Fue figura de una Selección Sub 20 subcampeona del mundo y el Barcelona lo eligió para reemplazar a Maradona, pero quedó preso de una legislación

Jorge Gabrich fue botín de bronce en el Mundial de México 1983, en el que Argentina perdió en la final contra Brasil. Y los blaugranas le hicieron seis años de contrato; sin embargo, apenas pudo jugar un puñado de partidos: “Reemplazar a Diego era una presión terrible”. Luego brilló en Argentina, se convirtió en ídolo en México y hoy trabaja como entrenador

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Maradona y Gabrich: fueron compañeros, pero no lograron jugar juntos oficialmente  (Crédito imagen derecha: Mundo Deportivo)
Maradona y Gabrich: fueron compañeros, pero no lograron jugar juntos oficialmente (Crédito imagen derecha: Mundo Deportivo)

El cartel, pesado, gigante, podía representar un enorme desafío para las espaldas más fornidas. Ni hablar para un jovencito que apenas tres años antes jugaba en el club de su pueblo, en Chovet, provincia de Santa Fe. Sin embargo allí estaba, en Cataluña, con la camiseta de Barcelona, pedido por César Luis Menotti y reemplazante de emergencia de Diego Maradona, quien había sido lesionado por Andoni Goikoetxea, bautizado a la postre como “el Carnicero de Bilbao”.

“Era una presión muy grande, yo era muy joven. Reemplazar a Maradona era una presión terrible, con 90.000 personas mirándote en la cancha. No me dieron el tiempo”, se lamenta Jorge Gabrich, quien se había destacado como un delantero de grandes recursos en su irrupción en Newell’s y en la Selección Sub 20 que llegó a la final del Mundial de México, en la que cayó ante la Brasil de Bebeto. El trampolín, el salto soñado, no fue tal, porque quedó preso de una legislación de la época que le retaceó continuidad justo en la curva ascendente de su carrera. De todos modos, logró edificar una trayectoria destacable a partir de su regreso al fútbol argentino y transformándose en ídolo en México. Un accidente en el seno familiar lo forzó a colgar los botines. Y a reinventarse como entrenador, formando parte de los cuerpos técnicos de Juan Manuel Llop, su compañero de pensión en la Lepra, con el que hoy trabaja en Platense, en la Primera Nacional.

En efecto, el arribo al fútbol grande se dio con su adolescencia avanzada. “Llegué a Newell’s por contactos. El papá de Iván Gabrich, mi tío, era jugador en el pueblo, y se atendía con el doctor de la primera del club. Me probé con Jorge Griffa, estaba el uruguayo (Luis) Cubilla de técnico. Y quedé. En la pensión estaban Llop, (Gabriel) Batistuta, (Jorge) Pautasso...”, describe, en diálogo con Infobae.

Su capacidad realizadora le permitió quemar etapas con velocidad. “Llegué con 17 años, habré jugado algo en Cuarta División y enseguida pasé a Reserva. Al año debuté en Primera, en un partido del torneo Nacional, contra Huracán de San Rafael: entré faltando diez minutos y anoté dos goles. A fines del 81 me afiancé como titular, estaba entre los goleadores, junto con (Ricardo) Gareca, el Puma Morete, Toti Iglesias... Y me llegó la convocatoria al seleccionado juvenil; fue todo muy rápido”, cuenta su frenética carrera al estrellato.

La primera citación se dio cuando las selecciones se mantenían bajo la órbita de César Luis Menotti. Luego comenzó la era Bilardo y en los combinados formativos asumió Carlos Pachamé. Y edificó un plantel Sub 20 que se destacó en el Sudamericano de Bolivia y llegó a la final del Mundial de México. “Ese equipo jugaba muy bien, con Oscar Acosta, el Monito Zárate, Chicho Gaona, Claudio García, Islas, Vanemerak, Basualdo... Todos jugadores de buen pie. Perdimos 1-0 contra el Brasil de Bebeto, Dunga... Medio injustamente, con un penal que nos cobraron... Pero eliminamos al Holanda de Van Basten”, rememora aquella experiencia, que le dejó una enseñanza. Si bien se declara admirador de la filosofía de Menotti, sabe admirar lo bueno que ofrecen los dos lados de la grieta. Él explotó con la Albiceleste bajo el influjo de Bilardo. “Cada uno a su estilo supo aportarle cosas al fútbol argentino. El Estudiantes del 82 era una equipazo, extraordinario. Y era de Bilardo”, reconoce.

