Estábamos todos menos Susana, la única persona que le importaba a Monzón.
Montecarlo había perdido la calma de su elegante precisión tiñendo de latinidad sus calles, bares y restaurantes cual jubileo desenfrenado pues argentinos y colombianos aturdían con eufóricos cánticos.
A pesar de tanto grito y desorden la pequeña ciudad siguió siendo una fantasía visual con el azul puro y espejado de su Mediterráneo y aquellas bellas flores en el apogeo de su frescura. Este glamoroso principado es un prodigio de tres cornisas que permite atravesar su hermosura con sólo olerla. Se puede disfrutar desde lo alto, desde los jardines de sus villas suntuosas o desde el puerto donde lujosos yates fondeados nos pintan una sublimidad óptica de imposible perfección.
Allí viven multimillonarios discretos y silenciosos. Allí van a descansar familias reales y celebridades del jet set internacional. Y también allí, en aquel paraíso leve y distinguido, abrevan artistas de todas las expresiones.
Sin embargo, la persona que mas le importaba a Monzón no estaba allí y tal situación lo desesperaba.
Fue esa villa de encanto el lugar elegido por los más prodigiosos talentos artísticos y literarios del siglo pasado. Allí residieron y ofrecieron sus obras inigualadas Renoir, Monet, Picasso, Cocteau, Matisse, Modigliani… Allí escribieron gran parte de sus obras Hemingway, Sartre y Graham Greene, entre otros…
En la ciudad donde se abrazaron Chaplin y Gardel en 1931 estábamos todos menos ella, la única persona que desvelaba a Monzón.
Esa revancha que Monzón le daba a Rodrigo Valdez, marcaría su 14° defensa de la corona mundial y su despedida del boxeo.
Un año antes, el 26 de junio de 1976, ella lo acompañó y quienes estuvimos cerca vivimos momentos de amargos recuerdos, de muchas discusiones, de instantes cruentos y frases amenazantes.
Antes y después de la primera pelea, los celos de Carlos le impedían transitar con serenidad las difíciles horas previas a la disputa de un campeonato del mundo. Cuando ella lo estuvo acompañando en 1976 el hotel Hermitage era un hervidero. Y cada vez que Alain Delon, Jean Paul Belmondo, Yves Montand o alguna otra figura del cine iba a visitar a Carlos y la saludaba o se quedaba charlando cordialmente con Susana, tal hecho terminaba en discusión. Y tras los gritos, la agresión.
Antes de aquel viaje para el primer enfrentamiento la Giménez había actuado en el filme “Tu me enloqueces” producida, guionada y actuada por Sandro. La película habría de estrenarse en agosto, después del cumpleaños de Monzón. Esa filmación intranquilizó bastante al campeón pues las escenas de amor con besos eran recurrentes. Pero Monzón supo tolerarlo pues consideraba a Sandro un ídolo y un hombre con códigos.
En cambio antes de esta pelea, Susana se había quedado en Buenos Aires haciendo teatro de revistas en la calle Corrientes. La obra se titulaba “El Astros se comió al Tiburón y también a King Kong”, producida por el inolvidable amigo Luisito Cella. En la obra –que parodiaba a dos grandes éxitos cinematográficos mundiales de la época- trabajaban entre otros Alberto Olmedo, Moria Casan, Jorge Porcel y Don Pelele, todas figuras estelares de la revista porteña.
Para Monzón era un momento muy esperado cuando después de cada función en el Astros, lo llamaba Susana para contarle lo bien que le había ido. Y nunca faltaba el saludo de Alberto Olmedo quien luego sería su gran amigo o del entrañable Gordo Porcel a quien Monzón, siempre le advertía en broma: “Gordo, vos no te hagas el vivo con Sú…”.
Antes del combate veíamos a un Monzón distinto al de otras peleas; tal vez menos tenso, acaso más distendido que en oportunidades anteriores sabiendo –mejor que nadie– que sería su última vez sobre un ring.
