Las imágenes vuelven siempre. Más en estos tiempos de evocaciones mundialistas. El palco del Estadio Azteca con las autoridades de pie, en primera fila, esperando por la llegada de los jugadores. De pronto, la aparición de Maradona, que camina unos pasos, estrecha la mano de Joao Havelange, titular de la FIFA, e inmediatamente hace lo mismo con Miguel de la Madrid, Presidente de México, que le entrega la ansiada Copa del Mundo. La felicidad de un país frente a los televisores llega al éxtasis cuando Diego la toma, la levanta hacia el cielo y la besa infinitamente. Ese póster parecía muy lejano, casi utópico, si rebobinamos el tiempo exactamente un año. El último domingo de junio de 1985, la selección de Carlos Bilardo empató agónicamente con Perú en el estadio Monumental, consiguiendo la clasificación en medio de angustias y silbidos…
La eliminatoria había sido favorable en resultados en el inicio, pero no en el juego, la gran deuda de aquel equipo. Sendas victorias como local y visitante ante Venezuela y Colombia lo colocaban en inmejorables condiciones de obtener el pasaje a México el domingo 23 de junio al visitar a Perú, que estaba segundo tres puntos por debajo. Apenas un empate alcanzaba. Pero fue derrota, con una cacería (no se lo puede llamar marca) de Luis Reyna a Diego Maradona. Quedaba el desquite en cancha de River, siete días más tarde, pero el adversario ya estaba a solo una unidad. El primero de la zona se clasificaba directo, mientras que segundo y tercero debían disputar un cuadrangular con otros dos países del continente buscando la última plaza por Conmebol. Había que conseguir un punto. Nada más. Nada menos, para ese grupo al que todo le costaba.
Uno de los protagonistas de aquella nublada tarde del 30 de junio fue Oscar Garré, lateral de Ferro Carril Oeste, hombre que había estado desde la primera convocatoria de Carlos Bilardo y era del núcleo de futbolistas objetados por una parte del periodismo y de los hinchas, pero indiscutidos para el entrenador: “Después de haber arrancado tan bien con Venezuela y Colombia fuimos concentrados pero tranquilos a Lima. Fue un partido muy atípico, por lo de Reyna con Diego, algo que nunca vi en mi vida de profesional. Nos mirábamos entre nosotros y no podíamos entender lo que hacía ese muchacho (risas). En un momento, Diego fue a tomar agua al borde del campo, el tipo lo siguió hasta ahí y se quedó al lado. Yo siempre digo que si Reyna había llegado a estar en la selección, era porque tenía condiciones, pero fue muy llamativo lo que hizo, desentendiéndose de todo por tratar de controlarlo. Le dieron una función y la cumplió como el último partido de su vida”.
Siete días más tarde era la hora de la verdad. Luis Reyna fue bañado en insultos apenas pisó el césped del Monumental, pero nada lo intimidaba ni hacía cambiar su objetivo. Apenas pitó el brasileño Romualdo Arppi Filho se pegó como estampilla a la camiseta 10 de Argentina. Iba tan solo un minuto de juego, cuando Julián Camino, lateral derecho argentino, le aplicó un planchazo a Franco Navarro, quien debió salir en camilla y ser reemplazado. Apenas recibió una amarilla que merecía ser roja y así lo recuerda: “Si, fue famosa esa patada, me la hacen acordar hasta el día de hoy. La cosa venía caldeada desde la semana anterior por la locura de Reyna con Maradona, que lo agarraba, haciéndole faltas en forma sistemática, sin que le sacaran amarilla. Eran otros tiempos, con menos tecnología. Apenas empezó el partido se produjo un rebote y la pelota me pasó por arriba. La verdad es que le entré muy fuerte a Franco Navarro… Después con el paso de los años te arrepentís. Con el tiempo nos volvimos a enfrentar y le pedí disculpas, las cuales aceptó. Es más, siendo ayudante de Sabella en el cuerpo técnico de la selección, fuimos a Perú en 2013 por las eliminatorias y me vino a saludar su hijo. Por suerte quedó todo bien”.
Roberto Challe, el entrenador visitante, debió hacer un cambio cuando solo se habían disputado 60 segundos. Por el lesionado ingresó el habilidoso Julio César Uribe, uno de los tantos buenos elementos de aquel equipo. A los 12 minutos, Garré hizo un lateral para Maradona, que zafó de su marcador personal, escapó como puntero izquierdo y envió un centro bajo al punto del penal, donde Pedro Pasculli anticipó a los defensores y con remate cruzado puso el 1-0. Era el alivio tan necesario, la historia parecía encaminarse. Sin embargo el destino era otro, como evoca Garré.
