Todas las tardes, Carlos Iacono se juntaba con sus amigos para ir a jugar al baby en un club barrial de Burzaco. Cuando no tenía partidos con los pibes, se reunía en los potreros para desafiar a los vecinos en los tradicionales picados de la plaza. Eran jornadas extensas en las que la caída del sol marcaba el final de la competencia.
Charly era uno de los más destacados de su grupo. Desde que dio sus primeros pasos, expresó un talento innato que con el tiempo fue perfeccionando. Pero detrás de la alegría que le provocaba la pelota, le caía una presión que no podía soportar. “Mi viejo me quería llevar a las pruebas de los equipos de Primera, y yo me negaba porque sentía que no podía hacer lo que me gustaba”, recordó a la distancia en diálogo con Infobae.
Eran discusiones constantes sobre su futuro. Lejos de querer perjudicarlo, el padre deseaba con fervor que su hijo ingresara en la órbita de los juveniles afiliados a la AFA para que pueda soñar con un buen pasar económico. Pero Carlitos no quería saber nada. “Cuando cumplí los 15 años se calmó, y recién ahí fui a Temperley sin decirle a nadie. Como me aceptaron para el equipo de Liga (alternativo al de la AFA), decidí ir a probarme a Lanús”, explicó con orgullo. Para esas alturas, los hermanos más grandes ya no lo obligaban a ser el arquero en los potreros, ni tampoco recibía los consejos de su papá.
En la primera prueba fue seleccionado junto a otros 14 jugadores en un examen en el que participaron más de 100 candidatos. “Usted, venga mañana que lo queremos volver a ver”, fueron las escasas palabras que recibió del coordinador de las divisiones menores del Granate.
Con perfil bajo, sin generar demasiadas expectativas y una ambición notable, Carlos continuó yendo a Lanús durante algunos días más, hasta que en el tercer entrenamiento una lesión cambió su destino. “Estábamos jugando contra los chicos de la Sexta División cuando un defensor me agarró de atrás y me dio una patada terrible que me sacó del partido”, rememoró el virtuoso delantero que en ese encuentro lo habían puesto de wing derecho.
La infracción tuvo sus consecuencias: esguince grave (grado 4). Pero el dolor no lo sacó del duelo. “De la bronca que tenía, quise seguir jugando. Estuve rengo lo que quedó de la práctica, porque me dejó a la miseria”.
Cuando volvió a su casa, el tobillo le dijo basta; pero el amor por el fútbol lo llevó a seguir participando de los picados en el barrio. En la actualidad asegura que fue el “punto de quiebre” para encauzar su vida. Al no haber tenido el tratamiento correspondiente basado en el reposo y la kinesiología, se le hizo una lesión crónica.
“Al principio iba a los partidos y corría lo menos posible. A veces me mandaban al arco, pero como no me gustaba prefería salir para hacer jueguitos al costado de la cancha”, aclaró Charly, quien aprendió sus mejores trucos con la pelota gracias a la admiración que sentía por Ronaldinho: “Veía la magia que tiraba dentro y fuera de la cancha y quería imitarlo en todo”.
Su primer logro fue la Vuelta al Mundo. Y lejos de conformarse, continuó trabajando en la búsqueda de nuevos trucos que le permitieran desafiar su habilidad. “Miraba muchos videos de Dinho en YouTube, hasta que se me asociaron imágenes de freestyle en Europa. Era algo que estaba naciendo. Me llamó la atención lo que hacían un japonés y un holandés. Ellos eran muchísimo mejores que Ronaldinho, pero no eran famosos. Gracias a ellos me metí de lleno”, reconoció.
Hoy, con 29 años, Iacono cree que fue “una locura”. Lo que empezó como un juego se transformó en su profesión: “Veía a pibes que no eran conocidos que les iba bien. Eso me abrió la cabeza y me ayudó a darme cuenta de que yo también lo podía hacer”...
Otra vez, sin mencionarle nada a nadie, Charly se presentó en el torneo nacional que organizó Red Bull en la cancha de Atlanta. A pesar del frío que invadió aquel junio de 2007, Carlos desplegó su rutina con movimientos naturales que le permitieron quedarse con el primer puesto. A su primer campeonato regional (Buenos Aires) se le sumó el título nacional, cuando superó a un muchacho que se perfilaba como candidato por los shows que brindaba en Lavalle y Florida.
