16 de mayo de 2013. Estadio de Liniers de Bahía Blanca. Octava fecha de la Liga del Sur, el torneo de Primera bahiense. El local pierde 2-0 contra Puerto Comercial, cuando Alberto Desideri se juega una de sus últimas cartas para intentar al menos empatar: decide el ingreso, a los 16 minutos del segundo tiempo, de la joya de las famosas inferiores del Chivo. “Jugá más de 9, entre los centrales, de vértice a vértice del área. Y hacé lo que sabés, lo que hiciste siempre en inferiores”, le dice el entrenador al delantero de 15 años y ocho meses. Lautaro Martínez, el chico en cuestión, entra con la camiseta N° 16 y un look capilar que despierta las risas de más de uno en las tribunas del Alejandro Pérez: sin pelo en el medio de la cabeza pero sí en los costados luego de sufrir el clásico ritual de los mayores en la previa de un debut en el primer equipo.
Lleva dos minutos en cancha cuando sale un pelotazo largo de la defensa local y el zaguero rival (Fernando Kessler), exigido, despeja mal, hacia un costado. Lautaro la acomoda de pecho entrando al área y, casi en el mismo movimiento, saca un misil esquinado. Una definición que resume lo que era de chico y sigue siendo hoy la estrella que llevó al Inter a la final de la Europa League. Pocos minutos después, recibe, pivotea y se la cede a un compañero (Iván López) que pone el 2-2, resultado definitivo del aquel día inolvidable. “Lautaro tenía edad de cuarta pero como Liniers jugaba también el Federal A, había chances para los pibes que subían y ese día jugaron varios. Y él, en apenas dos minutos, demostró de lo que era capaz. Sabíamos que tenía grandes condiciones. En inferiores siempre hizo diferencias. Sobre todo por su pegada y eficacia. Jugaba más de delantero por afuera, incluso lo hizo de enganche, pero aquel día lo puse más de delantero centro porque necesitábamos empatar y tener más peso en el área. Por suerte salió. Pero sobre todo fue un indicio de lo que Lautaro podía dar. Era distinto, desde muy chico y nunca se intimidó con ningún nuevo desafío”, recuerda el coach para Infobae.
Tanta diferencia hacía Martínez que, en 2007, en el primer año de competencia con Liniers, el entrenador de Olimpo en preinfantiles le pidió a Desideri si lo podía reemplazarlo porque el pibe, de 10 años en ese momento, había anotado tres goles en el primer tiempo. “Era el encargado de la pelota parada y tiro libre que había era gol. Casi siempre. Tenía tanta potencia tenía que en los córners ya llegaba al segundo palo”, detalla el técnico que, ocho años antes, lo vio ingresar por primera vez por la puerta del club ubicado en la avenida Alem junto a su hermano Alan (categoría 98) y papá Mario (72), un respetado lateral izquierdo que jugó 21 años en Primera entre el propio Liniers, Villa Mitre, San Francisco, Rosario Puerto Belgrano (Punta Alta) y Racing de Olavarría, incluyendo tres en la B Nacional y seis en Torneos Argentinos.
Lauty tenía 8 añitos, el pelo rubio, larguito, nada que ver con lo que vemos hoy. Eso sí, mostraba la misma pasión y convicción que irradia en la actualidad. “Desde chiquito le encantaba el fútbol y se fue dando cuenta que sería su futuro. Cuando volvía de la escuela, dejaba la mochila en casa, se armaba el bolsito con el pantalón corto y los botines para irse a entrenar al predio”, precisa su papá. También se notaba, a temprana edad, que tenía una mentalidad distinta. “De chiquito ya era un profesional. Yo lo pasaba a buscar en el auto para llevarlo a los partidos y me contaba que le había pedido a la madre que le hiciera fideos blancos con queso. Sabía que era la comida que se aconsejaba para todo futbolista antes de los partidos. Ya en ese momento se notaba que se preocupaba por cada detalle, que tenía ganas de triunfar. Y esa actitud fue la clave”, analiza Desideri.
