Debutó en Defensores de Belgrano en 1989, cuando el Dragón estaba a cuatro partidos de descender a la tercera categoría. Con 18 años, una extensa cabellera rubia y una velocidad implacable Walter Viqueira se afianzó como lateral derecho de un equipo que tenía entre sus filas al Chulo Rivoira y a Ricardo Caruso Lombadi.
Su aparición fue tan prometedora que Daniel Passarella, por entonces entrenador de River, había enviado al modesto estadio Juan Pasquale a su preparador físico, Ricardo Pizzarotti, para que observara las condiciones del joven defensor que estaba en el proyecto del Kaiser.
Por esas casualidades del destino, en el entretiempo de aquel partido del Ascenso, el padre del jugador escuchó sin intención la conversación que tuvieron los enviados del técnico del Millonario en el baño que se encontraba debajo de las tribunas.
—¿Y? ¿Cómo lo viste al pibe de cuatro?
— ¡Muy bien! Tal como nos dijo Daniel.
Con mucha humildad y un oportunismo notorio, el padre de Viqueira se presentó ante los colaboradores de Passarella. En ese breve diálogo les explicó que el pase pertenecía a Defensores y en caso de querer incorporarlo debían negociar con el club.
Con el tiempo, Walter se enteró que los dirigentes “habían pedido una locura”. En diálogo con Infobae, el ex lateral aseguró que “eran como 100.000 dólares” y cuando los representantes de River escucharon esa cifra se retiraron para no volver más.
Como por ese entonces Platense también demostró interés en Viqueira y la negociación tampoco llegó a buen puerto, el futbolista tomó una medida drástica: “Negocié ir comprando mi pase con el sueldo”, reveló. Así, cuando Caruso Lombardi colgó los botines y asumió como director técnico del Dragón, el defensor tenía el 60% de su ficha en su poder.
La última temporada que vistió la camiseta de Defe la jugó gratis para completar con la totalidad del pago de su transferencia. Y cuando terminó el campeonato comenzaron las dudas “¿Ahora qué hago?”
Algunos llamados de All Boys, Chacarita y Atlanta no lograron entusiasmarlo, porque quería jugar en Primera. “Al Bohemio lo bancaba el economista Miguel Ángel Broda y me mandó a buscar con un remís a mi casa. Me acuerdo que nos reunimos en una pizzería de Villa Crespo y me ofrecieron un cheque en blanco, pero me negué por mi pasado en Defensores de Belgrano”, recordó.
Fue entonces cuando se le ocurrió ir a ver a Ricardo Rezza (DT de Platense), quien se había sorprendido con sus condiciones cuando lo vio en un partido entre Defensores y Cambaceres.
Con el botinero en la mano y a bordo de su Fiat 128 Súper Europa arribó a las instalaciones del Calamar con la misión de quedarse en el Marrón. Corría el año 1994 y el equipo de Vicente López estaba en uno de sus mejores momentos. Pero su esencia de club de barrio no la había perdido en absoluto.
En las oficinas se encontraban algunos directivos que se sorprendieron con la presencia del forastero.
—¿Te puedo ayudar en algo?—le soltó uno.
—Hola, vine hasta acá para ver si están probando jugadores— respondió.
—Andá a la confitería que están los muchachos—completó un hombre entrado en años.
Con el mismo coraje que exponía en las canchas, Viqueira siguió las instrucciones del experimentado dirigente hasta dar con algunos integrantes del cuerpo técnico que estaban tomando un café.
—Hola, perdón que los interrumpa. Soy Walter Viqueira, ex jugador de Defensores de Belgrano.
—Hola, ¿cómo te va? ¿Qué necesitás?
—Que me prueben.
—Pero, no entiendo. ¿Qué categoría sos?
—Para Primera. Tengo 23. Me enteré que hace unos días Rezza fue a ver a un partido de Defensores para seguir al Mencho Mena y que también le dejó buenas sensaciones el lateral derecho. Y ese soy yo.