Ser el campeón argentino de freestyle le abrió las puertas del mundo: participó del certamen latinoamericano en Brasil, donde finalizó segundo y se animó a la pantalla chica cuando incursionó en el popular programa Talento Argentino.
Los malabares ante los ojos de Mariano Peluffo, Catherine Fulop, Maximiliano Guerra y Kike Teruel se convirtieron en un fenómeno viral que trascendió las fronteras. “Después de esa presentación me empezaron a invitar de todos lados”, aseguró con un claro rasgo de timidez en su tono de voz.
Con el pasaporte al día, Charly Iacono recorrió más de 35 países desplegando su técnica, entre campeonatos oficiales y exhibiciones. Estados Unidos, Rusia, Polonia, Francia, España, Italia, Inglaterra, Brasil… Una explosión internacional en la que demostró su capacidad. “Tokio me fascinó. Quedé loco con el orden que tienen. Es una ciudad perfecta, aunque también tiene una tasa de suicidio muy elevada por la intensidad que ejerce la sociedad sobre la precisión”, reconoció. Otra vez las presiones volvían a su cabeza.
Eran esas presiones que lo llevaron a perder cuatro finales consecutivas antes de consagrarse campeón mundial. “Me preocupaba mucho lo que podían pensar de mí si no ganaba. Sentía que podía llegar a la final por mi talento, pero no estaba seguro de las ganas que tenía de lograrlo por el sufrimiento que me iba a provocar esa situación. A veces prefería quedar eliminado en octavos, porque llegaba un punto en el que odiaba mucho esa presión. No la soportaba. No aguantaba que la gente me cargue o me diga Cebollita. Parece un chiste, pero era una angustia tan grande que prefería salir último antes que quedar segundo”, reveló.
Fueron los momentos más duros de su carrera. El temor al fracaso lo privaba de la posibilidad de alcanzar el éxito. “Cuando perdí la cuarta final quise dejar todo. Intenté dedicarme a otra cosa y fui a pedir laburo a las fábricas donde trabajaban mis hermanos”.
Como si se tratara de un paralelismo con lo que vivió Lionel Messi en la Selección, cuando el rosarino sorprendió con la recordada frase “es increíble pero no se me da”, Charly atravesó por las mismas sensaciones. Era el favorito a ganar, pero en las últimas instancias no le salían las cosas como pretendía.
El aporte de la ex gimnasta olímpica Romina Plataroti fue la clave para quebrar con las barreras. La psicóloga que participó en Barcelona ’92 y los Juegos Panamericanos de La Habana (medalla de bronce) le brindó las herramientas para que pueda adquirir la confianza que necesitaba. “Crecí mucho desde el aspecto personal y trabajé el aspecto mental. Gracias a ella volví a participar en los torneos sin volverme loco, y en 2016 se me dio el campeonato mundial”.
Los grandes siempre vuelven. Charly Iacono regresó a su actividad para cumplir el anhelo que lo mantuvo en vilo durante años. Lo mismo ocurrió con Messi, quien después de su renuncia continuó intentando con la bandera celeste y blanca. “En el fútbol es distinto porque la responsabilidad no recae sobre una cabeza. Con Leo tenemos al mejor del mundo y sabemos que está preparado psicológicamente para cualquier desafío por la exposición que tiene. Tal vez hubo algunos compañeros que no estaban preparados y lo terminaron perjudicando”, reflexionó.
En la actualidad siente que completó su historia cuando alcanzó la cima del planeta en Londres. Ahora trabaja en el desarrollo de su disciplina y se entusiasma con la creación de escuelas para los chicos más vulnerables: “No me gustaría que sea un deporte que pase al olvido. A mí la vida me marcó este destino por una lesión. Tal vez si no hubiese seguido yendo a los picados, no hubiera llegado a ser campeón mundial”.
Con el propósito de fomentar el freestyle, Charly incentiva a todos los jóvenes (menores de 16 años) a que se inscriban en la undécima edición del torneo que lo llevó a la gloria. Para ello deberán anotarse antes del 21 de junio en el Red Bull Street Style, cuando Carlos Iacono comience a trasladar su legado.
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