La pasión fue heredada. Sus abuelos, los padres de Mario, se habían lucido en el barrio La Falda. Luisa Esther Aguilar, la abuela, fue goleadora del club Estrella de Oro y Mario Oscar Martínez también se destacaba en el equipo del barrio antes de convertirse en árbitro. Mario, el papá de Lautaro, se la pasaba en el potrero luego de salir del colegio hasta la noche. “Al fútbol lo traía en la sangre y terminó de apasionarme en la infancia”, explica. A los 16 años, un año después que su hijo (“En eso, como en todo, me ganó”, acepta, sonriente), debutó en la Liga del Sur jugando para Villa Mitre.
Era un lateral izquierdo, tiempista, de buena capacidad defensiva pero también con recursos ofensivos, en especial un buen remate que le permitió anotar goles de afuera del área y de penal. En cada club que estuvo logró un ascenso. Una pieza clave de cualquier buen equipo de Bahía o la región. “Para mí, mi viejo fue un gran jugador que no tuvo chances de llegar al fútbol grande y debió conformarse con la B Nacional. Yo vi hacer varios goles, de tiro libre y penal. Le pegaba fuerte y bien. Y tenía oficio. Ascendió con todos los equipos que integró”, analiza Lautaro. Él y Alan acompañaron siempre a papá y crecieron en vestuarios y prácticas, básicamente entre grandes, entre futbolistas… Y aquellas sensaciones potenciaron sus ganas de ser como Mario. “Estaban siempre metidos en el grupo, presenciaban las arengas, las charlas técnicas… Son cosas que en ese momento no te das cuenta, pero con el tiempo tengo claro por qué Lautaro siempre tuvo esa cabeza a tan temprana edad”, relata Pelusa, quien ya retirado siguió jugando en la Liga Comercial mientras se ganaba la vida como enfermero a domicilio. Mamá Carina, ama de casa, era el permanente sostén en la intimidad de la familia.
Bahía Blanca es una ciudad de básquet. La Capital de este deporte en el país. Se practica en 23 clubes y hay aros hasta en las calles. Los Martínez no son la excepción. Jano, el menor, es una de las jóvenes promesas de la ciudad. Base de 16 años, en la actualidad juega en la segunda división nacional (Liga Argentina) con Villa Mitre tras debutar a nivel nacional y en Selecciones menores con apenas 14. “Lautaro es un llevador de pelota (dice, casi en forma de cargada), un base (se ríe). En su momento, a los 15, casi elige el básquet, cuando me viejo le pidió que se decidiera por uno de los dos deportes que practicaba. Pero claro, ya era muy bueno al fútbol”, aporta Jano en charla con Infobae.
El menor de los hermanos recuerda los 2 vs 2 que jugaban con Alan y Mario en Villa Mitre, cuando la familia vivía en la casa lindera al pasional club verdinegro. “Es verdad, siempre me gustó mucho el básquet y si no hubiese seguido con el fútbol, seguramente lo estaría intentando con el básquet. De hecho hoy, si tengo que elegir qué ver por TV, prefiero un partido de básquet”, admitió Lauty hace unos años.
Bahía, más allá de la enorme tradición básquetbolera, también tiene una rica historia con el fútbol. Una cuna de grandes jugadores que triunfaron en la elite: desde Ernesto Lazzatti y Pepino Borello hasta Rodrigo Palacio, Germán Pezzella y Pablo Paz, pasando por Alfio Basile, Jorge Recio y Angel Cappa. Y ni hablar de Liniers, una cantera con mucho prestigio que, dirigida por Néstor Herrero, inyectó sus joyas en el fútbol nacional en los últimos 25 años: Rodrigo Gambirassi (categoría 69), Pablo Paz (73), Claudio Graff (76), Walter Carrió (78), Mauro Olivi (83), Ezequiel Miralles (83), Francisco Pizzini (93), Agustín Bouzat (94) y Gonzalo Di Renzo (95). Lautaro (97) es la décima y última gran aparición, el cuarto que terminó en Racing después de Miralles, Graff y Gambirassi.