Atónitos, los presentes le pidieron que volviera al otro día en el horario del entrenamiento para realizar las pruebas. Y luego de varias prácticas (en el que lo pusieron por izquierda) firmó con el Calamar junto a Oscar Mena y Luciano Nicotra.
En su nuevo equipo conoció a David Trezeguet, a quien consideraba “un paquete”, porque el astro franco-argentino todavía no había explotado su mejor versión. “Metía 4 goles por partido en Tercera, pero cuando lo subieron a Primera parecía un paquetón terrible. No sé si era el cagazo o qué, pero cuando lo vendieron no podía creer el negocio que había hecho Platense. Para mí se habían sacado a un muerto de encima. El Turco Hanuch era un crack de verdad, pero cuando a Trezeguet lo llevaban al banco, nos queríamos morir. Tenía la pegada de una yegua, pero para nosotros era un desastre”, reflexionó.
En ese plantel se aferró a las locuras de Mariano Dalla Libera y el Chacho Coudet. Como la vez que le tiraron bombitas de agua desde la habitación del hotel en el que concentraban en Recoleta a la gente que pasaba por la vía pública. “No parábamos de hacer quilombos. Esa vez nos agarró Rezza y después de cagarnos a pedos nos puso una multa de 100 dólares, que por el sueldo que teníamos era bastante”, reconoció.
Durante esa época también descubrió a uno de los personajes más carismáticos que tuvo el fútbol en la década del noventa: Pedro Marchetta, su padre futbolístico.
La primera impresión que tuvo de él fue después de una victoria por 2 a 0 contra el Rosario Central de Vitamina Sánchez, el Kily González, Tito Bonano, Celso Ayala, Carbonari y Gordillo en el tradicional partido de los lunes. Durante esa noche, cuando todos los protagonistas se encontraban en las duchas, Marchetta ingresó al vestuario local para felicitar a sus rivales y desearles un buen cierre de campeonato. Pero como todos sabían que el técnico daba las charlas previas a los partidos defenestrando a los jugadores contrarios, Pablo Erbín se animó a preguntarle qué les había dicho a sus dirigidos sobre él.
—¿Qué dijiste de mí, Pedro? ¡Dale que te conozco!— le gritó el central mientras se enjabonaba.
—Nada, Pablito ¿Qué les voy a decir de vos que no sepan? Les dije que te encaren por la pierna izquierda que no tenés zurda— le dijo con su característica voz aflautada.
—¡Dale Pedro! ¿Qué más les dijiste?— insistió el defensor.
—¡Nada! Solamente eso, que no tenés zurda. Chau muchachos, que sigan bien. Hoy jugaron un muy buen partido—cerró el DT.
Tras el portazo del Negro, los jugadores volvieron a su rutina para terminar de bañarse y comentar alguna jugada en particular. Pero el silencio invadió el lugar cuando la puerta se abrió nuevamente y la figura de Marchetta reapareció en la escena.
—¡Y derecha tampoco tenés! ¡Ni zurda, ni derecha!—gritó el técnico, causando una enorme carcajada grupal.
Cuatro años después Viqueira tuvo un segundo ciclo en el Calamar, cuando el equipo se encontraba en la Primera B Nacional. Ahí sintió una traición del popular entrenador que actualmente dirige a Belgrano de Córdoba: “A Caruso (Lombardi) lo tuve como compañero y como director técnico. Yo lo había recomendado para que agarrara Platense, y cuando perdimos el reducido por el ascenso me rajó. Ese día le hice la cruz. Ahora me llama y me taladra la cabeza por las elecciones del gremio de técnicos. Me dice Waltercito esto, Waltercito lo otro... Y le dije que es un hijo de puta que me echó de Platense cuando yo lo había llevado. Tenía un contrato por seis meses más en el club y ahora me dice que fue por orden de los dirigentes. Es un mentiroso que me tenía que haber bancado. Es un traidor”.