Pues bien, esa Copa del Mundo juvenil de 1983 lo colocó en la vidriera. Le entregaron la bota de bronce, luego de haber convertido cuatro goles en seis partidos, ubicándose detrás del brasileño Geovani y del polaco Joachim Klemenz. Y Barcelona ya tenía la lupa sobre su talento. “Me había ido a ver un scouting... Menotti dio el aval, me fui muy joven. Fui como recambio de Maradona, con el uruguayo (Julio César) Giménez, el ex jugador de Vélez y Ferro. Fuimos para el Barcelona B, con la idea de que cuando se liberara un cupo de extranjeros pudiéramos jugar. Y me tocó entrar cuando se lesionó Maradona, con la patada de Goikoetxea. Jugué algunos partidos, en otros fui al banco, y Maradona se recuperó pronto. En dos o tres meses ya estaba jugando. Y quedé casi un año parado porque las leyes españolas lo decían”, relata en pocas palabras el amanecer y ocaso del sueño.

En efecto, disputó cuatro partidos (dos como titular y dos ingresando desde el banco de relevos). Anotó dos tantos y en su currículum quedó sellada una estrella (Supercopa de España 1984). La legislación y la inexperiencia le jugaron en contra. “Tenía contrato por seis años. No había representantes, fui casi solo hasta España, con un empresario que hizo la negociación”, detalla. En su vínculo rubricó su consentimiento para no ser citado al combinado nacional, dado que pretendían evitar que sobre sus piernas pesara el desgaste de los viajes. Pero quedó atrapado en un limbo legal.

Entonces, mucho antes del advenimiento de la “Ley Bosman” regía el cupo de extranjeros: sólo podían jugar dos por equipo. Y las reglas marcaban que los jugadores menores de 23 años que habían disputado partidos en el primer equipo debían ser considerados parte del plantel superior. En consecuencia, no podía ganar ritmo en el Barcelona B y las plazas de foráneos estaban ocupadas por Maradona y Bernd Schuster.

“En retrospectiva, viendo lo que había pasado, me arrepentí de ir, porque si bien era el Barcelona, un año sin jugar fue mucho. Me agarró en un momento de ascenso y me lo frenó. No es que me perjudicó que me compararan con Diego, a pesar de que había medios fuertes, como Don Balón o los diarios deportivos. Sí a veces pienso que tendría que haberme quedado a vivir en La Masía, junto con los chicos del club. Me fui solo, hice algún amigo; había una pizzería, Corrientes 348 e iba a comer ahí, con Menotti, que fue como un padre para mí, Ángel Cappa, Valdano y Juan Barbas. Conocí a Joan Manuel Serrat... Pero era muy joven y no sé si estaba preparado para todo eso”, hace su autocrítica.

Su estancia en Cataluña le permitió saborear de cerca la habilidad fuera de serie de Maradona. “Era una locura verlo. La primera noche que llegué se jugaba la Copa Joan Gamper contra el Nottingham Forest. La cancha estaba imposible, barrosa, y él dominaba la pelota en el aire; lo que vi ese día... Lo mismo en los entrenamientos, tenía una técnica impresionante”, evoca. “Lo que hizo Maradona en Barcelona fue extraordinario, porque en el tiempo que jugó hizo muchos goles. Pero en el club no fue ídolo como Messi, se fue al Napoli y lo consiguió ahí”, apunta. “Se veían las condiciones que tenía. En el Mundial del 86 explotó; es verdad que tenía compañeros y un esquema de juego, pero lo ganó solo ese Mundial”, se anima.

En ese entonces Jorge Gabrich descubrió el otro lado de Maradona. No el que perseguían (y persiguen) las cámaras, el mito; sino el detrás de escena del personaje. “Ya era una estrella, Diego es un ser humano extraordinario. Me aconsejaba, me llevaba a la casa, yo era muy pibe y me daba vergüenza hablarle, y hasta me llevaba de paseo con su mamá. Era muy noble”, recrea.