Tras un par de años viviendo en otras ciudades (Olavarría y Punta Alta), debido a la profesión de Mario, los Martínez definitivamente se instalaron en Bahía y fue natural que los dos hermanos mayores, muy apegados, siguieran los caminos de papá, aunque sin la presión tan habitual que despliegan algunos progenitores que quieren que los hijos sean igual o mejores que ellos. Mario prefería el silencio, ya sea en la tribuna o en la casa. Los dejaba jugar. Y equivocarse. “Nunca les dije qué tenían que hacer para ser futbolistas. No era un padre obsesivo de hablarles antes de jugar, de corregirlos, de hacerlos patear horas contra la pared. Siempre los dejé jugar en libertad, que sean ellos mismos”, explica. Lautaro asiente. “Es verdad, prefería que hiciéramos lo nuestro, no estaba todo el día diciéndonos ‘pegale así’. Nos hablaba cuando le pedíamos un consejo”, agrega el delantero de la selección argentina.
Alan, un año mayor, comenzó de enganché pero, con el tiempo, se fue retrasando en la cancha hasta terminar como marcador central, aunque al día de hoy, en Liniers, se las arregla para jugar en los cuatro lugares de la defensa. “Es muy parecido a mí: duro físicamente, temperamental, un defensor que entrega hasta la última gota de sudor”, precisa Mario. A Lautaro le salió todo más fácil y por eso, desde chico, siempre jugó en uno o dos categorías mayores. Como hoy, era una furia, un delantero de momentos, capaz de cambiar todo en una jugada. Como pasó en aquel debut en Primera. “No me esperaba debutar tan joven. Pero Pichu me dio la oportunidad y tuve la chance de anotar un gol. La Primera es un cambio importante, hay un juego mucho más físico”, decía Lautaro en una nota para Canal 9 de Bahía Blanca apenas unos días después de aquel partido que aún hoy se puede ver en Youtube. El ascenso en su juego y en el protagonismo fue meteórico y el siguiente paso fue la Selección de Bahía U17, en la que empezó a descollar pese a dar un año de ventaja. Fue el goleador del seleccionado con 13 tantos. Así fue que cada emisario o reclutador que llegaba de los principales clubes de Buenos Aires recibía reportes de lo bueno que era “la joya de Liniers”, como le decían.
Varios hablaron en distintos momentos con Desideri, quien se los recomendó con énfasis sin recibir las mismas sensaciones que él tenía. “Tuve varias discusiones con ellos y recuerdo una puntual con quien era el buscador de talentos de Boca en nuestra región. Fue luego de que Lautaro superara los 40 goles en un año. Cuando le dije que era el mejor delantero de su edad, que la Liga del Sur no era cualquier competencia, me dijo que ellos tenían tres delanteros en la 97 que eran unos animales, que la rompían, que Lautaro no iba a estar a la altura de ellos. Siempre sintieron que los que tenían eran mejores y nunca le dieron bola”, cuenta el coach sobre el departamento de reclutamiento que en aquel momento dirigía Alberto Coqui Raffo. De los delanteros a los que se refería aquel reclutador, sólo uno llegó a Primera: Alexis Messidoro, quien debutó en 2016 como volante ofensivo, causando una gran sensación, aunque luego apenas jugó un puñado de partidos en la Primera de Boca antes de ser cedido (hoy en Estudiantes de Mérida).
