Cuando en el otoño de 1952 Alejandro Barritta y Antonia Orcelli decidieron tener un hijo, no se imaginaban que estarían forjando el mito más famoso entre los barrabravas argentinos. José, a quien el apellido paterno le caería como anillo al dedo, nació el 5 de enero de 1953 en Spilinga, un pueblo de la región de Catanzaro, en la provincia de Calabria, Italia. A miles de kilómetros de ahí y 28 años después se transformaría en el Abuelo, el hombre que cambió radicalmente el modo en que los barras influirían en nuestro fútbol. El manejo y reventa de las entradas, el peaje a los puestos de comida y bebida, el incipiente merchandising ilegal, el dinero extorsivo disfrazado de “aportes solidarios”, los viajes al exterior, y hasta la creación de una fundación La Doce y violencia, mucha violencia, fue el legado que construyó José Barritta, el Abuelo, aquel que viajó de Spilinga a la Argentina cuando apenas tenía dos años, vivió en La Boca hasta los seis y después se afincó en San Justo, aunque su reino siempre fue la Bombonera.
Claro que antes de ser barra, el Abuelo soñó como todo pibe un futuro dentro del campo de juego. Primero se probó como siete en Almirante Brown pero no quedó. Después fue a Excursionistas, lo pusieron de ocho y le dijeron que tenía un lugar en las inferiores. Tenía 14 años y el sueño de vivir de lo que amaba. Decidió entonces dejar el colegio. Pero el Bajo Belgrano quedaba muy lejos de San Justo. Su padre no lo autorizó. Y si no quería estudiar, tampoco iba a vaguear. Así que lo metió a trabajar en un aserradero en Saladillo y Avenida de los Corrales, donde Mataderos linda con Lugano.
Ahí es dónde conoció a otros hinchas de Boca que formarían su grupo de choque. Ahí entendió que también podía vivir del fútbol, pero desde la tribuna. Con esos amigos y algunos que había hecho en el barrio de La Boca, ingresó en 1975 a la segunda bandeja que da a Casa Amarilla.
En dos años, Barritta logró destacarse y destacar a su grupo por encima de cualquier otro. Siguiendo a Boca a todos lados, lograron el respeto de Enrique el Carnicero Ocampo, líder por entonces, por ser fuerza de choque en cada enfrentamiento que se producía en las inmediaciones del estadio. Así, a comienzos de 1978, la banda del Abuelo pasó a formar parte oficialmente de La Doce y a disfrutar de las prebendas. Podían participar del almuerzo mensual con el plantel de Boca, tener entradas y micros gratis para viajar incluso al exterior cuando tocaba jugar de visitante en la Copa Libertadores. Pero el reparto nunca era igual. Y el Abuelo empezó a juntar grupos de distintas barriadas para generar el cisma.
Fue en 1981, en una tremenda batalla en Rosario previa al partido contra Central del Metropolitano de ese año, que el Abuelo ganó la barra y lo reconfirmó en la semana, primero con la recordada visita al predio de la Candela donde armado junto a 40 barras se presentó al plantel como el nuevo jefe y días más tarde terminó la faena en la Plaza Matheu, cercana al estadio, cuando aplastó lo que quedaba de la banda del Carnicero.
Desde entonces, Barritta montó un imperio y quién se interponía, terminaba mal. Su Doce generó un raid de violencia que provocó en 1983 tres crímenes tremendos: el de Raúl Calixto, hincha de Quilmes, Roberto Basile, de Racing, a quién mataron con una bengala lanzada desde la popular y el de Daniel Taranto, alias Matutito, el tres de la barra de River, que cayó por fuego amigo en una pelea que provocó la propia Doce.
Eran épocas en las que el Abuelo recibía 300 populares por partido y 50 plateas. Entre la reventa de la misma, los porcentajes que les cobraban a los concesionarios por dejarlos trabajar en paz, lo que aportaba el plantel y el financiamiento mediante el estacionamiento en las calles linderas a La Boca, la barra dejaba un buen ingreso. De hecho, el Narigón Herrera y Cabeza de Poronga, dos de su grupo íntimo que también integraban el Chueco Reguero, Chacarita Ambrosino, Querida Quintero, Francis de Maio, Manzanita Santoro y Carlos Zapata, consiguieron comprar dos taxis a los que hacían trabajar los días de semana.
