El 22 de junio de 1986, Diego Maradona se despertó más temprano que nunca en el predio del América de México, según Roberto Mariani, el histórico formador con pasado en Vélez y San Lorenzo, que era parte del cuerpo técnico de Carlos Bilardo, y se encargaba, con el profe Ricardo Echevarría, de golpear las puertas de las habitaciones para convocar al desayuno.
“Se quedó boludeando un rato, compartía el cuarto con Pasculli. En un momento dijo: ‘Tengo unas ganas de comerme un sánguche de mortadela'. Y nosotros teníamos mortadela, eh, habíamos llevado mucha comida de Argentina”, le contó el citado Mariani a Andrés Burgo, autor del libro “El partido”, que se sumerge en la apasionante historia de aquel duelo por los cuartos de final ante Inglaterra del Mundial de 1986; mítico, legendario.
Sí, a horas de pisar el césped del estadio Azteca, de componer su obra más trascendente y recordada, de abrir el marcador con una mano camuflada de cabezazo y de remacharlo con un eslalon artístico, inolvidable; Maradona pedía un “sánguche de mortadela” cual Popeye reclamando su espinaca. Esa paz, tal vez, tenía raíces en su vaticinio, que procuró regar entre sus íntimos y sus compañeros.
“Diego también contó que había hablado con sus hermanos, con Lalo (Raúl) y el Turco (Hugo) de una jugada en la que él se recostaba sobre la derecha, encaraba, dejaba rivales en el camino y definía al segundo palo. Y entonces dijo: ‘Tengo unas ganas de hacerle un gol de esos a los ingleses’. Y bueno, un rato después, de esa manera, hizo el gol de su vida”, completó Mariani.
Más: a Raúl Madero, el médico del plantel, Pelusa le dijo que había soñado que iba a hacer dos goles. Y tan envalentonado estaba que con su augurio en un puño le propuso una apuesta al recordado José Luis Brown. “¿Podés creer que Diego había dicho antes del partido que ganábamos 2 a 1 y hacía los dos goles?”, le dijo entonces el Tata a la revista Sólo Fútbol.
22 de junio de 2020. En su calendario mental, Diego tiene marcada la fecha con la tinta del corazón. El parate del fútbol por la pandemia de coronavirus, más allá de que se mantiene entretenido con sus obligaciones como director técnico de Gimnasia, hicieron que tuviera más presente que nunca aquella gesta que lo sentó en el trono del fútbol argentino.
“El otro día en casa vi otra vez el partido, vi el segundo gol y me sigue emocionando. Y siempre le encuentro algo nuevo, la mala salida de Shilton o el pase del Negro Enrique. Porque joden con eso, pero ahí arranqué yo. Otro por ahí la tiraba a la mierda, pero él me vio y me dio la pelota”, le dijo a Infobae sobre ese toque del mediocampista que en principio supo a instrascendente, pero que puso en marcha a la corrida eléctrica del Diez que terminó en su toque a la valla vacía tras superar a todos los adversarios que tuvo por delante para firmar el 2 a 1 definitivo.
Se cumplen 34 años de aquel triunfo histórico, de “la Mano de Dios”, del “gol del siglo”. De una victoria que, por más de que se tratara sólo de una contienda deportiva, traía la carga emotiva de la guerra de Malvinas, desarrollada apenas cuatro años antes del partido. Se cumplen 34 años de un gol ilegal, que el VAR no hubiera permitido, pero con la astucia del campito de tierra; un regate al reglamento, a los seis ojos del árbitro y los jueces de línea, y también a buena parte de la multitud que no lo captó en el primer golpe de vista, que necesitó de la repetición. Se cumplen 34 años de su majestuosa jugada individual, la oda a la gambeta rioplatense, a la reversión del fútbol en las narices de sus creadores. En 61 metros de recorrido pasaron Glenn Hoddle, Peter Reid, Kenny Sansom, Terry Butcher, Terry Fenwick y el arquero Shilton.
Y Maradona, en exclusivo con Infobae, evoca una de sus actuaciones más emblemáticas. “Con el tiempo dije que el segundo gol a Inglaterra fue para que después no digan que les había hecho un gol con la mano, ja. Creo que fue justo para eso, así no tenían excusas”, subraya Diego, que está convencido que ante otro rival difícilmente hubiera podido dibujarle tamaña cadena de fintas.
La enorme virtud del fantasista argentino se complementó en el imperdonable error de planificación de Bobby Robson, entonces entrenador de Inglaterra. También está indicado en el libro “El partido”. “Yo esperaba que el técnico nos detallara cómo íbamos a marcar a Maradona hombre a hombre, pero Sir Bobby tenía otras ideas: la orden era marcarlo colectivamente y que se ocupara el jugador que estuviera más cerca. Sir Bobby me llevó a un costado para decirme que Maradona sólo tenía un pie del que debía estar atento, pero claramente no me explicó cuán bueno era ese pie”, sorprendió Fenwick con su testimonio. “Tuvimos reuniones para hablar del partido, pero Bobby nunca fue de hacer demasiados análisis tácticos. Era más un motivador”, firmó Hodge en su biografía. Insuficiente para enfrentar a Diego en estado de gracia.
“A una selección como Brasil, Uruguay o alguna otra potencia como Alemania o Francia, creo que no le hubiese podido hacer el gol, porque me hubiesen bajado antes. Mirá si un uruguayo me va a correr al lado o me va a tirar un manotazo al estómago. Me la ponen en la cara...”, vuelve a reírse, con el duro cruce de octavos de final ante los charrúas en la mente.
El 22 de junio de 1986 Diego cumplió con todos sus ritos. “Uno de ellos fue poner un calendario grande que pegamos en la pared entre las dos camas. Primero íbamos marcando los días que faltaban para el Mundial. Segundo, marcábamos con crucecitas cada vez que un seleccionado perdía y se volvía a su casa. Anotábamos los partidos que se iban a jugar y los veíamos por la tele. Era un ritual. Además, en las paredes colgábamos fotos de nuestros familiares antes de los encuentros para sentirnos cerca de ellos. Él ponía las de son Diego, doña Tota y de Claudia (Villafañe). Pero no sólo de los familiares, sino también de dos mujeres que eran muy bellas para Diego, que le gustaban mucho: Valeria Lynch y Pata Villanueva”, detalló Pedro Pablo Pasculli en una entrevista con Infobae publicada hace una semana.
Tito Benros, el utilero principal, le lustró los botines Puma talle 37 que le calzaban como un guante. Salvatore Carmando, el masajista del Napoli al que se llevó a México (además, era un experto cocinero) trabajó en su cuerpo durante una hora. En las prácticas previas, aunque suene increíble, había practicado el salto con el puño camuflado detrás de su cabellera frondosa. En realidad, se trataba de un gesto característico en el área, cuando sabía que iba a ser anticipado por el arquero.
“En el primer gol Shilton pensó que yo iba a chocar contra él. Eso es lo que pasa en esas jugadas, siempre. Pero yo me hice chiquito y salté. No sabía si iba a llegar, tampoco si me lo iban a cobrar, pero no la iba a dejar pasar”, describe su picardía.
22 de junio de 2020. El partido más simbólico del talento de Maradona, la prueba de ADN de su potrero, cumple 34 años. “Más no le puedo pedir a la vida”, asegura, con la mano en el control remoto, siempre listo para ofrendarle otro replay.
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