Desideri no es el único testigo de cómo Boca rechazó a Martínez. Ignacio Dobri, ex compañero de Mario y primer representante que tuvo Lautaro, lo llevó a Buenos Aires para probarse junto a Mateo García Cortiñas, el 5 de la formidable categoría 97 de Liniers que en Bahía y la zona ganó siete de los ocho torneos que disputó. Los clubes que decidieron testearlos fueron Boca y San Lorenzo. Y Dobri recuerda por qué no quedó en ninguna de los dos pruebas, en especial en la del Xeneize, que fue mucho más formal. “En San Lorenzo estuvo un solo día. Lo de Boca tuvo otra entidad. El DT de la categoría incluso me dijo que le iba a tirar los centrales de la Selección. Yo le dije ‘mejor, así podés ver bien su potencial’. Yo vi la práctica y Lautaro jugó bárbaro, pero el técnico me dijo que corría con los talones, que ‘lo veía lento y los 9 de Boca tienen que ser rápidos’. Yo enseguida pensé en Palermo, el goleador histórico del club, que precisamente no era rápido… Pero bueno, son criterios. O las urgencias. Boca buscaba talentos para ese momento, para que hicieran 20 goles ese año, en vez de mirar en la formación, en el desarrollo... De hecho, esa persona me aclaro que Boca sólo reclutaba jugadores 10 puntos. Se enfocaban en el corto plazo sin pensar que, luego, en Primera, todo se empareja. Para mí el potencial de Lautaro estaba claro. Imaginate que en aquel entrenamiento estuvo a la altura de rivales que llevaban cuatro años con un plan de trabajo superior al suyo. Eso daba un parámetro claro de lo que podía hacer Lauty si lo entrenaban de la misma manera que los chicos que ya estaban”, analiza Dobry.
Lo que serían las vueltas de la vida: tres años después, Martínez tendría un partido consagratorio en la Bombonera (un gol y un asistencia para el 2-1 de Racing) y pocos meses después, el presidente Daniel Angelici haría una oferta de 15 millones de dólares que Víctor Blanco rechazaría por saber que su crack tenía destino europeo asegurado.
Está claro que lo que desaprovechó Boca, lo aprovechó Racing. Puntualmente Fabio Radaelli, el coordinador de inferiores de la Academia, allá por noviembre del 2013. Quizá mucho haya tenido que ver, además de su ojo clínico, que Fabio sea oriundo de Benito Juárez. Por ser de esta ciudad, cercana a Bahía, el lateral-volante surgido de Ferro conocía muy bien la (buena) competencia de la Liga del Sur y la destacada cantera de Liniers. Por eso tuvo otro acercamiento a aquel entrenamiento de la Selección U17 de Bahía que le pidió armar a Guillermo Puliafito.
“Yo ya sabía que podía encontrar algún jugador interesante. Para puntualizar en Liniers, conozco a Néstor Herrero, su entrenador histórico, y sé que es un gran club formador. Yo jugaba contra ellos, ya conocía la historia de su cantera: de Pablo Paz, de Bouzat, de Pizzini, entre otros”, explica. Cuando vio aquel amistoso, no tuvo dudas de quién sería el apuntado. “Cuando lo vi a Lautaro, me sorprendió la efectividad que tenía en sus acciones. Todas fueron intervenciones muy buenas. Pregunté quién era, de qué equipo, recibí informaciones y rápidamente recomendé el fichaje. Recuerdo haberle dicho a Adrián Fernández, el presidente del Fútbol Amateur, que el club debía realizar el esfuerzo que tuviera que hacer porque era un chico con mucho futuro y había escuchado que había otros clubes interesados, como Vélez”, explica.
