El Superclásico más extravagante: el puntapié inicial de Mimí Pons, 9 goles y un cierre infartante

“El partido del Bernabéu por la final de la Libertadores superó al 5-4 del ’72 por lo que estaba en juego, pero hasta ahora, pasados 48 años, no hubo un River-Boca que se pudiera acercar a lo que fue aquello”, asegura uno de sus protagonistas

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El River-Boca de 1972, el
El River-Boca de 1972, el Superclásico más espectacular de la historia

Ardía Argentina. Aquel 1972 era distinto en los más variados planos de la sociedad. El año de la ilusión por la apertura electoral, con fecha de comicios a presidente confirmada para marzo del ’73. El de Rolando Rivas, la primera telenovela que magnetizó por igual a mujeres y hombres frente a la pantalla de la TV. El del paréntesis en la lírica del Flaco Spinetta entre Almendra y Artaud, para darle vida a un Pescado Rabioso. El del regreso de Juan Domingo Perón, alimentado por buena parte de la juventud, que le ponía calor y color a las calles. Y allí, clavado en el medio del almanaque de octubre, el domingo 15, día la madre, el superclásico. Pero no uno cualquiera, sino el más espectacular de la historia.

La primera curiosidad es que el sorteo determinó que fuera parte de la fecha inicial del torneo Nacional. Una nueva edición. Otra vez los dos grandes cara a cara, pero en terreno neutral, como dictaba el estricto reglamento para los cotejos que estaban bajo el mote de Interzonales, ya que River pertenecía al grupo A y Boca al B. Cada inicio de torneo trae en sus bolsillos ilusiones renovadas, pero ese hecho se potenciaba aún más por el lado de los Millonarios, que ya acumulaban 15 años de sequía en un rubro del que otrora era expertos: gritar campeón.

Pero había más, para encender un poco el fuego que siempre campea a la hora de un clásico del nuestro fútbol. La revista Siete Días tenía una amplia tirada de ejemplares y tuvo la idea de llevar a la cancha a quien era la vedette sensación del momento: Mimí Pons, que así rememora una tarde inolvidable para ella. “Me sentí muy orgullosa por la invitación que me hizo la editorial y por la recepción que me dieron los presidentes de ambos clubes. Pasé un día maravilloso y fue muy emocionante lo que me tocó vivir. Jamás había pisado una cancha y de pronto me encontré visitando los vestuarios. Debo decir que se comportaron de manera maravillosa, con mucho respeto y muchos gritos tipo “guauuu” (risas). Me sentía como Marilyn Monroe”.

Había una efervescencia generalizada, tanto en las tribunas, como en el pasillo que conduciría a la cancha a los 22 protagonistas y a Mimí… “Primero salió River y tuvo un recibimiento tremendo, al tiempo que me hicieron esperar para que el público se silenciase y allí aparecí... No podía creer la cantidad de gente y comencé a mirar las tribunas con una emoción enorme. En ese momento yo era La vedette de Buenos Aires y el estadio completo comenzó a corear mi nombre, por lo que me puse a saludar como loca sin parar. Luego apareció Boca y fue conmovedor. Lo que más rescato, y lo juro por mi vida, es que nadie me gritó una palabra fuera de lugar”.

La tapa de la revista
La tapa de la revista en el clásico

La fiesta era completa y ya era la hora que comenzara a rodar la número cinco, pero aún quedaba algo más: “Se juntaron los reporteros gráficos y era el momento de la foto. Vino el Beto Alonso del lado de River y Silvio Marzolini por Boca. No creo que haya existido ni existirá un hombre más bello que Silvio, me quede muerta cuando me abrazó para una foto que quedó en la historia. Fueron muy gentiles y me invitaron a dar el puntapié inicial del partido que hice con mucho gusto”. El registro que menciona Mimí la muestra con su impactante belleza, con un look muy propio de ella y de los años ’70, flanqueada por los dos cracks. La juventud de un Alonso de cabellos largos y el aplomo de un Marzolini cercano a un actor, con pose ganadora y un particular modelo de short que Boca estrenó ese año, de color amarillo adelante y azul atrás.

