Hay que olvidarse del Pablo Pérez que se ve en la cancha. O del que se repite con la pierna fuerte en las imágenes de la TV. Cuando se viste de jugador -como si se tratara del personaje de una serie- se transforma. De civil es otra persona. En las pocas entrevistas que da se vio que habla en un tono bajo. Sin pelear. Aunque no pasa por ahí la diferencia más notoria. Es un perro verde, como suele decirse. No le gusta andar con el teléfono. En su casa no se enciende el televisor. Y se entera de la vida en las redes sociales por alguna captura de pantalla que le envía un amigo o por su hija mayor. No son sus únicas rarezas. A diferencia de la mayoría de los rudos del mundo del fútbol, el volante de Newell’s -y antes capitán de Boca en la histórica final de la Copa Libertadores en Madrid- habla del miedo sin miedo. O de la importancia del psicólogo en el fútbol sin tratarlo como el espía del entrenador. Así es Pablo Pérez sin botines...
-¿Por qué no mirás televisión? ¿Es una forma de protegerte? ¿Ni cable tenés, Pablo?
-En casa no se prende el televisor. Estamos acostumbrados a escuchar música. O convivir entre nosotros. En la tele se ve alguna serie en Netflix y nada más... No miro porque no le encuentro sentido a informarme cosas que ya sé. Algunos informan bien, por supuesto. Pero otros son muy agresivos. No me gusta. Ya sea que hablen de un amigo o de un colega que ni conozco. Entonces no le encuentro sentido a mirar. Más por mi personalidad. Yo no puedo estar media hora sentado en un sillón mirando televisión. Mi familia se acostumbró. Hacemos actividades entre nosotros. Me parece mucho mejor como padre de familia.
-¿Tus hijas se acostumbraron naturalmente a que la vida del futbolista conocido es así o tuviste que bajarles línea?
-La nena más grande cumple 16 años en octubre. La del medio tiene 10. Y la más chica tiene 6. Las dos más chicas no entienden nada. La del medio, por ejemplo, ni sabe lo que pasamos en Boca porque no tiene celular... No consumieron tanto. La más grande, pobrecita, a través de sus compañeros de colegio o las redes sociales se fue enterando cosas que hablan mal de su papá. Seguro le debe doler. Pero es una nena fuerte, que entiende. Nosotros le hemos explicado muchas cosas. Y lo razona bien. Aunque a veces no sabemos para dónde salen los chicos. Si lo procesan bien o no. En ese sentido se te escapan...
-Pasa que suele doler más el mensaje cruel aunque haya otros cien a favor.
-Siempre están los boludos que te escriben por redes sociales. Esas cosas a veces me tomo el tiempo para verlas. Pienso que es un tipo dolido. Es una tontería porque muchas veces ni le ves el nombre. No soy de leerlos, en serio. Pero en algún momento me puse a evaluar cómo es para entenderlo... Yo igual no me detengo en las redes. Pasa que siempre un amigo te manda una captura de pantalla y eso me molesta más... O tal vez viene mi hija y me dice “papá, mirá lo que dice éste”. Y le tengo que decir “bueno, no le des bolilla”. Es más lo que me hacen llegar que lo que yo busco. Aunque a veces sea necesario leer, informarte, estar en contacto con amigos, o con la familia, no soy de tener mucho el celular. Yo trato de no estar con el teléfono porque si no pierdo tiempo.
-Sos muy distinto a lo que se ve en la cancha. ¿Si te pregunto más cosas de cómo es Pablo Pérez qué me respondés?
-Es un vestuario soy un tipo muy tranquilo. Alegre. Me encanta divertir a mis compañeros. Me prendo en las jodas. Con los más chicos, con los más grandes. Pero a la hora de tomar decisiones me pongo serio. Fuerte. Y la hora de competir me vuelvo loco. Quiero ganar como sea. No me importa cómo. No me permito regular un partido. Necesito sacar todo lo que tengo para ganar.
