El triunfo electoral de Juan Domingo Perón en febrero de 1946 marcó la irrupción de un modelo político innovador en la Argentina. Los antecedentes más próximos relacionados a la masiva y violenta manifestación que se produjo en Plaza de Mayo el 17 de octubre del año anterior representaban el apoyo popular que tenía el General en un contexto cargado de esperanza e ilusión.
Una de las tantas medidas que realizó tras su asunción fue la firma del Decreto 7.395, a través del cual le otorgó a Racing un préstamo de 3 millones de pesos (moneda nacional) con el fin de construir “un gran estadio en su Campo de Deportes para la exhibición y práctica de cultura física”. Sin embargo, el presupuesto fue escaso y al poco tiempo la cifra se extendió en otros 8 millones que serían devueltos en un plazo no mayor a 65 años.
“En realidad fue una iniciativa de Ramón Cereijo, que era el Ministro de Hacienda y fanático de Racing. Él convenció a Perón para destinar fondos a distintos clubes deportivos. La partida más grande fue para Racing, pero también recibieron esos beneficios instituciones como Chacarita y Atlanta”, le dijo a Infobae el historiador y cartógrafo Fernando Paso Viola.
Con la facilidad financiera, la entidad de Avellaneda convocó a una asamblea para decidir la sede del nuevo templo. Había tres alternativas: la misma ubicación donde se encontraba la vieja cancha de madera, Retiro (donde actualmente se encuentra el hotel Sheraton) y Villa Domínico. “Por un margen muy estrecho ganó el proyecto de Avellaneda, porque la mayoría de los socios vivían ahí y no querían mudar el estadio”, explicó el autor de los libros Historia del Primer más Grande 1898-1931 (2010) y Estadísticas y Récords de Racing (2018), entre otros.
Para esas alturas, el titular de la entidad bonaerense, Carlos Alberto Paillot, había logrado una conscripción mundial de afiliados que le permitió alcanzar una masa societaria de 41.000 personas. Una cifra impensada para la época, ya que superaba por 10.000 socios a Boca, uno de los clubes más populares del momento.
El último partido en el antiguo escenario de tribunas de maderas fue el primero de diciembre de 1947 frente a Rosario Central y luego fue demolido para la construcción del Cilindro.
Como las obras demandaron poco más de dos años, la Academia tuvo que buscar localías provisorias en San Lorenzo, Independiente y Boca. Y curiosamente, en 1949 se transformó en el primer campeón del fútbol argentino sin cancha.
Reemplazar a las maderas por la masa de cemento generó una aceptación general, aunque hubo un símbolo del club que se opuso fervientemente: Tita Mattiussi.
Así lo expresó el periodista Marcelo Izquierdo en su libro Tita, 100 años de la Madre de la Academia:
El exilio fue breve. El 3 de septiembre de 1950 el modernísimo Estadio Presidente Perón , de cemento y en forma de cilindro, fue inaugurado en un partido en el que Racing venció 1 a 0 a Vélez con gol de Llamil Simes.
Allí estaba Tita, ya cerca del banderín del córner. La familia Mattiussi se mudó a su nueva casa. La vieja casilla había quedado en pie durante los trabajos de la nueva cancha protegida en ese rincón lejano muy cerca del portón de la esquina de los pasajes Cuyo (hoy Corbatta) y Deseado. Desde allí habían visto cómo se levantaba esa enorme mole de cemento (...).
La nueva casa del canchero era de primera, pero ellos preferían la de antes, porque allí había nacido Tita. El hogar de los Mattiussi ya no era una vieja casilla de madera. Era más moderna y tenía dos puertas de entrada, una que daba al playón externo y otra al estadio. Era un tres ambientes muy bien ubicado, con comedor austero, cocina bien equipada, un baño y dos cuartos. Modesto, pero familiar. Pero a ellos no los convencía.
“Tita tenía 30 años cuando se inauguró el estadio. Todavía estaban con vida sus padres. Ella había nacido debajo de las tribunas de madera y por eso tenía un especial cariño por la cancha vieja. Mi viejo me contaba que cuando iba a los partidos siempre veía a la nena cuando recién empezaba a caminar. Una chiquita que era la hija del canchero del club”, detalló Fernando Paso Viola.
Con el Cilindro también se modificó el terreno de juego. Una variación que ronda entre los 45 y 60 grados hizo que los arcos se instalen en otro sector al original.