Previamente, en 1995, el ex lateral vivió su mejor momento cuando se sumó a Racing. Fue un tiempo después de las elecciones que ganaron Otero y Lalín en Avellaneda, quienes contrataron a Marchetta para que depurara el plantel que había dirigido Diego Maradona después del Mundial de Estados Unidos. “Pedro limpió como a 13 ó 14 jugadores. Entre ellos estaban el Turco García, Saralegui y el Puma Rodríguez. Se quedó con el Coco Reinoso, Nacho González, De Vicente… pero a los que estaban aliados al Diego los voló”, explicó el defensor.
Su llegada a Racing se dio después de un partido entre Platense y Belgrano que concluyó 0 a 0 y sus métodos para opacar al Luifa Artime terminaron de convencer al Negro, quien sabía que al término de ese torneo iba a dejar al Pirata para firmar con la Academia.
A Viqueira le encantaba el roce físico. Se sentía más cómodo marcando a delanteros como el Turu Flores o el Turco Asad, antes que a los habilidosos. “La primera vez que marqué a Ortega, me tiró un enganche que terminé contra los carteles”, detalló.
En Avellaneda había comenzado como suplente, porque en los planes de Marchetta estaba incluirlo en el mediocampo. Como los titulares eran Michelini, Chacoma y el Mago Capria, generalmente ingresaba en los últimos minutos para reforzar las marcas y darles oxígeno a sus compañeros. Sin embargo, su sacrificio constante le sirvió para torcer la idea del técnico, quien llegó a pensar a su Racing como “Viqueira y 10 más”.
Su melena rubia, sus ojos claros y la fama que le dio el equipo grande le permitieron tener mayor protagonismo en las noches porteñas. Y su parecido físico a Horacio Cabak era otro argumento para las conquistas. “Yo era muy enamoradizo. Cuando me gustaba una chica, ya le pedía casamiento. En cambio, el Piojo (López) arrastraba por la trayectoria que tenía, pero no por la cara. El más fachero era Gastón Pezzutti. Nos iba bien en Coyote”, aseguró entre risas.
Sin embargo, sólo permaneció una temporada en Racing. El tiempo que duró Marchetta. Fue durante el campeonato en el que la Academia luchó por el título ante Vélez. En la fecha 13 del Apertura el equipo empató 0 a 0 con Platense y una pelea entre el técnico y Lalín marcó la salida del DT. “Estábamos segundos y ellos tenían un equipazo con Dalla Libera, Matute Morales, el Bichi Fuertes, Camoranesi… Ese día Monasterio se atajó todo, y Pedro no hizo ningún cambio. Murió con el Piojo López y el Chelo Delgado en la cancha, y dejó en el banco al Lagarto Fleita y al Tweety Carrario”, recordó Viqueira.
Algunos testigos aseguran que la visita de Lalín al vestuario estuvo cerca de terminar a las trompadas.
—¿Cómo no vas a poner a otro delantero? ¡Hoy teníamos que ganar—le gritó el directivo al técnico.
—Tomá, a partir de la semana que viene dirigí vos— le respondió Marchetta mientras le alcanzaba un silbato.
“No apareció más. Ni siquiera vino a despedirse del plantel”, confesó Viqueira, quien tuvo que buscar un nuevo destino cuando asumió Miguel Brindisi. “Trajo a Mauro Navas, que tenía a su mismo representante (Jorge Cyterszpiler) y me cagó la vida. Pasé a ser un suplente eterno. Cuando surgió la posibilidad de ir a Banfield, no lo dudé. Pero fue una de las peores decisiones que tomé en mi carrera, porque me tendría que haber quedado en Racing toda la vida. Cuando Miguel se fue, asumió el Coco Basile y con él hubiera tenido minutos porque habíamos clasificado a la Copa Libertadores”.
