Pertenece a una clase de jugadores con una estirpe que se trae desde el primer picado. Esa de sentir la camiseta celeste y blanca como una segunda piel. Nobleza, entrega y alma ganadora, fueron algunos de los atributos del Vasco Julio Olarticoechea, que lo llevaron a ese sitio, donde el futbolista es querido por todas las hinchadas, sin distinción de camisetas. Y eso que lució la de tres de cinco grandes, una en cada Mundial donde dijo presente: 1982 lo encontró en River Plate, 1986 en Boca Juniors y 1990 en Racing Club.
Lleva con orgullo una marca reservada para pocos, ya que nunca perdió en los 12 partidos que disputó en Copas del Mundo, además de aquilatar el oro de campeón y la plata bañada de gloria del subcampeón en suelo italiano.
Su primer contacto con la Selección mayor fue en 1981, donde ya iba a mostrar uno de los detalles sobresalientes de su trayectoria que fue la polifuncionalidad: “Fue una gran emoción que Menotti, el técnico campeón del mundo, me incluyera en la lista de los 40 intransferibles, que debíamos seguir en el país. Empecé a entrenarme y fui a la gira por Europa de ese año. Contra el Hércules jugué de lateral izquierdo y al partido siguiente contra Fiorentina, entré por Van Tuyne, que era zaguero, pasando Gallego a hacer dupla en la defensa con Passarella y yo como volante central. En el entretiempo, el técnico rearmó todo, volviendo el Tolo al medio, pasó Olguín de lateral derecho a la posición de 2 y fui de 4. Tres posiciones en un partido y medio. El último de aquella serie fue con el Barcelona en el Camp Nou. Para mí fue bueno el balance, pensando que faltaba poco para el Mundial”.
Además de la inmensa alegría por el buen rendimiento, esa gira le trajo otra satisfacción a Olarticoechea: “Cuando regresamos, el avión no pudo bajar en Buenos Aires por un tema del clima y lo hizo en Córdoba. Estaba tomando algo en el bar del aeropuerto. Se acercó un mozo, con quien nos conocíamos de habernos visto algunas veces y me dijo: “Te felicito, Vasco, qué bueno que pasaste a River”. Yo no entendía nada, me sorprendió completamente porque ningún dirigente de Racing me lo había comentado. En el primer torneo salí campeón con Di Stéfano de técnico”
Menotti les había presentado su plan a los dirigentes de AFA que consistía en un trabajo que se iniciaba a mediados de febrero del ’82 y los convocados no podían actuar en sus clubes durante el Nacional: “Fue una concentración muy larga, primero en Mar del Plata y luego en un predio en Tortuguitas. Fue cansador, pero valía pena. Yo me sentía con mucha fe para poder ser titular, porque en las prácticas estaba muy bien. Sin embargo, Menotti decidió mantener la defensa que había sido campeona en el ’78 (Fillol; Olguín, Galván, Passarella y Tarantini) y por ese motivo no jugué ni un minuto. Me quedé tranquilo porque había dado lo mejor y por eso pongo como ejemplo las palabras de Daniel Bertoni, que siempre dice que yo debería haber estado entre los 11, porque no me pudo pasar ni una vez en las prácticas”.
En la previa, Argentina era uno de los grandes candidatos. La realidad mostró otras cartas: “Era un plantel muy bueno, porque a los campeones de cuatro años antes, nos habíamos sumado una serie de jóvenes con mucho rodaje y varios años en primera, con Diego a la cabeza, más Ramón Díaz, Gabriel Calderón, Juan Barbas y yo. El tema es que se cometieron algunos errores, como el exceso de confianza y la concentración en un lugar inapropiado, como lo era un hotel con la playa a pocos metros, que se veía desde los balcones. También nos impactó mucho encontrarnos con la realidad de Malvinas, que acá no se decía. La sensación era muy fea, porque nos poníamos en la piel de esos pibes de 18 años que estaban luchando y nosotros por disputar un Mundial, era bastante contradictorio. Solo nos quedaba tratar de hacer un gran torneo para darle alegría a la gente, pero no pudo ser”.
Tras el fracaso en España, la Selección tuvo varios meses de incertidumbre, hasta que a mediados de diciembre se supo que no se había llegado a un acuerdo con Menotti para la renovación del contrato. El sucesor elegido fue Carlos Bilardo, de una línea futbolística opuesta y de gran presente en aquellos días, donde un par de meses más tarde se consagraría campeón con Estudiantes de La Plata. El 18 de marzo dio su primera lista y allí estaba Olarticoeceha, que encajaba a la perfección en uno de sus credos, acerca que los futbolistas debían saber moverse en todas las posiciones
“Solo quedamos cinco de los que habíamos ido al Mundial ’82 (Fillol, Pumpido, Trossero, Calderón y yo). El primer entrenamiento fue una locura (risas). Hizo todo un repaso de pelota parada: variantes de saques de arco, laterales ofensivos y defensivos, tiros libres de derecha a izquierda y al revés, córner a favor y en contra. Increíble. Dos meses después fue el debut contra Chile en Santiago, donde jugué de lateral izquierdo y siempre recuerdo que el primer tiempo lo tuve a Carlos pegado a la raya de mi lado, dando indicaciones sin parar… Imaginate (risas). En un momento me gritó, me di vuelta para verlo y justo metieron un pelotazo y me ganaron la espalda. Me desconcentró y entonces decidí no mirarlo más y chau”, recuerda Olarticoeceha con una sonrisa.
