“El susto de mi vida lo tuve en Sacachispas”.
La frase que reveló Vicente Principiano en el cierre del diálogo con Infobae retumbó en el teléfono por la sorpresiva anécdota que vivió en la etapa final de su carrera.
Ocurrió después de un partido en el que comenzaron ganando 1 a 0, y el 2 a 2 definitivo complicó las aspiraciones de conseguir el ascenso. “Nos hicieron una emboscada que no me la voy a olvidar jamás”, continuó el ex volante.
El violento episodio ocurrió en 2013, a 15 cuadras del estadio, cuando un grupo de barras interceptó al micro que trasladaba al plantel, y cinco personas ingresaron con navajas y facas para amenazar a los jugadores. “¿Qué pasa viejo que no ganan?”, dijo uno. “¡Se llevan 25 lucas por mes, la puta que lo parió!”, siguió otro. “¡Los vamos a cortar a todos! ¡Los vamos a matar si no ascienden!”, gritó el líder, mientras deslizaba las armas blancas por el aire con un gesto intimidante.
“No había muchos hinchas, pero el clima estaba caldeado. Los muchachos eran polenta, y tenían todo organizado. El chofer les abrió la puerta y no sabíamos cómo reaccionar. Nunca me había pasado algo así. Después de eso, no quise saber más nada”, recordó el nicoleño sobre su última experiencia que le dio el fútbol.
Antes de vivir aquella pesadilla salvaje, Vicente Principiano cumplió el sueño del pibe en Avellaneda. Con 16 años, un bolsito por encima del hombro, los botines gastados por los constantes picados en su pueblo y acompañado de su padre, el virtuoso mediocampista llegó a Racing para afrontar uno de los desafíos más importantes de su vida.
Dos pruebas le alcanzaron para demostrar sus condiciones técnicas en la Academia, y su proyección llamó la atención de Jorge Cysterpiller. El empresario se convirtió en su representante y le dio hospedaje en una pensión de Caballito, donde convivió durante su adolescencia junto a otros jugadores que también estaban bajo la órbita del agente. Aldo Osorio (ex Huracán, Argentinos, Newell’s y Quilmes, entre otros), Ariel Ramírez (ex San Lorenzo) y Matías Bertolotti (ex Los Andes) fueron algunos de ellos.
El Tano fue de la camada del Polaco Bastía, Maximiliano Estévez, el Cebolla Loscri, el Chueco Castillo y Gustavo Arce. Brilló en las inferiores de Racing en los tiempos previos a la peor crisis institucional. Era un enganche tradicional, con buena pegada, pase filtrado y llegada al gol.
Durante esos días, entre partido y partido, construyó una profunda amistad con el delantero que se convirtió en uno de los pilares fundamentales del título del 2001. Y su vínculo se mantuvo hasta la actualidad.
“El Chanchi es fabuloso. Es único. Cuando me fui a préstamo al Colo Colo me vino a visitar y cada dos por tres viene para San Nicolás. Ahora le estoy debiendo una visita por el tema de la cuarentena, pero estamos en contacto a través de videollamadas y mensajes”, subrayó el ex volante, sin olvidar una de las anécdotas más ocurrentes que compartieron en su casa: “Una de las veces que vino, estábamos armando una picada y mi viejo le pasó un cuchillo que estaba muy afilado. Como él estaba cortando el queso al revés, mi papá le dijo que tuviera cuidado”.
—Maxi, ojo que éste corta de verdad—le advirtió el mayor de los Principiano.
—No te preocupes Rubén, lo tengo dominado— respondió el Chanchi con una sonrisa burlona.
Unos instantes después, cuando bajó el filo para continuar con su elaboración, su pulgar terminó con un corte profundo que asustó a todos los presentes. “Se desvanecía por la cantidad de sangre que perdía. Lo tuvimos que llevar a la guardia y le dejaron un chorizo enorme por todos los puntos que le dieron”, explicó su amigo.
Lo llamativo fue que después de la cirugía, Estévez se recompuso y con la preocupación pertinente encaró al médico y le dijo: “Doctor, ¿esta noche puedo salir, no?”. A esas alturas, ambos eran los reyes de la noche.
