La camiseta del Milan es manga corta pero recubre casi todos sus brazos. A lo largo, llega casi hasta las rodillas. La pelota también es enorme para su contextura física, pero el dominio absoluto la minimiza en el viaje por los impulsos nerviosos de la retina. Es un nene. Con unas habilidades fuera de lo normal, pero un nene al fin. Esa imagen vestido de futbolista es portada de los diarios, aunque eso no quita que sea un niño. Muy tarde en el tiempo para que lo vendan como el nuevo Maradona y demasiado temprano para ser el nuevo Messi. Es un fenómeno de la nueva era. El aviso de lo que vendrá. Chiquitos talentosos siendo observados por el lente periodístico, con la carga por ser la futura estrella y la vara de la evaluación de un profesional. Veinte años más tarde, esto será normal en la era de la viralización y lo descartable. Pero para entonces, en el emerger de los 2000, el caso de Leandro Depetris demanda una cobertura extraordinaria.
Él apenas tiene 11 años y juega como pocas veces se ha visto en la zona. Sus gambetas en el ataque de la 88 de Newell’s aglutinan gente en las canchitas de Malvinas tanto como la 87 de Leo Messi o la 86 del Billy Rodas. Aunque su lugar en el mundo es su club, Brown de San Vicente. Un representante ve el futuro en las cartas: ese pibe tranquilamente podría jugar en Europa. Toda una utopía que pocos meses más tarde comenzará a transformarse en una nueva normalidad argenta por la crisis económica que azotará al país.
Para mediados del 99, las casualidades se entrelazan: Franco Baresi, símbolo del oro del Milan, está de viaje en Argentina en su rol de director deportivo del club. Le ofrecen ver un VHS de Depetris. “Le mostraron estos famosos videos míos. Él estaba en un hotel y le dijeron ‘te queremos mostrar unos videos'. Preguntó: ‘¿de quién?’. ‘De un nene de once años', le contestaron. Y él les dijo que estaban locos, qué cómo iban a ver videos de un nene. Hasta que se los mostraron y en octubre estaba ahí con él en Milan”, revive su historia Depetris ante Infobae.
Viajó, se probó, maravilló a todos y volvió. La sorpresa estuvo en el regreso. Móviles televisivos y vehículos de diarios hacían fila en su puerta. Todos querían hablar con este chico que era la rareza del momento. “Fueron una o dos semanas cuando regresé del primer viaje de Milan en las que estaban todos los medios. Los primeros días me parecía divertido, los otros ya no me divertía tanto. Se hizo mucho revuelo. La exposición fue grande. Yo me seguía comportando de la misma manera, tenía 11 años, ¡era un nene! En mi pueblo lo llevé muy bien, es un pueblo chico, me crié acá. Pero cuando salía afuera me costaba un poco, porque la gente me miraba o te pedían la típica foto o el autógrafo”, confiesa. “Lo único que quería era jugar al fútbol, ir a la escuela primaria y tomar la merienda en lo de mi abuela”, enumera algo tan sencillo que de golpe se transformó en tan complejo.
Pasó más de dos años yendo y viniendo entre Milán y San Vicente. Dos o tres viajes por año para jugar algún torneo amistoso, pero sin ser fichado por ese club que para el 2003 disputaría la final de Champions League. Hasta que llegó el momento de tomar una de las decisiones que quizás torció su destino, como si fuese una escena de Volver al Futuro en la que una respuesta cambia todo lo que pasará luego: “Como yo tenía 11 años decidieron que durante unos años, hasta los 13, viajábamos y nos quedábamos allá. Me veían entrenar, jugaba algunos torneos de verano o invierno y así ellos me seguían. Hasta que el Milan dijo, bueno, acá hay que tomar otras medidas, no podemos continuar el vínculo de esta manera. Al chico lo tendríamos que tener todos los días acá para seguirlo, entrenarlo y prepararlo. Pero no se pusieron de acuerdo y se terminó el vínculo...”.