Aquella victoria frente al Fortín marcó el inicio de una era. Para esas alturas El Coliseo era el estadio más grande y ostentoso del país, dado que el Monumental de River todavía tenía forma de herradura.
En 1951 se convirtió en sede para la inauguración de los Juegos Panamericanos y Juan Domingo Perón estuvo presente en el lugar que fue bautizado con su nombre. Ese mismo año, en el clásico frente a River que concluyó con victoria albiceleste por 5 a 3 se estableció el récord de espectadores hasta ese momento con casi 90.000 fanáticos presentes.
Luego llegó la etapa más gloriosa del club. El 21 de diciembre de 1966 la institución inauguró las torres de iluminación con un partido frente al Bayern Múnich de Franz Beckenbauer, Gerd Müller y Sepp Maier. El triunfo por 3 a 2 vaticinó lo que sucedería al año siguiente en la Copa Libertadores y la Intercontinental.
“Fue la primera vez que fui a la cancha. No me lo olvido más porque apenas entré se me puso la piel de gallina. Beckenbauer era un crack. Tenía una distribución del juego y una estética maravillosa; pero el Bocha Maschio también era otro crack. También jugaron el Coco Basile, Rulli, Cárdenas, Yaya Rodriguez, Cejas, Martín, Perfumo”, recordó el historiador fanático de la Academia.
Unos meses más tarde repitió la sensación cuando observó la revancha contra el Celtic que terminó con victoria para el equipo de José Pizzuti por 2 a 1 con goles de Raffo y el Chango Cárdenas que obligó a un desempate en Montevideo. “Estaba tan apretado que no podía ni levantar la mano para saludar. Había gente a la vera de la línea de cal. Fueron como 120 mil personas y se fijó el récord argentino que aún hoy se mantiene vigente. Nunca más se pudo llegar a esa cantidad de hinchas porque las instituciones fueron construyendo plateas que les quitaron capacidad a los estadios”, deslizó Paso Viola, sin omitir ningún detalle de lo que percibió aquella jornada: “Fui como tres horas antes para poder entrar. Nadie podía creer lo que estaba pasando, porque Racing logró ganarles a los escoceses después de haber perdido en Europa. Yo vivía en Barracas con una tía abuela y el 4 de noviembre no me lo olvido más, porque se formaron unas caravanas eternas después de ganar el campeonato del mundo. Fueron horas y horas de bocinazos, festejos, banderas y fanáticos de otros equipos. Fue un triunfo para el país”.
Tras alcanzar el momento más sublime de la historia llegó el declive. Una leyenda urbana instaló que en la década del setenta un grupo de simpatizantes del Rojo enterró en el estadio 7 gatos negros y una gran cantidad de sapos para atraer la mala suerte. “Racing era muy requerido para participar de competiciones en Europa y Asia. Jugó en Mallorca, Corea del Sur, Francia… Hasta la temporada de 1973/74 fue el líder en las estadísticas de títulos, historiales y goleadas, pero en 1976 Boca, River e Independiente lograron superarlo. Fueron 70 años de supremacía de Racing, hasta que llegó la época de los 35 años sin títulos en los que cedió mucho terreno”, argumentó el cartógrafo.
Si bien el propio Coco Basile se encargó de desmentir la hipótesis al asegurar que él mismo comprobó, junto al Panadero Díaz, que nunca vieron movimientos en la tierra que pudieran validar la teoría de la brujería, los hechos potencian el trabajo de los supuestos hechiceros disfrazados del Diablo.
Tres décadas más tarde Daniel Lalín organizó un exorcismo en el marco de un evento bizarro que combinó la fe, el humor y la música. Como la Academia arrastraba el peso de las constantes temporadas sin campeonatos, al presidente de ese entonces se le ocurrió organizar una procesión desde la Catedral de Avellaneda hasta el estadio con el fin de erradicar las malas vibras. Una especie de peregrinación similar a la que se observa en Sevilla durante Semana Santa.
Con largas velas encendidas, llamativos atuendos blancos parecidos a los que utilizaban los miembros del Ku Klux Klan y banderas con los colores del club, cientos de personas acompañaron al padre Horacio Della Barca hasta el Presidente Perón. Allí los esperó Alfredo Casero, uno de los protagonistas de Cha Cha Cha que estuvo a cargo de la conducción de la noche, que fue musicalizada por la banda quilmeña Vox Dei. Sin embargo, el resultado no dio los frutos esperados hasta el 2001, cuando el conjunto de Mostaza Merlo terminó con la sequía en el José Amalfitani.
