El tenue sol, más de primavera que del invierno que denunciaba el calendario, se resistía a irse. Igual que el público de Platense que no había dejado un espacio libre en la popular visitante de la cancha de Chacarita. Seguramente pocos de los que saltaban y celebraban, tendrían conocimiento de las leyendas del magnífico Houdini, que más de medio siglo antes, tenía puntos de coincidencia con el club de sus amores. Porque aquel fue el gran escapista. Y Platense también lo era. Un especialista en gambetear al descenso, aún en las situaciones más extremas y desfavorables. Y en esa tarde del 26 de agosto de 1979, lo hacía una vez más.
El calendario futbolístico argentino de 1978 había sido muy particular, con el mojón indiscutible de la organización y obtención del campeonato Mundial. Más allá de aquella conmoción, las fechas de disputa de los dos certámenes locales (Metropolitano y Nacional) estuvieron muy comprimidas, por lo que en la mayoría de las veces hubo fechas entre semana. A ello se sumó el hecho de que en varios domingos llovió copiosamente, por lo que los partidos a desarrollarse allí se pasaban a los lunes, desembocando en una vorágine imparable.
Como algo similar (o aún peor) había sucedido en 1977, con el denominador común de que en ambas ocasiones las competencias finalizaron en enero del año siguiente, para 1979 la AFA decidió acortar el Metro. Dividió a los 20 equipos en dos zonas para que se enfrentasen todos contra todos en dos ruedas. Los dos primeros de cada grupo jugarían por el título, al tiempo que los dos peores de cada sección disputarían un cuadrangular por la permanencia, donde solo el ganador quedaría en la máxima categoría. La exigencia sería tremenda, con la cuota de angustia y dramatismo deportivo infaltable cuando de estas circunstancias se trata. Por ello quedó para todos los tiempos bautizado como “El cuadrangular de la muerte” integrado por Chacarita Juniors, Atlanta, Gimnasia y Esgrima La Plata y Platense, el de peor rendimiento, con apenas seis puntos cosechados en 18 encuentros.
La situación fue complicada para todos desde el inicio. En el caso de Chacarita, por ejemplo, tuvo el más flojo arranque de su historia: en las dos primeras fechas había recibido 11 goles, (Central en Rosario 6-0 y luego San Lorenzo en San Martín 5-0). A ello le siguieron otras cuatro derrotas (Boca, Ferro, Estudiantes y Colón) que lo colocaron en una posición de la que no pudo zafar. Utilizó cuatro entrenadores en el campeonato: Mario Rodríguez, Raúl Rodríguez Seone, José Nápoli y Aníbal Tarabini.
Atlanta, su clásico rival y con quien compartió la zona A, no ganó ninguno de los 18 cotejos, y solo convirtió 10 goles. Por la dirección técnica pasaron Rodolfo Bettinotti, el legendario Victorio Spinetto y Luis Artime, en una de sus primeras experiencias, una vez retirado tras su brillante campaña como implacable goleador.
Gimnasia y Esgrima La Plata fue, quizás, el más sorprendente participante de aquel cuadrangular. En los años anteriores no había sufrido mayores apremios con los últimos puestos de la tabla y al promediar el torneo del 79 tenía un rendimiento irregular, con chances de remontar la incómoda posición. Una catarata de seis derrotas sucesivas (Newell´s, Huracán, River, Quilmes, Velez y Unión) lo depositó en la lucha por la supervivencia.
Lo de Platense fue desalentador desde el arranque, con seis caídas en las primeras siete jornadas. En la 8° asumió la dirección técnica Vladislao Cap, quien no pudo evitar ese destino marcado de tener que ir al mini torneo, pero si fue creando una mística, al punto que más de 40 años después, es recordado como uno de los mejores entrenadores de la historia “calamar”. En la última jornada de la fase de grupos, al estar ya sin chances, visitó a Quilmes con equipo suplente y fue vapuleado por 7-0. Las perspectivas no eran las mejores.
Carlos Picerni fue uno de los futbolistas más destacados en aquella campaña y así lo recuerda: “Llegué a Platense en ese 1979 junto a muchos otros jugadores. El técnico era el Huevo Muggione, que me había tenido en Instituto. Se dio la lógica, como suele ocurrir en estos casos con tantos nuevos. Tardamos en conocernos y nunca hubo realmente un equipo, hecho que se reflejó en los números de la campaña. Actualmente doy clases en Rosario en el curso de técnico y siempre les digo a los muchachos que en el fútbol te acostumbrás a ganar y a perder. Esto último nos pasó en ese momento: Nos ganaban todos (risas). Cuando llegó el Polaco Cap como entrenador, tuvo la inteligencia de detectar a un grupo de 18 jugadores y de decirnos que con nosotros iba a encarar el cuadrangular, cuando ya era un hecho que lo íbamos a disputar”.