En el libro Ni rey ni Dios: Lionel Messi, la verdadera historia del mejor, los periodistas Sebastián Fest y Alexandre Juillard advierten que el caso Depetris fue una fuente de inspiración fundacional en el plan de la familia Messi de buscar financiación del tratamiento para Leo en Europa. “Jorge nos previno desde el principio. Sólo colaboraría con nosotros si se cumplían dos condiciones: la primera es que pagáramos la mitad del tratamiento de su hijo; la segunda, que le consiguiéramos una prueba en un gran club extranjero. Jorge había visto que un jugador argentino de once años, Leandro Depetris, acababa de firmar con el Milan. Por lo tanto, la edad de su hijo, doce años, no era un obstáculo para hacer esa prueba en el extranjero”, relata allí uno de los primeros representantes del hoy crack del Barcelona que partió a ese club meses después de que explotó el caso Depetris.
“Yo con la familia de Leo no me contacté jamás. No sé si ellos tomaron como ejemplo lo que habíamos decidido nosotros o no. Pero sí es verdad que el Milan a nosotros, a mí y a mi familia, nos ofreció en aquel entonces lo mismo que el Barcelona a Leo: llevar a toda la familia, darle casa, trabajo al padre si quería, un sueldo mensual. Pero bueno, Leo y la familia se subieron a ese tren del Barcelona; nosotros al tren del Milan no nos subimos”, rememora Depetris sobre cómo esos caminos iniciales tomaron rieles distintos.
No hubo un diálogo sobre ese tema, pero sí hubo andanzas previas entre el del Barcelona y el pibe que fue ‘Messi antes que Messi’ –como se repitió hasta el hartazgo desde que explotó la historia de la Pulga hasta hoy–. “Nos enfrentamos una o dos veces en los entrenamientos de las inferiores de Newell’s. En la famosa 86 estaba Billy, en la 87 estaba Leo y en la 88 estaba yo. Yo llegué a los 9 años a Newell’s. Iba los domingos desde San Vicente a Rosario, que hay 200 kilómetros, para jugar los partidos más duros: el clásico contra Central o ante Central Córdoba, Renato Cesarini y Adiur. En las canchas del predio de Malvinas la verdad que había mucha gente. Te soy sincero: Leo siempre fue muy menudito, chiquitito, se veía que tenía una habilidad increíble, pero no sé cuánta gente con el diario del lunes podía llegar a pensar en esa época en el monstruo que se convirtió hoy. Sí, era habilidoso, más que sus compañeros, pero pienso que nadie lo imaginaba”.
El telón de la obra italiana se bajó de repente para Depetris. Quedaban las anécdotas de sus horas en inferiores del Milan con George Weah Jr. (hijo del Balón de Oro de 1995, que actualmente es presidente de Liberia) o con Davide Di Gennaro, uno de los pocos de esos compañeros en ese club que llegó. Su talento seguía intacto y recicló su joven carrera futbolística. Llegó a un River en el que tenía como compañeros a Diego Buonanotte, Darío Sand (arquero de Agropecuario, hermano del Pepe) y José San Román, quien sería su compinche de habitación en la pensión por los siguientes tres años.
“Tuve el privilegio de vivir en esa pensión que es un hotel la verdad y fui al colegio de River. Estuve diez años en Europa, pero creo que un club organizado como River para un jugador de inferiores no hay en Europa. Fue otra experiencia fuerte, viviendo solo con 14 años a 500 kilómetros de mi casa. En esos tres años siempre he jugado. En novena salí campeón y goleador. En octava no salimos campeones, pero jugué siempre. Y en séptima eran dos torneos: uno lo ganamos y el otro no. También jugué siempre”, detalla. Otra vez la bifurcación apareció en su camino. “Vamos a ser sinceros: la decisión del Milan yo no la tomé, porque a los 13 años... A los 16, dejar River, esa sí, yo soy responsable. Fue toda mía”, anticipa.
Tenía que empezar la pretemporada con la sexta pero nunca apareció por Núñez. Persiguió a esa “pica” que le había quedado pendiente con Italia. “No sé qué hubiese pasado. Es muy difícil. Tampoco sé si fue otra decisión acertada. Tal vez no, pero ya se tomaron todas”, reconoce. Brescia fue la siguiente escala.
