Primero hay que saber sufrir… En 1944 el tango era la banda sonora en la vida de los argentinos. Y esos versos de los hermanos Homero y Virgilio Expósito dentro de la delicada letra de “Naranjo en flor”, son el marco exacto para la historia de Deportivo Español, club que se fundó pocos años más tarde y supo más de penas que de alegrías. Sobre todo en 1983, cuando una pésima campaña lo arrojó a los umbrales del descenso y a minutos de volver a la Primera C.
Pedro Catalano es un emblema de la institución, a donde llegó en 1976, defendiendo sus colores por casi 20 años. Con total justicia, una de las tribunas del “Estadio España” lleva su nombre. Se afincó para siempre en el libro de los récords del fútbol argentino al haber estado en forma ininterrumpida 333 partidos en la valla de Español entre 1986 y 1994. Su generosidad y buena memoria sirven para ilustrar aquellos días difíciles: “Para llegar a la campaña enorme que hicimos en 1984, hay que recordar lo que fue el ’83, un año de mucho descontrol en la institución, con malas elecciones de técnicos y flojas actuaciones. Esa situación llegó hasta el famoso desempate”.
Ese partido fue el domingo 4 de diciembre ante Central Córdoba de Rosario, ya que ambos habían igualado en el promedio y debían dirimir en campo de Sarmiento de Junín, quien acompañaría a Villa Dálmine en la Primera C. Fueron 120 minutos ardorosos, donde el 1-1 no se movió y el cuadro del Bajo Flores respiró en la definición por penales. Muchos futbolistas actuaron ese día en particulares condiciones, como lo evoca Catalano: “Walter Martín, el jugador que convirtió el penal con el que nos salvamos, ya tenía el telegrama de no renovación de contrato. Una cosa de locos”.
Tras la angustia, comenzó 1984 con el claro objetivo de tener que sumar la mayor cantidad de puntos posibles para evadir al temido descenso. Como entrenadores llegaron Oscar López y Oscar Cavallero, dándole la seriedad y profesionalismo que el club necesitaba. Enseguida se dieron los resultados. En ese plantel, asomaba un joven delantero, que pronto se haría famoso a fuerza de goles, al punto de ser el máximo artillero del club en Primera División: José Luis Puma Rodríguez: “Lo primero que me sorprendió allí fue el trabajo del cuerpo técnico, de cómo conocía al plantel del año anterior y de cómo amalgamó a los que habían quedado, con los chicos que surgíamos y con los que trajeron, que eran buenos tipos y con un recorrido en primera: Fernando Donaires, Héctor D´Angelo, Clide Díaz, Lorenzo Ojeda y Guillermo Zárate”.
El Puma era un pibe de apenas 20 años que encontró allí dos maestros que lo marcarían para toda la vida: “Con ellos aprendí a jugar al fútbol. En las inferiores hacía lo que sentía, acorde a lo que se podía ver en televisión, pero gracias a López y Cavallero comencé a entender el juego. De a poco nos fuimos conociendo y yo entendí lo que pretendían. Les estoy eternamente agradecido, porque me dieron muchas chances y comencé a ser más profesional y para la institución fueron de gran relevancia”
Los ojos del público, que habitualmente no seguía la Primera B, se posaron allí por la presencia de Racing. Y pudieron comprobar que Deportivo Español construía una campaña asombrosa con 10 victorias en las primeras 11 fechas: “Fui titular en el segundo y tercer partido. Luego me sacaron y cuando volví al equipo, me cambiaron de posición. Siempre había sido 9 y me pusieron de 11 y eso modificó toda mi carrera, porque fue mi lugar en la cancha. En la victoria contra Nueva Chicago, un gran periodista como Juan Carlos Morales me puso el apodo de Puma, en relación al famoso cantante, porque decía en su relato que yo hacía cantar a la gente de Español. Ganamos el torneo de punta a punta”.
Tantas veces soñado por la colectividad, el anhelo fue una realidad y en febrero de 1985, con el inicio del último torneo Nacional de la historia, el Deportivo estaba nuevamente entre los grandes, hecho que no solamente fue importante en la faz deportiva, como lo evoca Catalano: “Haber llegado a la Primera fue un espaldarazo tremendo a nivel social, con muchísimas gente que comenzó a hacerse socia y darle otra vida al club. Por ejemplo, no había lugar para comer los sábados por la noche y lo mismo pasaba con las parrillas los domingos al mediodía. Había cerca de 27.000 socios y en ese tiempo se abrió también el profesorado de educación física, que llenó de jóvenes las instalaciones”.
