Terminó de ofrecer la conferencia de prensa en la puerta de la la Clínica Olivos y, mientras subía los escalones para ingresar al centro médico, entendió lo que sucedía. Entre los vítores a Maradona, también había, entremezclada en el ruido, una ovación para él, palmadas de reconocimiento a cada paso. Giró hacia la multitud, esbozó una sonrisa tímida. Se tentó... Y levantó los brazos.
Seguramente, cuando estudió medicina y se recibió de neurocirujano, Leopoldo Luque jamás pensó que iba a vivir una situación similar a la del goleador al que el DT reemplaza para que se bañe en aplausos. Tal vez de niño, cuando fantaseaba con el fútbol, al que abrazó, precisamente, a partir de la pasión familiar por Pelusa, entonces irrompible capitán de la Selección. Tampoco habrá imaginado que en medio de un parte médico le preguntaran si la suya también era la mano de Dios, comparándola con el puño izquierdo de Diego que engañó a los ojos del mundo para anotarle un gol a Inglaterra por los cuartos de final del mítico Mundial de 1986.
El médico, nombre y apellido de campeón con Argentina en la Copa del Mundo de 1978 (no tiene relación con el atacante) quedó inesperadamente en el centro de la escena por haber diagnosticado e intervenido a Maradona por el hematoma en la cabeza que mantuvo en vilo al pueblo futbolero, apenas días después de que el astro cumpliera 60 años. En realidad, Luque, de 38 años, está vinculado al Diez desde hace cuatro años, cuando fue convocado por primera vez para ayudarlo con sus problemas para conciliar el sueño.
“Con mi socio, Ariel Sainz (quien también participó de la operación), tenemos un centro médico, Columna Baires. Y nos llamó un cirujano general contándonos que Maradona buscaba un neurólogo. ‘Pensé en ustedes dos’, nos dijo. No lo podíamos creer. ‘¿Qué Diego? ¿Diego Maradona?’, preguntábamos. Hasta el día que tuvimos que ir a verlo no contamos nada, por las dudas que fuera mentira. La noche anterior no dormimos, antes de llegar tuvimos que tomar un miorrelajante, porque estábamos muy nerviosos”, le contó a Infobae en julio cómo se tendió el puente hacia el ídolo.
Luque se formó en la Universidad de Buenos Aires y es miembro de la Asociación Argentina de Neurocirugía y de la North American Spine Society. Cristian Fuster, el cirujano que operó en 2013 a Cristina Fernández de Kirchner de una lesión similar a la de Maradona, lo definió como uno de los mejores del país en su especialidad.
En pareja con Romina (colega suya; gracias al contacto con Diego logró que se transformara en el padrino de su área en el hospital Garrahan), papá de Tomás y Luna, Leopoldo nació en Lanús, cerca de Villa Fiorito, el barrio que alumbró a la leyenda que hoy protege. Allí se dio su primer vínculo con su figura, casi por herencia. “Vengo de una familia muy humilde, y si me decís qué momento fue lindo de la infancia, te digo ver a Maradona. En el 86 no lo disfruté porque nací en el 81, pero el 90... Mi mamá y mi papá me decían: ‘Quedate tranquilo, Argentina va a ganar porque está Maradona’”, reveló.
Amante de las motocicletas, a muchos les sorprendió verlo llegar o irse de las clínicas en las que atendió a Diego subido a sus dos ruedas. Sin embargo, el oriundo de Adrogué ya hacía el trayecto entre su hogar y Bella Vista -la anterior residencia del ex enlace- en moto “para evitar el tráfico”. La mudanza del ex capitán de la Selección a Brandsen le acortó un poco los traslados.
Hincha de Independiente, su afición por el fútbol también la supo volcar a los campos de juego, aunque siempre de manera amateur. “Soy mediocampista, raspo cuando hay que raspar. Y a la hora de mover la pelota, lo hago bien”, aseguró.