Adrián Fernández recuerda bien el momento que lo llamó Radaelli para decirle que había visto a un gran proyecto. Y también su primera reacción, en principio la misma que Boca y San Lorenzo. “Estábamos completos, en la categoría y en la pensión. De la mitad para arriba en la 97 teníamos a Fernando Valenzuela, Brian Mansilla, Brian Alvarez, Johnny Córdoba, el Facha Gutiérrez y Blas Citadini. Pero Fabio me dijo ‘tenés que verlo, éste es un monstruo’. Me insistió tanto que lo viéramos que accedimos y lo trajimos a la semana a Buenos Aires. En la primera práctica nos dimos cuenta de que era diferente, que había que hacerle un lugar. En el equipo y en la pensión. Hablamos con el presidente y le dimos para adelante. Por suerte pudimos resolverlo de la mejor manera y de forma rápida”, le cuenta a Infobae. La decisión, igual, no fue tan fácil, sobre todo de parte de la familia. “La madre no quería que viniera y él tenía algunas dudas por las malas experiencias en Boca y San Lorenzo, pero supo que era el momento”, recuerda Yaqué. La pieza que faltaba para cerrarlo fue la relación de Jorge Cordon, DT de la Reserva de Racing, con Alberto Yaqué, el representante de Lautaro, ex compañeros en el Ferro de fines de los 90.
La invitación de Radaelli para que la familia conociera el club y el predio fue el detalle final para el okey de los Martínez. “Tengo un enorme agradecimiento a la familia por haber confiado en mí sin conocerme”, recuerda Fabio. El reconocimiento es mutuo. “Y yo le agradezco haber confiado en mí, sin siquiera tomarme una prueba. Me ayudó en la pensión, a que estudiara en el colegio de Racing y hasta me dejó llegar una semana más tarde para que tuviera vacaciones después de la Liga del Sur”, describe Lautaro. Radaelli se ríe cuando escucha el agradecimiento de su pollo. “Lo cargo siempre que lo veo: le digo que lo saqué del viento y la tierra de Bahía. Pero él me la devuelve diciendo que él me hizo famoso”, cuenta antes de cerrar con una aseveración de lo que se viene con el Toro. “No tengo dudas que será el delantero de la próxima década para la Selección. Marcará una época, como Batistuta en su momento”, cree el ex coach de Ferro.
Lautaro arribó a Racing en 2014, todavía con 16 años. Y si bien rápidamente cuajó en lo futbolístico, con muchos goles (26 en 26 partidos en aquel año de Sexta División) y actuaciones ilusionantes, lo emocional le costó bastante y hasta estuvo cerca de volverse a Bahía. Los Martínez son muy unidos y estar lejos de sus seres queridos les costó a todos. De un lado y del otro. “Sentimos orgullo y emoción con su partida a Racing, porque era su sueño y significaba mucho para él. Pero a la vez fue difícil desprendernos. Al que más le costó fue a Alan. Ellos eran muy unidos, hacían todo juntos en Bahía, y cuando se fue Lauty, tuvo ataques de epilepsia. La separación le causó convulsiones y tuvimos que tratarlo”, recuerda Mario.
Aquel problema de salud preocupó a Lautaro y casi es el detonante de su regreso a Bahía. “A las dos semanas nos llamó diciendo que se volvía porque extrañaba mucho. Nos contó que la vida en la pensión era muy distinta a la de Bahía”, detalla el padre, quien para convencerlo hasta le dijo que la familia pensaba irse a vivir a Buenos Aires para que estuviera más cómodo. Lauty dijo no, que aguantaría… En ese momento difícil, dos personas resultados determinantes. Yaqué fue una. Le abrió la puerta de su casa y la compañía de sus hijos fue importante para Lautaro en esos momentos de debilidad. Y segundo, Brian Mansilla, compañero de pensión y delantero como él, quien lo convenció de quedarse con una charla que puede resumirse con frase: “Tenés que aguantar, estamos cerca de jugar en Primera”. Lautaro sabe lo importante que fue Brian. “Es verdad, yo me quería volver a Bahía porque extrañaba, pero él me convenció de que me tenía que quedar, disfrutar de algo que era único. Siempre le voy a estar agradecido”, asegura. Mansilla, además, tenía razón: poco más de un año después, en octubre del 2015, el Toro cumplía su sueño: reemplazaba a Diego Milito ante Crucero del Norte y debutaba en Primera.