Bilardo lo tenía en consideración, pero lo utilizó poco. Apenas fueron 3 encuentros en 1983 y ninguno en 1984, hasta que llegó un momento decisivo, a principios de agosto: “Teníamos que enfrentar a Uruguay en cancha de River y los dos laterales derechos del plantel, Camino y Clausen, se habían lesionado y yo podía jugar tranquilamente allí. Sin embargo, llamó a Eduardo Saporiti, que era compañero mío en River y a mí ni me convocó. Eso no me gustó nada, pero esperé porque a los 15 días se iniciaba una gira y como no me llamó, decidí renunciar, porque sentía que estaba ‘pintado’ en la Selección y que no me tenía confianza”.
Fueron tiempos de cambios en su vida, más allá del aquel alejamiento. A comienzos de 1985, se produjo el pase de Gareca y Ruggeri de Boca a River. Fue una ardua negociación, con una delicada ingeniería, la cual incluyó dinero y el traspaso suyo y de Carlos Tapia hacia los xeneizes. Un enorme paso adelante en sus carreras, porque enseguida fueron titulares y referentes de un equipo que comenzaba a reconstruirse tras en 1984 que fue el peor de la historia de la institución. Por su estilo y temperamento, Olarticoechea calzó justo con esa camiseta.
“Mi rendimiento era muy bueno y por eso llegó el llamado de Bilardo, con quien tuve varias reuniones entre marzo y abril del ’86, cuando se acortaban los tiempos para la lista definitiva del Mundial. Carlos Pachamé, su ayudante, me fue a ver al vestuario de la Bombonera el domingo 16 de marzo, luego de ganarle a Argentinos, para que vaya al día siguiente a las tres de la tarde, a un bar de Corrientes y Uruguay. Era un lugar enorme, donde no había nadie, solo Bilardo, sentado a una mesa en el medio del salón, engripado y con la nariz muy colorada (risas). El motivo era que me quería llevar a la gira que se iniciaba pocos días después, pero le dije que no, porque nos habían robado en casa y no quería dejar a mi esposa sola con las nenas chiquitas”.
La gira lejos estuvo de ser buena (derrota con Francia 2-0 y dos victorias ajustadas contra equipos: Napoli 2-1 y Grasshopper 1-0), por lo que las críticas hacia el entrenador se hicieron más virulentas, con amenaza de desplazamiento incluida. El domingo 6 de marzo, Boca perdió en su cancha con River 2-0, día que quedó en la historia por la pelota naranja y nuevamente la misma escena al terminar: “Otra vez vino Pachamé al vestuario, pero para decirme que Carlos quería verme ya. Mi esposa me pasó a buscar con el auto y de camino hacia Saladillo, salí de la autopista en un peaje en la zona de Flores, porque Bilardo me estaba esperando allí. A las pocas cuadras, bajamos de los coches y mientras conversábamos, observé que buscaba algo en el piso. Encontró un pedazo de ladrillo y con eso, en una pared, me dibujó lo que quería de mí en una nueva función, que era la de lateral volante. ¡Todo en medio de la calle! (risas). Me dijo que si estaba de acuerdo, me esperaba el martes para el entrenamiento. No estaba seguro, pero mis amigos del pueblo me convencieron”.
Fue todo a último momento, con dosis de sorpresas a cada momento: “Estaba volviendo de Saladillo para la Capital, porque nos tenían que tomar las medidas para los trajes oficiales con el Negro Enrique, ya que faltaban solo cuatro días para el viaje. Quedé en pasarlo a buscar por la Avenida Pavón en la zona donde vivía y cuando estaba llegando, como el empedrado estaba mojado, al frenar, porque lo vi en la vereda de enfrente, el auto empezó a hacer trompos y quedé al lado del Negro (risas). Que no me hayan chocado en esa avenida fue un milagro”.
Argentina fue la primera Selección en instalarse en territorio mexicano. Un mes de prácticas en el complejo del club América, para afinar los detalles. La posibilidad que el Vasco fuese titular como lateral derecho crecía a medida que llegaba el momento del debut ante Corea del Sur. Sin embargo, ese puesto fue para Néstor Clausen, quien tras ese cotejo salió del equipo y allí apareció José Luis Cuciuffo, para conformar la táctica 3-5-2 con la que llegó a la vuelta olímpica. Para Olarticoechea, fueron momentos agridulces, porque en los primeros cuatro partidos estuvo en el banco de suplentes y en todos ingresó por Sergio Batista, para ubicarse allí, como volante central.
