En medio del Valle de Tierra Mayor, a la vera de la mítica Ruta 3, donde se percibe la sensación del Fin del Mundo y el frío del invierno tiñe de blanco los coloridos paisajes que varían entre los naranjas otoñales y los verdosos de verano se encuentra el restaurante de la familia Giró. Una parada obligada que los turistas solían hacer antes de los tiempos de pandemia para disfrutar de los platos tradicionales, como el cordero patagónico, la centolla, la merluza negra o la trucha.
María, sonriente y entusiasta, estaba acostumbrada a recibir a los forasteros detrás de un enorme delantal celeste ajeno a la indumentaria que utilizaba durante sus días de deportista. Ella es una de las integrantes de la dinastía que representó a la Argentina en las competiciones internacionales más codiciadas del planeta. “De los 5 hermanos, 4 fuimos a los Juegos Olímpicos. Creo que el lugar en el que vivimos invita a que desarrollemos ese tipo de deportes. Además, mis viejos siempre nos apoyaron para que participemos en todas las competencias y de chicos nos enganchamos con los viajes”, le dijo a Infobae con el orgullo que le representa su pasado.
Su disciplina era el biatlón, la práctica que combina el esquí de fondo con el tiro al blanco con carabina, y gracias a su talento participó en la edición de 1992 organizada por Albertville, Francia, y dos años más tarde en Lillehammer, Noruega. “Mis dos hermanos varones estuvieron en Calgary, Canadá (1988), pero también estuvimos todos juntos en campeonatos del mundo y torneos internacionales. Fue raro porque competimos todos los hermanos menos la más chica; y cuando todos tuvimos familia, ninguno de los 4 tuvo hijos en competencia a excepción de ella que tuvo al último representante argentino en esquí de fondo”, aclaró en referencia a su sobrino Matías Zuloaga, quien adoptó el ADN olímpico.
Desde chica tuvo que apelar al sacrificio continuo para seguir su sueño. El apoyo económico de su familia fue fundamental para poder realizar las giras alrededor del globo. “Como mi papá tenía contactos con gente de Italia, mi hermana y yo nos movíamos con el equipo italiano. Éramos parte de la Azzurra y aprendimos muchísimo la parte del tiro. Nos adoptaron porque Argentina casi no tenía equipo y nos ayudaron mucho. Se hizo todo a pulmón, porque no contábamos con las becas que hoy brinda el Estado”, recordó.
En una era en la que la globalización no se había afianzado y prácticamente no existían las redes de comunicación como internet, WhatsApp, WiFi o celulares; María tuvo que apelar al ingenio para afrontar su primera aventura en el exterior en 1987. “Fue una época linda. Teníamos que viajar en un mundo que todavía no estaba conectado. Ese año fue la primera vez que viajé sola. Hoy sería imposible hacer algo así, porque salí de Buenos Aires con la bolsa de esquí, el bolso, la mochila y la caja con la carabina. Me fui con un arma en la mano hasta Roma, donde tomé un tren hasta el norte de Italia y recién ahí pude avisar que había llegado bien. Era como un ekeko en soledad”, subrayó.
Con la carabina a un lado, los esquíes por el otro y la incomodidad de compartir los vagones junto a otras 6 personas, María Giró aprovechaba para dormir en los traslados nocturnos que se completaban con las conexiones de los buses para llegar a destino. “Era más de un día de viaje. Tenía 15 horas a Roma, de ahí otras 7 hasta el norte y después esperar a que salieran los micros; porque no podías googlear los horarios del transporte”, explicó. Sin embargo, aquellos sacrificios no le representan ningún significado en comparación con la admiración que siente por su padre, debido a que “él tuvo una historia mucho más trascendente”.
Gustavo Giró fue el primer explorador en organizar una cruzada argentina al Polo Sur. El cordobés radicado en Ushuaia emprendió su aventura a la Antártida en 1962, cuando lideraba la Base Esperanza. “Siempre contaba que le resultó mucho más difícil una expedición que había hecho 3 años antes, que le sirvió como experiencia de prueba y error”, recordó su hija sobre las conversaciones que mantenía con su papá.
La Expedición Invernal que se dio entre el 14 de junio y el 26 de agosto de 1962 consistió en atravesar toda la península antártica, desde el norte (Base Esperanza) hasta San Martín, que marca el fin del círculo polar. “La mayor parte del recorrido la hizo con perros y la otra con tractores. Fue una hazaña única, porque fue la primera que se hizo en invierno, con temperaturas de 50 grados bajo cero y en su mayoría de noche, ya que hay muy poca luz natural en esa época. Mi viejo siempre decía que fue la más difícil y la que menos se conoce”, relató María.
La primera experiencia de Gustavo Giró en la Antártida fue cuando tenía 27 años y permaneció hasta los 29 en la base San Martín. “En ese momento todavía no había conocido a mi mamá. Por ese entonces ella era una niña, porque se llevaban 10 años de diferencia; pero en las otras misiones se mantenían en contacto a través de cartas hasta que en 1966 se casaron”, continuó María.
La ex deportista olímpica siente un orgullo claramente perceptible por su papá. Antes de mencionar alguna anécdota o recordar sus conversaciones realiza pausas para encontrar las palabras adecuadas que puedan describir a la perfección al explorador: “A veces los reconocimientos llegan tarde. En la década del noventa lo reconocieron como Ciudadano Ilustre. Era como una celebridad para Ushuaia, y hace diez años le hicieron un busto en el Paseo de los Exploradores Antárticos. También se lo recuerda mucho el día de la Antártida y fue homenajeado cuando le pusieron su nombre a un barrio”.
María se crió bajo el legado que heredó de su papá. Tomó consciencia de la trascendencia que implican las hazañas del pasado cuando se retiró de la práctica deportiva y se afianzó en el complejo gastronómico que decoró con las aventuras familiares de tiempos anteriores. Tapas de periódicos enmarcadas en las paredes, trofeos y monitores que repasan las imágenes de los argentinos en las bases antárticas mantienen en el presente el espíritu del explorador y la esencia de los atletas.
El apellido Giró arribó a Ushuaia en la década del setenta con un proyecto hotelero y con los años se convirtió en uno de los máximos referentes de la ciudad. “Comenzó como un refugio. Después hicimos la confitería y estaba la idea de hacer habitaciones para que los visitantes pudieran hospedarse. Pero vino una mala racha y todavía no lo pudimos concretar. Ahora estamos tratando de mantener el emprendimiento familiar con el sueño de construir un museo para que todos los que nos visiten puedan tener la posibilidad de conocer sus anécdotas”, subrayó.
El sentimiento que abraza a los Giró es transmitido de generación en generación para que los más chicos tengan presentes al máximo exponente del clan. “La vez pasada le hicieron un lindo homenaje cuando descubrieron su placa y mi sobrino (su nieto) se sorprendió con todo lo que hizo”, recordó la ex atleta. “¡Es re importante mi abuelo!”, fue la frase que deslizó el nene, quien no tuvo la oportunidad de conocerlo, pero percibe el mismo orgullo que siente todo un pueblo. Probablemente en el futuro le cuente las aventuras de su abuelo a los próximos descendientes.
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