Jugó en Racing, fue dirigido por Maradona y hoy trabaja en un bar de Málaga

Cubito Cáceres es uno de esos personajes que dejó su huella en la Academia. Surgido de las inferiores del club, el ex arquero se mudó a España donde tiene una vida completamente ajena al fútbol, pero sus recuerdos junto a la pelota son imborrables

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Cubito Cáceres se fue a
Cubito Cáceres se fue a vivir a Málaga hace cuatro años para trabajar en un bar turístico

Año: 1999. Racing había concretado una buena campaña de la mano de Ángel Cappa en el Apertura, pero la crisis institucional acechaba a la producción deportiva. El cambio de entrenador y el éxodo de figuras dejó a un equipo debilitado para afrontar la Copa Mercosur. Sin embargo, el ánimo del plantel estaba intacto.

Gustavo Costas ya había asumido el cargo del técnico saliente y la armonía reinaba en el vestuario de Avellaneda. Era una convivencia casi permanente entre los protagonistas por la cantidad de viajes que imponía la agenda.

En los entrenamientos previos a cada partido, los picados formaban parte de un clásico divertido compuesto entre los referentes y los pibes del club. Y el que perdía tenía que pagar las cenas que servían para la unión del plantel. “Estaban tan lindos esos partidos que en un momento se pusieron un poco tensos”, recordó en diálogo con Infobae Walter Cáceres, quien en dichos amistosos se animaba al puesto de delantero.

La memoria de Cubito se instaló en un cruce específico, previo al compromiso con el Cruzeiro en el Mineirao. Un resultado injusto dejó una espina que pedía una revancha inmediata. “Cuando volvimos a la Argentina le ganamos a Estudiantes 2 a 0 y tuvimos que ir a Córdoba; y si ganábamos quedábamos punteros. Son esos momentos en que si las cosas van bien te gusta todo y te reís de cualquier cosa, porque en otro contexto no hubiera podido hacer esas jodas”, se justificó con un claro anticipo de lo que sucedería en aquel micro en el interior del país.

A pesar de la fraternidad, los bandos estaban bien marcados. De un lado se encontraban los más experimentados como el Chelo Delgado, el Sifón Úbeda, Sergio Zanetti y el Diablo Monserrat, que copaban el fondo del bus. Del otro, ubicados en las primeras filas, los más pibes: Javier Lux, el Chanchi Estévez, el Cebolla Loscri, el Mumo Peralta y el propio Cubito Cáceres.

Por lo tanto, cuando la delegación albiceleste se trasladaba a la concentración para afrontar el encuentro ante Belgrano, uno de los referentes le robó un buzo al Chanchi Estévez y desde los últimos asientos se empezó a escuchar “acá está, acá está, que lo vengan a buscar”, como si se tratara de una bandera que se apropió la hinchada de un equipo rival...

Decidimos ir a recuperar el trapo y cuando estábamos ahí, vimos que había colgado un matafuegos”, explicó entre risas el ex arquero.

¡José, correte que los empampo!—le advirtió Cubito a Chatruc mientras se adueñaba del extintor.

El movimiento del volante fue el último semblante racional que se pudo observar en el vehículo. “Cuando apreté el gatillo salió un humo blanco rarísimo y el micro se llenó de una niebla que no se veía nada. El chofer tuvo que parar y nadie entendía lo que pasaba. Abajo iba el cuerpo técnico y cuando vieron lo que pasaba, el Bocha Mascchio empezó a gritarle al chofer que parara la marcha porque creía que se había fundido el motor”, continuó en su relato sin controlar las risas.

Las consecuencias del episodio generaron las carcajadas generalizadas de todos los intérpretes: “Chatruc terminó tirado en el piso con problemas de asma (¡te juro que no podía respirar!), El Cebolla Loscri, con el pelo rubio y la colita quedó todo blanco y Javi Lux le tiró que se parecía a Doña Clotilde. Intentamos abrir unas ventanitas para poder respirar, pero fue un quilombo. Después juntamos plata para dársela al Chofer para que lo pudiera limpiar; y la verdad es que no pudimos seguir el viaje”, cerró el arquero sin ocultar la vergüenza que le provoca la anécdota.