Otro capítulo tenebroso que se vivió en el Cilindro durante la década del setenta lo describió Marcelo Izquierdo en su obra dedicada a Tita Mattiussi, tomando como referencia el libro de Julián Scher, Los desaparecidos de Racing:
La última dictadura militar dejó un tendal de desaparecidos de Racing. Eran tiempos oscuros. Tita estaba protegida por las paredes del estadio, pero era más una protección de cartón pintado de celeste y blanco. Nada detenía la marcha de los genocidas. Y ella lo sabía bien.
Tita cuidaba a sus pibes. Pero no podía defenderlos de una dictadura. A los chicos de las inferiores, cada vez que salían, los apuntaban con fusiles en los alrededores del estadio y ellos entonces se acostumbraron a pegar un grito: “¡Somos jugadores de las inferiores de Racing!”
La madrugada del 22 de febrero de 1977 el club se estremeció. Olimpio Concepción Vera y otros muchachos no querían acostarse temprano. Entonces, sin que Tita se diera cuenta, se escabulleron hasta el primer piso y se aferraron a una especie de reja que protegía el pasillo circular que daba vuelta por todo el estadio a unos metros del suelo (...).
Todo sucedió tan rápido que ninguno pudo siquiera decir una palabra. Olimpio, desde el primer piso, escuchó ruidos y de pronto vio cómo un camión llegó de la nada. Se paralizó allá arriba. Escuchó gritos y órdenes secas de militares que bajaron a los empujones a varias personas. No distinguían si estaban vendadas o esposadas. Enseguida los pusieron contra el paredón de la cancha. No corría ni una brisa. Los vecinos dormían. En la pensión se había quedado Jorge Castillo, porque era nuevo en Racing. Todos los pibes estaban cerca de la ventana, en la planta baja, que daba a la calle Colón. Y entonces escuchó gritos de terror provenientes de una mujer, a metros de distancia, separados apenas por una pared de concreto.
—¡Milicos hijos de puta! ¡Milicos hijos de puta!
Los chicos se paralizaron. No estaban acostumbrados a la vida de ciudad. Eran pibes del interior, simples, ingenuos. Y se quedaron mudos.
Entonces escucharon ráfagas de ametralladoras. Algunos de los pibes de la pensión subieron la escalera y se asomaron. Uno de ellos, de un pequeño pueblo de campo, vio al menos dos camiones llenos de soldados con cascos que iban agrupando a un montón de personas contra el paredón.
Así vieron cómo iban cayendo uno a uno al piso, heridos, ensangrentados, entre gritos de dolor y espanto. Muertos. Fusilados.
En 1980 el Cilindro fue clausurado. La versión oficial es que tenía grietas, rajaduras y pérdidas de agua por la falta de mantenimiento; pero los más escépticos desconfían en que hubo una relación con los hechos que se produjeron durante la Dictadura Militar. Fueron dos años en los que el club tuvo que buscar otras canchas para ser local.
Recién en 1988 el combinado liderado por Coco Basile logró levantar otro título. La Supercopa frente al Cruzeiro fue otro de los hitos que quedó grabado bajo la gloria dorada que continuó con el campeonato del 2001 con Mostaza Merlo, la consagración en 2014 con Diego Cocca y las últimas estrellas que bordó el Chacho Coudet en 2019.
La presentación de la bandera más grande del mundo en la Copa Libertadores de 1997 y la histórica salida de los 40.000 rollitos de papel en el clásico frente a Independiente también forman parte de un recuerdo imborrable.
Bandas como la de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, Rata Blanca, Vox Dei, Rammstein o Viejas Locas eligieron al Cilindro para interpretar sus shows en el nuevo milenio. Incluso Cristina Fernández de Kirchner optó por cerrar su campaña electoral en el Presidente Perón.
Fueron 70 años de historia, mitos, leyendas y gloria. Un estadio que forma parte de una identidad racinguista y que muchos sueñan con volver a ver a la Selección jugar allí. Como dijo Fernando Paso Viola, “es una lástima que no haya podido concretarse como sede de la Copa América. Hubiera sido hermoso ver a la Argentina jugar en el estadio más coqueto del país”.
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