“Parecía que nosotros, ese grupo, no podía tener paz. Éramos locales, con la cancha que reventaba, estábamos ganando y enseguida se nos complicó. Hay que resaltar que allí también hubo mérito de ellos. Perú siempre se caracterizó por el buen juego y eso hizo, tanto allá como acá. Es algo que mantienen hasta el día de hoy, una filosofía de pelota al pie y respeto por el trato del balón. Salieron a ganar, pero su temperamento los hacía encararlo más tranquilos, que no era a matar a morir y eso los ayudó. No se traicionaron, siguieron tocando y en quince minutos dieron vuelta el resultado. Fue un baldazo de agua fría”.
Lo mismo que sintió Garré dentro de la cancha fue lo que llegó al alma de los futboleros que estaban en el estadio, lo seguían por radio o la televisión. A los 23, César Cueto envió un centro pasado, Uribe saltó, la bajó y Velázquez convirtió el empate dentro de área chica. Y la filosofía de toque inalterable que menciona el ex lateral izquierdo de Ferro se puede apreciar en el video. Perú dominaba el balón con calma y sobre los 39 consiguió el segundo tanto. Cueto habilitó en cortada a Barbadillo, por entonces compañero de Ramón Díaz en el Avellino de Italia, quien dejó en el camino a Fillol y estampó en la red un frío monumental…
En las palabras de Garré, vuelven las sensaciones de ese instante: “Fue un golpe duro. Nos mirábamos con los muchachos y no podíamos entender lo que estaba pasando, pero allí afloró el temple de ese grupo de jugadores, con la capacidad de reaccionar y seguir buscando. Hay un detalle que no debemos olvidar: toda la gente que nos estaba alentando, de pronto cambió, se impacientó y se nos volvió en contra. Eran 80.000 personas que si dabas mal un pase te chiflaban sin parar. Se hizo cuesta arriba. Volvieron las sensaciones de otros momentos, los primeros del ciclo de Carlos, cuando las cosas no salían del todo bien y no lográbamos entrar en el paladar del hincha argentino. También sumo otro elemento: había muchos jugadores de equipos chicos, como Estudiantes, Argentinos Juniors o Ferro y buena parte de la gente no se sentía tan identificada”.
Otro contraste con lo que iba a ocurrir un año más tarde en México fue la tarea de Diego Maradona. Soportando tanto la marca, muchas veces fuera del reglamento de Reyna, y una persistente lesión que lo aquejaba desde el inicio del período eliminatorio, solo hubo destellos de tu talento infinito, pero lejos estuvo de ser desequilibrante. En el segundo tiempo, Argentina se fue tan masiva como desordenadamente al ataque, dejando huecos en el fondo para las peligrosas réplicas rivales. El enorme Ubaldo Fillol, como en los tiempos del ’78, dijo presente para salvar un par de ocasiones. Faltaba media hora y la gente comenzó a pedir a un futbolista que había sido titular en el primer partido, nunca más había entrado y estaba en el banco de suplentes: Ricardo Gareca. Entrevistado para el libro “Esto (también) es fútbol de selección”, rememoraba aquellos momentos.
“Fue muy lindo escuchar que desde las tribunas me pedían. Siempre fui un tipo de tenerme mucha fe y ahí también. Sentía que podía ser un partido como para mí, por cómo estaban dadas las cosas, con el 2-1 abajo y el equipo empujando. Bilardo me llamó para ingresar y un instante antes me dijo unas palabras que me las voy a quedar por siempre para mí. Nunca dije nada acerca de eso ni lo voy a hacer”.
Los relojes ya estaban en los 80 minutos. Solo quedaban 10 para llegar al gol salvador y evitar tener que ir a un repechaje con destino incierto. Córner para Argentina que ejecuta Garré, un despeje de la defensa que le cae a Burruchaga de frente al área. La crónica le da paso a los recuerdos de Gareca: “Jorge lo vio a Passarella entrando al área por el otro lado. Daniel se metió con todo, la mató con el pecho y sacó un derechazo que superó al arquero. Pegó en el palo y empezó a cruzar la línea. Le pegué y logramos el empate. Luego vino una polémica típica argentina (risas), si lo había hecho yo o Passarella. El tema es que Daniel tuvo una muy buena actuación, fue el emblema de esa tarde y le quisieron agregar el gol, pero la metí yo y se cumplió el objetivo de haber clasificado para el Mundial. Algo parecido le pasó a Palermo en 2009, también contra Perú en el Monumental, haciendo un gol decisivo. La diferencia fue que Diego lo llevó a la Copa del Mundo. Yo siempre tuve la expectativa de ir a México, incluso en forma extraoficial me decían que sí, pero finalmente me quedé afuera”.