-¿Ahí entra el famoso tema de las tarjetas? ¿Es fácil la amarilla para Pablo Pérez?
-Mi cantidad de amarillas se hizo muy popular en Boca. Pero toda mi vida fue así. Antes de llegar a Boca tenía millones de amarillas. Es mi forma de jugar. No me permito ir a una pelota despacio. Sí me cuido de la tarjeta roja. Pero siempre me gustó ir al límite. Ser agresivo en la recuperación. Y a la hora de jugar, bajar un cambio y leer el partido. Lo que pasa es que Boca es muy fuerte. Cuando te ponen la chapa de algo es muy difícil sacártela. Igual yo sólo debía rendir domingo a domingo. Boca es eso. No me permitía pensar en una amarilla y renunciar a mi forma de jugar. Más allá de que todos me criticaban, nunca pensé en cambiar. Yo juego así de chico.
-Alguna vez dijiste que habías ido al psicólogo para evitar que se te saliera la cadena.
-Sí, lo traté muchas veces con psicólogos. Llegué a la conclusión de que era parte de mí. Y cambiar una forma de ser es difícil. Si bien se pueden corregir errores, por supuesto. Lo traté desde que llegué a Boca, porque se empezó a hablar mucho eso. Tenía un psicólogo en el club. Siempre lo charlaba. Pero era algo que venía conmigo. Entonces busqué cambiar la amarilla tonta por la amarilla que valiera la pena para el equipo. Algunos jugadores después tienen margen porque a la hora de pelear les sacan pocas tarjetas. Yo no. Y cuando me sacaban una amarilla tonta se hacía un mundo. La amarilla de Pablo Pérez, la amarilla de Pablo Pérez, la amarilla de Pablo Pérez... Resulta que en Unión de Santa Fe tuve la misma cantidad de amarillas. En España. En Emelec. En Newell’s... Pero no se hablaba como en Boca. Me pusieron esa chapa. Igual no me molestaba. Al fin de cuentas, vienen conmigo.
-Igual en Boca algunas amarillas se zafan. ¿O vos estaban tan marcado que no te perdonaban?
-Sí. Pero a mí no me pasaba. Cuando estaba de rival lo veía... Entonces al llegar me dije “ahora en Boca me van a permitir una patada más”. No me permitieron nada... Apenas hacía una falta, tarjeta. Me sacaban rápido la amarilla porque sabían que ahí me tranquilizaba.
-Era el sedante.
-Sí. Decían “vamos a sacarle la amarilla que ahí baja un poco de revoluciones”.
-¿Es difícil ser el capitán de Boca? Ahí se debe estar a mil revoluciones todo el día.
-No fue tan difícil porque había un grupo muy profesional. Si saltaba algún problema se resolvía enseguida. Había gente grande, madura. Y chicos que acompañaban muy bien. Yo siempre soy natural. No necesito una cinta de capitán para tomar un poco de poder.
-¿Qué pasa cuando sos capitán y dos jugadores se quieren ir en medio de una Copa?
-Yo soy muy solidario. Si tienen un pase a Europa lo primero que pensás es que se vayan y después vuelvan al club. Más allá de que te desarman un equipo. Es una pérdida, por supuesto. Pero es muy egoísta pensar que se tienen que quedar. La proyección de ellos era Europa y la Selección. No es de buena gente frenarlos. Nández y Pipa (Benedetto) en ese momento buscaban un progreso.
-Pero si se desarma el equipo se puede pagar. Ruggeri suele decir que en las grandes derrotas el capitán es el primero que vuela. ¿Vos convivías con esa sensación?
-La verdad es que lo pensé siempre. En el momento que me hice capitán de Boca me dije: “Cuando venga un mal resultado...”. Me había pasado con algunos compañeros. Pese a ser jugadores muy importantes tuvieron que irse por perder. Y eso que un año antes habíamos ganado tres títulos... Boca es muy popular, muy grande. Cuando vos tenés una cinta, al perder el primero que se hace responsable es el capitán. Un poco de eso me pasó en el final de mi carrera en Boca.
