El vértigo sobre el césped, recorriendo el carril izquierdo, convive con el remanso de las cuerdas. Con la pasión como hilo vinculante, más allá de que uno represente la vocación y profesión, y el otro oficie de cable a tierra. Lautaro Montoya es el lateral-volante de Estudiantes de Caseros, una daga cada vez que pasa al ataque en uno de los equipos revelación de la Primera Nacional. Y también es el guitarrista amateur que ameniza las concentraciones del plantel, un talento oculto, al punto que llamó la atención del hermano del baterista de Divididos, una de sus bandas predilectas.
El marcador de punta (que nació mediocampista por izquierda) comenzó a jugar al fútbol en un club de baby de Villa Ballester, a los 4 años, antes de saltar primero a las Infantiles de Boca (donde fue compañero de Leandro Paredes) y luego a las Inferiores de San Lorenzo, donde salió campeón de Reserva.
“Mi ídolo siempre fue Juan Pablo Sorin, incluso me saqué una foto con él cuando era chiquito”, cuenta Lautaro, de 25 años. Esa vocación en la faz ofensiva, la misma que evidenciaba Juampi, es la que lo llevó a ser una de las piezas clave en Estudiantes, tercero en el grupo A de la Primera Nacional, a dos puntos del líder Atlanta. A pesar de ascender desde la Primera B, el elenco bonaerense llegó a enhebrar ocho triunfos consecutivos.
Montoya se presentó en la élite en 2017, bajo la tutela de Pablo Guede. “Era muy intenso y enfatizaba en el ataque, me enseñó a marcar en ataque, además de darme la oportunidad de hacerme debutar”, agradece. Sin embargo, no le sobraron oportunidades. En consecuencia, se fue a préstamo a Chacarita, a ganar rodaje. Y se encontró con un obstáculo mayor: “A las cinco fechas me rompí los ligamentos cruzados de la rodilla derecha”.
Otra vez de regreso al Ciclón. Con mucha competencia para exhibir su potencial y con el físico que le propuso más inconvenientes: “Me operé y al tiempo me tuve que volver a operar, la rodilla me generaba líquido a pesar de que se veía bien en los estudios. Me hicieron una artroscopia, me sacaron una membrana para que no generara líquido, hice varios tratamientos de rayos. Así estuve más de un año. Estaba en un bajón anímico grande, agradezco porque aprendí mucho en ese tiempo, lo peor es no saber lo que tenía. Trataba siempre de respaldarme en la familia, en los amigos, siempre intentando mantenerme fuerte, sabiendo que en algún momento iba a volver”.
En busca de acción y de asentarse en Primera, cortó el lazo con San Lorenzo, aunque “creo que podría haber explotado ahí, o jugado más”. “Eran semanas decisivas, me tenía que ir porque no iba a tener lugar, se abrió una puerta, venía siguiendo a Estudiantes, y sabía que el técnico que estaba, Diego Martínez, lo hacía jugar muy bien al equipo, que usaba mucho a los laterales en ataque. Yo quería jugar. Y me decidí”, explicó su cambio de destino.
Y en el Pincha de Caseros encontró la plataforma para despegar, lo mismo que sucedió con varios de sus compañeros y con el entrenador, que acaba de ser contratado por Godoy Cruz, habitante de la Liga de Profesional de Fútbol. “Nadie esperaba la campaña que hicimos, es un mito que no se puede jugar bien al fútbol en el Ascenso. En la Primera Nacional, se puede jugar tranquilamente”, apunta.
De Diego Martínez, el director técnico que lo impulsó, recalca: “También es un entrenador muy intenso, pero a la vez tranquilo. Por ahí en la semana veíamos las cosas entre todos, nos preguntaba a nosotros qué nos parecía antes de planificar. Es un cuerpo técnico democrático, nos generaba confianza, te demostraba que no sólo era la palabra de él la que servía. El estilo de juego que pregona es el que se vio en Estudiantes, que los dos laterales pasen al ataque a la vez; siempre salir jugando, sin pecar de hacerlo sí o sí en caso de estar apretados, pero tratando de que el rival salga para generar más espacios, hacerlo mover para que rompan los de arriba. Nos pedía ‘en ataque, desordénense’, que no estuviéramos todos juntos, para que cualquiera encontrara el espacio”.
Cuando el pizarrón lo abruma, más tratándose de un profesional full time (en cuarentena hace doble turno; con el club y con un preparador físico particular), aparece la música. “Mi viejo toca la guitarra desde joven, de manera amateur. Y cuando yo era chico casi obligado fui a un instituto de guitarra”, describe la semilla de su otro amor.
“Toco rock, mucho Divididos, Spinetta, La Vela Puerca. Cantar canto, pero más bien acompaño”, advierte. Sin embargo, su arte trascendió las reuniones de amigos, familiares, o las paredes de su casa. Se mudó a las concentraciones del conjunto de Caseros. “Me animé en Estudiantes y otros chicos también. El entrenador de arqueros de Estudiantes es el hermano del baterista de Divididos (Patricio Ciavarella, que ahora también se marchó al Tomba). Llevaba su guitarra y tocábamos entre nosotros”, relata.
La búsqueda de potenciar sus posibilidades lo llevó a cambiar sus hábitos. Y desde ese click, como con la música, también generó un efecto contagio en sus compañeros. Aunque subraya que no se define “ni vegetariano ni vegano”, “desde el año pasado, empecé a comer un poco menos de carne, me sentía pesado. Lo hablé con la nutricionista y me dijo ’si querés probarlo, probalo’. Y lo que noté es que me sentía mejor. Como carne cuando hay asado, una vez cada dos, tres semanas, por ejemplo; y un poquito, nomás”, plantea su plan personalizado de alimentación.
Para suplir las proteínas de la carne consume “verduras, legumbres y frutos secos”. El timonazo, según su testimonio, le permite sentir “más energía. No llegaba tan cansado a la hora de la siesta, por caso. Me siento más liviano, más rápido. No te digo que tengo más fuerza, pero mantuve el peso”.
En el vestuario, en un principio, le valió quedar en el blanco de las bromas. “Me he comido algunas cargadas.... Pero después muchos empezaron primero a preguntarme cómo era la dieta, cómo me sentía. Y después, a probar”, detalla.
El doble turno virtual hasta el regreso a los entrenamientos presenciales y el menú son dos rutinas que sigue para acercarse a su sueño más inmediato; hoy bajo la tutela de Mauricio Giganti, nuevo entrenador del Pincha tras la partida de Martínez. “El objetivo es ascender, estamos muy entusiasmados con esa posibilidad, y después, seguir creciendo. Esa es mi idea. Para tener otra chance en Primera o jugar afuera del país, primero tengo que triunfar acá, en Estudiantes, que confió en mí”, remarca, con gratitud.
Mientras, la música lo acompaña en el camino. Antes del aislamiento, en su tiempo libre comenzó a concurrir con asiduidad a recitales: vibró con la música de Divididos, Los Cafres, La Ley o Dread Mar-I, entre otras propuestas.
Y con el mismo espíritu amateur con el que recibió el legado del pentagrama de su padre, abriga un anhelo no deportivo, en base a la buena relación que edificó con el ex entrenador de arqueros del plantel: “Me gustaría tocar alguna vez con Divididos, aunque sea en un ensayo, porque la música que acompaña en todo momento”.
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