El calvario de Maradona en el Mundial 90, como nunca lo contó: “Sentía que me agarraban el tobillo con una tenaza y me lo retorcían”

El ídolo de la Selección disputó todo el Mundial sin una uña y con el tobillo izquierdo hecho una pelota. "Pocas veces sentí tanto dolor. Varias veces el doctor me sugirió parar, pero yo no salía del equipo ni muerto", le contó a Infobae. A 30 años del histórico triunfo ante Brasil en la Copa del Mundo de Italia, qué sintió inmediatamente después de la mágica asistencia en el gol de Caniggia

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El calvario que vivió Maradona
El calvario que vivió Maradona en el Mundial de 1990

“A una semana del partido inaugural contra Camerún en Milán, uno de los sparrings le metió un planchazo y le arrancó la uña del dedo gordo del pie izquierdo. El propio doctor Dal Monte le colocó una fibra de carbono para que pudiera defenderse del roce. Además, antes de cada partido era infiltrado. Después, un tremendo foul contra el tobillo izquierdo que lo dejó inflamado de una manera brutal. Justo ese tobillo que había padecido tanto con la lesión que le había producido años atrás Andoni Goicoetxea. Era como si a un gran pianista le hubieran dado un martillazo en la muñeca”, detalló minuciosamente Fernando Signorini, preparador físico personal de Diego Maradona, hace unos días, en una entrevista con Infobae.

“Diego no podía pisar por cómo tenía el tobillo y la uña. ¡Tuvieron que hacerle una uña de repuesto! Le llevaban seis, siete pares de botines para que se fuera probando, a ver cuál le quedaba mejor o le hacía doler menos. Yo andaba de acá para allá, para meter mano cuando me lo pidiera. El doctor Madero le dijo: ‘Usted no puede jugar'. ‘¿Cómo no voy a jugar?‘, le respondió. ‘Dénme otra inyección, y otra, y otra’, pedía. ¡Ocho pichicatas le dieron en el tobillo! ¡Ocho! Te imaginás lo que fue... Salió con el tobillo dormido”, recuerda Miguel Di Lorenzo, el célebre Galíndez, utilero y fisioterapeuta de la Albiceleste.

Si el Mundial del 86 fue el de la consagración, el de la metamorfosis en deidad deportiva, la Copa del Mundo de Italia 1990 resultó el Vía Crucis de Maradona. Sin una uña, con el tobillo tamaño bola de bowling, se sostuvo en campo como faro para sus compañeros e imán para los rivales, con sacrificio y dolor, mucho dolor. Así y todo, logró guiar a Argentina hasta una nueva final, que perdió ante Alemania por el polémico penal de Sensino a Völler, que Andreas Brehme convirtió incluso ante la versión superman de Sergio Goycochea.

En el duelo de octavos de final contra Brasil, un Brasil apabullante sobre todo en el primer tiempo, y en una pierna, el Maradona del 86 se corporizó con la misión de desparramar adversarios y habilitar a Claudio Paul Caniggia para que convirtiera uno de los goles más gritados de la historia del fútbol argentino.

Caniggia Gol a Brasil (Italia 90)

A 10 minutos del epílogo, sin la frescura ni el cambio de ritmo habitual por su físico maltrecho, el Diez se despegó de la marca de Alemao, juntó a dos rivales y filtró la pelota para el pique del Hijo del Viento, que gambeteó al arquero Taffarel para firmar un pedazo de leyenda.

No fue gratis para Diego. Quedó claro en los testimonios de signorini y Galíndez, dos testigos de su calvario. En diálogo con Infobae, Maradona la puso palabras a su orgulloso padecimiento para ser protagonista del hito.

Pocas veces sentí tanto dolor como en ese Mundial. No sé cómo me aguantó el tobillo. Me acuerdo que me lo rompen con Rumania de un puntinazo. Ese partido, muchos no se acuerdan, pero fue tremendo, nos cagamos a patadas. Porque ellos dieron, pero nosotros también. Me acuerdo que llegué al vestuario en el entretiempo y no podía pisar. El médico me dijo que no podía salir al segundo tiempo. ¡Era el partido que nos clasificaba o nos dejaba afuera! Ni muerto me lo perdía. Así que me infiltraron en el vestuario y salí a jugar así”, rememora el comienzo de su sufrimiento, poniendo como punto de partida el empate 1-1 contra los rumanos en la fase de grupos (goles de Balint y Pedro Damián Monzón), que le permitió a la Argentina avanzar como mejor tercero a octavos de final.

Su presencia ante Brasil sólo se explicó a partir de su amor propio. Y su relato de la jugada del gol no hace más que confirmarlo: “De ahí en más todos los partidos me infiltraban y, en la medida que pasaban los días, peor se me ponía el tobillo. En el partido con Brasil, cuando le doy el pase a Cani, sentí un pinchazo tremendo. Yo me quedé tirado viendo cómo Cani hacía el gol y sentía un dolor tinfernal. Creo que me levanté de la alegría del gol, pero no sentía el tobillo”.

Maradona acepta que los profesionales que trabajaban en la Selección aconsejaban que le diera descanso al tobillo. Y una vez más afloró la ascendencia que tenía en el plantel. “Varias veces me junté con el doc y me dijo de no seguir jugando, que en el estado en el que estaba no se podía. Pero yo no iba a dejar solos a los muchachos. Ellos me demostraban en cada partido que dejaban la vida y como capitán no me iba a bajar. Por eso me infiltraban cada partido, me sacaban jeringas de líquido. Yo sentía como que me agarraban el tobillo con una tenaza y me lo retorcían. Solo no sentía dolor en los 90 minutos, porque lo único que me importaba era dejar todo en la cancha”, matiza sus sensaciones con una frase maradoniana.

“Casi no me entrené en todo el Mundial por el dolor. No me ataba los cordones, en la concentración andaba en ojotas y las ganas que tenía fueron las que me hicieron llegar hasta el último partido”, describe su tránsito por el Mundial, el tercero de Mayores en su carrera (fueron cuatro, incluyendo Estados Unidos 94). Así, también pasaron Yugoslavia e Italia en los penales, hasta llegar a la final contra Alemania.

Por eso a veces hoy, cuando veo que algunos se bajan por un dolor, por una molestia, no los entiendo. Nosotros en ese Mundial jugamos todos rotos. Yo además del tobillo tenía los aductores casi destruidos y no tenía uña en el dedo gordo. El Cabezón (Ruggeri) tenía una pubalgia tremenda, Burru y el Checho (Batista) estaban al límite. Y sin embargo dimos todo”, concluye, con un mensaje que busca empujar a las nuevas generaciones, con el tobillo inflamado convertido en bandera para la posteridad.

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