Walter Cáceres surgió de Racing
Walter Cáceres surgió de Racing y se retiró en Barracas Central

Para esas alturas Walter Cáceres ya estaba afianzado en la Primera de Racing. Su pasado como volante en las inferiores de Banfield era un capítulo cerrado en su vida, y su amor por la Academia lo llevó a ponerse los guantes. Todo el sacrificio que hizo durante las divisiones menores le dio sus frutos para que pudiera cumplir el sueño del pibe. “Si tenía que viajar 7 horas para ir a entrenar, no me jodía porque siempre fui hincha. El sentimiento y la pasión me llevaron a hacerlo con gusto. Sin menospreciar al resto de los equipos en los que jugué, para mí Racing fue el más importante. No era lo mismo hacer el esfuerzo para ir a entrenar en la Academia que en otro club”, reconoció desde España.

Los viajes en tren desde Monte Grande hasta la estación de Avellaneda o Lanús (dependiendo donde practicaba el equipo) formaban parte de una aventura que iba acompañada del colectivo 225 hasta llegar a destino. “Como los choferes nos conocían, nos dejaban pasar sin pagar y era un mango que nos ahorrábamos para ir a bailar el sábado a la noche”, aseguró el arquero que tuvo su premio en la temporada de 1991/92 cuando comenzó a trabajar con el plantel profesional.

“A veces entrenábamos en Laferrere y me iba hasta Lanús o Avellaneda para que me pasaran a buscar los jugadores más grandes. Con 16 ó 17 años era muy difícil llegar a las prácticas. Arreglaba con Nacho (González) y Roa para ir con ellos, que tenían un 147. Yo iba atrás y me reía, porque le tenían que hacer un agujero al techo. Los dos enormes iban encorvados y yo atrás, con 1,78 iba re cómodo. Cuando los miraba pensaba que nunca iba a poder atajar en Primera, porque los dos estaban arriba del metro noventa. Pero después se me dio”....

Su fanatismo por la Academia nació gracias a su tío. Como todos sus primos, su madre y su abuelo tenían el corazón teñido de celeste y blanco, Walter recibió la herencia familiar. Y cuando formaba parte del plantel, levantaba al grupo con las canciones que había aprendido en las tribunas. “Para mí era alucinante estar con esos arqueros. De pibe nunca me lo hubiera imaginado. Cuando Nacho González atajó los penales en la cancha de River y pasamos de ronda en la Copa Libertadores (la edición de 1997) yo le agradecía. Era la figura del equipo y yo tenía la posibilidad de comer con él y compartir la habitación. Fue increíble”, agregó Cubito; sin omitir un análisis humorístico con el destino que tuvo cada uno: “Lechuga Roa y Nacho fueron convocados a la Selección. Bizarri vino a Europa y la rompió. Lanari llegó a Boca y hoy es médico. Pezzuti es ídolo en Colombia. El único malo fui yo”...

Durante sus días en la Academia también tuvo la posibilidad de ser dirigido por Maradona, cuando el astro surgido de Fiorito conformó la dupla técnica junto a Carlos Fren en 1995. “Estaban el Diego, el Turco García, Saralegui, el Puma Rodríguez… en ese plantel faltaba el Patrón del Mal”, deslizó entre risas y unos instantes después aclaró: “Me refiero al Patrón Bermúdez”.

Más allá de la broma, Cubito reconoció que vivió “una experiencia hermosa” con el Diez. “Si a los 10 años, cuando jugaba en el potrero de Monte Grande, me decían que iba a atajar en Racing y que iba a tener a Maradona de técnico yo no lo hubiera creído. Conocerlo personalmente fue una locura. Cuando volvió a jugar a Boca, con el pelo amarillo, llegó al Cilindro y cuando vino a saludarnos al banco de suplentes me tiró un ’¿Qué hacés Walter?’ que me dejó helado. Él fue el mejor de todos”, rememoró.