De los maltrechos archivos fílmicos de nuestra televisión ha sobrevivido muy poco. Sin embargo, es una suerte encontrarse con esas imágenes de un desteñido blanco y negro, pero que dejan observar que desde el mismo pitazo inicial del árbitro Luis Pestarino, ese choque estaba llamado a ser distinto: le tocaba mover a River y Carlos Morete le tocó la pelota al Beto Alonso, que sin dudar un segundo, la empaló de zurda por sobre la cabeza de un adversario que corrió para encimarlo, destilando magia.

Tan solo se había disputado un minuto y River ya estaba en ventaja por una aparición de ese amante del gol que siempre fue el Heber Mastrángelo. A los ocho llegó el segundo, con una jugada excelente de Juan José López por derecha y la anotación de cabeza de otro hombre letal dentro de área: Oscar Pinino Más.

Los dos futbolistas que se habían anotado en el marcador, eran los punteros Millonarios y en el centro de ese ataque estaba Carlos Manuel Morete, que así evoca esa tarde de película: “Habíamos salido a la cancha siendo conscientes que nosotros los íbamos a atacar desde el arranque y que ellos iban a hacer lo mismo, porque eran dos equipazos. Y eso fue lo que pasó. Me llamó la atención que nos pusimos rápido 2-0 y los muchachos de Boca ni lo sintieron, no acusaron el cimbronazo y se nos vinieron encima. Fue una tarde inolvidable y una cosa descomunal”.

Los recuerdos del Puma se ajustan a la perfección a lo ocurrido, ya que a los 15, Boca tuvo la ocasión de descontar por un penal ejecutado por Rubén Suñé y que fue atajado por un especialista para esas lides como José Perico Pérez. Los Xenezies parecían no retraerse por nada y en una ráfaga de 20 minutos (los últimos del primer tiempo), marcaron tres goles para irse arriba a los vestuarios por 3-2. A los 25 Hugo Curioni con una media tijera, a los 42 Mané Ponce con un impecable tiro libre y a los 45, el talento de Osvaldo Potente dijo presente en el área chica y en la red de River.

La evocación de Morete muestra que hinchas y futbolistas estaban en una misma sintonía en la tarde de Liniers: “Las sensaciones diferentes que vivía la gente en las tribunas, de agarrarse la cabeza, por no poder creer que hubiese un clásico así, tipo metegol, eran las mismas que teníamos nosotros dentro del campo de juego. Era un partido donde casi nadie marcaba y ahí había cada crack que mamita querida (risas). Nos mirábamos entre nosotros como preguntándonos. ¿Qué está pasando acá? Era un reflejo de lo que fue el fútbol argentino en la década del ’70, donde había varios fenómenos en cada puesto. Sobresalíamos los delanteros por los goles o mediocampistas por su talento, pero había que enfrentar a cada defensor que eran fuera de serie, como el caso de Roberto Mouzo de Boca, que era un tipo leal, como pocos”.

Y al hablar de zagueros centrales, el Puma se emocionó al mencionar a uno muy especial que tuvo como compañero: “Compartí el plantel campeón de River ’75 con Perfumo, alguien a quien quise mucho, por su personalidad y lo buen tipo que era. Yo ya fui dos veces a verlo al cementerio en Pilar, porque tengo unos campos en Capilla del Señor y en un par de ocasiones me desvié por ese motivo, porque necesitaba estar un rato con él. Un jugador y una persona inigualable”.

El final del primer tiempo, permitió uno de los escasos momentos de sosiego en la tarde. Los espectadores pudieron sentarse unos instantes, mientras se miraban y en los gestos decían todo. En esos rostros había satisfacción, placer, pero también incredulidad e incertidumbre, ya que nadie podía suponer que iba a pasar en un encuentro así. Se reanudaron las acciones, con River tratando de ajustar un poco las marcas en el medio, sector donde solo contaba con el infatigable trajinar de Mostaza Merlo, para no cansarse de robar pelotas y dárselas para la creación de sus históricos laderos: Juan José López y Norberto Alonso.

Sin embargo fue Boca el que volvió a festejar, cuando los relojes contaban 6 minutos del complemento. Otra vez Osvaldo Potente se anotó en el marcador clavando el balón en un rincón para el 4-2. Pero todo era efímero, pasajero, inconstante, al punto que a los 57, River revivió con un gol de cabeza de Pinino Mas, que fue muy discutido, porque apenas había pasado la línea de gol.