Martín Navarro es un amplio conocedor del mundo Racing, pasó por una agrupación generadora de ideas y entabló una relación cercana con Martínez. “Es verdad que le costó, que extrañaba y estaba perturbado por lo del hermano, pero se fue acomodando porque es muy centrado y maduro. Desde que llegó noté que tenía una cabeza diferente. Recuerdo que lo primero que hizo cuando se mudó a un departamento, tras dejar la pensión, fue pedirle un nutricionista a su representante. Me llamó la atención, no era común en los chicos de esa edad”, asegura. Ya había quedado atrás su fulgurante etapa en inferiores, donde anotó 53 goles en 64 partidos. Goles que él mismo fue contando. El paso de Reserva a Primera pareció no modificarle mucho pero que él asegura que “el cambio fue notorio, por la intensidad y tensión con la que se juega”.
Al tercer partido oficial, en abril del 2016, lo expulsaron, en un partido importante ante Argentinos Juniors, y eso lo golpeó. Dos amarillas en cinco minutos que dejaron al equipo con 10. Un error de novato que él sintió grave y supo que debía cambiar. “Sentí mucha culpa y me costó levantarme porque en ese momento tenía muchos delanteros importantes por delante y no podía desaprovechar una oportunidad así. Me castigué mucho, pero enseguida entendí que el único que podía cambiar la situación era yo”, admite. El padre acepta que era una de las cosas que debía mejorar. “Sí, siempre fue muy calentón. Los defensores lo sacaban cuando le hablaban pero de a poco lo fue cambiando y ya casi no le pasa más”, opina.
Otra de las características de Lautaro es su profesionalismo y alto nivel de autocrítica que le permite trabajar en detalles que, para el resto, pasarían inadvertidos. “Es así. Después de los partidos analiza las imágenes, lo que hizo bien y mal. No sólo los goles, va a los detalles para mejorar o no repetir errores”, precisa Yaqué. Navarro cuenta una anécdota que refleja esa situación. “Cuando estaba en Racing miraba fútbol todo el tiempo y era de fastidiarse cuando las cosas no le salían. Incluso si había jugado bien… Cuando la rompió en cancha de Boca, nos juntamos a la noche y vimos el partido. Y, pese al gol y la asistencia que dio, no estaba del todo conforme porque decía que había cometido errores que no debía. Te marca su exigencia y perfeccionismo”, grafica.
A partir de aquel debut en Racing, en el verano del 2016, todo pasó muy rápido para Lautaro. Como es habitual en aquellos que tienen destino de llegar a grandes cosas. La vidriera de Racing le dio la primera oportunidad a nivel selección. Y no la desaprovechó. Fue goleador y figura del Torneo de L’Alcudia 2016. En 2017, en el Sudamericano Sub 20 de Ecuador, también fue uno de los goleadores del equipo que se clasificó con lo justo al Mundial. A la vuelta se encontró con la titularidad en Racing por la lesión de Lisandro López y no la largó más.
Durante 2017 resultó figura en partidos clave que permitieron la clasificación a la Copa Libertadores de este año y disputó el Mundial Sub 20 en Corea del Sur. Una fractura en el quinto metatarsiano del pie izquierdo demoró su convocatoria a la Mayor, porque en ese momento Jorge Sampaoli ya lo estaba siguiendo. Tras el debut en marzo del 2018, en el peor escenario, aquel 1-6 ante España, Lautaro se quedó afuera del Mundial, un dolor que pudo menguar gracias a que sabía que tenía mucho por delante. Con la llegada de Lionel Scaloni, fue uno de los primeros nombres que comenzó con la solicitada renovación y hoy, además de ser una de las grandes esperanzas nacionales para la próxima década, busca su primer título en Euriopa, con la casaca del Inter. Pero, claro, todo empezó en Bahía Blanca, siempre dejando claro que era distinto: en su juego, en su profesionalismo, en su mentalidad y en su ambición. Porque, aunque estuviera brillando a 600 kilómetros de Buenos Aires, Lautaro siempre supo que iba a llegar al fútbol grande. Nada, está claro, es casualidad.