En el Taladro vivió el divorcio de la dupla López-Cavallero y a pesar de tener como compañeros a jugadores de la talla de Sergio Vázquez, Patrulla Jiménez, Sanguinetti, Víctor Hugo Delgado, Lauría Calvo y Pobersnik, el elenco del sur no pudo evitar el descenso. “Teníamos un lindo equipo, pero no le ganábamos a nadie”, analizó el ex lateral que en esa etapa tenía prohibido cruzar la mitad de cancha.
Las mieles del éxito las encontró en Córdoba, cuando firmó con Talleres y terminó con la sequía de las 4 finales perdidas en forma consecutiva que arrastraba la T. En la provincia del fernet y el cuarteto es considerado un héroe por haber sido partícipe de la hazaña conseguida en el duelo decisivo frente a Belgrano por penales. Cada vez que va de vacaciones allí, los fanáticos lo invitan a comer a sus casas y recuerdan sus días como los momentos más felices del pueblo tallarín.
Pudo volver a Racing, porque Daniel Lalín tenía el pase de varios jugadores de Talleres. Y el de Viqueira era uno de ellos. Así como alguna vez llevó a Carrario, Cuenca y Pompei, el empresario le ofreció a Ángel Cappa al marcador de punta, pero el técnico se negó porque no era de su paladar. “Vamos a ver si te mando a Chile”, le prometió el presidente de la Academia. Y nunca salió nada.
El destino lo llevó a Douglas Haig, donde compartió el plantel con Hugo Lamadrid y ambos fueron dirigidos por un profesor de educación física “que no entendía mucho de fútbol”. Varias lesiones apresuraron su salida del club, pero como la dirigencia mantenía una deuda con él, recurrió a Agremiados para que su causa llegara a juicio. Hasta el día de hoy es Ciudadano no grato en Pergamino.
Fue el paso previo a su regreso a Platense, donde se reencontró con Marchetta. Cuando lo vio después de tanto tiempo, Pedro no pudo ocultar su sorpresa por el estado físico del defensor. “¿Cómo estás Viqueira? ¿Dónde está tu hermano?”, le soltó el DT con su característico humor. Para esas alturas el defensor había aumentado 10 kilos.
El cierre de su carrera se dio en Acassuso. En las categorías menores del fútbol argentino volvió a sentir lo que significa el anonimato del ciudadano común. “La guita que hice con el fútbol la gasté en un tratamiento a mi viejo en el exterior (había sufrido un ACV) y en un divorcio”, reveló.
Actualmente se dedica a la industria del vino y confiesa que al principio “sólo sabía distinguir el tinto del blanco”, pero con el paso de los años ya reconoce el aroma de un buen Malbec o un Cabernet.
En los tiempos previos a la pandemia se juntaba con varios ex futbolistas de Racing para jugar en el Senior (de 35 a 45 años), pero “últimamente iba para jugar los últimos 20 minutos y comer los asados”. “Con el Turco García y Perico Pérez damos muchas ventajas, porque jugábamos contra unos pendejos que volaban”, analizó. Pero en esas cenas también recordó en más de una oportunidad que gracias a él Marcelo Delgado se hizo famoso. “Todos deberían prestar atención al gol que le hace el Chelo a Independiente con tres dedos. Además de darle la asistencia, le saqué de encima al Polaco Arzeno que se lo comía”.
Walter Viqueira ya no corre por la banda. Dejó de ser el pájaro veloz con la melena rubia que se proyectaba al ataque y se fajaba con los delanteros. También dejó las noches y su vínculo con el fútbol se puede dar en algún que otro picado. Durante el último tiempo fue uno de los infectados que se recuperó del Coronavirus, y se aferró a sus seres queridos para sacar la misma fuerza que tenía en sus tiempos de futbolista profesional. En su momento, cuando jugaba en Platense, una tarde le fue a pedir un cambio de camisetas al Pacha Cardozo y el defensor de Vélez le dijo que no quería la suya, y que si se la daba se la iba a dar a su perro. Aquella anécdota resume la carrera de un jugador que podría opacar al personaje humorístico interpretado por Luis Rubio. Aunque Éber Ludueña hubo uno solo.
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