-¿El capitán levanta la Copa y sale en el póster o queda señalado por la derrota y se tiene que ir entonces entonces?
-Sí. Eso me pasó cuando perdimos con River. En ese momento fui el capitán de la final. Quedaba como héroe o como villano. Me tocó irme por perder. Me hice responsable. Son cosas habituales en un club tan grande como Boca.
-¿Cómo fue ese día después del superclásico en Madrid?
-Me sentí muy mal. No miré nunca más el partido. Además de un clásico era una final. Era ganar una Copa Libertadores... Una meta desde el primer día que llegué a Boca. Por todo eso perder la final con River fue muy doloroso.
-Es un partido que marca una carrera. Que debe llenar de miedo antes de jugar. ¿Pero por qué el futbolista se resiste a hablar del temor? ¿Por qué en el fútbol decir “tengo miedo” se asocia con ser cobarde?
-Yo no. A mí el miedo me mantiene súper alerta. Cuando siento miedo es porque estoy realmente comprometido. Siento la camiseta, siento el momento, siento el partido. Yo sé antes de un partido que voy a jugar bien porque siento temores, dolores de panza, de cabeza... Cuando me siento así sé que estoy preparado para competir. El día que vaya relajado, escuchando música, o hablando por teléfono con un familiar camino a la cancha, es porque no estoy concentrado. Yo hablo del miedo. Antes de un partido siento miedo. Ese miedo de cómo me va a ir... Cuando yo entro a una cancha relajado paso a ser de un jugador bueno a uno muy malo.
-¿Son muy intensos esos dolores de cabeza o es una sensación de nervios?
-Es nerviosismo. Es normal en el jugador de fútbol. Pasa que a veces da miedo decirlo porque se confunde. Ahí se dice “éste es un cagón”. Pero no. Tener miedo es estar preparado para competir.
-Ahora te hablo de otro tipo de miedo. ¿Sentiste ese temor cuando llegaste con el micro al Monumental y no te sacaron un ojo por mala puntería?
-No. No fue miedo. Ese día sentí decepción por cómo se vive el fútbol en la Argentina. No hablo de la gente de River puntualmente. Podría haber sido en otro partido. Te dan pena esas cosas. Los hinchas de River iban a vivir una fiesta y se la opacaron. Era un gran acontecimiento para el argentino que la final se jugara en nuestro país.
-¿Ibas mirando para ese lado? ¿Sentían que estaba la zona liberada?
-No. Nos sorprendió. Nosotros íbamos cantando. Arengando. Y pasó todo de golpe. Cuando empezaron a estallar todos los vidrios nos sentamos rápido en nuestros asientos. Fue todo en cuestión de minutos.
-¿Vos cómo evalúas tu paso por Boca?
-Boca fue como ir a una Facultad. Le debo mucho. Me hizo crecer dentro y fuera de la cancha. La pasión que sentí en ese club fue tremenda. Mi paso lo evalúo como muy bueno, salvo el último resultado. Si se hubiera dado diferente habríamos quedado en la historia, como les pasó a los jugadores de River. Igual lo creo positivo. Jugamos finales. Y en cuanto a mi nivel me sentí muy satisfecho. Yo quería seguir. Quería competir de nuevo en la Copa Libertadores. Ganarla. La pasé muy bien en Boca.
-¿Te arrepentís del insulto en el famoso grito de gol en la Bombonera?
-Fue una situación rara. Había hecho un gol y me criticaban. Me había enojado con uno que me había insultado antes de entrar al vestuario y me descargué con esa platea. Era más para él que para toda la gente. Se interpretó mal o yo me excedí en ese festejo al insultar. Claro que estoy arrepentido. Me disculpé en ese momento. Fue una foto fea para el fútbol de la Argentina.
-¿Qué es más difícil: perder el Newell’s-Central en Rosario o el Boca-River en Buenos Aires?