Sin embargo, la gloria eterna lo estaba aguardando en otro puesto: “A Oscar Garré le sacaron la segunda amarilla ante Uruguay y por eso fui titular, nada menos que contra Inglaterra, como lateral volante por la izquierda, porque Bilardo sabía que le podía rendir allí. Fue un partido emblemático y la final anticipada para nosotros. Quedamos en la historia porque no podíamos perder. Sobre el final se dio esa jugada que bautizaron “La nuca de Dios” (risas), porque me tiré de palomita contra nuestro arco y con la nuca la pude sacar ante la presencia de Lineker, que estaba listo para empatarnos. Por suerte lo anticipé y llegué antes, porque era calcada a la jugada del gol de ellos”.
La película “Héroes” inmortalizó los grandes momentos de aquel Mundial tan dulce en el paladar argentino. Pero también el amargo instante del empate alemán en la final, con varias repeticiones del 2-2 y la cámara ubicada detrás del arco lo toma de lleno a Olarticoechea pateando con furia el balón contra las redes: “Mi bronca era porque los teníamos controlados y nos hicieron dos goles de pelota parada. Sin embargo, en ningún momento se nos pasó por la cabeza que podíamos perder y así fue. Cuando el árbitro pitó el final, me fui al banco de suplentes, mientras tomaba un poco de agua, observaba bien toda la locura que se había desatado. Al rato me sumé a la vuelta olímpica, donde viví una situación risueña. Estando en andas, una persona corría al lado y me decía: “Vasco, te cambio la camiseta por este reloj” (me lo mostraba y era de la marca más famosa). Me insistió mucho, pero me negué. Como 15 años más tarde, estando en Costa Rica con el fútbol senior, me lo encontré en la Embajada Argentina. Y allí me saqué la duda. Lo encaré: “Decime una cosa. ¿El reloj era de verdad?”. Me miró con una sonrisa: “No, Vasco, era trucho” (risas).
En el interregno entre los Mundiales 1986 y 1990, fueron contadas las ocasiones en que el equipo de Carlos Bilardo jugó bien. En la misma frecuencia de irregularidad estuvo Olarticoechea, que en ese lapso pasó por tres equipos (Nantes, Argentinos Juniors y Racing) y por varias lesiones: “Los altibajos que tuve fueron por esa causa, una molestia en el aductor y pubialgia. Me costó mucho la recuperación y allí me fue de gran ayuda Pedro Marchetta, que era el entrenador en Racing. Me dio mucha confianza y fui agarrando ritmo para llegar bien al ’90. Me sorprendió no estar en el debut contra Camerún, pero igual seguí firme y buena onda con el grupo, donde nos mezclábamos los experimentados con los jóvenes”.
Tras la dolorosa caída del primer partido, Bilardo hizo “cirugía mayor”, introduciendo cinco cambios para el decisivo choque contra Unión Soviética. Uno de los que ingresó fue el Vasco y tuvo una actuación brillante, cubriendo el lateral con juego, fervor y poniéndole el centro en la cabeza a Troglio para abrir el score: “Pasamos terceros con lo justo y en octavos se nos vino Brasil. En el primer tiempo no pudimos tener la pelota, pero después emparejamos y con un poco de suerte, más la jugada de Diego y Cani, nos quedamos con un clásico que había que ganar como sea”.
Pasó Yugoslavia en cuartos y Argentina estaba entre los cuatro mejores. Un clima abrasador en Nápoles para la semifinal con Italia y otra vez Olarticoechea en alto nivel: “La del gol fue una linda jugada, porque primero pasé y como quedaba en offside, volví. Diego me vio, porque siempre te veía (risas), me dio el pase perfecto, hice la pausa para la diagonal de Caniggia se la tiré medio flotada para que le cayera en la cabeza y fue el delirio. Luego aguantamos y tuve la desgracia que me sacaran la segunda amarilla y perderme la final. Bilardo me sorprendió al elegirme para el tercer penal, creo que por la confianza de haber terminado jugando bien. Que quede claro que no pateé la tierra (risas), se levantó el polvo de la marca del punto penal y por suerte fue gol. Creo que si lo erraba me moría ahí de una ataque al corazón”.
El corazón del Vasco, ese que nunca se entregó, el que dejó todo en cada pelota con la casaca de Argentina en la piel. La humildad que aún perdura en él cuando se muestra orgulloso de haber disputado 12 partidos en Mundiales y no haber perdido nunca, una diadema solo reservada para los elegidos, para los grandes de verdad. Como Julio Olarticoechea.
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