“Le decía a Sebastián (aquel representante que lo descubrió a los 11 y aún hoy es su amigo) que quería volver a Italia. Tenía la espina y el recuerdo de ese maravilloso país. No me presenté en River y me fui en enero para Italia. Brescia estaba en la Serie A y a la semana estaba viviendo en la pensión del club. Fueron cuatro años maravillosos”, revive sobre su segundo salto europeo.
La historia está plagada de detalles, de situaciones, de anécdotas. Muchas de ellas que no vivieron distintos futbolistas profesionales con varios años de carrera. Depetris, por entonces, recién cumplía 17 años, pero ya había pasado por Newell’s, Milan y River. Había sido tapa de revistas, protagonizado notas televisivas y sus compactos en el Rossonero habían llegado a los noticieros deportivos en una era donde la globalización absoluta todavía no había desembarcado con furia.
Leandro analiza que el tren rumbo a Brescia marcó definitivamente su ruta. Para bien o para mal. O quizás fue lo que tenía que ser, sin la necesidad de trasladar esa mochila pesada de la presión de ser quien todos deseaban que fuera: “Es feo decirlo, pero estaba muy tranquilo. Como que me conformé jugando en la Serie B italiana, alternando, jugando algún partido de titular, alguno de suplente. No me ponían en mi posición habitual. No es que me relajé, pero medio que me conformé. Podría haber dado muchísimo más, pero eso ya pasó”.
“Ahí, por una cosa de mi cabeza, me empecé a poner todo grandote con gimnasio y perdí explosividad. No sé si decirte que no estuve bien asesorado... Me equivoqué. Me quedé muy solo en Italia. Como que pensaban ‘éste en cualquier momento explota’ y no fue así”, reconoce. “Es inexplicable. No te puedo decir... Tartamudeo porque es bastante inexplicable. Me hicieron 300 mil veces esa pregunta y no tengo respuestas. Si alguien me veía jugar de los 11 a los 14 años, nadie iba a decir que yo a los 32 iba a estar jugando en la liga rafaelina. No existía esa opción”, agrega con una especie de culpa que bien podría identificarse como mucho más externa que interna. “En vez de agarrar un profe a los 17 o 18 años y prepararme físicamente estuve solo e hice las cosas al revés. Cuando digo al revés nunca hubo alcohol, mujeres o drogas eh, nada. Al contrario: me quedaba capaz cuatro horas en el gimnasio para ponerme todo groso. ¡No sé para qué! Porque no estaba por ir a boxear con Tyson, tenía que jugar contra el Bologna el fin de semana. En eso me equivoqué”, insiste sobre el cambio físico que le impidió seguir siendo el desequilibrante atacante que hacía de sus gambetas un deleite de los fanáticos.
En las palabras de Depetris parece ser más tedioso el hecho de tener que explicar una y otra vez por qué no fue Messi, a un dolor genuino de sus entrañas por alguna supuesta deuda pendiente. Leandro disfrutó una y cada una de sus experiencias fuera y dentro del país. Aún con el reflector posándose sobre su cabeza sin intermitencias desde los 11 años.
— ¿En qué momento sentiste más esa presión de “estrella” o “promesa”?
— Todo el tiempo... Desde que volví de mi primer viaje a Milán hasta el día de hoy. ¿Sabés por qué te digo hasta el día de hoy? Porque me presento a jugar en las canchas de la liga rafaelina y la presión no es la misma para mí que para el resto.
Con unos 40 partidos en el lomo del Brescia que peleaba en la Serie B italiana, Independiente apareció en su radar. Él prefería seguir en Italia, pero aquellos que estaban cerca de él lo impulsaron a que relanzara su carrera. A que retomara el sendero de gran estrella que en teoría tenía marcado en su camino. “Yo no podía estar alternando en una Serie B italiana según mi entorno, pero a mí nadie me preguntó. Cualquier chico diría ‘me quedó acá‘. Nadie me preguntó ‘¿en Brescia estás contento? ¿quisieras volver a Argentina?‘. Tenía 20 años y sumaba cuarenta partidos en Serie B, no era tan malo tampoco. Yo era feliz en Italia con mi vida. Independiente podía ser una buena opción: si jugaba bien y explotaba, era una vidriera y a lo mejor el año siguiente no volvía Brescia, iba a otro lado. Pero no. Y de paso tenía pubalgia, que fue durísimo y me tomó como siete meses de recuperación. Pasó un año y yo no veía la hora de agarrar el primer vuelo para irme a Italia”, recuerda. En Avellaneda permaneció una temporada, en la que sólo sumó unos pocos minutos oficiales contra Estudiantes de La Plata.