Sin embargo, la estadía de Pelusa en Avellaneda fue solo de 4 meses, ya que después de 2 triunfos, 6 empates y 3 derrotas tuvo que dejar el cargo. “Para Racing fue terrible tenerlo. A pesar de que no le haya ido bien, cada vez que nos hablaba era palabra de Dios. Cuando escucho al Gallego Méndez contar lo que vive en Gimnasia, lo entiendo porque es así. Algunos podrán decir que no trabaja, pero él es distinto a todos. Tiene un plus”, reflexionó.

Diego Maradona cuando estuvo al
Diego Maradona cuando estuvo al frente de Racing en 1995

Luego llegó la etapa más dura de la institución. Al término de la década marcada por la pizza y el champagne el club se vio envuelto en una profunda deuda económica de la que no pudo salir. “Viví en un Racing grande de la puerta para afuera, pero chico de las puertas para adentro. No había ropa para entrenar porque se la llevaba la barra y el club se sostuvo gracias a su gente. Gracias a Dios hoy es grande en todo sentido”, remarcó el ex arquero, sin olvidar el amistoso que tuvo que ir a jugar a Chile para recaudar algo de dinero que sería destinado para comprar una caldera: “No teníamos agua caliente en el vestuario. Ese día contra Unión Española yo estaba en el banco y Gustavo (Costas) me quiso poner un ratito por izquierda”.

Fueron los años más oscuros de un club lleno de gloria. El impedimento para comenzar un torneo por la crisis financiera, la recordada caravana a Rosario y el pedido de quiebra de Daniel Lalín fueron algunos ejemplos que opacaron la historia del Primer Grande. “Fue raro porque nosotros pensábamos en los partidos y nos encontrábamos con esas cosas. Con la síndico, Liliana Ripoll, las cosas mejoraron porque la plata que entraba en Racing la usaba para pagar el sueldo de los empleados y nosotros nos acomodamos. Tuvimos otros problemas, como ir a las concentraciones y no poder entrar a los hoteles por las deudas, pero la última vez que fui al predio me sorprendí con lo lindo que está. Pensar que el Tita (Mattiussi) empezó por una locura de cuatro hinchas de los Racing Stones, que arrancaron de a poco y se sumó tanta gente que hoy es un predio modelo”, analizó.

Con la llegada del gerenciamiento Walter Cáceres tuvo que buscar nuevos horizontes y en el 2001 se incorporó a Nueva Chicago, donde se encontró que “el vestuario no tenía techo”. “Ahí me di cuenta lo que era Racing, aunque después mejoró un poco con una pretemporada en Florianópolis”, aclaró el arquero, quien había comenzado con buenas actuaciones hasta que tuvo “la desgracia” de dar positivo en un control antidoping. “Me sancionaron por tres meses. La verdad es que estuve en lugares que no fueron los adecuados. Al Lobo Cordone, que lo conocía de Racing, le pasó lo mismo en San Lorenzo y también lo suspendieron por tres meses. Después volvió a jugar y le saltó otro doping y lo pararon dos años. Me acuerdo que San Lorenzo siempre le ofreció seguir en el club, pero él prefirió irse. A mí en Chicago vino un técnico que no quería saber nada conmigo y me relegaron”, explicó.

Sin lugar en el Torito emigró hacia el ascenso mexicano donde lo recibió Germán Arangio, el delantero que también surgió del Cilindro y se instaló en el país azteca. “Ahí tuve la posibilidad de vivir el fútbol verdadero. Después me surgió un problema familiar y decidí volver a Buenos Aires. Lamentablemente, cuando quise regresar ya había pasado el tren, porque había alguien que lo había hecho igual o mejor que yo”.