Al mismo tiempo, en Bogotá, la selección local vencía a Venezuela 2-0 y aseguraba su lugar en el repechaje. Ese día, en el arco de Colombia, hizo su debut Carlos Fernando Navarro Montoya, hecho que años más tarde le impediría actuar para Argentina, cuando Daniel Passarella era el entrenador.
Los padecimientos de ese grupo se vieron reflejados en esa jugada, donde la pelota parecía que no entraba nunca en el arco. Incluso al observar las fotos, hay otro actor destacado de la escena que es Pedro Pasculli, quien tomó del brazo al defensor Chirinos, impidiéndole llegar para el rechazo. Por suerte, el árbitro obvió la infracción y el país gritó la clasificación. Garré también lo vivió así: “Me di cuenta del gol por el grito de la gente, porque no veía lo que pasaba en el área. Fue demasiado sufrido. Los minutos, que antes de esa jugada pasaban a mil por hora, habían decidido no avanzar más”. También Camino vuelve a aquel momento con similares sentimientos: “Habían sido 90 minutos durísimos, contra un muy buen rival y en medio de una cancha que parecía un pantano. Barro, charcos y agua por donde pasaras. Sufrimos en exceso. ¿La verdad? Por como venía la mano, lo sacamos de la galera”.
El debut de Argentina en aquella eliminatoria había sido el 26 de mayo ante Venezuela, con victoria 3-2. Por esos días, Alejandro Romay cumplía su primer año de nueva gestión al frente de canal 9, siendo el cómodo líder en audiencia. Por esa pantalla se vieron todos los cotejos. Los tres de visitantes en directo y los tres de local, solo en vivo para el interior del país, mientras que en Capital y Gran Buenos Aires, la emisión comenzaba cuando en tiempo real, arrancaba el segundo tiempo. Adrián Paenza en estudios, Enrique Moltoni en el campo de juego, Fernando Niembro en los comentarios y Marcelo Araujo en los relatos conformaron el equipo. Éste último dijo tras el gol, con la garganta plena de emoción: “Passarella y Gareca empujando dicen que el partido está dos a dos y México recibe otra vez al equipo argentino”.
Y así fue. Ya las luces artificiales estaban encendidas para iluminar la invernal tarde. Perú fue al cuadrangular junto a Chile, Colombia y Paraguay, que finalmente fue el vencedor y disputó la Copa del Mundo. El primer gran objetivo del ciclo Bilardo estaba cumplido, en medio de una avalancha de críticas que no cesaban, como reflexiona Garré: “No hay que olvidarse, aunque parezca mentira, que hasta Diego era criticado. Una cosa de locos. Si a él le cuestionaban cosas, a nosotros nos mataban directamente (risas). Pero el grupo siempre estuvo muy unido, en lo que Carlos tuvo mucho que ver. Y con eso fuimos campeones del mundo”.
Pero para eso todavía faltaba un año. Donde pasaron muchas cosas. Nuevas convocatorias y sorpresivas desafectaciones, malos rendimientos en la mayoría de los amistosos y hasta un intento de golpe para desplazar al entrenador. En aquel dramático encuentro con Perú, Bilardo utilizó 13 jugadores y 5 de ellos no llegaron al Mundial: Julián Camino, Enzo Trossero, Juan Barbas, Ricardo Gareca y Ubaldo Fillol. Los últimos dos fueron los más sorprendentes, sobre todo en el caso del Pato, ya que nadie podía imaginar que la gris tarde de la clasificación fue su última presentación en la selección nacional, cerrando un brillante ciclo de 11 años.
Con el pasaje a México en el bolsillo, una parte del plantel fue a festejar, en una reunión organizada por el profesor Ricardo Echavarría, preparador físico y pieza clave en el grupo. Ya se habían ahuyentado los fantasmas. Sobre el final, Garré deja una reflexión: “Si esa tarde perdíamos con los peruanos, creo que nos tendríamos que haber ido a vivir todos a otro país”. Por suerte se quedaron acá y exactamente 365 días más tarde, a la misma hora, salían a los balcones de la Casa de Gobierno, bañados por el grito más lindo del fútbol: “Campeones del Mundo”.