Desde un primer momento, ahuyentados los temores clásicos de quien recién asciende, Español dejó su impronta, plantándose firme ante sus adversarios, algo que sería una marca registrada: “Como equipo éramos muy respetados y nos llenaba de orgullo. Estando en Primera les ganamos a todos, en su cancha y en la nuestra. Fuimos una sorpresa desde el arranque, porque cuando llegamos a Primera todos pensaban “es Español, recién asciende, no nos va a traer problemas”, pero seguimos haciendo lo mismo que en la B y nos daba resultado. Nadie esperaba que hiciéramos esa campaña, que nos dio un colchón de puntos como para no mirar el promedio. Hay que tener en cuenta que nos topamos con el River del Bambino Veira con un Francescoli tremendo, sino hubiésemos peleado el título. Incluso, de los cuatro puntos en disputa con ellos, ganamos tres. Empatamos 2-2 en Ferro y les ganamos 1-0 en Núñez”, recuerda el arquero.
El cambio de categoría no influyó en el rendimiento del Puma Rodríguez, que siguió en ascenso: “Lo fundamente fue que casi no hubo cambios con respecto al equipo campeón de la B, con excepción de los dos uruguayos que enseguida se acoplaron perfecto: Daniel Andrada del medio para adelante y el querido Charly Batista, nuestro eterno lateral derecho. Siempre jugábamos igual, más allá que algunos nos tildaran de defensivos, pero nunca nos tirábamos atrás. Estábamos bien aceitados para posicionarnos en 40 metros y no darle espacios al rival. Había un gran trabajo táctico de López y Cavallero y teníamos automatizado los movimientos. Contra los grandes siempre nos iba bien, porque los técnicos nos remarcaban esto: ‘ellos tienen la presión, porque sus hinchas quieren ir ganando a los cinco minutos. No tenemos que desesperarnos. Desde que arrancamos, con el 0-0 ya tenemos un punto. Hay que ser pacientes y esperar la oportunidad'”.
En el otro extremo de una imaginaria cancha, Pedro Catalano coincide con su compañero: “La clave era que salíamos con un libreto bien estudiado y aprendido, que lo ejecutábamos bien porque nos daba resultado. El jugador hace las cosas que le indica el técnico, pero se convence cuando ve que pasan y entonces allí cree más. Éramos un equipo que se defendía en bloque, que pasábamos la línea de la pelota para defender y en cuanto teníamos la posibilidad, salíamos rápido de contra. Estábamos muy bien trabajados y cada uno sabía lo que tenía que hacer. Siempre en defensa anduvimos bien y a partir de ahí, la cosa funcionaba. Sabíamos que se la tirábamos al Puma Rodríguez, a Walter Parodi o al Gallego González y ellos se arreglaban muy bien y solucionaban todo. El Puma era un delantero temible que tenía de hijo a los mejores arqueros del momento, que eran nada menos que Luis Islas, Ubaldo Fillol o el Loco Gatti”.
Tras un torneo 1986/87 de medianía y sin mayor protagonismo, el equipo tuvo un arranque furioso en la temporada siguiente, donde llegó a ser puntero por varias fechas en la primera rueda con el Puma como figura del campeonato: “Fui beneficiado por el cambio de sistema que aplicaron los técnicos, ya que pasamos de tres puntas a dos, haciendo dupla con el Gallego González, con una premisa: no estar en el área sino llegar allí. Y abastecidos por dos excelentes compañeros como Germán Martelotto y Mario Cariaga. En la segunda rueda bajamos un poquito, yo estaba lesionado, pero terminé como goleador del torneo con 18 tantos y recibí el llamado de Bilardo para ir a la Selección. Fui titular contra Alemania en diciembre de 1987 en cancha de Velez donde ganamos 1-0. Del medio para adelante jugué con Maradona, Burruchaga y Valdano. Un recuerdo maravilloso de haber compartido esos momentos con los campeones del mundo, que me hicieron sentir como uno más”.
Es inevitable que no surja una anécdota risueña con el entonces entrenador de la Selección: “Unos días antes estábamos haciendo una práctica en cancha de Boca y yo estaba para los supuestos suplentes, pero que eran tipos tremendos como Clausen, Dertycia o Cuciuffo. A los 15 minutos ganábamos 3-0 con todos los periodistas presentes. En ese momento me llamó Bilardo: ‘Pibe, escuchame: dejénse hacer los goles, porque si no vamos a estar como cuatro horas acá (risas). Se ponía loco si los titulares perdían. Terminamos 3 a 3′”.