El panorama en Cataluña para el delantero incluso empeoró. Cuando tuvo la chance de mostrarse, el destino volvió a darle la espalda. “Barcelona hizo una gira por Nueva York, jugó con el Cosmos, y un día antes de viajar me lesioné. Terminaron yendo el Toti Iglesias, el Mágico González...”, recuerda.

-En retrospectiva, ante lo que terminó pasando, ¿hoy le hubieras dicho que no al Barcelona?

-No tenía margen para decir no en ese momento. Después de un partido con Newell’s me dijeron ‘estás vendido al Barcelona’. Me fui solo con el intermediario, y no tenía a nadie que me hubiese ayudado un poco más. Llegué, me hicieron firmar ese papel que decía que no podía ir a la Selección... Y en un momento, en el 83, cuando Bilardo agarró la Selección, me dijo que si tenía continuidad podía ser convocado. Pero no tuve la posibilidad, hoy cambió todo con las comunicaciones, Hoy todo llega a través de Internet. En esa época no había reportajes grandes, salvo en El Gráfico.

-Después fuiste a Vélez y relanzaste tu carrera

-Me vine a préstamo a Vélez. Me hubiese gustado seguir en España, pero el club no me ayudó a seguir creciendo allá. El mismo intermediario que me llevó a Barcelona me trajo a Vélez y la pasé muy bien, porque tenía al Coco Basile como técnico y era un muy buen equipo. Llegamos a la final del Nacional 85, contra Argentinos, que era un equipazo, el que perdió la final de la Intercontinental contra Juventus. Eliminamos a River y a Boca. Ahí tuve la posibilidad de sentirme valorado. Jugaba en un esquema 4-3-3, al lado de Pino Hernández, Jorge Comas, Meza, Fren, Larraquy, Escobedo, Vanemerak... Quería un buen año para volver al Barcelona. En la temporada 85/86 se abrieron los cupos y Barcelona llevó a Gary Lineker. Justo... Me fui al Rennes de Francia y no la pasé bien, tuve una lesión, estuve deambulando por todos lados, fui a Italia a ver si se podía resolver; era una lesión debajo de la rodilla. Volví a la Argentina, me ayudó mucho el kinesiólogo Juan Mendoza. Y fui a Barcelona para rescindir, me quedaban dos años de contrato.

-Después regresaste al lugar en el que empezaste: Newell’s

-Jugué la Copa Libertadores, llegamos a la final con Nacional de Montevideo, con el Piojo Yudica, que era un muy buen entrenador. Hicimos un gran torneo con el estilo de Newell’s, con Balbo, Roque Alfaro, Martino, Ramos, Almirón; y ahí empezó Batistuta. No coronamos porque en el partido de ida erramos muchos goles.

-¿Cómo era aquel Batistuta?

-Cuando comenzó en inferiores Bati era un delantero muy potente. Técnicamente era limitado, pero con un disparo muy fuerte; llegaba hasta el arquero y quería hacer los goles con la potencia. Después del paso por River, explotó en Boca; por la potencia y porque ya no le apuntaba al arquero, sino a los palos.

Gabrich en su segundo paso por Newell's: llegó a la final de la Copa Libertadores en 1988 (@jorgegabrich1)
Gabrich en su segundo paso por Newell's: llegó a la final de la Copa Libertadores en 1988 (@jorgegabrich1)

-¿Batistuta es la prueba de lo que puede evolucionar un jugador con el trabajo y la mentalidad?

-Bati se entrenaba con Bielsa, que le veía el potencial que después mostró. Estaba en pensión, era un chico del interior de la provincia. Se lo veía muy buena persona y se entrenaba muy bien, quería aprender, se quedaba para patear después de las prácticas para pulir sus defectos. Muchos te dicen que goleador se nace, pero si uno trabajo las falencias que tiene, se mejora todo. El futbolista trae el olfato, lo que tiene adentro, pero todo se mejora con perseverancia.