Arrancó un derrotero por el ascenso italiano, de la B a la D. Gallipoli, Chioggia, Delta Porto Tolle y Triestina antes de instalarse definitivamente de vuelta en Argentina para el 2014. “Los diez años en Italia fueron maravillosos. A nivel futbolístico y ser humano. Me desarrollé y crecí como persona en Italia. Lo más maravilloso que me pasó fue haber podido conocer otro país, otra cultura, aprender el idioma, hacer muchos amigos. Soy un agradecido total. Muchas veces me dice hasta la gente cercana: ‘Vos podrías haber llegado, ser tal o tal, mejor que éste...‘ Sí, pero vos ni sabés lo que viví yo, las cosas maravillosas que me tocaron pasar durante diez años en Italia”.
Leandro parece haber peleado internamente entre lo que debía ser y lo que quería ser. Entre la felicidad propia y la ajena. La obligación de ser la supuesta estrella en la que debía transformarse según la varita mágica que lo tocó a los 11 años. “La experiencia de vida de haber jugado diez años en Europa, lejos de casa, crecer como persona, me sirvió muchísimo. ¡Y económicamente el fútbol también me sirvió un montón! La casa que tengo hoy me la hice jugando al fútbol. Tengo otras inversiones, pero sí, tengo que seguir laburando después. Aunque tampoco es que me fue tan mal”, reflexiona. A veces, explica, “mucha gente se olvida que primero está la persona”.
El ciclo de su carrera se cerró. O se está cerrando. Alvarado, Tiro Federal, Sportivo Patria, Trebolense fueron sus últimos pasos antes de volver a su casa: Brown de San Vicente, donde actualmente se desempeña como enganche en la liga rafaelina. “Yo en el club juego al fútbol en primera división y soy el entrenador de la escuelita, de las infantiles. Aparte hace dos años que doy clases de italiano, así que soy una especie de docente”, sorprende con el inesperado rol que nació, al fin y al cabo, gracias a ese vínculo con el Milan.
“San Vicente es un pueblo de seis mil habitantes. La que había sido la profe de italiano del pueblo y de pueblos vecinos durante 25 años se enfermó, pobre, y a los tres meses falleció. Era un taller comunal y había muchos alumnos –explica–. Entonces el Intendente que es bastante amigo mío me llamó por teléfono y me preguntó si me animaba a seguir con el taller. Así que fui a buscar los libros y al mes y medio tenía 40 alumnos en la clase de italiano”.
Para sus amigos de San Vicente sigue siendo el Leo de toda la vida. El que está siempre presente en algunos de esos habituales asados, que comparte un puñado de anécdotas de su atípica historia de vida y el que para muchos tuvo que haber sido algo que quizás él no tenía tantas ganas de ser. Con 32 años, todavía lo pueden disfrutar con la casaca del club de siempre. El del pueblo. En el que lo descubrieron esos osados representantes que luego se transformaron en sus amigos. Eso sí: la mochila de su historia es algo que nunca se sacará.
“Me presento todos los domingos a jugar por la la liga rafaelina y si el año pasado había 200 personas, ahora hay 500. El árbitro me tiene apuntado, uno me marca todo el partido y los de afuera me insultan. A veces lo padezco, pero como te digo que lo padezco, también me gusta esa sensación. El fútbol es lo que me hace sentir un poco especial: a los 11 años me subían a un avión, iba a Milán y vivía en un hotel. Tenía un día libre y me llevaban a conocer Venecia, Florencia, Roma... No es que lo padezco, pero sí, no tengo el mismo trato que otros. Para bien y para mal. Es una presión a la que uno se acostumbra, hace casi 20 años que tengo esta mochila. Además, todavía me pagan y no quiero ser hipócrita: ese dinero que me dan todos los domingos me ayuda bastante”, dice mientras apura el paso para ir a dar otra clase más de italiano a esos alumnos que esperan al profe Depetris.
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