el pasaporte, no me dejaban ir.
¿Por qué?
-Para jugar en Argelia, si eras extranjero, había una ley que decía que tenías que haber jugado en la Selección Mayor. Yo había jugado en juveniles, pero el empresario que me llevó les dijo que había jugado en la Mayor. Cuando se enteran los dirigentes, me pidieron que devolviera hasta la plata de los pasajes. Y yo no me había llevado la plata, la cobró el empresario. Me dejaron en una habitación de un lugar en el que que vendían accesorios de baños y me tiraron un colchón. Ahí estuve desde octubre, cuando llegué, y me fui el 15 de diciembre. Era la película Expreso de Medianoche. En el medio venía el presidente, se sentaba, te ponía una 9 milímetros arriba de la mesa y te decía: “¿Dónde está mi dinero?”. Y yo no lo tenía, la plata la tenía el que había hecho el negocio, porque el pase lo firmamos en París.
-¿Cómo te arreglaste todo ese tiempo?
-Tenía unos euros, así que abrí un sillón que había en la habitación, lo descosí, guardé la plata, y lo cosí de nuevo. Empecé a caminar por la ciudad; por el color de piel sabían que no era de ahí. Andaba con con un librito de francés para hacerme entender y al mes empecé a canjear algunos euros. Comía galletitas con café, me hice amigo de unos chicos del cyber, y desde ahí me dejaban mandar mails. Fui conociendo más gente, por ahí el de la panadería me mandaba una baguette... Hasta que me vinieron a buscar los de la Embajada.
-Con todas las cosas por las que pasaste, ¿cómo seguiste jugando al fútbol?
-Seguí jugando por la confianza que tenía en mí. La idea era pegar un lugar donde me sintiera bien y desde ahí poder resurgir. Por ejemplo, el año en el que estuve en Inglaterra fue el mejor de mi vida (pasó por el Oldham Athletic, del Ascenso). Me fue recontra bien, me ofrecieron un contrato nuevo, y yo pensé que como había jugado bien podía irme a otro lugar. Esperé y quedé libre, no arreglé en un lugar mejor y cuando quise volver, el técnico nuevo del Oldham no quería argentinos...
-Te retiraste en Atlético Pujato, en 2009. ¿Buscabas aquel espíritu amateur que te había enamorado del fútbol?
-Me había pasado jugando al fútbol desde los 17 a los 32 años y, cuando decidí venirme a la Argentina fue porque quería formar una familia. Y ante las cosas que te van pasando, los que están al lado tuyo te ven como al boxeador que va cobrando piña tras piña. Y en un momento te dicen: “Che, ¿no querés que dejen de pegarte?”. Porque lo que te va pasando te hace perder las ganas. Entonces empecé a jugar en la liga del campo, en Pujato, y la convivencia con la gente, los asados, me hicieron bien. Fue algo de no tanta competencia o profesionalismo; más de disfrute.
-Después de toda tu experiencia, ¿qué le dirías al Cristian Colusso de 17 años si te lo encontraras cara a cara?
-Le diría: “No permitas que te limiten”. Y que para las cosas de las que se tienen que encargar otras personas, buscate a alguien de confianza y que te cuide. En el fútbol hay un 70 por ciento de cosas malas y un 30 de buenas. Son pocos los que tienen más buenas que malas. Pero las cosas lindas son tan lindas, que tapan todo. Yo me acuerdo de los caños que tiraba en el Gigante. Lo de Argelia o lo que me pasó en Sevilla son anécdotas para un asado.
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