-Son parecidos. Me tocó perder los dos y tuve la misma sensación. Si bien yo no salí de Boca, sentía al club como si hubiera nacido ahí. Y acá cuando pierdo se me cae el mundo. Imaginate que pierdo un partido normal y no me lo permito. Un clásico tiene un dolor doble.
-¿Sentís que necesitabas un poco de tu Rosario, de tu Newell’s?
-Sí. Más todavía en los últimos tiempos. Cuando estaba en Boca me sentía cómodo. Cuando pasé a Independiente ya empecé a darme cuenta de que estaba muy cerca volver a Newell’s. Quería volver al lado de mi gente, de Newell’s. Soy tan leproso como mi familia.
-¿Newell’s es el equipo con más sentido de pertenencia en el Interior?
-Se ve. Y desde hace muchos años... Cuando el club pasa un momento malo se acercan los tipos más reconocidos. Gente que ama al club y vuelve. Lo más cercano es en el 2013. Newell’s estaba pasando un muy mal momento con el promedio y volvió el Tata Martino. Ahí salimos campeones. Volvieron Maxi (Rodríguez), Nacho (Scocco), el Gringo Heinze... Ahora nos tocó volver de nuevo a Nacho y a mí. Todo eso que mamamos en Inferiores da sus frutos. Volvemos porque amamos al club. El sentido de pertenencia en Newell’s es muy grande. Un amor que a veces no se puede explicar. Se demuestra con hechos.
-¿Ese Newell’s del 2013 fue el mejor equipo en el que jugaste?
-Sí. Lo pongo arriba de todo por una mezcla de situaciones. Nos estábamos yendo a la B. Teníamos un promedio muy complicado... El club no estaba bien económicamente. O sea, la gente que volvió lo hizo por amor. Era imposible de traer si no era por su sentimiento leproso. Y aparte el equipo jugaba realmente bárbaro. No sólo nos importaban los resultados. Llegó un momento en el que sólo queríamos jugar bien, como se hacía en otros tiempos. Como en la época de Bielsa por ejemplo... Se unió todo. La vuelta de ídolos, el buen juego y que salimos campeones. Nos identificamos mucho con ese Newell’s.
-Nombraste a Bielsa. ¿Qué representa para vos?
-Bielsa es Newell’s. Cuando uno habla de Bielsa, lo primero que se te viene a la cabeza es el club. Fue quien dio este paso en el sentido de pertenencia. Fue el que creó todo con Griffa. Nosotros amamos el club como lo ama él.
-¿Quién fue tu ídolo de pibe en Newell’s?
-Siempre fue el Tata Martino. Cuando iba a la cancha con mi viejo tuve la posibilidad de verlo jugar. Yo ya de chiquito era volante y me identificaba con él. Lo veía y me gustaba. Con el tiempo terminé en su posición. Imaginate en el 2013... Él era el entrenador y yo ocupaba su puesto. Diez años después de mirarlo como hincha, yo estaba en el puesto del Tata.
-Encima, si Martino no es el DT que más te estima como futbolista pega en el palo... Te puso en su 11 ideal antes que Xavi e Iniesta.
-El Tata me enseñó a interpretar el fútbol. Siempre que tengo la posibilidad de hablar con él se lo digo. Estoy muy agradecido. Me formó en mi última etapa de madurez. Me marcó mucho. Si bien nosotros somos futbolistas de Primera, a veces jugamos y no entendemos el juego. A los 26/27 años me hizo interpretar algo que después lo empecé a disfrutar. Ahí empecé a progresar como jugador.
-¿En la Selección llegaste a hablar con Messi sobre Newell’s?
-Fueron dos minutos, más en broma que en serio. Lo primero que hice cuando pude hablar con él fue decirle de Newell’s. “Ojalá que algún día vuelvas”, le tiré. Leo se reía. Es la ilusión de todos. Es el mejor del mundo y es muy difícil que venga al club. Pero nunca vamos a perder la esperanza.