Fueron días de muchas emociones pues Tito Lectoure, dueño del Luna Park no estaría en el rincón por primera vez en sus 14 defensas. Es que cuando José Cacho Steinberg –muy amigo de Susana– llegó a la vida de Monzón se produjo una ruptura con el pasado. Y Lectoure era el pasado pues su nuevo manager lo había convencido a él y a su maestro Don Amílcar Brusa que las bolsas cobradas hasta esa pelea contra Valdez eran inferiores a las que hubiese accedido bajo su conducción. Steinberg había logrado que Alain Delón y su socio Rodolfo Sabbatini le pagaran 700.000 dólares a Monzón, o sea 200.000 mas que un año antes frente al mismo rival. Lo que Carlos no tuvo en cuenta fue que ésta vez los derechos de televisión fueron adquiridos por la CBS de los Estados Unidos, que tanto Colombia como Argentina pagaron el doble respecto de un año atrás –50.000 dólares– y que el Principado de Mónaco aportó 200.000 dólares como auspiciante principal contra los 120.000 dólares que había aportado en 1976.
Sea como fuere Monzón había roto su relación con Lectoure y también conmigo por defender a Lectoure en varias notas. Pero Tito estaba allí y por primera vez junto a su oculta pareja Doña Ernestina de Lectoure, la tía, la verdadera dueña del Luna Park. Ellos estaban en la segunda fila del ring side y la verdad fue que resultaba extraño no ver a Tito –con su camperita azul de nylon– en el rincón de Monzón al lado de Brusa, como siempre.
Los momentos más salientes del combate no surgen sólo de la memoria. Y es por ello que repasamos segmentos escritos para El Gráfico (Edición 3017) aparecida un día como hoy de hace exactamente 43 años, pues fue el 2 de Agosto de 1977. Elegimos de aquella nota titulada: “Tan grande como siempre, más campeón que nunca”, los siguientes párrafos:
— ”Los dos primeros rounds pusieron una nube peligrosa. Todo cuanto traía Valdez a la pelea estaba a la vista y se canalizaba a través del idioma pragmático de su definición táctica. De la pelea del año pasado le había quedado como incentivo moral su cross de derecha. Con esa mano y con ese golpe el colombiano había conmovido a Monzón. Para esta revancha hubiese parecido de fácil neutralización. Y sin embargo no fue así…”
— “Valdez insinuó en el primer asalto una llamativa facilidad para llegarle al campeón y tal premisa se profundizó dramáticamente en el segundo round. Digamos que el cross de derecha de la vuelta inaugural fue una alerta, pero la mano voleada del segundo un susto. Monzón la recibió en la mandíbula y resignó sus piernas. El árbitro inglés Roland Dakin vaciló un instante y se decidió por el conteo. Fue lo mejor que pudo pasarle a Carlos pues los ocho segundos de tregua le sirvieron para reponerse y reaccionar”.
— “…Se repuso al tomar aire y se despertó a la realidad de la pelea. El planteo le era adverso; la ofensiva dinámica de Valdez no encontraba respuestas válidas y hasta daba la impresión de cierta fragilidad en sus desplazamientos. Aquí hay que hacer un punto: cuando digo que ese golpe despertó a Monzón quiero decir que apareció el campeón en toda su dimensión. Más que un golpe de efecto destructor –que lo fue– tuvo el valor del cachetazo que llama a la reflexión, que impone consignas con el espíritu y que reabre las compuertas del yo por encima de todo”.
— “…Valdez había sumado su primer punto de ventaja, agigantaba su imagen y sometía a Monzón a su ritmo. Eso fue hasta el momento de la caída. A partir de entonces recomenzó una segunda etapa del match, la etapa grandiosa de un grandioso campeón...“.
Fue como si imaginara que ella, Susana, lo estaba viendo por televisión en su camarín del teatro y no podía fallar a su estirpe de guapo y varón…
— ”Los ojos abiertos, los dientes apretados, los músculos tensos. Firmeza en las piernas y convicción en la mirada fiera. Ya estábamos frente al Monzón de siempre. El que transmite aplomo y seguridad; conciencia y frialdad. Un Monzón que se dijo “basta”, y readquiriendo una posición vertical puso en funcionamiento la mano izquierda para contener y la derecha para fusilar…”.
— “…Tercero, cuarto y quinto, fueron el comienzo de su reencuentro. El alivio de los argentinos, la tensión de sus “fieles enemigos” (franceses e italianos) que no pudieron ver lo que deseaban: su derrota”.