La buena relación que construyó con Maradona le dio pie a las clásicas ocurrencias del fantasista, que lo aguijoneó cuando compartieron algunos juegos con pelota en pos de rehabilitar la rodilla derecha operada en 2019. “'Tenés los pies redondos, sos horrible. Es una falta de respeto; no a mí, a la pelota, pedile perdón', me decía en broma. ‘Como jugador sos un buen cirujano’, fue otra frase que me tiró. Yo le respondí: ‘Te quiero ver en el quirófano a vos’”, recordó el diálogo, bien condimentado por la complicidad.
Ese lazo generó, por ejemplo, que Luque le ofreciera su mano cuando, en junio de 2020, lo vio sumergido en un profundo pozo anímico a partir del aislamiento, las dificultades en su movilidad, los problemas familiares y la imposibilidad de trabajar como técnico de Gimnasia por la pandemia de coronavirus. El ida y vuelta que derivó en una recuperación del ex enganche (llegó a bajar más de 12 kilos y se sometió a una rutina física bautizada “Maradona fitness” que lo sacó del mal momento) habla del nivel de intimidad entre ambos.
“Busqué el modo de provocarlo, quería que se enojara, que reaccionara ante un desafío. Le dije: ‘Diego esto no es así, esto depende de vos, te quiero ayudar, ¿me dejás ayudarte?’. ‘¿Tenés auto? Bueno, andate’, me respondió. Me estaba por ir, pero retrocedí y le dije: ‘Vos me vas a echar cuando sea el momento. Vos nos enseñaste que cuando la situación está mal es cuando hay que aparecer’. Y le pregunté: ‘¿Querés estar mejor’. ‘Sí’, me contestó. ‘¿Por quién jurás que vas a estar bien?’, insistí. ‘Lo juró por mi mamá’, me dijo. Y empezó a estar bien", fue el relato, filoso y honesto, de aquel momento oscuro de Diego.
Pues bien, en las últimas semanas había caído en un hoyo similar. La inminencia del cumpleaños N° 60 sin la presencia de Chitoro y doña Tota, sus padres; nuevos conflictos familiares y el hecho de verse aislado por haber mantenido contacto estrecho con un caso sospechoso de COVID-19 (uno de sus custodios, al que luego le hicieron el test y dio negativo) lo golpearon en la línea de flotación. Maradona dejó de cumplir la dieta estricta que lleva para mitigar el impacto de la medicación que toma (contra la ansiedad y para conciliar el sueño); se derrumbó. Y la imagen, frágil, dolorosa, que ofrendó el día del homenaje por su aniversario en la previa de Gimnasia-Patronato aumentó la estridencia de las alarmas.
El lunes, quienes asisten a la leyenda en el día a día lo vieron decididamente mal. Y convocaron a Matías Morla, abogado de Diego, y al doctor Luque, quienes buscaron persuadirlo de que una internación era la opción aconsejable para la coyuntura. “Yo quiero dirigir el domingo”, argumentó el Diez para negarse, en alusión al duelo entre Gimnasia y Vélez por la Copa de la Liga Profesional. “Si venís con nosotros al hospital no dirigís, lo jugás”, fue la frase que aflojó a Maradona, que entró al sanatorio Ipensa con un cuadro de anemia y deshidratación.
Una resonancia magnética detectó el edema que el mismo estudio no mostró en septiembre. Y el médico debió apelar una vez más a ese código que edificó con Pelusa para explicarle el panorama inquietante. “Te tenemos que operar. Tenés la misma lesión por la que se operó Cristina en 2013”, buscó la comparación para encontrar predisposición en el paciente. Dio en la tecla con la táctica.
“¿Cristina se operó de lo mismo? Ah, listo. Somos peronistas. Y a los peronistas no nos pasa nada”, dijo, dando su consentimiento para pasar por el quirófano. Una hora y 20 minutos duró el procedimiento que promete mejorar la calidad de vida de Maradona y, de alguna manera, le cambió la vida al neurocirujano, que ahora firma autógrafos y recibe ovaciones, como si fuera el N° 5 que alguna vez soñó.
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