-¿A Diego lo viste en la cancha con la 10 de Newell’s?
-Sí. Mi viejo me llevó contra el Emelec, el amistoso en el que debutó Diego y metió su único gol con la 10 de Newell’s. Fue impresionante. También lo fui a ver un lunes, en un entrenamiento a puertas abiertas en el Coloso. Estaba lleno. Una fiesta. Uno de los momentos que más recuerdo de todas las veces que fui a la cancha. Diego fue un tipo que de chico me marcó esa pasión por el fútbol. Mirarlo al Diego jugar en la televisión en los Mundiales y después verlo en la cancha de Newell’s fue tocar el cielo con las manos.
-Decías que el Tata te enseñó. Vos lo escuchabas. Hace algunas semanas, Pipa Higuaín nos contó en 90 Minutos que hoy los chicos no escuchan. ¿Te pasó que no le presten atención a los líderes?
-Sí. Los chicos cada vez escuchan menos. Como mis hijos. Es difícil hacerlos entender. Y en nuestro trabajo el que escucha saca mucha diferencia. El que más rápido aprende tiene ventaja. Pero los pibes de hoy en día escuchan poco. A mí me pasó de no escuchar en un momento. Pero era otra época: escuchabas o escuchabas. A esta generación de chicos uno le explica y no te quieren escuchar.
-¿Así se pierden los códigos del vestuario?
-Igual, de una forma u otra les hacemos entender que hagan las cosas bien, que sean prolijos. Que sean jugadores de fútbol las 24 horas del día. Que no se distraigan. Antes no te hablaban mucho. Hacías lo que debías o se venía un castigo. Te sacaban del equipo, o directamente del club. Ahora es más difícil. Hay que hablar más. Hay que ser más comprensivo. Por ahí también arrastran otros problemas. Antes parecíamos máquinas los jugadores de fútbol. Más allá de que tenían líos iban, se entrenaban y a jugar.
-¿Un tema son las filtraciones? Una vez, cuando estabas en Independiente, dijiste que quien había contado tu discusión con Beccacece en el vestuario era un cobarde. ¿Hay más buchones que antes?
-Hoy en día hay varios... Hay mucha gente que cuenta las cosas sin sentido. Yo vengo de otra crianza. No lo voy a compartir nunca. Me enseñaron diferente. Por eso me pone de mal humor. Me revientan las filtraciones. El tema con Beccacece fue una tontería. A veces las cosas se comentan y ahí pasan a mayores. Sabíamos internamente que no era grave. Como se hizo muy público, todo se agrandó.
-¿Te hubiera gustado participar del ciclo Riquelme en Boca?
-Si hubiera estado en el club en su momento, sí. Pero justo me tocó venir a Newell’s y estoy mucho más feliz acá. Esto no lo podría cambiar ni comparar por nada.
-Aunque ya tengas 35 años, Newell’s es tu Disney.
-Sí. Es realmente mi casa. Estoy cerca de mi familia, que es muy de Newell’s. El primer día que entré al complejo en Bella Vista me emocioné. Y la primera vez que entré a la cancha con toda la gente me emocioné de nuevo. Es como revivir mi infancia, mi vida...
-¿En Newell’s volviste a disfrutar?
-Sí. Aparte de competir, de tratar de ganar algo, en Newell’s disfruto de jugar al fútbol. Es un sentimiento que va más allá de la plata. Una sensación que muy pocos pueden sentir. Y sentirlo con Newell’s, con mi familia, en mi club, es una felicidad que no se puede comparar con nada. Después de ganarle a Colón me hicieron una nota y me quebré. Esa primera camiseta se la regale a mi papá. Él hizo un esfuerzo enorme porque no puede ir a la cancha. Así que después del partido se la llevé a la casa. Mi viejo la estaba esperando. Fue muy especial. Cuando me puse por primera vez la camiseta de Newell’s al volver no sabía si era un jugador o un hincha.