Y tal vez ella, Susana, se hallaría más tranquila preparándose para la primera función al verlo recuperado, entero…
— “…El final del 9° asalto fue apoteótico: comenzó con una izquierda a fondo y siguió con dos combinaciones rectas de uno-dos. Agregando además un in crescendo en su dinámica que levantó al estadio. Fue como esas melodías que de a poco se convierten en un sonido frenético. Valdez fue a su esquina confundido y tocado. Y mientras se escuchaba el Ar-gen-ti-na, Ar-gen-ti-na característico de los momentos de apogeo, nadie sospechaba lo que sobrevendría”.
— ”Antes de los treinta segundos de ese inolvidable 10° round se vivió una rara sensación. Primero los gritos que acompañaron al gong. Después un murmullo con destino de silencio. Y cuando el silencio llegaba, como a propósito, una derecha en punta que chocó la ceja de Valdez y la abrió como si fuera una granada madura. La sangre del colombiano bajaba por su torso y Monzón cada vez más implacable lo castigó a voluntad”.
— ” Tres veces se lo vio a Valdez cerrar los ojos y resignar las piernas. Tres veces pareció que el nocaut llegaría inexorable... Y aquí hay que hacer otra reflexión: en esa acción Monzón volvió a demostrar lo que es un campeón. Venía de una etapa casi crítica, desarrollaba y pensaba la pelea esperando un momento. Lo fabricó en el final del 9° y se jugó a fondo en el 10° buscando el remate. Y aunque no lo consiguió tuvo el mismo valor porque definió la pelea. En ambos sentidos: para él porque a partir de ese instante podría reasegurar los puntos de ventaja con un esquema conservador. Para Valdez porque el retroceso en las tarjetas le exigía lo que ya no podría encontrar una mano milagrosa. Todo lo que pasó después de ese 10° round fue más tenso que técnico, más expectante que concreto…”.
— ”… Inmenso Monzón: estuvo un año sin pelear, un año viviendo lejos del gimnasio y del mínimo cuidado deportivo; se entrenó dos meses para ésta pelea, solo dos meses y no muy a fondo a días de cumplir los 35 años. Filmó dos películas, fumó 40 cigarrillos por día, nunca dejó de beber vino en las comidas, whisky en la sobremesa y hubo muchos brindis con champagne. ¿Qué más…? Todo lo que para cualquier otro deportista hubiera sido definitivamente mortal, dramáticamente deteriorante pareció no hacerle mella. Sin embargo por primera vez soportó un corte en la nariz y también por primera vez, en campeonatos mundiales, tocó la lona. Empezó perdiendo y replanteó todo. Definió el momento en que se definen los elegidos, cuando hacía falta; un crack Monzón”.
Suspiros y felicitaciones para Susana en el Astros, lista para llamarlo desde el camarín tan pronto Carlos regresara al hotel.
— ”…Después del fallo, la euforia. Y su cuerpo en andas cubriendo con risa los últimos instantes de su historia en el ring. De pronto se liberó de los apretujones, buscó con la vista al amigo y cuando descubrió donde estaba, pues su voz la había escuchado como siempre, se agachó para estrecharse la mano. El amigo subió al ring y se vio a dos hombres llorando. Dicen que se dijeron:
-Gracias por todo Tito, gracias por todo. Se lo digo de corazón. Fue mi última pelea, murmuró Monzón al oído.
-Lo único que quiero es que esta vez sea la última, última, le contestó Lectoure.
Después se apretaron y no pudieron decirse nada más. Se vio que las lágrimas de ambos bajaban con el mismo recorrido, el de la sinceridad…”.
Después de atender a la prensa y ya en la habitación, Carlos hizo salir a sus amigos y sparrings Daniel González y Norberto Rufino Cabrera –ambos ganaron en las preliminares por nocaut- y también a su hijo Abel.
Fue el momento más feliz de su noche; pues el triunfo le había generado la última gloria, la euforia final pero ésta llamada era la de un amor agonizante; imposible en la distancia y enfermizo en la proximidad.
Esa noche, la del 30 de julio de 1977, se dieron la última oportunidad. Ella sabía que era inútil; él creyó que su enfermizo amor era posible.
En enero de 1978 se separaron para siempre…
ARCHIVO: Maximiliano Roldán
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