El domingo 22 de julio arrancó el torneo con una situación destacada en cada partido. En San Martín se dio el clásico que Chacarita le ganó a Atlanta y en Vicente López, Platense inauguró su estadio, en el empate en cero ante Gimnasia: “Fue importante para el club volver a tener su propia casa. Tengo una imagen grabada. El día anterior a ese partido, el propio Presidente, Alfredo Ginnani, estaba dándole la última mano de pintura a las plateas vestido de overol. Eso era Platense en ese momento, una verdadera familia, donde todos tiraban para el mismo lado. Una mística que se mantuvo por muchos años”, rememora Picerni.
En la segunda fecha, Gimnasia superó en el Bosque a Chacarita 3-2 con un gol de Villarreal en el minuto final, mientras Platense daba la (primera) sorpresa derrotando como visitante a Atlanta 2-1 con dos conquistas de un hombre de un importancia suprema en esos días: Miguel Ángel Juárez, tal como lo evoca su ex compañero: “Era nuestro as de espadas, porque éramos un equipo de correr mucho, pero a la hora de hacer goles dependíamos del Mono Petti o de él. El Negro era un goleador extraordinario, que le pegaba con las dos piernas y que podía definir el solo un partido. Complemento ideal para un cuadro que se fue haciendo compacto del medio hacia atrás”.
Una semana más tarde, se repitió la historia, cuando el delantero volvió a facturar por duplicado ante los Funebreros, en el que fue el primer éxito de la historia en la nueva casa. Un 2-1 que quedó en la historia. En La Plata, Gimnasia superó a Atlanta 1-0 y al culminar la primera rueda, estaba junto a Platense con cinco puntos, seguido por Chacarita con dos y Atlanta en cero, casi condenado.
Un párrafo aparte merecen los cuatro técnicos que dirigieron en el cuadrangular, porque grabaron sus nombres en la historia del fútbol argentino. Ellos fueron Antonio Rattín (Gimnasia y Esgrima), Aníbal Tarabini (Chacarita), Luis Artime (Atlanta) y Vladislao Cap (Platense). El primer denominador común es que todos estuvieron presentes en Mundiales defendiendo la camiseta argentina: Rattín (1962 y 1966), Tarabini (1966), Artime (1966) y Cap (1962 y fue el DT argentino en 1974). Otra coincidencia es que fueron campeones en los torneos locales vistiendo camisetas de equipos grandes: Rattín en Boca Juniors, donde es uno de los más grandes ídolos, Cap en Racing Club y Artime y Tarabini en Independiente
El domingo 12 de agosto comenzaron las revanchas, con la atención bien repartida. Atlanta debía ganarle como local a Chacarita para no irse al descenso, justo en su casa y ante su clásico rival, mientras en La Plata se daba el duelo de punteros y que podía comenzar a marcar una tendencia. En Villa Crespo, el 3-0 a favor de los Funebreros fue excesivo, dentro de un match parejo, con los dos últimos goles conseguidos en los minutos finales. Chacarita se daba una vida más en la competencias al tiempo que los Bohemios dejaban la máxima categoría luego de varias décadas.
En la cancha de Gimnasia se vivía un clima de final, con la tensión al máximo como lo evoca Picerni: “Fuimos con un operativo de seguridad inmenso, como se hace ahora en los Mundiales para resguardar a una selección. Dos motos iban adelante del micro y un patrullero nos escoltaba detrás, en algo inusual para la época. Llegamos a las tres menos cuarto, cuando faltaban 45 minutos para el inicio y no podíamos ingresar, porque el portón que daba a los vestuarios estaba cerrado con un candado muy grande. Pretendían que diéramos toda la vuelta, pasando por debajo de los hinchas de Gimnasia. Si hacíamos eso, no llegaba nadie vivo (risas). No se tomaba una decisión, hasta que uno de los policías que nos custodiaba, un gordo grandote, sacó un revolver y dirigiéndose al tipo del portón le dijo: ‘Si vos no me abrís ahora, yo le pego un tiro al candado y lo abro en 10 segundos'. Obviamente apareció la llave enseguida y pudimos ingresar”.