Boca arriba 4-3. ¿Podría mantenerlo? ¿Tenía las armas para sostener la ventaja? Nadie pensaba en defender, porque aquello era la fiesta del fútbol ofensivo, como lo recuerda Morete, actor decisivo de lo ocurrido en el minuto 62: “Estaba a unos diez metros del área grande, me dejaron girar, se la tiré larga a Mouzo y me fui derecho para al área. Cuando me salió Rubén Sánchez, le pegué de zurda cruzado y se clavó abajo. La verdad es que fue un lindo gol”. Un poco más de una hora de partido y las gargantas ya habían gritado ocho goles, democráticamente repartidos. Vida, muerte y resurrección deportiva en cada momento, sin que los cronistas pudieran explicar demasiado. La mitad de cancha solo de tránsito, porque nadie hacía pie. No daban ni pedían tregua.

Los gritos se acallaron. Seguían sucediéndose situaciones de gol, pero con nula puntería. Así llegaron al minuto 90, donde la justicia estaba a punto de decir presente, bajar su ecuánime martillo y decretar la equilibrada balanza de un salomónico empate para el clásico de los clásicos. Pero no. El Puma evoca aquel minuto final: “Tuvimos un tiro libre a favor nuestro sobre la derecha que ejecutó Dominichi pasado al segundo palo por donde apareció Mastrángelo, quien la tocó con el empeine hacia adentro y yo me encontré solo con la pelota a un metro el arco. Le metí un puntazo que infló la red y fue el delirio, una cosa de locos como todo ese clásico. Metí el gol y se terminó el partido ahí”.

Hasta la crónica de la revista El Gráfico fue de lujo, en la pluma del gran Osvaldo Ardizzone, que cerró su nota dejando una sentencia para la posteridad: “Me importa mucho llevármelo tal como lo sentí para mi archivo privado, para pode decir dentro de muchos años, cuando llegue a hora de la historia: ‘Oiga, que yo estuve en Vélez la tarde que River y Boca se hicieron nueve goles…’”

El River-Boca de 1972

Eran tiempos difíciles para River, que volvió a sentirse millonario por un rato esa tarde, desempolvando el reluciente frac de antaño. Todavía quedaban tres años de dudas, problemas, internas y sequía de títulos, hasta quebrar el maleficio con el Metro ’75. Los clásicos rivales se volvieron a ver las caras en ese torneo, en la misma cancha, y en la definitoria instancia de semifinales. Y también fueron los de Núñez los que sonrieron por el triunfo 3-2, aunque San Lorenzo le postergó las ilusiones en la final.

Fue lo único que le faltó a ese equipo de River, poder coronar con el título un desempeño que por momentos fue brillante. Dio cátedra en algunos partidos, como el recordado 7-2 ante Independiente, la tarde que el Beto Alonso marcó el gol que Pelé no había podido hacer en México ’70 ante Uruguay. El cuadro de Núñez marcó 53 goles en 15 partidos, con un fantástico promedio de 3,5 por encuentro. Carlos Morete fue el máximo artillero de la competencia con 15 tantos y Pinino Mas su escolta con 13.

Mimí Pons tiene aún hoy fresco cada momento de ese día, incluida la frustración por no haberse podido quedar a ver el choque por una cuestión laboral: “Me hubiera encantado ver semejante partido, pero tuve que salir volando porque tenía una función en La Plata y nos costó mucho salir de la cancha. Tardamos como media hora. En ese momento hacíamos una revista en el teatro El Nacional que se llamaba “La revista está de moda”. Salíamos de gira y ese día era el estreno en la ciudad de La Plata. La función empezaba a las 19 y yo llegué una hora tarde, con la sala llena y un productor que me quería matar, pero esa nota en el clásico no me la perdía ni loca (risas)”.

Carlos Morete nos dejó una interesante comparación entre dos Superclásicos: “Yo creo que el partido del Bernabeu por la final de la Copa Libertadores superó al 5-4 del ’72 por lo que estaba en juego, pero hasta ahora, pasados 48 años, no hubo un River-Boca que se pudiera acercar a lo que fue aquello, de una capacidad ofensiva tremenda de ambos lados. Y va a ser muy difícil superarlo”.

No cabe ninguna duda. Han pasado los años, las décadas, con muchos cambios en el mundo de la número cinco, pero ese partido no se podría olvidar jamás y se seguiría pasando de generación en generación. Porque este deporte está hecho de pasión y goles. Los elementos que adornaron aquella tarde, una de las más lindas del glorioso fútbol argentino.

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