La falta de actividad parecía imponer el ocaso de su carrera. Fueron seis meses sin ingresos porque no encontraba un equipo que lo contratara, hasta que apareció Colón de Santa Fe. “Pero no estaba bien y pasé un año y medio sin jugar. Quería dejar todo porque estaba enojado conmigo mismo”, reveló.

El declive continuó con un selectivo de jugadores libres dirigido por el Coqui Raffo en Palomar. Un llamado de Claudio Zacarías para ofrecerle un lugar en San Telmo no fue suficiente para tentarlo con el ascenso argentino. También rechazó una propuesta de Zielinski cuando el Ruso estaba en All Boys. “Son esas cosas del fútbol. Tal vez si me iba con el Ruso podría haber vuelto con él a Racing, pero en ese momento yo venía de Colón y quería un equipo de Primera”, confesó Cubito.

Una operación caída con un club ecuatoriano representó un cimbronazo en el modelo mental del arquero. “Fueron pasando los meses hasta que llegué al año y medio sin jugar y dije ’arreglo con el primer equipo que me llame o no juego más’”. Una nueva comunicación de Zacarías completó el proceso para que el ex Racing se sumergiera en las excentricidades del Ascenso. Y Laferrere fue su lugar en el mundo.

Con la llegada del gerenciamiento
Con la llegada del gerenciamiento Walter Cáceres tuvo que buscar nuevos horizontes y en el 2001 se incorporó a Nueva Chicago

En el oeste del Gran Buenos Aires Walter Cáceres dejó un sello imborrable. Una de sus producciones más recordadas fue en el clásico contra Almirante Brown disputado en la cancha de Almagro. A pesar del resultado adverso, para él “fue algo increíble”. “Estaba hermoso. Lleno total porque los dos equipos mueven una banda de gente. Cuando faltaban 15 minutos íbamos perdiendo 1 a 0 y empecé a jugar adelantado. Como un líbero que llegaba hasta la mitad de la cancha. Era el creador del juego”, describió con la nostalgia que le representa aquel choque.

La escena en la que fue a buscar el empate al área contraria en un tiro de esquina ejemplificó la locura con la que Cubito vivía el fútbol. Su cabezazo fue desviado sobre la línea por el Coio Almandoz, y en el córner siguiente se encontró con la desesperación de haber visto cómo su compañero ejecutaba mal el centro. “Empecé a retroceder para volver a mi área, pero vi que la pelota venía de un mal rechace”... Entonces le quedó en una situación perfecta para animarse a improvisar una chilena hermosa.Te juro que se fue a dos centímetros del ángulo. Me quería morir”.

A pesar de no haber logrado la hazaña, cuando regresó a su arco se encontró con toda la hinchada de Lafe de frente con una canción que no la había escuchado en su vida: “Borombombón, borombombón, para Cubito la Selección”... “Me aman y yo los quiero mucho porque siempre me trataron muy bien. Son unos villeros lindos”, cerró.

Al año siguiente, en 2007, se quedó en el oeste, donde formó parte de la campaña del Estudiantes de Buenos Aires que estuvo a un paso de lograr la plaza para el Nacional B. A pesar de los deseos de Blas Giunta para sumarlo a La Fragata, Cubito le dijo que no por respeto al cariño que le habían brindado los fanáticos de Lafe y aceptó la propuesta de Rodolfo Della Picca.

El ambicioso proyecto del Pincha de Caseros le permitió ganar el primer torneo y jugar la final contra Almirante Brown. Todo era conocido para el arquero: el rival, el estadio (se jugó en la cancha de Racing) y el sacrificio constante que debían hacer los protagonistas de las categorías menores. Sin embargo, aquella definición terminó en un escándalo. “Los hinchas de Almirante rompieron toda Avellaneda. Habían llevado 25 mil hinchas al Cilindro. Una caravana eterna que salió de La Matanza. Estudiantes había metido 7 mil personas y ahí te das cuenta de lo que es Racing, porque en la cancha había más de 32 mil personas y parecía que no había gente. Cuando juega la Academia a estadio lleno te mete más de 60.000 fanáticos”...