Platense tenía bien estudiado el plan para pisar firme en un estadio tan repleto como hostil: “Nosotros sabíamos que ellos iban a estar nerviosos porque tenían más responsabilidad ante su gente. A los 15 minutos le hicimos el primer gol y fue un mazazo para Gimnasia que se desesperó, permitiéndonos a nosotros tener la calma para controlar la pelota y definirlo con tranquilidad. Ganamos 2-0 con goles de Petti y Juárez”.
El cuadro de Vicente López había dado un paso gigantesco rumbo a la salvación. Solo quedaban dos fechas y tenía 7 puntos, contra 5 de Gimnasia y 4 de Chacarita, que debían jugar entre ellos en San Martín. “Nosotros estábamos dulces. Después de lo mal que nos había ido en el campeonato, ahora habíamos ganado tres partidos seguidos y sabíamos que Atlanta, ya descendido, no nos podía traer problemas como locales. Fue 1-0, pero no pudimos festejar la salvación definitiva, porque Gimnasia lo mandó a la B a Chacarita ganándole 2-1 en San Martín y seguía a dos puntos”, recuerda Picerni con satisfacción.
Precisamente en ese cotejo se produjo una situación particular, ya que Chacarita actuó bajo protesta porque había tenido que ceder al puntero Osvaldo Escudero a la selección juvenil que se iba a consagrara campeón del mundo en Tokio con la estrella fulgurante de Diego Maradona y la potencia goleadora de Ramón Díaz. Los dirigentes argumentaban estar en desventaja deportiva, pero la presentación fue desestimada por AFA.
Un torneo tan angustiante no podía tener una definición anticipada, debía ser en la fecha final, disputada el domingo 26 de agosto. Gimnasia jugaba su suerte en Villa Crespo con la mente puesta en San Martín, donde necesitaba la caída de Platense para soñar. Los dirigidos por Cap tenían todo servido, ya que un empate les alcanzaba, pero tenían la sensible baja del goleador Juárez, expulsado la jornada anterior. Así lo rememora Picerni: “Durante la semana el comentario era ‘uy, lo que va a ser la cancha de Chacarita, va a ser un clima de locos'. Pero nada de eso sucedió, quizá porque ya estaban descendidos. Fue una tarde tranquila dentro y fuera de la cancha. Tengo claro el recuerdo de que íbamos ganando 2-0 sin sobresaltos y el Polaco Cap decidió sacarme porque me acalambré faltando 10 minutos. Me fui para el vestuario y me puse a temblar de los nervios, pese a que no tenía motivos porque ya estaba todo listo. Estaba desesperado y deseaba que terminara cuanto antes. Creo que fue porque tomé noción de lo cerca que estábamos de lograr algo que un mes antes parecía imposible. Ese mini torneo es de lo que más recuerdo de mi carrera y eso que fui campeón con Newell´s en cancha de Central en el ’74, pero esto era distinto. Venía de dos años muy malos en Instituto, recién casado, mi esposa no podía quedar embarazada y me habían encontrado un tumor maligno en un nódulo en la zona de la tiroides. Ir a Platense me cambió la vida, al punto que en medio del cuadrangular, un día ella vino a la concentración para decirme que íbamos a tener un hijo. Algo extraordinario”.
En el ’77 se salvó en un desempate cinematográfico ante Lanús, con una definición por penales que se extendió hasta la medianoche. En el ’78 estaba casi condenado y resucitó ganándole el partido decisivo a Banfield en la anteúltima fecha. Y repetía la historia un año más tarde: “Fue una lucha muy grande y nos salvamos porque, al llegar tan mal al cuadrangular, eso nos sacó presión. Ahí estuvo la clave. La confianza estaba baja y comenzó a subir. Nos decíamos: ‘Bueno, por lo menos no perdimos el primer partido', cuando empatamos con Gimnasia. Después, cuando vencimos a Atlanta dijimos ‘por lo menos ganamos uno', y así. A pulmón, de a poco, se logró. Con esfuerzo, a lo Platense”.
Esas palabras finales de Carlos Picerni sintetizan una forma de ser. Ese club de barrio, luchador y proletario, se regalaba una inmensa alegría. Una costumbre que iba a prolongarse por las siguientes dos décadas. Sufrir y gozar de la supervivencia, escapando como un especialista, a lo Houdini. Aunque el personaje legendario nunca debe haber tenido noticias de Platense, que una tarde de 1979, seguía vistiéndose de domingo para sentirse de Primera.
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