Sigo lleno de espanto y pavor.
Era la época en que el cronista soñaba con la nota imposible; la del testimonio audaz o perturbador en cuyo devenir un jugador dijera algo transgresor, osado, imperdonable. Algo con olor a bíblico. Por ejemplo que Rojitas declarara: “Le bajé la gorra hasta las orejas al viejo Amadeo para que se dé cuenta que ya no puede seguir jugando…”. O para que Amadeo –el enorme Carrizo- replicara: “Me senté en el borde del área por que Boca no pasaba de la mitad de la cancha, estaba para hacerme una siestita”.
Sin embargo los dos fueron protagonistas involuntarios del trágico suceso ocurrido en la triste tarde de aquel 23 de Junio de 1968 cuando se produjo el hecho más trágico en la historia del fútbol argentino. Lo que desde hace 52 años se conoce como “La masacre o la tragedia de la Puerta 12”.
Había unas 90 mil personas en el Monumental. River y Boca empataban 0 a 0 y jugaban por el Torneo Metropolitano; más cuando faltaban unos 20 minutos pasó eso: Rojitas se acercó a Carrizo y le bajó una gorra británica de color gris con visera.
Unos minutos después, cómo réplica a la insolencia Amadeo se sentó llamando con sus brazos a los jugadores de Boca.
Todos estábamos lejos de suponer que aquel hecho atípico y burlón generaría la única e inocente sonrisa de la tarde.
Es que entre los 75′ y los 80 minutos un extraño movimiento masivo comenzó a desplazarse buscando la salida. Tal situación se producía en lo que hoy es el Sector L de la Tribuna Centenario Alta del estadio Monumental.
Fue en ese lugar en el cual se distinguían -más que en otros- el enfrentamiento de las hinchadas con cantos insultantes, banderas quemadas, grescas grupales, botellazos por doquier y hasta cierta pirotecnia casera arrojada con intención de lastimar. La única y fugaz coincidencia de esa tarde fue que ambas hinchadas –en diferentes momentos- cantaron por unos pocos minutos la marcha prohibida: Los Muchachos Peronistas, cosa que fue registrada rápidamente por la Policía Federal.
Al término del encuentro yendo desde el Palco de Prensa hacia los vestuarios vi algo preocupante, sospechoso, poco común: una avalancha desde arriba hacia abajo que dejaba cual volcán en erupción gente caída, heridos y angustia. Pero a su vez, en dirección contraria, otros cientos de personas que intentaban volver a la tribuna que habían dejado, a ese epicentro fatal, empujando desde abajo hacia arriba. Entre unos y otros se escuchaban gritos desgarradores y la sangre comenzaba a teñir de espanto el ocaso de la tarde horrenda.
Las anchas escaleras de esa tribuna permiten que unas 15 personas simultáneamente puedan ocuparlas . Y el trayecto es de unos 80 escalones entre la tribuna y la calle. Esos peldaños conducían a la fatídica Puerta 12.
En los años posteriores hemos escuchado, leído y recogido muchos testimonios. Una reconstrucción objetiva sobre de la tragedia nos permite afirmar hoy, 52 años después que los hechos ocurrieron así:
.- 1° Los primeros hinchas de Boca ubicados en esa tribuna que decidieron irse ya sea porque el partido era aburrido y poco prometedor en emociones o para abordar los medios públicos de transporte evitando las largas filas de entonces, comenzaron a marcharse hacia la salida,
.-2° Al llegar al final de su fatal recorrido hallaron un insólito obstáculo, pues los molinetes encastrados al piso aún se hallaban colocados obligando a quien quisiera salir a desfilar individualmente por el hueco de cada pasadizo;
.-3° La puerta corrediza de metal que une cada lado de la abertura no estaba abierta del todo, dejaba un paso limitado,
.4° Además, del lado de la Avenida Figueroa Alcorta se hallaba un grupo de la Policía Montada que con los rebenques en sus manos y sobre sus cabalgaduras impedían la salida de los chicos (la mayoría de los 71 muertos lo eran) azuzándolos con las fustas y el paso intimidatorio de sus nerviosos caballos,
.-5° Ante tamaña amenaza quienes habían llegado abajo querían regresar, evitar la impiadosa reacción policial; tal cruce generó una descontrolada fricción con aquellos otros que querían salir; esto produjo una dramática lucha entre los espectadores quienes bajo el imperio del pánico fueron sembrando la tragedia que habría de tronchar muchas vidas de unos y de otros,
.-6° La inercía del descenso tornó mas rápido y enérgico el desbande de quienes querían salir respecto de aquellos otros que intentaban volver y desde las escaleras se producían las escenas terribles del aplastamiento, la confusión, el llanto y la desesperación,
.-7° La Policia – que tenía el apoyo del entonces presidente Onganía y de toda la cúpula militar que gobernaba el país- se sintió con facultades para bloquear la ya obstruida salida y muchos desafortunados espectadores fueron cayendo o estrellándose contra la parte de cortina metálica que aun quedaba o los molinetes o los policías a caballo transformados en una luctuosa malla de inhumana contención.
Aquellas notas soñadas con protagonistas audaces quedaron como inocentes símbolos de la trágica tarde. Que importaba lo que pudieran decir los jugadores en los vestuarios si ellos también lloraban la tragedia.
La comisaria 33° fue un escenario cruelmente lúgubre. Hasta allí llegaban los desesperados familiares o amigos de quienes intuían podrían estar en la tétrica lista de fallecidos.
El cronista, entonces, no sólo debió padecer el dolor ajeno, sino sobreponerse a su propio dolor anotando en su libretita lo que jamás olvidaría.
Unos camiones, cerca de las 2 de la madrugada, seguían trayendo cadáveres hasta la comisaría. Y en las veredas de los hospitales Pirovano, Fernandez y Rivadavia centenares de padres imploraban su esperanza.
Han pasado 52 años y la Justicia jamás halló a un solo responsable o culpable. Los testimonios fueron controversiales. El presidente de la AFA de entonces – Armando Ramos Ruis- ofreció un reconocimiento resarcitorio de unos 100.000 dólares para todos los familiares con la condición de que nadie le hiciera juicio a River, solo dos familias pasaron a cobrar, para la mayoría la muerte no tenía precio.
La Corte Suprema de Justicia jamás se expidió y la Sala 6° de Apelaciones en lo Criminal archivó el caso.
El cronista anotaba con sus manos temblorosas y sus lágrimas incontenibles todo cuanto sus ojos veían sin poder blindar su corazón.
Qué anotaba aquel cronista si jamás habría de olvidar las voces, los rostros desesperados, el ruido de sirenas de las ambulancias, las manchas de sangre, las muecas del dolor sin alivio, los sonidos de la muerte inconcebible.
Anotaba los apuntes del día más triste en la historia del fútbol argentino.