En 1999 su hermandad los había unido. El Chanchi ya había debutado en Primera y su amigo todavía esperaba la oportunidad. Hasta que un día Ángel Cappa le dijo que se prepare porque había llegado el momento. “Fue raro, porque se dio en medio de un exorcismo”, recordó.
Su presentación en el Cilindro se dio en un amistoso frente a Colón en el marco de un evento bizarro que combinó la fe, el humor y la música. Como el equipo arrastraba el peso de las tres décadas sin títulos, al presidente de ese entonces, Daniel Lalín, se le ocurrió organizar una procesión desde la Catedral de Avellaneda hasta el estadio con el fin de erradicar las malas vibras. Una especie de peregrinación similar a la que se observa en Sevilla durante Semana Santa.
Con largas velas encendidas, llamativos atuendos blancos parecidos a los que utilizaban los miembros del Ku Klux Klan y banderas con los colores del club, cientos de personas acompañaron al padre Horacio Della Barca hasta el Presidente Perón. Allí los esperó Alfredo Casero, uno de los protagonistas de Cha Cha Cha que estuvo a cargo de la conducción de la noche, que fue musicalizada por la banda quilmeña Vox Dei. “Cuando me dijeron que iba a jugar en ese partido me agarró una emoción tremenda”, admitió Principiano alejado del contexto surrealista que fue poblado por más de 20.000 fanáticos.
“Más allá del amistoso, lo que pasó ese día no se vio nunca en ninguna parte del mundo. Me acuerdo que jugamos bien, pero la pelota no quiso entrar. Creo que hasta el 2001 no funcionó el tema del exorcismo de los arcos. Por lo menos nos hubieran cobrado un par de penales”, analizó el Tano
¿Cómo salió el partido? Ganó Colón 2 a 0. Y un dato que pasó desapercibido aquel día: el cura era hincha de Boca.
Los hechos que se dieron a continuación confirmaron que el exorcismo no funcionó. El pedido de quiebra, la imposibilidad de comenzar el Apertura frente a Talleres, el intento del remate a la sede de Villa del Parque y la desafortunada frase de la síndico Liliana Ripol (“Racing Club Asociación Civil ha dejado de existir”) conformaron los momentos más duros de la historia del club. “A nosotros no nos sorprendía nada. Cuando nos permitieron jugar contra Rosario Central, me acuerdo que explotaron el Gigante de Arroyito y el Cilindro. Fue algo histórico, porque los hinchas llenaron dos canchas el mismo día sólo por volver a jugar”, aseguró Principiano, sobre el antecedente que dos años más tarde se repetiría en un marco completamente opuesto, cuando el conjunto liderado por Mostaza Merlo gritó campeón en la cancha de Vélez.
El ex volante está convencido de que el mejor plantel que integró fue el que compartió junto Diego Latorre, Matute Moralez, el Mago Capria, el Chelo Delgado, Teté Quiroz, Pablo Michelini, el Gato Sessa, Tapita García y tantas otras figuras que brillaron en el recordado clásico frente a Independiente que debió suspenderse por un inesperado corte de luz. “Estábamos para ganar el torneo de punta a punta”, aseguró.
Incluso después de su paso por Chile, volvió a Racing y jugó junto a Diego Milito, Lisandro López, Mariano González y la Gata Fernández, pero “ningún equipo fue como el de Cappa”.
Para él nunca fue fácil. Desde que lo promovieron de las inferiores entendió que “en todo grupo hay algunos que te dan una mano, otros que no te dan bola y otros que permanecen en el club porque son amigos de los dirigentes y no pelean por la plata de los jugadores”. Y recuerda que una de sus máximas alegrías fue compartir el vestuario con Diego Latorre, su ídolo de la infancia. “Siempre me cayó 10 puntos. Cuando me tocó jugar con él, me di cuenta de que es una persona extraordinaria. Un tipo muy noble”.