Aquel infierno que se vivió en el Presidente Perón concluyó con una batalla campal por los problemas internos que tenía la barra de Isidro Casanova. “Cuando los que estaban en la popular me tiraron 6 bombas de estruendo y suspendieron el partido, los que estaban en la platea alta le empezaron a tirar piedras a los de abajo y se armó una guerra. Llegaron a tirar un puesto de panchos, que si llegaba a caer encima de alguien lo mataba. Después tuvimos que ir a jugar a la cancha de Sarmiento de Junín y lamentablemente perdimos. Fue muy triste porque nosotros no logramos el objetivo y a ellos, con la quita de puntos que sufrieron, volvieron a descender de inmediato”.

Una escala en Los Andes fue el paso previo al desembarco en Barracas Central, donde se retiró definitivamente del fútbol. En el Camionero tuvo la oportunidad de conocer a Claudio Chiqui Tapia, a quien considera “un fenómeno”. “Es un dirigente extraordinario. Venía siempre a almorzar con el plantel el día de los partidos y nos escoltaba con el auto de Ceamse (era vicepresidente) delante del micro. Nunca me pasó en ningún club, porque estaba muy presente a pesar de tener rachas de 5 partidos sin ganar. Si él nos decía que el lunes nos pagaba, ese día estaba la plata. En otros clubes te prometían eso y capaz el sueldo tardaba dos o tres meses en llegar. En cambio, ahí cobrábamos del 1 al 5 de cada mes. Ojalá que se convierta en el nuevo Arsenal, que arrancó del ascenso y llegó a ganar copas internacionales”, completó.

En la actualidad Cubito Cáceres se mantiene ajeno al fútbol. Hace cuatro años se instaló en Málaga, donde comenzó a trabajar en el rubro de la hostería. Si bien con la pandemia cambiaron algunos hábitos, todos los días se levanta cuando se lo pide el cuerpo. No le hace falta usar despertador porque sus jornadas laborales son nocturnas. Algún paseo por la playa junto a sus hijos al mediodía forman parte de una rutina relajada hasta que el reloj marca las 18:30, horario en el que entra al bar para atender a los turistas hasta la una de la madrugada.

Antes del confinamiento aprovechaba las noches para compartir algunas cervezas con amigos hasta que regresaba a su casa para descansar y comenzar un nuevo día. “Me gusta aprovechar esta parte del mundo, que tiene un sol increíble”, aseguró desde el otro lado de la línea telefónica.

Ya no se entrena, ni se concentra para afrontar partidos profesionales. Algún martes de franco se puede animar a algún picado, pero ninguno es como los que jugaba en Racing y terminaban con bromas y risas en las noches previas a los compromisos de la Academia.

Su vida cambió desde que sus amigos lo convencieron para que se animara a “vivir mejor”. “Acá estoy tranquilo. Mis hijos pueden salir a andar en bicicleta hasta la hora que quieren y mi pibe de 15 años puede tener una adolescencia parecida a la que tuve en Monte Grande. Nos buscamos la vida para que ellos puedan tener esas libertades que en Buenos Aires no pueden tener. La última vez que estuvieron allá, se la pasaron encerrados por miedo a la inseguridad. En febrero del año pasado fue la última vez que visité Argentina, y hoy no sé si volvería”, concluyó. Aquellas dudas se instalan por si surge un llamado del club de sus amores. A pesar de sentirse lejos de Avellaneda, si en algún momento tiene la posibilidad de trabajar en Racing su sólida estructura podría tambalearse. Mientras tanto, Cubito opta por mantener el anonimato que le regala Andalucía y disfrutar del sol, las copas y las buenas vibras.

Crédito de las fotos: Fotobaires

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