-Después te convertiste en un referente de la avanzada del fútbol argentino en México

-Fuimos con Roldán, Cacho Sialle y Roberto Puppo a Irapuato, un equipo del interior. Estábamos siempre en mitad de tabla y me fue muy bien, salí segundo goleador con 23 goles, y me vendieron a Veracruz, una ciudad que no tenía fútbol desde hacía diez años. Llevó a los mejores del fútbol mexicano y era una locura, todos los partidos había 40.000 personas. Se llenaba el estadio, jugábamos los sábados y los miércoles se quedaban a dormir en la puerta para conseguir los boletos. Volví a jugar con Comas, estaban Omar Palma, Serrizuela, el Patón Bauza... Estuve dos años ahí, metí 33 goles y me fui a Tecos de Guadalajara. Otra vez estuve dos años y en el segundo tuve la suerte de ser campeón. Después pasé un año por Querétaro, pero en México hubo una devaluación y con mi familia decidimos volver a a vivir en Argentina. Y me llamaron de Atlético Tucumán para jugar en la B Nacional, con un equipo muy bueno para pelear el ascenso, con Pogany, Jorge Acuña, el Pelado Moner, Fabio Lenguita... Llegamos a semifinales. Y me retiré joven.

-Tenías 32 años, ¿por qué tomaste la decisión?

-En ese interín mi hijo tuvo un accidente con la bicicleta, se enfermó, estuvo muy mal; tres meses pasó en un hospital. Y decidí retirarme. Entonces vivía en un country, jugaba al golf, que es un pasatiempo muy bueno... A veces estás en un club, donde tenés que reclamar el sueldo todo el tiempo, y también se hace cansador. No extrañé jugar. En 2004 hice el curso de técnico, en México me habían quedado muy buenas relaciones, y me llamaban para recomendar jugadores, como al Polillita Da Silva, que fue a Tecos, o Fabricio Fuentes al Atlas. Hasta que me estafaron y me di cuenta de que ese mundo no era para mí, que soy demasiado leal. Entonces lo llamé al Chocho Llop, mi amigo y compañero, que me dio la oportunidad de trabajar con él.

Juntos, por caso, condujeron al Racing que se salvó del descenso en la Promoción frente a Belgrano (“ese partido me hizo llorar”) y trabajaron en un nutrido número de clubes, como Atlético de Rafaela, Banfield, Godoy Cruz y, lógico, Newell’s Old Boys de Rosario. ¿Alguna vez se animará a encabezar un cuerpo técnico? “Por ahora sigo acumulando experiencia, no lo sé, tal vez el día de mañana”, plantea.

-¿Y qué te quedó pendiente?

-Me hubiese gustado triunfar en Europa, haberme quedado más años. Cuando llegás al Barcelona y tenés que volver a Argentina es frustrante. No me dieron esa posibilidad, me quedó ese arrepentimiento. Y a lo mejor haberme quedado más en Newell’s para formarme un poco mejor antes de emigrar, así podía llegar de otra manera, con más experiencia.

-¿Qué te pasa cuando ves al Barcelona por TV? ¿Te es indiferente?

-Cuando veo al Barcelona es una mezcla de sentimientos. Está el orgullo, por haber lucido esa camiseta, pero también frustración por no haberme consolidado y no haber jugado más tiempo. Está el hecho de haber jugado ahí, cuando pocos extranjeros lo consiguieron, pero a la vez el no haber podido compartir una cancha con Maradona, habiendo estado en el mismo plantel.

-¿Y cómo ves a Barcelona post crisis por el 2-8 contra el Bayern Múnich y la casi salida de Messi?

-Cambió su juego desde que se fue Guardiola, ya no fue lo mismo. También hay que entender que fue extraordinario lo que hizo. Antes de Menotti, la escuela del club era más rústica. Con él empezó a cambiar la mentalidad de Barcelona y Cruyff llevó la escuela holandesa, la de Rinus Michels. Pero nada fue igual a partir desde que se fue Guardiola. Con Luis Enrique un poco sí; Valverde ganó títulos, pero no fue lo mismo. Xavi con el paso del tiempo no fue el mismo, se fue Iniesta, y al no tener los intérpretes que tenía con Guardiola, el juego de Barcelona fue decayendo. Fue más vertical, no apostó tanto a la posesión; ya lo atacaban y le hacían goles. Messi no está tan cómodo, ganó partidos solo, pero no estuvo tan bien rodeado con otros jugadores. Y eso le pegó mucho. Creo que, después del conflicto que tuvo, se va a ir bien del club, la forma que había elegido no era la correcta, por más peleado que estuviera con el club, la gente que lo idolatró no merecía que se fuera de esa forma.

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