La temporada 1988/89 trajo la innovación al fútbol argentino de los tres puntos para el partido ganado y en los que finalizaban empatados, una unidad para cada y una extra para el que se impusiese en la definición por penales. En ese momento, llegó Carlos Aimar a la dirección técnica, en su primera experiencia a cargo de un plantel, tras ocho temporadas como mano derecha de Carlos Griguol en Ferro Carril Oeste y River Plate.
“Me encontré con un plantel excepcional, de buena disposición para el laburo y grandes jugadores. Me asombró por ejemplo el lateral uruguayo Charly Batista, que tenía una velocidad admirable. Por su capacidad física y táctica, me permitía jugar con tres defensores (Segovia, Luongo y Zanetti) y él se sumaba a la mitad de la cancha, en una primera línea de volantes con Ortega y Correa, que era el más retrasado y se metía entre los centrales. Más adelante Chicho Gaona y Martelotto, que manejaban la pelota con gran calidad. Y adelante el Puma, que lo tuve poco, pero era una fiera, con Parodi o el Gallego González”, se explaya.
“En poco tiempo logré todo lo que quería, pero el gran mérito fue de ellos que captaban enseguida, querían incorporar cosas y mejorar constantemente. Como nos acompañaban los resultados, el entusiasmo era general. Si en lugar de la camiseta de Deportivo Español hubieran tenido la de un club grande, esos futbolistas hubiesen trascendido mucho más. Y era merecido, por su actitud, tanto en lo profesional como en lo humano”, agrega.
El Cai también se refiere a un personaje controversial, pero ineludible a la hora de hablar de aquel Deportivo Español. Su polémico presidente Francisco Ríos Seoane: “A diferencia de lo que había vivido en Ferro, que era una institución modelo, acá Ríos Seoane era un desastre y no nos pagaba nunca. Una noche enfrentamos a Racing en Avellaneda, con la posibilidad de pasarlos en la tabla y quedar primeros si ganábamos. Si eso se daba, él prometió dar un premio. Fue una noche maravillosa, donde goleamos 4-1 y volvimos re contentos para el club. Cuando llegamos no había nadie (risas), ni siquiera para festejar la victoria. Ni hablar de Ríos Seoane y el premio…”
Los años 1990 y 1991 fueron para olvidar, porque la base del equipo se mantenía, pero los problemas institucionales afectaban el rendimiento. A tal punto que el promedio comenzó a preocupar por primera vez, como lo recuerda Catalano: “El equipo del Clausura 1992 fue muy interesante, de los mejores que integré en el club. Tanto yo como los hinchas, no solo de Español, lo recordamos de memoria: Catalano; Batista, Bustos, Luongo y Zanetti; Peralta, Michelini, Barrella, Albornoz; Parodi y Caviglia. Comenzamos muy complicados con el promedio la temporada, ya con el regreso de Cavallero como entrenador. El apertura no había sido bueno, pero hicimos una enorme campaña en el Clausura, terminando segundos a dos puntos del Newell´s de Bielsa y salvados del descenso dos fechas antes”.
En noviembre de 1994 se produjo el último partido de Catalano en el arco, tras una decisión del director técnico, José Toti Iglesias. Su inmenso record se había clavado en 333 encuentros consecutivos, ya que no faltaba desde julio de 1986. Como si la ausencia de su referente hubiese activado algo negativo, Deportivo Español lentamente se fue deshilachando, dejando jirones de su antiguo nivel competitivo, para empezar a pelear el descenso. A mediados de 1997, una huelga paralizó la actividad del fútbol argentino y fue a causa de que seis futbolistas de la institución reclamaban la libertad de acción que la institución le negaba.
Aparecer en los medios por algo ajeno al rodar de la pelota sumado al hecho de haberse salvado del descenso por apenas una centésimas, eran la clara muestra de estar en la antesala de lo peor. Y ello llegó en la temporada 1997/98, donde arrancó con la espada del descenso sobre la cabeza, que cayó implacable, cerrando un ciclo histórico.
Las tribunas coloridas del “Estadio España” llevan los nombres de algunos futbolistas notables de su historia. La mayoría, conformaron aquellos equipos legendarios de los ’80 y ’90. La justicia futbolera dice presente, como en la memoria de los hinchas, que más allá de los colores, los recuerdan con afecto y recitan sus formaciones de memoria.
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