Su poder fue tal que se erigió, además, como el jefe de la barra Argentina en los Mundiales. Comandó la excursión a México con la impunidad de regresar en pleno torneo para liderar la comparsa de la consagración de Boca ante Newell’s en Rosario y volver a tiempo para estar en el crucial partido ante Inglaterra. También fue el mandamás de los violentos en Italia 90. Era el hombre con el que negociaba Bilardo, y también Grondona. Era el que tenía llegada al radicalismo y al peronismo. Era el dueño de la pelota, tanto, que se casó con Sandra Barrios, su novia, en la mismísima sede de Boca.
Muchas son las historias que se cuentan del Abuelo por entonces, reflejadas en el libro La Doce, y todas con conexiones con el poder. Pero ese grado de impunidad fue, al mismo tiempo, lo que provocaría su caída. El primer paso lo llevó insólitamente a crear la Fundación La Doce, para blanquear el dinero conseguido de forma poco lícita. El Gobierno no objetó la ONG que obtuvo su personería el 3 de abril de 1991. Sí, el mismo día en que Boca cumplía 86 años. Cosas del destino. La residencia legal era una casa de Villa Lugano: Araujo 2781. El hogar de Rafael Di Zeo.
Para entonces, La Doce ponía banderas políticas, hacía campañas para el Gobierno, metía a sus integrantes en los Concejos Deliberantes de Capital y Provincia y acumulaba un poder nunca visto en el mundo de los tablones. Esa soberbia más el ingreso de las armas y las drogas como material habitual en la tribuna, generó un ambiente de descontrol que se vivía cada domingo de local y visitante. Robos, enfrentamientos a balazos con otras barras, la violencia en estado puro hizo que el Estado por primera vez quisiera ponerle un límite y en 1993 le cerró la Fundación, que en menos de tres años había recaudado tres millones y medio de dólares. Sí, un negocio impactante.
Pero Barritta no supo leer la realidad. Y La Doce siguió en su espiral demencial de violencia que provocaba que todos los fines de semana hubiese heridos graves. El punto culminante se dio el 30 de abril de 1994. River fue y venció en La Bombonera por 2 a 0 con goles de Crespo y Ortega. A la salida del estadio, La Doce emboscó en el cruce de Ingeniero Huergo y Brasil a varios camiones que llevaban hinchas Millonarios. Y desató una balancera infernal. Tres balazos le dieron de lleno a Angel Delgado, de 25 años, que murió desangrado. En el desbande, cayó herido al asfalto Walter Vallejos, de 19 años, que fue aplastado por otro camión y también falleció en el acto. Serían las dos últimas muertes de La Doce del Abuelo.
Él, junto a toda su primera línea, terminaron presos y tres años más tarde, la Justicia los condenó a penas de hasta 20 años de prisión. Para salvarse de la acusación por asesinato, Barritta declaró en el estrado contra sus antiguos camaradas. Zafó de esa acusación pero igual le dieron 13 años de cárcel, como líder de la asociación ilícita y por extorsión. Fue a Devoto, pero se convirtió en un paria tras su delación. Durante los días de visita, según el registro del penal, el Abuelo sólo recibía a su hija, a su cuñado Francisco y a su hermana Susana. Y deprimido, salía poco de su encierro.
Escuchaba los partidos de Boca por radio y los miraba por TV, preocupándose cada vez que la cámaras enfocaban la segunda bandeja y aparecía la bandera de “Abuelo Traidor”. Según un informe del Servicio Penitenciario Federal, durante su estadía en Devoto el Abuelo se sacó un seis en concepto general, lo que fue calificado como buena conducta. Y tras pasar 1633 días a la sombra y conseguir una rebaja en la pena tras la apelación, el 17 de diciembre de 1998 Barritta salió de prisión.
Su primer fin de año en libertad, lo pasaría en una quinta en San Miguel. Y después se recluyó en la casa familiar de San Justo, sin dar notas ni aparecer en lugares públicos. Su vida se fue apagando lentamente por una neumonía crónica que, dicen, había contraído en prisión. A fines del año 2000 tuvo que ser internado en el sanatorio San Juan de Dios, de Ramos Mejía. Pero ya no habría cura. Dos meses después y sin haber vuelto a pisar jamás la Bombonera, el 19 de febrero de 2001, a los 48 años, falleció. Fue sepultado en el cementerio de esa localidad y su féretro cubierto por una bandera de Boca. Pero ninguno de sus viejos compinches, ni jugadores y dirigentes con los que supo tratar, se hicieron presentes. Apenas un grupo de cuarenta hinchas despidió sus restos al grito de “José, querido, La Doce está contigo”. Era el final de un hombre que había marcado una época. Era el final del más famoso barrabrava de todos los tiempos.
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