Sin embargo, en 1999 Gambetita emigró al Cruz Azul de México y el éxodo de estrellas continuó por las pésimas condiciones económicas que acechaban a la institución. “Me acuerdo que en ese momento habían pasado Gustavo Costas, el Pampa Jorge, la dupla López y Caballero, Fillol, y la pasábamos mal porque no venían jugadores. Cuando asumió Mostaza llegaron un par de refuerzos, y con los pibes del club salimos cuartos. Nos preparamos para pelear la Promoción con un plantel corto y logramos una gran campaña. Ahí comenzó el título, porque si no hacíamos ese torneo, no sabíamos si íbamos a mantener la categoría”, analizó.
Para el Apertura del 2001 la historia cambió. Las incorporaciones de Campagnuolo, Bedoya, Vitali, Loeschbor, Maciel, Gustavo Barros Schelotto, Viveros y Maceratesi sirvieron para que Merlo conformara un equipo batallador y efectivo. “Aunque yo no comparta su forma de ver el juego, basado en asegurar el empate y lograr el triunfo por los detalles, respeto su estilo, porque le salió muy bien. Con el tiempo lo entendí, y cuando fuimos a la despedida de Bastía tuvimos un lindo encuentro”, confesó Principiano, quien en ese campeonato tuvo menos participación.
En 2002 el volante cruzó la cordillera andina para sumarse a préstamo al Colo Colo, y cuando regresó al año siguiente, el Pitón Ardiles estaba al frente de Racing. Para su desgracia, en la primera práctica sufrió una rotura de ligamentos que lo alejó de las canchas durante más de 6 meses. “Cuando me recuperé había vuelto Cappa, y él me dio mucha confianza, pero como no se dieron los resultados, se tuvo que ir y asumió Fillol”, recordó el mediocampista.
Como el Pato no lo tuvo en cuenta y su contrato vencía en el siguiente mercado de pases, el nicoleño siguió los consejos de su representante. “Aguantá este semestre, que después te llevo a Suiza o México en libertad de acción”, fueron las palabras de Cysterpiller. Sin embargo, cuando se cumplió el plazo, el empresario cambió el destino.
—Te conseguí para que vayas al Cienciano—lo sorprendió el agente.
—No. Me habías dicho Europa o México. Hubiera preferido quedarme en Racing, antes que ir a Perú—le respondió el futbolista.
Las diferencias hicieron que se rompiera el vínculo entre ambos y Vicente comenzó una nueva etapa por Sudamérica hasta que recibió un llamado salvador. “Empecé a dar vueltas por Perú (Atlético Universidad) y Ecuador (Olmedo), hasta que llegué a Sudáfrica”, explicó.
En el Mamelodi Sundowns de Pretoria estaba trabajando su mentor. El mismo técnico que lo había hecho debutar en la Academia lo sedujo para sumarlo a su proyecto. “Era un vestuario divino. Tenía compañeros de origen zulú y el presidente era un multimillonario que durante muchos años había sido el abogado de Mandela”, detalló.
Todavía recuerda cómo sus colegas arribaban a los entrenamientos a bordo de sus vehículos valuados en más de 70 mil dólares, vestidos con trajes de última moda. “Cuando terminaban, ni siquiera se bañaban. Se pasaban un trapo húmedo por las axilas, se volvían a poner el traje, se subían a sus autos y se iban”. En las concentraciones, el choque cultural también lo impactó: “Siempre comían con la mano, ya sea el pollo, la carne o el arroz. Después te pedían la sal o el agua y era un despelote, pero eran sus costumbres”.
Su experiencia en Sudáfrica le sirvió para entender que “el racismo se notaba en la calle, porque es una problemática que parece no tener solución en ese país”. Comprendió que “el rugby era el deporte más popular”, aunque el fútbol también movilizaba a mucha gente. “Los hinchas festejaban más un caño o una gambeta que un gol”.
Y como él estuvo entre el 2005 y el 2006, fue uno de los pioneros en descubrir las vuvuzelas. “Era infernal ese ruido. Un zumbido que no te permitía escuchar nada”, reveló entre risas. “Además, cuando terminaba el primer tiempo, nuestra hinchada se movía hasta la tribuna del otro arco tocando esas trompetas hasta que sacaban a los hinchas del equipo rival ¡Y nunca hubo una pelea!”
Sus aventuras siguieron por Venezuela, cuando se incorporó al Monagas de Maturín y en el Gobierno estaba Hugo Chávez. “Era muy loco porque no había azúcar o café en los mercados”, explicó en relación a la escasez de los productos de la canasta básica familiar. “Había que adaptarse y acepté su forma de vida. La gente hacía colas a las 4 ó 5 de la mañana para comprar leche en los supermercados. Pero, más allá de eso, es un país espectacular”, agregó.
Su lugar en el mundo lo encontró en Italia, donde jugó en equipos del ascenso. “Matera estaba cerca de Bari. Me encantó porque es el lugar donde se filmó La Pasión de Cristo. A cualquier lado que te muevas vas a encontrar un pedazo de historia. Si tuviera que elegir un lugar para vivir de todos los que estuve, me quedo con ese”, señaló.
Naturalmente, en Europa estaba ajeno al desorden institucional de los equipos argentinos y de la violencia impuesta por las barras. Uno de esos ejemplos se remonta a su etapa en Morón, cuando llegó en el momento en el que el Gallo arrastraba “un par de finales perdidas y el clima estaba heavy”. “Si bien la hinchada siempre nos apoyó, cuando perdimos el último partido contra Español y ascendió Almirante, la gente invadió la cancha y se armó una batalla campal. Nos tuvimos que quedar en el vestuario como 5 horas, hasta que se calmara todo. Cuando salimos, el centro de la ciudad parecía una guerra. Habían prendido fuego los patrulleros y se veían escombros con pedazos del cordón en la calle”.
Aquellas escenas bélicas se posaron en su memoria como una premonición de lo que le iba a suceder en Sacachispas. Cuando parecía que iba a colgar los botines después de ascender al Torneo Argentino A con Defensores de Villa Ramallo, el Chanchi Estévez lo llamó con una propuesta tentadora. “Escuchame Vicente, estuve hablando con Carlos Martínez (presidente del Mercado Central) y nos quiere llevar al Lila. Es amigo. Buena gente. Vos confiá que tienen un lindo proyecto”, le dijo su amigo.
Unos días más tarde, cuando estaban compartiendo una tarde en la casa del delantero en Pilar, el celular de Principiano sonó y la llamada desconocida tenía la característica de Mendoza. Era un dirigente de Deportivo Maipú que estaba interesado en incorporarlo.
—Te queremos para el próximo torneo.
—Mirá, estoy con el Chanchi Estévez y creo que me voy a ir con él a otro lado.
—¿Estás con el Chanchi? ¿Está libre todavía?
—Si, tiene un par de posibilidades, pero podría ir conmigo a Mendoza.
—Esperame, que ahora lo llamo al técnico y te vuelvo a llamar.
Después de unos minutos de incertidumbre, el teléfono volvió a sonar.
—Escuchame Vicente, decile al Chanchi que el presidente lo va a llamar para ver cuánto quiere ganar, que también queremos que venga.
Las negociaciones llegaron a buen puerto y unos días más tarde el binomio con pasado en Racing encaró la Ruta 7.
La novia que tenía Estevez en ese momento acercó al delantero hasta Escobar, donde se encontró con el nicoleño. “Cuando lleguen yo les doy la plata de la nafta, lo que gastaron en comer y el hospedaje”, le había prometido el misterioso dirigente. Sin embargo, la auspiciosa oferta no iba a terminar de la manera deseada. “Habíamos hecho 800 kilómetros y como estábamos cansados, paramos a comer en una parrilla. Teníamos pensado parar en un motel al costado de la ruta para terminar el viaje al otro día”, comentó Principiano.
Esa misma noche, cuando ya habían pedido la entrada y esperaban por una buena dosis de entraña, vacío y asado, el celular volvió a sonar… “Vicente, no sé cómo decirte esto, pero se cayó lo de ustedes. Hay unos sponsors que no quieren poner la plata y te aviso así no se vienen hasta acá al pedo”, le dijo el mendocino. “Nos queríamos matar. Cuando quedé con el tipo para arreglar los gastos que habíamos tenido, nunca más respondió. Después de eso firmamos los dos con Sacachispas”, cerró Principiano. Tal vez, si se hubiera concretado esa operación, el ex Racing no hubiese sufrido su peor pesadilla con los barras invadiendo el micro y su retiro se hubiera postergado un tiempo más. Pero esas son cosas del destino.
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